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Authors: Esther y Jerry Hicks

Tags: #Autoayuda, Cuento

El libro de Sara (12 page)

BOOK: El libro de Sara
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—¡Ayyyy! —gritó de pronto, saltando para no tropezar con la serpiente más gigantesca que jamás había visto, la cual estaba extendida cuan larga era (y era larguísima) en el camino. Tras aterrizar en el suelo, Sara echó correr como alma vendida al viento, sin detenerse un instante hasta cerciorarse de haber dejado bien atrás a la serpiente. «Quizá no sea tan valiente como creía —dijo Sara, riéndose de sí misma». Luego rompió a reír a carcajadas al comprender el motivo que había puesto en fuga a Jason ya Billy y sus pocas ganas de detenerse para chincharla.

Cuando llegó al bosquecillo de Salomón, aún se reía. Salomón esperaba a Sara ilusionado y pacientemente.

—Te veo hoy muy alegre, Sara.

—¡Últimamente me ocurren unas cosas muy extrañas, Salomón! Justo cuando empezaba a pensar que comprendía una cosa, ocurría algo que me demostraba que no entendía nada. Había empezado a pensar que era muy valiente, que nada me asustaba, pero ha ocurrido algo que me ha dado un susto de muerte. ¡Qué raro es todo esto, Salomón!

—No pareces muerta de miedo, Sara.

—Bueno, quizá haya exagerado un poco, porque, como puedes ver, no estoy muerta…

—Me refería a que no pareces asustada. Te veo muy alegre y risueña.

—Ahora me río, pero cuando me topé con una serpiente gigantesca en el camino, dispuesta a morderme, no me reí en absoluto. Pensaba en lo valiente e intrépida que me he vuelto, cuando de pronto sentí pánico y eché a correr como si me persiguiera el diablo.

—Entiendo, respondió Salomón. No seas demasiado dura contigo misma, Sara. Es muy normal reaccionar de esa forma cuando te enfrentas a una circunstancia que te desagrada. No es tu reacción inicial a algo lo que marca el tono de tu vibración, ni de tu punto de atracción, lo que influye de modo decisivo es lo que hagas más tarde.

—¿Qué quieres decir?

—¿Por qué crees que te asustaste al ver la serpiente?

—¡Pues porque era una serpiente, Salomón! ¡Esos bichos me horripilan! Te muerden y hacen que te pongas enferma, hasta pueden matarte. Algunas se enroscan alrededor de tu cuerpo y te asfixian —declaró Sara, muy ufana, recordando los detalles de un horripilante documental sobre la naturaleza que había visto en la escuela. Sara se detuvo para recuperar el resuello y tratar de calmarse. Sus ojos centelleaban y el corazón le latía con violencia.

—¿Crees que estas palabras que has pronunciado hacen que te sientas mejor o peor, Sara?

La niña reflexionó unos momentos antes de responder. Estaba tan excitada y ansiosa de explicar el efecto que le producían las serpientes, que no se había parado a pensar en cómo le afectaban sus palabras.

—A eso me refería cuando dije que lo más importante es lo que hagas más tarde, Sara. Mientras hablas sin parar sobre esa y otras serpientes y todas las cosas horribles que pueden hacerte, permaneces en una vibración negativa, lo cual indica que es muy probable que atraigas otras experiencias desagradables relacionadas con serpientes.

—¿Pero qué puedo hacer, Salomón? ¡Si hubieras visto a esa serpiente gigantesca! Por poco tropiezo con ella. Cualquiera sabe lo que me habría hecho…

—Y dale. Sigues imaginando, y manteniendo como tu imagen de pensamiento, algo que no deseas.

Sara guardó silencio. Sabía a qué se refería Salomón, pero no sabía qué hacer al respecto. La serpiente era tan enorme, la había tenido tan cerca y le había dado tanto miedo, que no podía plantearse el asunto de otro modo.

—De acuerdo, Salomón, dime qué habrías hecho tú si fueras una niña y por poco pisas una serpiente gigantesca.

—En primer lugar, Sara, ten presente que tu objetivo, ante todo, es hallar un punto en el que te sientas mejor. Si te concentras en otro objetivo, te desviarás del camino que debes seguir. Si tratas de adivinar dónde se ocultan todas las serpientes, te sentirás peor. Si te propones mantenerte ojo avizor para no volver a tropezarte con otra serpiente, te sentirás agobiada. Si tratas de aprender a identificar a todas las serpientes, para clasificarlas como buenas o malas, te sentirás abrumada ante una tarea tan ingente. Si tratas de analizar las circunstancias, sólo conseguirás sentirte peor. Tu único objetivo es tratar de enfocar este asunto de forma que te sientas mejor de lo que te sentías cuando pegaste un salto y echaste a correr para huir de la serpiente.

—¿Y qué debo hacer, Salomón?

—Repetirte algo como: «Esta gigantesca serpiente está tumbada al sol. Se alegra de que el invierno haya terminado, y le gusta tomar el sol, lo mismo que a mí».

—Pero eso no hace que me sienta mejor.

—Entonces repite: «Esta gigantesca serpiente no siente el menor interés por mí. Ni siquiera alzó la vista cuando pasé corriendo junto a ella. Tiene otras cosas que hacer que dedicarse a morder a las niñas».

—Eso sí hace que me sienta mejor. ¿Qué más? «Siempre ando con cautela, continuó Salomón. Menos mal que vi a la serpiente, o intuí su presencia y salté sobre ella para no importunarla. La serpiente habría hecho lo mismo para no tropezar conmigo».

—¿Tú crees que eso es lo que habría hecho la serpiente, Salomón? ¿Cómo lo sabes?

—Hay multitud de serpientes a tu alrededor, Sara. Habitan en el río, entre la hierba que pisas. Cuando pasas junto a ellas, se apartan de tu camino. Saben que hay espacio suficiente para todos. Conocen el equilibrio perfecto de tu planeta físico. Ellas también mantienen sus válvulas abiertas, Sara.

—¿Las serpientes tienen unas válvulas?

—Por supuesto. Todos los animales de tu planeta tienen válvulas. Y por lo general las mantienen abiertas.

—Hummm —murmuró Sara, sintiéndose mucho mejor.

—¿Ves cómo te sientes más animada? Nada ha cambiado. La serpiente sigue tumbada en el lugar donde la viste. Las circunstancias no han cambiado. Lo que ha cambiado es la forma en que te sientes.

Sara comprendió que Salomón estaba en lo cierto.

—A partir de ahora, cuando pienses en serpientes, sentirás una emoción positiva. Se abrirá tu válvula, y las suyas también. Y seguiréis viviendo en armonía. Los ojos de Sara brillaban de satisfacción al captar el significado de las palabras del búho.

—De acuerdo, Salomón. Tengo que irme. Te veré mañana. Salomón sonrió cuando Sara echó a andar por el camino brincando de gozo. De pronto la niña se detuvo y preguntó sin volverse:

—¿Crees que volveré a tener miedo de las serpientes, Salomón?

—Es posible, Sara. Pero si sientes miedo, ya sabes cómo eliminarlo.

—Es verdad —respondió Sara sonriendo.

—Y con el tiempo, añadió Salomón, tu temor desaparecerá por completo. No sólo el que te inspiran las serpientes, sino todo lo demás.

Durante el camino de regreso a casa después de abandonar el bosquecillo, Sara contempló la nueva hierba primaveral y se preguntó cuántas serpientes se ocultarían allí. Al principio se estremeció un poco ante la terrorífica perspectiva de que hubiera unas serpientes acechándola entre los matojos de los caminos que ella recorría, pero luego pensó en lo amables que eran por permanecer ocultas y apartarse de su camino. Les agradecía que no aparecieran de sopetón para asustarla, como solían hacer Jason y Billy. Sara sonrió mientras enfilaba el camino empedrado de su casa y entraba en el jardín. Se sentía fuerte y triunfante. Se alegraba de haber dejado sus temores atrás. Se sentía estupendamente.

Capítulo veintidós

—¡Sara, Sara! ¿A que no adivinas lo que ha pasado? ¡Hemos encontrado a Salomón!

«¡No puede ser!», pensó Sara, deteniéndose en la calle mientras Jason y Billy corrían hacia ella montados en sus bicicletas.

—¿Cómo que habéis encontrado a Salomón? ¿Dónde lo habéis encontrado?

—En el Sendero de Thacker. ¿Y a que no adivinas qué hemos hecho? ¡Le hemos pegado un tiro! —declaró Jason muy ufano. Sara se sintió desfallecer y estuvo a punto de caer al suelo. Sus rodillas apenas la sostenían.

—Estaba posado sobre la cerca, de modo que le obligamos a alzar el vuelo y Billy le disparó un tiro con su carabina de aire comprimido. ¡Ha sido increíble, Sara! Pero no es tan grande como imaginábamos. Es todo plumas.

Sara no daba crédito a sus oídos. El impacto de lo que acababa de oír era tan intenso, tan importante… Pero lo único que parecía interesarle a Jason era el hecho de que Salomón fuera menos voluminoso de lo que había creído. A Sara le parecía que iba a estallarle la cabeza. Dejó la cartera en el suelo y echó a correr más deprisa de lo que había corrido nunca hacia el bosquecillo de Salomón.

—¡Salomón! ¡Salomón! ¿Dónde estás? —gritó Sara desesperada.

—Estoy aquí, Sara. No te alarmes.

De pronto Sara vio a Salomón postrado en el suelo como un pelele.

—¡Ay, Salomón! —exclamó Sara cayendo de rodillas sobre la nieve— ¿qué te han hecho? ¡Estás malherido!

El pobre búho estaba hecho una pena. Era un amasijo de plumas tiesas y desordenadas y la blanca e inmaculada nieve que le rodeaba estaba teñida de sangre.

— ¡Salomón, Salomón! ¿Qué puedo hacer?

—No ha pasado nada grave, Sara, te lo aseguro.

—Pero estás sangrando. Todo está lleno de sangre. ¿Te pondrás bien?

—Por supuesto, Sara. Todo tiene solución.

—No me vengas con esas pamplinas de que todo tiene solución. ¡Está claro que no es así!

—Acércate, Sara, dijo Salomón.

Sara se acercó a rastras hasta donde se hallaba Salomón y le sostuvo la cabeza con una mano mientras con la otra le acariciaba debajo de la barbilla. Era la primera vez que tocaba a Salomón, cuyas plumas tenían un tacto suave. En aquellos momentos parecía muy vulnerable. Unos gruesos lagrimones rodaron por las mejillas.

—No confundas a este maltrecho montón de huesos y plumas con lo que realmente es Salomón. Este cuerpo no es sino un punto focal, o un punto de perspectiva, que deja entrever algo infinitamente más importante. Al igual que tu cuerpo tampoco eres realmente tú, Sara. No es sino la perspectiva que utilizas, de momento, para dejar que tu auténtica persona juegue, se desarrolle y sea feliz.

—Pero yo te quiero, Salomón. ¿Qué haré sin ti?

—¿De dónde sacas esas cosas, Sara? Salomón no va a desaparecer. ¡Salomón perdurará eternamente!

—¡Te estás muriendo, Salomón! —protestó Sara, sintiéndose más herida de lo que jamás se había sentido.

—Escúchame, Sara. No voy a morir, porque la muerte no existe. Es cierto que no volveré a utilizar este cuerpo, de momento, pero de todos modos empezaba a estar muy viejo y achacoso. Padezco artrosis en el cuello desde el día en que traté de girar la cabeza por completo para complacer a los nietos de Thacker.

Sara se echó a reír sin dejar de llorar. Salomón siempre lograba hacerla reír, incluso en los momentos más trágicos.

—Nuestra amistad durará eternamente, Sara. De modo que cuando quieras charlar con Salomón, no tienes más que identificar el tema que quieras comentar, concentrarte en él, situarte en un punto en el que te sientas a gusto y yo estaré a tu lado.

—¿Me lo prometes, Salomón? ¿De verdad, podré verte y tocarte?

—Probablemente no, Sara. Al menos durante un tiempo, pero en cualquier caso nuestra amistad no se basaba en eso. Tú y yo somos amigos mentales. Tras esas últimas palabras, el maltrecho cuerpo de Salomón se desplomó sobre la nieve y sus grandes ojos se cerraron.

—¡No! —El grito de Sara reverberó a través del prado— ¡no me dejes, Salomón!

Pero Salomón no respondió. Sara se levantó, sin dejar de contemplar el cuerpo inerte de Salomón. Parecía muy pequeño tendido sobre la nieve mientras el viento agitaba suavemente su plumaje. Sara se quitó el abrigo y lo depositó sobre la nieve junto a Salomón. Luego lo alzó con cuidado, abrió su abrigo y lo envolvió en él. A continuación, sin reparar en que hacía mucho frío, la niña echó a andar por el Sendero de Thacker transportando a Salomón en brazos.

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