El jugador (7 page)

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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El jugador
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–Cierto..., normalmente. –La unidad guardó silencio durante unos momentos–. Tengo entendido que el juego es bastante complicado y quizá tarde un poco en comprenderlo. Es probable que deba consagrar cierto período de tiempo a su estudio...

–Oh, estoy seguro de que sabré arreglármelas –dijo Gurgeh.

El período de tiempo más largo que había necesitado para aprender un juego no llegaba a los tres días. No había olvidado una sola regla de un juego en toda su vida, y jamás había necesitado aprender una regla dos veces.

–Muy bien –dijo la unidad rompiendo bruscamente el silencio en que había vuelto a sumirse–. Informaré a mis superiores de lo que ha dicho. Adiós, Morat Gurgeh.

La unidad empezó a subir acelerando a cada centímetro.

Gurgeh alzó los ojos hacia ella y la contempló boquiabierto. Contuvo el impulso de levantarse dando un salto.

–¿Eso es todo? –preguntó.

La unidad frenó en seco a un par de metros por encima de la mesa.

–Mis instrucciones no me autorizan a revelarle nada más. Le he hecho las preguntas que se suponía debía hacerle e informaré de sus respuestas. ¿Desea saber alguna otra cosa que esté en condiciones de revelarle?

–Sí –dijo Gurgeh. Estaba empezando a enfadarse–. ¿Puedo saber algo sobre el cómo y el cuándo de ese enigma del que hemos estado hablando?

La unidad pareció oscilar en el aire. Sus campos no habían cambiado de color desde que llegó.

–¿Jernau Gurgeh? –dijo por fin.

Los dos guardaron silencio durante un momento que pareció prolongarse eternamente. Gurgeh clavó los ojos en la unidad, se puso en pie, apoyó las manos en las caderas e inclinó la cabeza hacia un lado.

–¿Sí? –gritó.

–Probablemente no –dijo secamente la unidad.

Salió disparada hacia el cielo y el brillo de sus campos se esfumó. Gurgeh oyó el mismo rugido de antes y vio formarse la estela de vapor. Estaba directamente debajo de ella, por lo que al principio sólo fue una nubecilla. La nubecilla fue aumentando lentamente de tamaño durante unos segundos hasta que dejó de crecer. Gurgeh meneó la cabeza.

Metió la mano en el bolsillo y sacó la terminal.

–Casa –dijo–. Ponte en contacto con esa unidad.

Siguió con los ojos clavados en el cielo.

–¿Qué unidad, Jernau? –preguntó la casa–. ¿Chamlis?

Gurgeh bajó la vista hacia la terminal.

–¡No! Ese saquito de basura de Contacto... ¡Loash Armasco-Iap Wu-Handrahen Xato Koum, maldita sea! ¡La unidad que acaba de estar aquí!

–¿Acaba de estar aquí? –preguntó la casa.

Parecía perpleja.

Gurgeh relajó los hombros y se sentó.

–¿No has visto ni oído nada de particular hace unos momentos?

–Nada salvo silencio durante los últimos once minutos, Gurgeh, desde que me dijiste que rechazara todas las llamadas. He recibido un par de transmisiones desde entonces, pero...

–Olvídalo. –Dejó escapar un suspiro–. Ponme en contacto con el Cubo.

–Aquí Cubo; subsección Mente Makil Stra-Bey. Hola, Jernau Gurgeh. ¿Qué podemos hacer por ti?

Gurgeh seguía contemplando el cielo, en parte porque allí era donde había desaparecido la unidad de Contacto (la delgada estela de vapor estaba empezando a volverse borrosa y se iba deshilacliando por los bordes), y en parte porque cuando mantenía una conversación con el Cubo todo el mundo tendía a alzar los ojos hacia el cielo.

Vio la nueva estrella justo antes de que empezara a moverse. El puntito luminoso se encontraba cerca del extremo iluminado de la estela que había dejado la diminuta unidad. El puntito luminoso se movió, al principio no demasiado deprisa y un segundo después a tal velocidad que los ojos de Gurgeh fueron incapaces de seguirlo.

El puntito desapareció. Gurgeh guardó silencio durante un par de segundos.

–Cubo –dijo por fin–, quiero que me informes de si alguna nave de Contacto ha salido hace poco de aquí.

–Se ha marchado mientras hablábamos, Gurgeh. La Unidad de Ofensiva Rápida (Desmilitarizada)...


Fanático
–dijo Gurgeh.

–¡Oh, oh! Así que eras tú, ¿eh? Creíamos que harían falta meses de fisgoneo para averiguar de quién diablos se trataba. Bien, jugador Gurgeh, acabas de presenciar una visita Privada. Asuntos de Contacto, nada que nos importe, chicas... Eso sí, puedo asegurarte que hemos hecho montones de preguntas. Ha sido de lo más emocionante, Jernau, créeme. Esa nave frenó en seco por lo menos a cuarenta kiloluces de aquí y se desvió veinte años..., aparentemente sólo para charlar cinco minutos contigo. Y te recuerdo que eso es un gasto de energía francamente alto, sobre todo teniendo en cuenta que se está largando a la misma velocidad con que llegó. Fíjate en cómo se mueve esa belleza... Oh, lo siento, olvidé que no puedes verla. Bien, acepta nuestra palabra al respecto: estamos realmente impresionados. Oye, ¿te importaría contarle a una humilde Mente encargada de una subsección del Cubo qué está pasando?

–¿Hay alguna posibilidad de hablar con la nave? –preguntó Gurgeh ignorando la pregunta de la Mente.

–¿Quieres hablar con una nave que se aleja a semejantes velocidades con su extremo más feo apuntando directamente a una humilde maquinita civil como nosotros? –La Mente del Cubo parecía divertida–. Sí... Suponemos que sí.

–Quiero hablar con una unidad llamada Loash Armasco-Iap Wu-Handrahen Xato Koum.

–Mierda santa, Gurgeh, ¿en qué clase de jaleo te has metido? ¿Quieres hablar con Handrahen? ¿Quieres hablar nada menos que con Xato? Oye, en equivalente tecnológico eso es puro nivel espionaje de la nomenclatura reservada de Circunstancias Especiales... Es como buscarle las cosquillas a los dioses, no sé si me explico... Mierda... Lo intentaremos... Espera un momento...

Gurgeh esperó en silencio durante varios segundos.

–Nada –dijo una voz distinta desde la terminal–. Oye, Gurgeh, la Totalidad del Cubo al habla, no una subsección... Estoy aquí al completo. La nave ha acusado recibo de la transmisión, pero dice que no lleva a bordo ninguna unidad ni nada con ese nombre.

Gurgeh se dejó caer en el asiento. Tenía el cuello envarado. Apartó la mirada de las estrellas y clavó los ojos en la mesa.

–Vaya, vaya... –dijo.

–¿Quieres que vuelva a intentarlo?

–¿Crees que servirá de algo?

–No.

–Entonces olvídalo.

–Gurgeh... Has conseguido ponerme nerviosa. ¿Qué está pasando?

–Ojalá lo supiera –dijo Gurgeh. Volvió a alzar los ojos hacia las estrellas. La estela de vapor dejada por la unidad ya casi se había esfumado–. Llama a Chamlis Amalk-Ney, ¿quieres?

–Enseguida... ¿Jernau?

–¿Qué, Cubo?

–Ten cuidado.

–Oh. Gracias. Muchísimas gracias.

–Debes haberla hecho enfadar –dijo la voz de Chamlis desde la terminal.

–Sí, es muy probable –dijo Gurgeh–. Pero... ¿Qué opinas de todo esto?

–Te han estado tomando las medidas para algo.

–¿Eso crees?

–Sí. Pero tú rechazaste su propuesta.

–Ah, ¿sí?

–Sí, y considérate afortunado de haberlo hecho.

–¿Qué quieres decir? Todo este asunto fue idea tuya.

–Oye, ahora ya estás fuera. Se acabó, ¿entiendes? Pero está claro que mi solicitud llegó mucho más arriba y mucho más deprisa de lo que me había imaginado. Hemos puesto en marcha algo, no sé el qué. Pero tú rechazaste su oferta. Has dejado de interesarles.

–Hmmmm... Supongo que tienes razón.

–Gurgeh... Lo siento.

–Oh, no te preocupes –dijo Gurgeh. Alzó los ojos hacia las estrellas–. ¿Cubo?

–Eh, estábamos tan interesadas que... Si hubiera sido puramente personal no habríamos escuchado ni una sola palabra. Lo juramos, y además en tu notificación de comunicaciones del día pondrá bien claro que hemos escuchado tu conversación.

–Olvídalo. –Gurgeh sonrió. El que la Mente Orbital hubiera estado escuchando la conversación le hizo sentir un extraño alivio que no habría sabido explicar–. Limítate a decirme a qué distancia se encuentra esa UOR.

–Cuando pronunciaste la palabra «encuentra» estaba a un minuto y cuarenta y nueve segundos de distancia, y nos alegra muchísimo poder decir que ya ha quedado fuera de nuestra jurisdicción. Está alejándose a toda velocidad en un rumbo que la llevará un poco por encima del Núcleo Galáctico. Parece estar dirigiéndose hacia el VGS
Lamentable conflicto de evidencias
, a menos que uno de los dos esté intentando engañar a alguien.

–Gracias, Cubo. Buenas noches.

–Buenas noches. Ah, y a partir de ahora podrás hablar sin que haya orejas invisibles escuchándote. Lo prometemos.

–Gracias, Cubo. ¿Chamlis?

–Puede que hayas dejado escapar una de esas ocasiones que sólo se presentan una vez en la vida, Gurgeh.., pero hay muchas más probabilidades de que hayas logrado escapar por los pelos de una situación muy desagradable. Siento haberte sugerido lo de Contacto. Se presentaron demasiado deprisa y de una forma demasiado aparatosa... No puede haber sido una casualidad.

–No te preocupes demasiado, Chamlis –dijo Gurgeh. Volvió a alzar los ojos hacia las estrellas, se sentó y apoyó los pies en la mesa–. Todo ha salido bien, ¿no? ¿Te veré en Tronze mañana?

–Quizá. No lo sé. Pensaré en ello. Buena suerte... Me refiero a tu partida de Acabado con la niña prodigio por si no te veo mañana.

Gurgeh contempló la oscuridad que le rodeaba y sus labios se curvaron en una sonrisa algo melancólica.

–Gracias. Buenas noches, Chamlis.

–Buenas noches, Gurgeh.

 

El tren emergió del túnel y siguió avanzando bajo la brillante luz del sol. Recorrió el resto de la curva y empezó a cruzar la esbelta estructura del puente. Gurgeh se apoyó en la barandilla y vio el verdor de los pastos y las relucientes ondulaciones del río que se deslizaba por el suelo del valle medio kilómetro más abajo. Las sombras de las montañas acariciaban los campos; las sombras de las nubes puntuaban las colinas cubiertas de árboles. El viento creado por el movimiento del tren le agitó los cabellos mientras aspiraba el aire que olía a montañas y esperaba el regreso de su contrincante. Los pájaros trazaban círculos distantes por encima del valle moviéndose casi a ras del puente. Sus gritos hacían vibrar la atmósfera, y apenas si podían oírse por encima del vendaval que acompañaba el veloz desplazamiento del tren.

Normalmente Gurgeh habría esperado a que faltara poco para la hora acordada y habría ido a Tronze por un tubo subterráneo, pero despertó con ganas de marcharse de Ikroh lo más pronto posible. Se calzó las botas, se puso unos pantalones de un estilo bastante conservador y una chaqueta abierta, fue siguiendo los senderos montañosos hasta llegar a la cima y bajó por la pendiente del otro lado.

Estuvo un rato sentado junto a la vieja línea del ferrocarril disfrutando de una leve euforia glandular y se distrajo arrojando trocitos de magnetita hacia el campo magnético de la línea y viéndolos salir despedidos hacia afuera. Había estado pensando en las islas flotantes de Yay.

También había pensado en la misteriosa visita que la unidad de Contacto le había hecho la noche anterior, pero la visita y todo lo que la había rodeado parecían estar levemente borrosos, como si hubieran sido un sueño. Después repasó los sistemas de comunicación de la casa y echó un vistazo al informe general de situación. En cuanto concernía a la casa la visita no había existido, pero su conversación con el Cubo de Chiark figuraba en los archivos con indicación de la hora en que tuvo lugar, y había sido seguida por otras subsecciones del Cubo y, durante unos momentos, por la Totalidad del Cubo. No cabía ninguna duda de que todo había sido real.

Alzó la mano para detener el viejo tren en cuanto lo vio llegar, y apenas subió a él fue reconocido por un hombre de mediana edad llamado Dreltram que también iba a Tronze. El señor Dreltram consideraba que ser derrotado por el gran Jernau Gurgeh era una experiencia mucho más digna de ser recordada que el vencer a cualquier otro jugador. ¿Estaría dispuesto a concederle el honor de jugar una partida con él? Gurgeh estaba acostumbrado a ese tipo de halagos –normalmente ocultaban una ambición nada realista y ligeramente teñida de ferocidad–, y sugirió una partida de Posesión. Las reglas de ese juego compartían un cierto número de conceptos con las del Acabado, y la partida le serviría como ejercicio de precalentamiento.

Encontraron un tablero de Posesión en uno de los bares, fueron con él a la zona de recreo del techo y se sentaron detrás de una pantalla protectora para que el viento no se llevara las cartas. Gurgeh supuso que tendrían tiempo más que suficiente para la partida. El tren tardaría la mayor parte del día en llegar a Tronze, aunque un vehículo subterráneo podía recorrer ese trayecto en diez minutos.

El tren salió del puente y entró en una angosta cañada. El viento rebotó en las paredes de roca creando un extraño alarido repleto de ecos. Gurgeh bajó la vista hacia el tablero. Estaba jugando sin la ayuda de ninguna sustancia producida por sus glándulas, y su oponente usaba una mezcla de considerable potencia sugerida por el mismo Gurgeh. Aparte de eso Gurgeh le había dado una ventaja inicial de siete piezas, el máximo admitido. El señor Dreltram no era mal jugador, y al principio había sabido aprovechar aquella etapa inicial de la partida en que su ventaja numérica de piezas tenía un efecto más palpable, estando muy cerca de derrotar a Gurgeh, pero éste se había defendido bien y creía que Dreltram había perdido la ocasión de vencerle, aunque aún existía la posibilidad de que hubiera ocultado unas cuantas minas en sitios que podían darle problemas.

Pensar en aquellas sorpresas desagradables hizo que Gurgeh comprendiera que no se había tomado la molestia de ver dónde estaba su pieza oculta, lo cual había sido otra forma –ésta no oficial– de hacer que la partida resultara un poco más igualada. La Posesión se juega en un tablero de cuarenta casillas. Las piezas de los dos jugadores están distribuidas en un grupo principal y dos grupos más reducidos, y cada jugador puede ocultar hasta un máximo de tres piezas en otras tantas intersecciones que no estén ocupadas al principio del juego. Sus posiciones son registradas en tres delgadas tarjetas circulares hechas de cerámica a las que sólo se da la vuelta cuando el jugador desea utilizarlas. El señor Dreltram ya había revelado sus tres piezas ocultas (una de ellas se encontraba en la intersección donde Gurgeh, en otro alarde de espíritu deportivo, había colocado la totalidad de sus nueve minas, lo cual era un auténtico caso de mala suerte).

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