La pantalla seguía contrayéndose y los iconos cambiaban sin cesar.
—Está convirtiéndose en un cubo advirtió Arby.
Thorne arrastró la heladera de puertas de vidrio hasta la puerta.
—¿Dónde están los rifles? —preguntó Levine.
—Sarah tiene tres en el Explorer —respondió Thorne.
—Magnífico.
Los barrotes de las ventanas estaban cada vez más arqueados y en la pared de la derecha empezaba a aparecer una ancha rajadura.
En la pantalla Kelly vio un cubo en rotación. Era incapaz de pararlo.
—¡Vamos, Kel! —dijo Arby . Puedes hacerlo. Concéntrate. Vamos.
Todos gritaban. Kelly contempló el cubo de la pantalla con sensación de impotencia. Ya no sabía qué hacer. Dejó que su mente vagara. Ideas sueltas acudieron a su mente.
El cable de la computadora bajo la mesa. Las conexiones físicas de la red. Muchos gráficos.
La conversación con Sarah en el tráiler.
—Vamos, Kel —insistió Arby—. Tienes que hacerlo. Encuentra una salida.
En el tráiler Sarah había dicho: «La mayoría de las veces lo que la gente te diga será falso».
Kelly siguió pensando en el cable de la computadora, y de pronto cayó en la cuenta. Se agachó bajo la mesa.
—Pero, ¿qué haces? —gritó Arby.
Kelly tenía ya la solución. El cable de la computadora penetraba en el suelo a través de un nítido orificio. Vio una ranura en la madera. Metió las puntas de los dedos y levantó el panel. Miró abajo. Oscuridad.
Sí.
Había sitio para esconderse. No, más aún. Había un túnel.
—¡Por aquí! —gritó.
La heladera cayó al suelo y entraron los raptores, pero ellos ya habían desaparecido.
Kelly iba adelante con una linterna. Avanzaban en fila por un húmedo túnel de hormigón con paneles de cables a la izquierda y tuberías de agua y gas cerca del techo.
Llegaron a una bifurcación: a la derecha un pasadizo largo y recto que conducía probablemente al laboratorio; a la izquierda un tramo de túnel mucho más corto con escaleras al final.
Tomó por la izquierda.
Salieron a un pequeño cobertizo lleno de cables y tuberías oxidadas. El sol penetraba por las ventanas. Kelly se asomó al exterior y vio descender el Explorer por la montaña.
Sarah, al volante del Explorer, seguía la orilla del río. Kelly ocupaba el asiento contiguo. Vieron un cartel que indicaba la dirección hacia el cobertizo para botes.
El camino que bordeaba el río era un charco y la vegetación lo había invadido casi por completo. Sarah esquivó un árbol caído. Poco más allá vieron el cobertizo.
—¡Vaya! —exclamó Levine . Mis peores presentimientos se han cumplido.
Desde afuera, el cobertizo, cubierto de hiedra, presentaba un aspecto ruinoso. El tejado se había hundido en varios puntos. Nadie habló cuando Sarah detuvo el vehículo ante las anchas puertas de madera cerradas con un grueso candado.
—¿Es posible que haya un bote ahí adentro? —comentó Arby con incredulidad.
Malcolm se apoyó en Sarah mientras Thorne se lanzaba contra la puerta. La madera podrida crujió y se astilló.
—Ven, ayuda tú a Ian —dijo Sarah a Thorne. A continuación golpeó la puerta con el pie hasta abrir un agujero suficientemente ancho para pasar. Entró de inmediato. Kelly la siguió.
—¿Qué ves? —preguntó Levine mientras arrancaba tablas de la puerta para ensanchar el paso.
—Sí, hay un bote —confirmó Sarah—. Y parece en buen estado.
Levine asomó la cabeza por el orificio.
—¡Maldita sea! —exclamó—. Después de todo, quizá podamos salir de aquí.
Lewis Dodgson cayó de la boca del tiranosaurio y aterrizó en una pendiente de tierra. Con el golpe se le cortó la respiración y quedó aturdido por un instante. Abrió los ojos y vio una pared inclinada de barro seco. Percibía el olor acre de la podredumbre. De inmediato oyó un chirrido escalofriante.
Se incorporó apoyándose en un codo y vio que estaba en el nido del tiranosaurio, dentro del montículo de barro seco. Ahora había tres crías, una de ellas con la pata envuelta en papel de aluminio. Las crías se aproximaron a él emitiendo chirridos de excitación.
Dodgson, vacilante, se puso de pie. El segundo tiranosaurio adulto se hallaba al otro lado del nido, ronroneando y resoplando. El que lo había llevado hasta allí se erguía a sus espaldas.
Dodgson observó a las crías, que se acercaban a él con sus cuellos descarnados y sus afiladas mandíbulas. Dio media vuelta y echó a correr. En un instante el adulto bajó la cabeza y lanzó a Dodgson al nido con el hocico.
Dodgson se levantó de nuevo con cautela y el adulto volvió a derribarlo. Las crías chirriaron y se acercaron más aún. Dodgson intentó alejarse a gatas, pero algo tiró de él. Volvió la cabeza y vio que el tiranosaurio lo había agarrado por la pierna. Lo mantuvo así por un momento y después mordió con fuerza, aplastándole los huesos.
Dodgson gritó de dolor. Ya no podía moverse. Sólo podía gritar. Las crías reptaron hacia él con impaciencia. Durante unos segundos se mantuvieron a distancia, lanzando fugaces dentelladas. Al comprobar que Dodgson no se movía, una cría se abalanzó sobre su pierna y hundió los dientes en la carne sangrante. La segunda saltó sobre sus ingles y lo mordió en la cintura.
La tercera se aproximó a su cara y le dio una dentellada en la mejilla. Dodgson aulló. Vio cómo la cría devoraba la carne de su mejilla. La cría echó atrás la cabeza y tragó el pedazo de carne. A continuación abrió de nuevo la boca y la cerró en torno del cuello de Dodgson.
Tras eliminar los elementos destructivos puede producirse una reestabilización parcial. La supervivencia viene determinada en parte por sucesos aleatorios.
I
AN
M
ALCOLM
El bote dejó atrás el río y se adentró en la oscuridad. El ruido de los motores resonaba en las paredes de la cueva mientras Thorne conducía el bote a través de la corriente marina. A su izquierda se alzó una columna de agua y vieron a través de ella un rayo de sol. No tardaron en salir a mar abierto. Kelly lanzó un grito de júbilo y abrazó a Arby, que sonrió cegado por la luz.
Levine contempló la isla.
—No creía que fuésemos a lograrlo —admitió—. Pero con las cámaras en su sitio y el enlace con el satélite espero que podamos seguir reuniendo datos hasta que por fin encontremos una explicación a la extinción de los dinosaurios.
—Quizá la encontremos o quizá no —dijo Sarah.
—¿Por qué no? Es un Mundo Perdido perfecto.
Sarah le dirigió una mirada de incredulidad.
—Ni mucho menos. Hay demasiados depredadores, ¿recuerdas?
—Eso parece, pero no sabemos…
—Richard —lo interrumpió Sarah—, Ian y yo consultamos los archivos. En esta isla cometieron un error hace años, cuando el laboratorio estaba aún en actividad.
—¿Qué error?
—Fabricaban crías de dinosaurio y no sabían con qué alimentarlas —explicó Sarah—. Durante un tiempo les dieron leche de cabra, como corresponde. Es muy hipoalergénica. Pero cuando los carnívoros crecieron, los alimentaron con un extracto especial de proteínas animales. Y ese extracto se elaboraba con carne picada de cordero.
—¿Y qué? ¿Cuál es el problema?
—En un zoológico nunca se usa extracto de cordero —añadió Sarah—. Por el peligro de infección.
—Infección —repitió Levine en voz baja—. ¿Qué clase de infección?
—Priones —intervino Malcolm.
—Los priones —confirmó Sarah— son los agentes patógenos más simples que se conocen. Son más simples aún que los virus. Son sólo fragmentos de proteínas. Su simplicidad es tal que ni siquiera pueden invadir un organismo. Deben ser ingeridos pasivamente. Pero una vez en el organismo provocan distintas enfermedades en cada animal: carbunclo y actinomicosis en el ganado; cefaleas en los seres humanos. Y los dinosaurios desarrollaron una enfermedad llamada NX. El laboratorio la combatió durante años, intentando deshacerse de ella.
—¿Quieres decir que no lo consiguieron? —preguntó Levine.
—Al principio parecía que sí. Los dinosaurios crecieron. Pero algo falló y la enfermedad empezó a propagarse. Los priones se expulsan en las heces, así que es posible…
—¿En las heces? —dijo Levine—. Los compis comían heces…
—Sí, todos los compis están contagiados. Los compis son carroñeros; contaminaron con la enfermedad los cuerpos muertos, y luego se contagiaron otros carroñeros. Al final todos los raptores contrajeron la enfermedad. Los raptores atacan a animales sanos, no siempre con éxito. Y así, mordedura a mordedura, la enfermedad se propaga por toda la isla. Por eso los animales mueren jóvenes. Y el rápido ritmo de mortalidad propicia la existencia de un mayor número de depredadores de lo que cabría esperar…
Levine parecía nervioso.
—A mí me mordió un compi —dijo.
—Yo no me preocuparía demasiado —lo tranquilizó Sarah—. Puedes llegar a tener una ligera encefalitis, pero por lo general sólo un dolor de cabeza. Te llevaremos al médico en San José.
Levine empezó a sudar.
—La verdad es que no me encuentro muy bien.
—Tiene un período de incubación de una semana, Richard. Levine se encorvó en el asiento.
—Pero la cuestión es —prosiguió Sarah— que dudo mucho que esta isla aporte datos fiables sobre la extinción.
—Quizá sea mejor así —dijo Malcolm, contemplando los acantilados—. Porque la extinción ha sido siempre un gran misterio. Se ha producido cinco veces de manera importante en este planeta, y no siempre debido a un asteroide. Todo el mundo se interesa por la muerte de los dinosaurios en el Cretácico, pero también se produjeron extinciones en el jurásico y el triásico. Y pese a su gravedad, no fueron nada en comparación con la extinción ocurrida en el período pérmico, que aniquiló el noventa por ciento de la vida en el planeta, tanto en el mar como en la tierra. Nadie sabe a qué se debió esa catástrofe. Sin embargo, lo que yo me pregunto es si nosotros seremos la causa de la siguiente extinción.
—Y eso, ¿por qué? —preguntó Kelly.
—Los seres humanos son muy destructivos —contestó Malcolm—. A veces pienso que somos una especie de plaga. Lo destruimos todo tan bien que a veces pienso que ésa es nuestra función. Quizá de vez en cuando surge en la historia del planeta una especie que aniquila a todas las demás y permite así que la evolución pase a su siguiente etapa.
Kelly sacudió la cabeza. Se apartó de Malcolm y fue a sentarse junto a Thorne.
—¿Has oído eso? —preguntó Thorne—. Yo no le daría mucha importancia. Son sólo teorías. Los seres humanos no pueden dejar de formular teorías, pero son sólo fantasías y cambian. Cuando Estados Unidos era aún un país joven, la gente creía en la existencia del flogisto. ¿Sabes qué es eso? ¿No? Bueno, no importa, porque en todo caso no es real. También creían que el comportamiento era regido por cuatro humores y que la Tierra existía desde hacía sólo unos cuantos miles de años. Ahora, en cambio, creemos que la Tierra tiene una antigüedad de cuatro mil millones de años, y creemos en los fotones y los electrones, y pensamos que el comportamiento humano se rige por cosas como el ego y la autoestima. Unas teorías suceden a otras, y siempre creemos que las últimas son más científicas y mejores.
—¿Y lo son? —inquirió Kelly. Thorne hizo un gesto de indiferencia.