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Authors: Mario Spezi Douglas Preston

Tags: #Crónica Negra, Crimenes reales, Ensayo

El monstruo de Florencia (30 page)

BOOK: El monstruo de Florencia
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—¿Por qué iban a querer los asesinos de Narducci planear un asesinato tan complicado? —preguntó—. ¿Acaso esos periodistas no se han hecho esa pregunta? ¿Por qué no simplemente ahogarle y hacer que pareciera un suicidio? ¿Por qué intercambiar los cuerpos dos veces? ¿Y de dónde demonios sacaron el segundo cadáver? El médico forense que examinó por primera vez el cadáver de Narducci, así como la familia, los amigos y toda la gente que vio el cuerpo inerte insisten en que era Narducci. ¡No han dejado de insistir en que era Narducci! ¿Significa eso que todos formaban parte de la conspiración? —Spezi meneó la cabeza con tristeza.

Leí el resto del artículo con creciente incredulidad. El ingenuo periodista de
La Nazione
no había analizado ni una sola de las discrepancias del caso. Escribía que la «saponificación del cadáver (los órganos internos, la piel y el pelo se hallaban en buen estado de conservación) no era compatible con haber estado sumergido en el agua durante cinco días». Otro respaldo a la teoría del intercambio de cadáveres.

—¿Qué significa eso de «no compatible»? —pregunté a Spezi, dejando a un lado el periódico. Era una expresión que aparecía a menudo en la investigación del Monstruo.

Spezi rió.

—Compatible, no compatible e incompatible son un invento barroco de los peritos italianos que no quieren asumir responsabilidades. Emplear la palabra «compatible» es una forma de evitar reconocer que no han entendido nada. ¿La bala que encontraron en el jardín de Pacciani fue introducida en la pistola del Monstruo? «Es compatible.» ¿La fractura laríngea la provocó alguien que quería matar? «Es compatible.» ¿El cuadro lo pintó un psicópata monstruoso? «Es compatible.» Puede que sí, puede que no; resumiendo: ¡lo ignoramos! Si los investigadores eligen los peritos, estos dicen que sus resultados son «compatibles» con las teorías de la acusación; si los eligen los demandados, dicen que los resultados son «compatibles» con las teorías de la defensa. ¡El calificativo «compatible» debería estar prohibido!

—Entonces, ¿hasta dónde puede llegar este asunto? —pregunté—. ¿Dónde terminará?

Spezi meneó la cabeza.

—No quiero ni pensarlo.

39

E
ntretanto, en el pintoresco pueblo de San Casciano, Giuttari estaba abriendo otro frente, para buscar los cerebros que estaban detrás de los asesinatos del Monstruo. San Casciano parecía encontrarse en el corazón mismo de la secta satánica; se hallaba a solo unos kilómetros de Villa Verde, la Casa de los Horrores; ahí habían vivido Vanni, el desafortunado cartero, y Lotti, el tonto del pueblo, ambos condenados como cómplices de Pacciani.

Una mañana, Spezi me telefoneó.

—¿Has visto el periódico? No te molestes en comprarlo. Voy para allá. No te lo vas a creer.

Entró en casa visiblemente disgustado, empuñando el periódico con fuerza y con un Gauloises suspendido del labio.

—Esto me toca demasiado de cerca. —Golpeó el periódico contra la mesa—. Lee.

El artículo contaba que el GIDES había registrado la casa de un hombre llamado Francesco Calamandrei, ex farmacéutico de San Casciano. Calamandrei era sospechoso de ser uno de los cerebros de los asesinatos del Monstruo.

—Calamandrei es un viejo amigo mío —dijo Spezi—. ¡Fue el hombre que me presentó a mi esposa! Esto es completamente absurdo. Ese hombre no haría daño ni a una mosca.

Spezi me contó su historia. Había conocido a Calamandrei a mediados de los sesenta, cuando Spezi estaba estudiando Derecho y Calamandrei Farmacología y Arquitectura. Calamandrei era un estudiante brillante e hijo del único farmacéutico de San Casciano, una profesión que en Italia está bien remunerada y goza de prestigio, más aún en el caso de la familia Calamandrei, porque San Casciano era un pueblo rico que solo contaba con una farmacia. En aquellos días, Calamandrei era un auténtico dandi. Alto, elegante y guapo, impecablemente vestido al estilo florentino, se paseaba por Florencia en un elegante Lancia Fulvia Coupé. Poseía un sentido del humor toscano y cáustico, y siempre tenía una novia nueva más bella que la anterior. Calamandrei presentó a Mario a quien acabaría siendo su esposa, Myriam («Tengo una bonita chica belga para ti, Mario»), en un conocido restaurante; después, subieron todos al Lancia y emprendieron un loco viaje a Venecia para jugar en el casino al bacará. Calamandrei era la viva expresión de ese breve período de la historia italiana conocido como
la dolce vita,
memorablemente reproducido en la película de Fellini.

A finales de los sesenta se casó con la hija de un rico industrial, una mujer pelirroja, menuda y nerviosa. Celebraron una boda por todo lo alto en San Casciano a la que asistieron Mario y Myriam. Días después, los recién casados pasaron por casa de Spezi camino de su luna de miel. Calamandrei conducía un Mercedes 300L descapotable de color crema, completamente nuevo.

Esa fue la última vez que Spezi lo vería en muchos años.

Se lo encontró por casualidad veinticinco años después y le sorprendió lo cambiado que estaba. Calamandrei estaba obeso, padecía una fuerte depresión y estaba delicado de salud. Había vendido la farmacia y se dedicaba a pintar: cuadros trágicos, atormentados, que creaba no con pinceles y lienzos, sino con objetos como tubos de goma, planchas de metal y alquitrán, a los que a veces añadía jeringas y torniquetes y las más de las veces firmaba con su número de la seguridad social porque, decía, a eso se reducía la gente en la sociedad italiana moderna. Su hijo era drogadicto y se había convertido en ladrón para poder mantener su adicción. Desesperado, sin saber qué hacer, Calamandrei lo denunció a la policía confiando en que una temporada en la cárcel lo espabilara. El muchacho, sin embargo, siguió drogándose cuando salió en libertad y luego desapareció.

Su mujer había corrido una suerte igualmente trágica. Había sucumbido a la esquizofrenia. Un día, durante una cena en casa de unos amigos, de repente se puso a gritar y a romper cosas, se arrancó la ropa y salió desnuda a la calle. Después de eso la ingresaron; el primero de muchos ingresos. Finalmente la declararon mentalmente incompetente y la internaron en un sanatorio, donde permanece hoy día.

En 1991, Calamandrei se divorció de ella. Su mujer envió entonces una carta a la policía donde acusaba a su marido de ser el Monstruo de Florencia. Aseguraba que había encontrado trozos de las víctimas escondidos en el congelador. Su carta —que era completamente demencial— fue debidamente comprobada por los investigadores y descartada.

Pero el inspector jefe Giuttari, mientras revisaba los viejos expedientes policiales, tropezó con la declaración de la esposa, redactada con una extraña caligrafía que se desviaba hacia el margen superior de la hoja. Para Giuttari, un «farmacéutico» era algo muy parecido a un «médico». El hecho de que Calamandrei hubiera sido en otros tiempos un residente destacado de San Casciano, supuesto centro de la secta satánica, solo hizo que avivar el interés de Giuttari. El inspector jefe abrió una investigación contra él y contra otros ciudadanos prominentes. El 16 de enero de 2004, solicitó una orden judicial para registrar la casa del farmacéutico; el 17 la recibió y el 18, al alba, Giuttari y sus hombres tocaron el timbre de la puerta de la piazza Pierozzi de San Casciano.

El 19 la historia del Monstruo de Florencia volvió a salir en todos los noticieros.

Spezi, estupefacto, solo hacía que menear la cabeza.

—No me gusta el rumbo que está tomando este asunto.
Mi fa paura.
Me da miedo.

En Perugia, las pesquisas sobre la muerte de Narducci avanzaban a buen ritmo. Los investigadores se dieron cuenta de que para que se hubieran intercambiado los cuerpos en dos ocasiones, había sido necesaria una conspiración extensa y poderosa entre personas influyentes. El ministro público de Perugia, el juez Mignini, estaba decidido a desenmascararla. Y actuó con rapidez. Los periódicos, incluido el sobrio
Corriere della Sera,
volvieron a dedicar páginas enteras al caso. La noticia era sensacionalista: el jefe de policía de Perugia en la época del fallecimiento de Narducci había conspirado, supuestamente, con un coronel de los carabinieri y con el abogado de la familia para impedir que la verdad sobre la muerte de Narducci saliera a la luz; todos estaban conchabados con el padre del médico muerto, su hermano y el médico que había firmado el certificado de defunción. Se les acusaba, entre otras cosas, de conspiración, crimen organizado y destrucción y ocultación de un cadáver.

Además de la conspiración para ocultar el asesinato de Narducci, los investigadores tenían que demostrar que existía una conexión entre Narducci y Pacciani, sus compañeros de merienda y el pueblo de San Casciano, donde la secta satánica parecía tener su sede.

También en esto tuvieron éxito. Gabriella Carlizzi declaró ante la policía que el padre de Francesco Narducci lo había iniciado en la Orden de la Rosa Roja, ya que estaba intentando resolver ciertos problemas sexuales de su hijo. Según Carlizzi, era la misma secta diabólica que llevaba siglos funcionando en Florencia y alrededores. La policía y los fiscales aceptaron la declaración de Carlizzi como una prueba sólida y enjuiciable.

A continuación, Giuttari y su GIDES fabricaron testigos que juraban haber visto a Francesco Narducci pasear por San Casciano y conversar con Calamandrei. La identidad de estos nuevos testigos tardó tiempo en desvelarse. Cuando Spezi escuchó los nombres pensó que se trataba de una broma pesada: eran Alfa y Gamma, los testigos algebraicos que habían declarado por sorpresa en el juicio de apelación de Pacciani. Pucci, el retrasado mental que aseguraba haber visto cómo Pacciani mataba a la pareja francesa, y Ghiribelli, la prostituta alcohólica que hacía el servicio por un vaso de vino. Había un tercer testigo, nada menos que Lorenzo Nesi, el mismo que tan oportunamente había recordado haber visto a Pacciani y a un colega en un coche «rojizo» a un kilómetro del claro de Scopeti la noche del domingo, cuando, supuestamente, murieron los turistas franceses.

Estos tres testigos poseían información nueva e impactante, información que todos habían olvidado mencionar ocho años atrás, cuando sorprendieron por primera vez a Italia con sus extraordinarias declaraciones.

Ghiribelli aseguró que el «médico de Perugia», cuyo nombre ignoraba pero cuya cara reconoció como la de Narducci por una fotografía, iba a San Casciano casi todos los fines de semana. ¿Cómo era posible que hubiese olvidado ese detalle? Orgullosa, explicó a los investigadores que se había acostado con el médico cuatro o cinco veces en un hotel y que «por cada servicio me daba trescientas mil liras».

En las oficinas, los investigadores del GIDES mostraron al retrasado Pucci fotografías de diferentes personas, le preguntaron si las había visto antes y, de ser así, dónde. Pucci demostró poseer una memoria excepcional pese a que habían transcurrido veinte años y no conocía los nombres. Reconoció a Francesco Narducci, «alto y delgado, y un poco afeminado». Reconoció a Gianni Spagnoli, cuñado del médico ahogado. Reconoció a uno de los médicos más notables de Florencia, arrestado por abuso de menores, a quien los investigadores habían incluido en la rueda de fotos porque creían que la secta satánica practicaba la pedofilia. Reconoció a un respetado dermatólogo y a un distinguido ginecólogo de San Casciano, sobre los que existía la sospecha de que pertenecían a la secta. Reconoció a Cario Santangelo, el falso médico forense aficionado a deambular por los cementerios de noche. Reconoció al peluquero afroamericano que unos años atrás había fallecido de sida en Florencia.

Pero, más importante aún para la investigación, reconoció a Francesco Calamandrei, el farmacéutico de San Casciano.

Pucci no fue tacaño con los detalles. «Veía a toda esa gente en San Casciano, reunida en el bar Centrale, debajo del reloj. No puedo decir que los viera siempre juntos, porque a veces los veía por separado, pero en cualquier caso esa gente se reunía con mucha frecuencia.»

Lorenzo Nesi, el testigo por entregas, también reconoció a esas personas y añadió otra. Conversando con esta variopinta pandilla había visto nada menos que al príncipe Roberto Corsini, el noble asesinado por un cazador furtivo de quien, como en el caso de Narducci, se había rumoreado que era el Monstruo.

Gamma, la prostituta Ghiribelli, contó otra historia en la que intervenía la Villa Sfacciata, la finca situada cerca de mi casa de Giogoli, al otro lado de la carretera donde los dos turistas alemanes habían sido asesinados. «En 1981 —dijo, según una declaración oficial tomada por la policía—, había un médico que hacía experimentos de momificación en esa villa… En los años ochenta, Lotti hablaba a menudo de ese lugar. Me contaba que dentro, sin especificar dónde, había cuadros como los que pintaba Pacciani que cubrían paredes enteras. Lotti siempre decía que esa casa tenía un laboratorio subterráneo donde el médico suizo hacía sus experimentos de momificación. Lo explicaré mejor: Lotti contaba que el médico suizo se había hecho con un papiro durante uno de sus viajes a Egipto que explicaba cómo momificar un cuerpo. Por lo visto, al papiro le faltaba el trozo en el que hablaba de la momificación de las partes blandas, o sea los órganos sexuales y los senos, entre otras cosas. Me dijo que por eso las chicas aparecían mutiladas en los asesinatos del Monstruo de Florencia. Me contó que, en 1981, la hija de este médico fue asesinada y nadie notificó su muerte; para explicar su ausencia, el padre dijo que había tenido que volver a Suiza. Para el proceso de momificación necesitaba mantener el cuerpo de la hija en ese laboratorio subterráneo.»

Tal vez recordando el bochornoso descubrimiento de los murciélagos de plástico y los esqueletos de cartón, los investigadores optaron por no registrar la Villa Sfacciata en busca de los frescos de Pacciani, el laboratorio subterráneo y la hija momificada.

40


D
ietrologia
—dijo el conde Niccoló—. Es la única palabra italiana que necesitas conocer para comprender la investigación del Monstruo de Florencia.

Estábamos disfrutando de uno de nuestros almuerzos en II Bordino. Yo estaba comiendo bacalao y el conde
arista
rellena.

—¿Dietrologia? —pregunté.

—Dietro,
detrás.
Logia
, el estudio de. —El conde hablaba en tono pomposo, como si estuviera dando una conferencia. Su elegante acento inglés retumbaba en el interior cavernoso del restaurante—. La dietrologia se basa en la idea de que lo obvio no puede ser cierto, de que siempre se oculta algo detrás, es decir,
dietro.
No es exactamente lo que los americanos llamáis la teoría conspirativa. La teoría conspirativa contiene una teoría, una incertidumbre, una posibilidad. El dietrólogo únicamente trabaja con hechos. En
realidad
esto es así. La dietrologia es el deporte nacional de Italia, además del fútbol. Todo el mundo es un experto en lo que está ocurriendo de verdad, aunque… ¿cómo decís los americanos?… aunque no sepan una mierda.

BOOK: El monstruo de Florencia
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