Read El monstruo de Florencia Online
Authors: Mario Spezi Douglas Preston
Tags: #Crónica Negra, Crimenes reales, Ensayo
Entonces Falbriard estaba todavía vagando despreocupadamente por Europa, ignorando por completo que fuera un «testigo clave» y quizá incluso uno de los cerebros de los asesinatos del Monstruo. El GIDES reclamó la ayuda de la Interpol, que localizó al pintor en un pueblo de la Costa Azul, cerca de Cannes. Se llevaron una gran decepción cuando supieron que Falbriard había llegado por primera vez a la Toscana en 1996, once años después del último doble homicidio del Monstruo. De todos modos, se lo llevaron a Florencia para interrogarlo. Resultó ser un testigo decepcionante, un viejo colérico, trastornado y decrépito, que arengaba a la policía con descabelladas acusaciones de su cosecha.
«En Villa Verde —declaró—, me tenían drogado y encerrado en una habitación. Me robaron mil millones de liras. Allí ocurrían cosas extrañas, sobre todo de noche.» La madre y la hija estaban detrás de todo, aseguró.
Basándose en la declaración de Falbriard, la policía acusó a las dos mujeres de secuestro y fraude.
La Nazione
escribió una serie de artículos morbosos sobre la villa. «Las declaraciones del antiguo personal de la residencia de ancianos —decía un artículo—, proporcionaron importantes pistas. En cincuenta páginas de testimonios se ocultaban indicios de inquietantes secretos. Los ancianos hospedados en el Poggio ai Grilli vivían abandonados entre sus heces y orina, sin que nadie los atendiera. Por la noche, el personal auxiliar tenía completamente prohibido poner un pie en la residencia, que se transformaba en un lugar donde se celebraban misas negras. Giuttari sospecha que los órganos genitales y los senos amputados a las víctimas del Monstruo se utilizaron en esos rituales satánicos.»
Pese a que habían restaurado la villa, Giuttari confiaba en que quedara algún resto de la Orden de la Rosa Roja, o que la secta permaneciera activa. Las viejas villas toscanas tienen enormes sótanos y subterráneos para elaborar y almacenar vino o curar
prosciutto,
queso y salami, y ahí era donde Giuttari creía que se encontraba la sala empleada como templo de sacrificio, quizá todavía en uso.
Un soleado día de otoño, el GIDES se personó en Poggio ai Grilli. Después de registrar la enorme villa, los hombres del GIDES entraron en la sala que, según su información, había hecho de sanctasanctórum de la secta, el templo de Satanás. En la sala encontraron algunos esqueletos humanos de cartón, murciélagos de plástico colgados de cuerdas y otros adornos. El registro había llegado unos días antes de Halloween, fecha en la que se había planeado celebrar una fiesta, o eso aseguraron en la villa.
«Sin duda, un intento de desviar la investigación», declaró Giuttari, echando humo, a
La Nazione.
Giuttari y el GIDES apenas obtuvieron resultados en su investigación sobre la secta satánica, que para el año 2000 parecía haber perdido impulso.
Entonces, en agosto de 2000, llegué a Italia con mi familia.
La historia de
Douglas Preston
E
l 4 de noviembre de 1966, después de cuarenta días de lluvia, el río Arno se desbordó y sus aguas anegaron Florencia, una de las ciudades más bellas del mundo.
No fue una crecida amable. El río sobrepasó los muros de contención de Lungarni y se precipitó por las calles de Florencia a cincuenta kilómetros por hora, llevándose por delante árboles, coche s y animales. El agua derribó e hizo pedazos las puertas de bronce del Baptisterio, obra de Lorenzo Ghiberti; el crucifijo de Cimabue, probablemente la muestra más emblemática del arte medieval italiano, quedó reducido a un amasijo de yeso empapado; el fuel cubrió el
David
de Miguel Ángel hasta las nalgas. Decenas de miles de manuscritos e incunables iluminados de la Biblioteca Nazionale quedaron enterrados bajo el barro. Cientos de obras maestras de la pintura almacenadas en el sótano de la Galería de los Uffizi se desportillaron, y el fango se cubrió de escamas de pintura.
El mundo observó horrorizado cómo las aguas, al retroceder, dejaban la cuna del Renacimiento convertida en un páramo de lodo y escombros y sus tesoros artísticos gravemente dañados. Miles de voluntarios —estudiantes, profesores, artistas e historiadores del arte— llegaron de todos los rincones del mundo para emprender una operación de rescate de emergencia. Vivían y trabajaban en una ciudad sin calefacción, agua, electricidad, comida ni servicios. Transcurrida una semana, algunos voluntarios tuvieron que ponerse máscaras para protegerse de los gases tóxicos que desprendían los libros y los cuadros en proceso de descomposición.
Llamaban a los voluntarios los Angeli del Fango, los ángeles del fango.
Yo llevaba tiempo queriendo escribir una novela de misterio ambientada en los días de la inundación de Florencia. La novela, titulada
La virgen de Navidad,
iba de un historiador de arte que viaja a Florencia para trabajar de ángel del fango. El hombre es una autoridad en el enigmático pintor Masaccio, el joven genio que inició en solitario el Renacimiento italiano con sus extraordinarios frescos de la capilla Brancacci y falleció repentinamente a los veintiséis años, entre rumores de que había sido envenenado. Mi personaje se pone a trabajar de voluntario en el sótano de la Biblioteca Nazionale rescatando libros y manuscritos del lodo. Un día descubre un documento extraordinario que contiene una pista sobre el paradero de un famoso cuadro extraviado de Masaccio. Titulado
La virgen de Navidad,
el cuadro era el panel central de un tríptico descrito vivazmente por Vasari en el siglo XVII y que más tarde desapareció. Está considerado uno de los cuadros extraviados del Renacimiento más importantes.
Mi historiador del arte abandona su tarea de voluntario y se dedica frenéticamente a buscar el cuadro. Desaparece y unos días después encuentran su cadáver tirado en una cuneta de las montañas de Pratomagno. Le han arrancado los ojos.
El asesinato nunca se resuelve y el cuadro jamás aparece. Pasan treinta y cinco años y nos encontramos en la época actual. El hijo del historiador del arte, un pintor de éxito que vive en Nueva York, está en plena crisis de la madurez. Se da cuenta de que hay algo que debe hacer: resolver el asesinato de su padre, y que para ello tiene que encontrar el cuadro extraviado. Así pues, vuela a Florencia y emprende la busca. El viaje le llevará desde archivos polvorientos hasta tumbas etruscas y, finalmente, a un pueblo en ruinas en lo alto de las montañas de Pratomagno, donde yace enterrado un espantoso secreto y donde le aguarda un destino aún más espantoso…