—¡Ven a volar conmigo, Sara! ¡Quiero enseñarte muchas cosas!
Y antes de que Sara pudiera responder afirmativamente, sintió aquel increíble impulso que había experimentado antes, cuando había volado con Salomón, y ambos se elevaron por el aire, pero en esta ocasión pasaron a gran altura sobre el pequeño pueblo. De hecho, volaban tan alto, que Sara no reconoció nada de lo que veía. La intensidad de la percepción de los sentidos de Sara era extraordinaria. Todo cuanto veía le parecía increíblemente bello. Los colores eran más intensos y maravillosos que nunca. El olor del aire era embriagador; Sara nunca había aspirado unos aromas tan maravillosos. Sara percibió los hermosos sonidos del canto de los pájaros, el murmullo del río y el silbido del viento. Los sonidos de móviles de campanillas y las risas infantiles que sonaban a su alrededor. El tacto del aire sobre su piel era calmante, gratificante y excitante. Todo tenía un aspecto, un olor, un sonido y un tacto delicioso.
—¡Qué bonito es todo, Salomón! —comentó Sara.
—Deseo que conozcas el inmenso bienestar que contiene tu planeta.
Sara no adivinaba lo que Salomón le tenía reservado, pero estaba dispuesta y deseosa de ir a donde él la condujera.
—¡Estoy preparada! —exclamó.
Y en un abrir y cerrar de ojos, Sara y Salomón se alejaron volando del planeta Tierra, muy lejos, más allá de la Luna, más allá de los planetas, incluso más allá de las estrellas. En un instante recorrieron años luz, hasta llegar a un lugar desde el que Sara pudo ver a su hermoso planeta girando y resplandeciendo a lo lejos, moviéndose en un ritmo perfecto con la Luna, los otros planetas, las estrellas y el Sol. Mientras Sara contemplaba el planeta Tierra, una sensación de absoluto bienestar embargó su cuerpecito. Observó con orgullo cómo la Tierra giraba firme y sistemáticamente sobre su eje, como si bailara con sus parejas, todas las cuales conocían a la perfección el papel que desempeñaban en aquel magnífico baile.
Sara contuvo una exclamación de asombro.
—Contempla el espectáculo, Sara. Como ves, todo va bien.
Sara sonrió y sintió que la envolvía el cálido viento de aprecio. La misma energía que creó tu planeta, en un principio, sigue fluyendo a tu planeta para sostenerlo.
—Un flujo constante de energía pura y positiva fluye en todo momento hacia todos vosotros.
Sara contempló su planeta convencida de que lo que decía Salomón era verdad.
—Echemos un vistazo más de cerca, propuso Salomón.
Sara dejó de ver a los otros planetas, pero la Tierra relucía espléndidamente dentro de su campo visual. Vio con claridad la extraordinaria definición entre tierra firme y los mares. Las cosas parecían como si estuvieran subrayadas con un gigantesco rotulador, y el agua relucía como si debajo de la superficie hubiera millones de lucecitas, iluminando los mares para que ella los contemplara desde su perspectiva en el cielo.
—¿Sabes que esta agua que ha alimentado a tu planeta durante millones de años es la misma que lo alimenta hoy en día? Esto representa un bienestar de gigantescas proporciones. Piensa en ello, Sara. Nada nuevo es transportado por tierra o aire a tu planeta. Los inconmensurables recursos que existen, siguen siendo redescubiertos por una generación tras otra. El potencial para una vida espléndida sigue constante. Y los seres físicos descubren, en diversa medida, esa perfección. Echemos un vistazo más de cerca.
Salomón y Sara descendieron hasta posarse sobre el mar. Sara aspiró el maravilloso olor del mar y comprendió que todo iba bien. Volaron más rápidamente que el viento sobre el Gran Cañón, una larga y gigantesca falla en la corteza terrestre.
—¿Qué es eso? —inquirió Sara asombrada.
—La prueba de la constante capacidad de tu planeta Tierra de mantener el equilibrio. Tu Tierra busca continuamente el equilibrio. Ésa es la prueba.
Mientras volaban en torno a la Tierra aproximadamente a la misma distancia de la Tierra que los aviones, Sara disfrutó contemplando el increíble espectáculo que se abría a sus pies. ¡Qué cantidad de verdor, de belleza, de bienestar!
—¿Qué es eso? —preguntó Sara, señalando el pequeño cono que asomaba en un punto de la superficie terrestre y que emitía grandes nubes de humo gris y negro.
—Un volcán, contestó Salomón. Mirémoslo más de cerca.
Y antes de que Sara pudiera protestar, descendieron hasta situarse a escasa altura sobre la tierra, volando por entre el humo y el polvo.
—¡Caray! —gritó Sara.
Estaba asombrada ante la sensación de bienestar que sentía a pesar de que el humo era tan denso que no alcanzaba a ver nada. Remontaron el vuelo, dejando el humo atrás, y Sara miró hacia abajo para contemplar el increíble volcán que no dejaba de escupir humo.
Siguieron subiendo, desplazándose para contemplar otro asombroso espectáculo. Se trataba de un fuego. Un fuego gigantesco. Sara vio unas llamas rojas y amarillas que se extendían a lo largo de kilómetros, en ocasiones ocultas por grandes nubes de humo.
El viento soplaba con fuerza, disipando a veces el humo y mostrando las llamas, tras lo cual el humo se tornaba tan denso que durante unos momentos Sara no podía ver las llamas. De vez en cuando, vislumbraba a un animal que huía del fuego, y le entristeció comprobar que el fuego destruía el hermoso bosque y los habitáculos de tantos animales.
—¡Es espantoso, Salomón! —musitó Sara, reaccionando a las circunstancias que presenciaba.
—No es sino otra prueba del bienestar, Sara. Otra prueba de que tu planeta Tierra busca el equilibrio. Si pudiéramos permanecer aquí el tiempo suficiente, verías cómo el fuego añade al suelo la nutrición que éste necesita. Verías cómo germinarían y florecerían nuevas semillas, y al cabo de un tiempo contemplarías el asombroso valor de este fuego, que forma parte del equilibrio general de tu planeta.
—Pero me entristece que los animales se queden sin hogar —replicó Sara.
—No te compadezcas de ellos, Sara. Encontrarán nuevos hogares. No les faltará de nada. Son una extensión de la energía pura y positiva.
—Pero algunos morirán, Salomón —protestó Sara.
Salomón se limitó a sonreír, haciendo que Sara sonriera también.
—Te cuesta superar el tema de la muerte, ¿verdad? Aquí todo va bien, Sara. Sigamos explorando.
A Sara le entusiasmaba la sensación de bienestar que la envolvía. Siempre había pensado que el mar era traicionero, infestado de tiburones y restos de naufragios. Los reportajes de televisión que había visto sobre volcanes activos siempre la atemorizaban. Las noticias estaban llenas de incendios forestales y desastres, y entonces Sara comprendió que se había resistido a ellos con todas sus fuerzas. Este nuevo punto de vista era mucho más tranquilizador. Esas cosas, que Sara siempre había considerado terribles, o unas tragedias, asumían ahora un nuevo significado al verlas a través de los nuevos ojos que Salomón le había proporcionado. Sara y Salomón volaron durante toda la noche, deteniéndose para observar el increíble bienestar del planeta de Sara. Vieron nacer a un corderito lechal y a unos polluelos rompiendo la cáscara de los huevos. Vieron a miles de personas conduciendo coches, y sólo unas pocas tenían accidentes. Vieron a millares de aves trasladarse a climas más templados y a algunos animales de granja recubiertos por un pelaje más tupido para protegerse de los rigores del invierno. Vieron a unas personas recolectando los frutos de sus huertos y a otras plantando semillas en los suyos. Vieron cómo se formaban nuevos lagos y nuevos desiertos. Vieron cómo nacían personas y animales, y vieron cómo morían personas y animales. Y al contemplarlo, Sara comprendió que todo iba bien.
—¿Cómo voy a explicar todo esto a la gente, Salomón? ¿Cómo conseguiré hacerles comprender?
—Ésa no es tu tarea, Sara. Basta con que lo comprendas tú, cariño.
Sara emitió un profundo suspiro de alivio y luego notó que su madre la zarandeaba suavemente.
—¡Levántate, Sara! Hay mucho que hacer.
Sara abrió los ojos y vio a su madre inclinada sobre ella, y tras despabilarse, se tapó la cabeza con las mantas para ocultarse de esta nueva jornada. «Te aseguro que todo va bien —oyó decir Sara a Salomón—. Recuerda nuestro viaje». Sara retiró las mantas con que se había cubierto la cabeza y miró a su madre con una sonrisa radiante.
—¡Gracias, mamá! ——dijo—. Me moveré rauda como el viento. Todo irá bien. Ya lo verás. Enseguida me visto.
Su madre observó atónita mientras Sara saltaba de la cama y empezaba a moverse con agilidad y evidente alegría. Sara descorrió las cortinas, abrió la ventana y extendió los brazos esbozando una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Qué día más hermoso! —exclamó, con tal entusiasmo que su madre la miró perpleja, rascándose la cabeza.
—¿Estás bien, Sara, tesoro?
—¡Perfectamente! —respondió Sara sin vacilar— ¡todo va de maravilla!
—Bueno, si tú lo dices, cariño… —respondió su madre tímidamente.
—Claro que lo digo —insistió Sara, corriendo hacia el baño y sonriendo de gozo—. ¡Estoy convencida de ello!
ESTHER Y JERRY HICKS, llevan varios años ocupando los primeros puestos en las listas de éxitos internacionales con títulos tan celebrados como
Pide y se te dará
,
Intentar es conseguir
o
La ley de la atracción
. En cada una de sus obras, la pareja transmite al gran público las enseñanzas de un grupo de maestros espirituales que se autodenomina «Abraham» y que utiliza el aparato físico de Esther para manifestarse.
Además de los libros, Esther y Jerry Hicks realizan talleres abiertos al público en alrededor de 60 ciudades de todo el mundo al año. Llevan publicadas más de 700 obras entre libros, casetes, CD, vídeos y DVD, cada una de ellas destinadas a mostrar a sus seguidores cómo hallar el bienestar y la dicha interior.