El mundo y sus demonios (39 page)

Read El mundo y sus demonios Online

Authors: Carl Sagan

Tags: #Divulgación Cientifica, Ensayo

BOOK: El mundo y sus demonios
2.55Mb size Format: txt, pdf, ePub

Desde luego, en el sistema solar no hay engranajes y las partes componentes del mecanismo de reloj gravitacional no se tocan. Los movimientos de los planetas son más complicados que los de péndulos y muelles. Además, el modelo de mecanismo de relojería se quiebra en ciertas circunstancias. Durante períodos de tiempo muy largos, la atracción gravitatoria de mundos distantes —atracción que podría parecer totalmente insignificante en sólo unas cuantas órbitas— puede acumularse y algún mundo pequeño puede desviarse inesperadamente de su curso normal. Sin embargo, en los relojes de péndulo también se conoce algo como el movimiento caótico; si desplazamos el plomo demasiado lejos de la perpendicular, el movimiento es arrítmico y desordenado. Pero el sistema solar marca mejor el tiempo que cualquier reloj mecánico y toda la idea de marcar el tiempo viene del movimiento observado del Sol y las estrellas.

Lo asombroso es que se pueda aplicar una matemática similar a los planetas y a los relojes. No tenía por qué ser así. No lo impusimos en el universo. Es como es. Si esto es reduccionismo, qué le vamos a hacer.

Hasta mediados del siglo XX, dominaba una fuerte creencia —entre teólogos, filósofos y muchos biólogos— de que la vida no era «reducible» a las leyes de física y química, que había una «fuerza vital», una «entelequia», un tao, un maná que hacía funcionar a los seres vivos y «animaba» la vida. Era imposible ver cómo meros átomos y moléculas podían justificar la complejidad y la elegancia, la adecuación de la forma a la función, de un ser vivo. Se invocaban las religiones del mundo: Dios o los dioses insuflaron vida, alma, en la materia inanimada. El químico del siglo XVIII Joseph Priestley intentó encontrar la «fuerza vital». Pesó un ratón justo antes y después de morir. Pesaba lo mismo. Todos los intentos en este sentido han fracasado. Si hay alma, es evidente que no pesa nada; es decir, no está hecha de materia.

A pesar de todo, hasta los materialistas biológicos tenían reservas; a lo mejor, si no almas de plantas, animales, hongos y microbios, todavía se necesitaba algún principio científico no descubierto para entender la vida. Por ejemplo, el fisiólogo británico J. S. Haldane (padre de J. B. S. Haldane) preguntaba en 1932:

¿Qué relato inteligible puede ofrecer la teoría mecanicista de la vida de la... recuperación de enfermedades y heridas? Simplemente ninguno, excepto que esos fenómenos son tan complejos y extraños que de momento no podemos entenderlos. Ocurre exactamente lo mismo con los fenómenos estrechamente relacionados con la reproducción. No podemos concebir, por muchas vueltas que demos a la imaginación, un mecanismo delicado y complejo que sea capaz, como un organismo vivo, de reproducirse él mismo con una frecuencia indefinida.

Pero, sólo unas décadas después, nuestro conocimiento de la inmunología y la biología molecular ha clarificado enormemente esos misterios antes impenetrables.

Recuerdo muy bien que, cuando se dilucidó por primera vez la estructura molecular del ADN y la naturaleza del código genético en las décadas de los cincuenta y sesenta, los biólogos que estudiaban organismos completos acusaban a los nuevos investigadores de la biología molecular de reduccionismo. («No van a entender ni siquiera al gusano con su ADN.») Desde luego, reducirlo todo a una «fuerza vital» no es menos reduccionista. Pero ahora está claro que toda la vida sobre la Tierra, todo ser vivo, tiene una información genética codificada en sus ácidos nucleicos y emplea fundamentalmente el mismo código para ejecutar las instrucciones hereditarias. Hemos aprendido a leer el código. En biología se usan las mismas docenas de moléculas orgánicas una y otra vez para una mayor variedad de funciones. Se han identificado genes que tienen una responsabilidad significativa en la fibrosis quística y el cáncer de pecho. Se ha hecho la secuencia de los 1,8 millones de eslabones de la cadena del ADN de la bacteria
Haemophilis influenzae,
que comprende sus mil setecientos cuarenta y tres genes. La función específica de la mayoría de esos genes está bellamente detallada: desde la fabricación y pliegue de cientos de moléculas complejas hasta la protección contra el calor y los antibióticos, el aumento de la tasa de mutación y la formación de copias idénticas de la bacteria. Se han trazado ya gran parte de los genomas de otros muchos organismos (incluyendo el gusano
Caenorhabditis elegans).
Los biólogos moleculares se dedican con ahínco a registrar la secuencia de los tres mil millones de nucleótidos que especifican cómo hacer un ser humano. En una o dos décadas habrán terminado. (Que los beneficios lleguen a superar los riesgos no parece seguro en absoluto.)

Se ha establecido la continuidad entre la física atómica, la química molecular y esta maravilla de maravillas, la naturaleza de la reproducción y la herencia. No es necesario invocar ningún nuevo principio de la ciencia. Parece que hay un pequeño número de hechos simples que se pueden usar para entender la enorme complejidad y variedad de los seres vivos. (La genética molecular también enseña que cada organismo tiene su propia particularidad.)

El reduccionismo está incluso mejor instalado en física y química. Describiré más adelante la inesperada fusión de nuestra comprensión de la electricidad, el magnetismo, la luz y la relatividad en un solo marco de trabajo. Hace siglos que sabemos que un puñado de leyes relativamente sencillas no sólo explican sino que predicen cuantitativamente y con precisión una variedad asombrosa de fenómenos, no sólo en la Tierra sino en todo el universo.

Hemos oído decir —por ejemplo al teólogo Langdon Gilkey en su
Naturaleza, realidad y lo sagrado—
que la idea de que las leyes de la naturaleza son las mismas en todas partes no es más que una preconcepción impuesta al universo por científicos falibles y su medio social. Le gustaría que hubiera otros tipos de «conocimiento», tan válidos en su contexto como la ciencia en el suyo. Pero el orden del universo no es una presunción; es un hecho observado. Detectamos la luz desde quasars distantes sólo porque, a diez mil millones de años luz, las leyes del electromagnetismo son las mismas que aquí. Los espectros de esos quasars sólo son reconocibles porque están presentes los mismos elementos químicos allí y aquí, y porque pueden aplicarse las mismas leyes de mecánica cuántica. El movimiento de las galaxias alrededor unas de otras sigue la gravedad familiar newtoniana. Las lentes gravitacionales y las rotaciones de pulsares binarios revelan la relatividad general en las profundidades del espacio.
Podíamos
haber vivido en un universo con leyes diferentes, pero no es así. Este hecho no puede dejar de provocar sentimientos de reverencia y respeto.

Podríamos haber vivido en un universo en el que no se pudiera entender nada con unas pocas leyes sencillas, en el que la complejidad de la naturaleza superara nuestra capacidad de comprensión, en el que las leyes aplicables en la Tierra no fueran válidas en Marte o en un quasar distante. Pero la evidencia —no las ideas preconcebidas, sino la evidencia— demuestra otra cosa. Por suerte para nosotros, vivimos en un universo en el que las cosas se pueden «reducir» a un pequeño número de leyes de la naturaleza relativamente sencillas. De otro modo, quizá nos habría faltado capacidad intelectual y de comprensión para entender el mundo.

Desde luego, podemos cometer errores al aplicar un programa reduccionista a la ciencia. Puede haber aspectos que, por lo que sabemos, no sean reducibles a unas cuantas leyes relativamente simples. Pero, a la luz de los descubrimientos de los últimos siglos, parece una insensatez quejarse de reduccionismo. No es una deficiencia, sino uno de los principales triunfos de la ciencia. Y me parece que sus descubrimientos están en perfecta consonancia con muchas religiones (aunque eso no
prueba
su validez). ¿Por qué unas cuantas leyes simples de la naturaleza explican tanto y mantienen el control de este vasto universo? ¿No es exactamente eso lo que podría esperarse de un creador del universo? ¿Por qué algunas personas religiosas se oponen al programa reduccionista en la ciencia si no es por un amor mal entendido al misticismo?

S
E HAN HECHO MUCHOS INTENTOS
a lo largo de los siglos de reconciliar religión y ciencia, especialmente por parte de religiosos que no preconizaban el literalismo bíblico y coránico que no permitía la alegoría o la metáfora. Las consecuciones culminantes de la teología católica romana son la
Summa Theologica
y la
Summa Contra Gentiles
de santo Tomás de Aquino. Entre el torbellino de filosofía islámica sofisticada que penetró en el cristianismo en los siglos XII y XIII se encontraban los libros de los antiguos griegos, especialmente Aristóteles, obras que revelan grandes logros incluso echándoles sólo una mirada superficial. ¿Era compatible este aprendizaje antiguo con la palabra sagrada de Dios?
[30]
En la
Summa Theologica,
Aquino se planteó la tarea de reconciliar seiscientas treinta y una cuestiones entre las fuentes cristianas y clásicas. ¿Pero cómo hacerlo cuando se plantea una clara disputa? No se puede conseguir sin la presencia de cierto principio organizativo, sin una manera superior de conocer el mundo. A menudo, Aquino apelaba al sentido común y al mundo natural: es decir, a la ciencia usada como mecanismo de corrección de errores. Con algunas deformaciones del sentido común y la naturaleza, consiguió reconciliar los seiscientos treinta y un problemas. (Aunque, a la hora de la verdad, simplemente se asumía la respuesta deseada. La fe siempre tenía ventaja sobre la razón.) La literatura judía talmúdica y postalmúdica y la filosofía islámica medieval están llenas de intentos de reconciliación similares.

Pero los principios en el corazón de la religión se pueden comprobar científicamente. Eso por sí solo hace que algunos burócratas y creyentes religiosos se muestren cautos ante la ciencia. ¿Es la eucaristía, como enseña la Iglesia, en realidad, y no sólo como metáfora productiva, la carne de Jesucristo, o —químicamente, microscópicamente y en otros aspectos— es sólo una hostia ofrecida por un sacerdote?
[31]
¿Será destruido el mundo al final del ciclo de cincuenta y dos años de Venus a no ser que se sacrifiquen humanos a los dioses?
[32]
¿Le va peor a un judío no circuncidado que a sus correligionarios que acatan la antigua alianza en la que Dios pidió un trozo de prepucio a todos sus fieles varones? ¿Hay humanos que pueblan otros planetas innumerables, como enseñan los Santos del Ultimo Día? ¿Es verdad que los blancos fueron creados a partir de los negros por un científico loco, como advierte la nación del Islam? ¿Dejaría de levantarse el sol si se omitiera el rito del sacrificio hindú (como se nos asegura que ocurriría en el Satapatha Brahmana)?

Podemos hacernos una idea de las raíces humanas de la oración examinando religiones y culturas poco familiares. Transcribimos aquí, por ejemplo, lo que aparece en una inscripción cuneiforme de un sello cilíndrico babilonio del segundo milenio antes de Cristo:

Oh, Ninlil, Señora de las Tierras, en tu lecho de bodas, en la morada de tu delicia, intercede por mí ante Enlil, tu enamorado. [Firmado] Mili-Shipak, Shatammu de Ninmah.

Ha pasado mucho tiempo desde que existiera un Shatammu en Ninmah, o incluso una Ninmah. A pesar del hecho de que Enlil y Ninlil eran dioses importantes —gente de todo el mundo occidental civilizado les había rezado durante dos mil años—, ¿rezaba en realidad la pobre Mili-Shipak a un fantasma, a un producto de su imaginación socialmente tolerado? Y si era así, ¿qué hay de nosotros? ¿O es blasfemia, una cuestión prohibida... como era sin duda entre los adoradores de Enlil?

¿Funcionan las oraciones? ¿Cuáles?

Hay una categoría de oración en la que se ruega a Dios que intervenga en la historia humana para enmendar una injusticia real o imaginada o una calamidad natural; por ejemplo, cuando un obispo del Oeste norteamericano reza para que Dios intervenga y acabe con un período de sequía devastadora. ¿Por qué se necesita la oración? ¿No sabía Dios nada de la sequía? ¿No era consciente de que amenazaba a los parroquianos del obispo? ¿Qué implica eso sobre las limitaciones de una deidad supuestamente omnipotente y omnisciente? El obispo también pidió a sus seguidores que rezaran. ¿Hay más probabilidades de que intervenga Dios cuando son muchos los que le piden compasión o justicia, o con unos cuantos basta? O consideremos la petición siguiente, impresa en 1994 en
The Prayer and Action Weekly News: Iowa's Weekly Christian Information Source'.

¿Puedes unirte a mí para rogar a Dios que queme la sede de Planificación Familiar en Des Moines de modo que nadie pueda interpretarlo como un incendio intencionado, que investigadores imparciales tengan que atribuirlo a causas milagrosas (inexplicables), y que los cristianos tengan que atribuirlo a la mano de Dios?

Hemos comentado la curación por la fe. ¿Qué sabemos de la longevidad a través de la oración? El estadista Victoriano Francis Galton argüía que, en igualdad de condiciones, los monarcas británicos debían vivir más porque millones de personas en todo el mundo entonaban diariamente el sincero mantra de «Dios salve a la reina» (o al rey). Sin embargo, demostró que, en todo caso, no vivían más que otros ricos y mimados miembros de la aristocracia. Decenas de millones de personas deseaban (aunque no puede decirse exactamente que rezaran) públicamente al unísono que Mao Zedong viviera «diez mil años». Casi todo el mundo en el antiguo Egipto exhortaba a los dioses a permitir que el faraón viviera «para siempre». Esas plegarias colectivas fracasaron. Su fracaso es un dato.

Haciendo pronunciamientos que, aunque sólo sea en principio, son comprobables, las religiones, aun sin querer, entran en el terreno de la ciencia. Las religiones ya no pueden hacer afirmaciones sobre la realidad sin verse desafiadas... siempre que no se apoderen del poder secular, siempre que no puedan obligar a creer. Eso, a su vez, ha enfurecido a algunos seguidores de otras religiones. De vez en cuando amenazan a los escépticos con los castigos más temibles que se pueda imaginar. Consideremos la siguiente alternativa de William Blake en su poesía de título inocuo.
Augurios de inocencia:

Aquel que enseña al niño a dudar
Se pudrirá para siempre en la tumba.
El que respeta la fe del niño
Triunfa sobre el infierno y la muerte.

Desde luego, para muchas religiones —dedicadas a la reverencia, respeto, ética, ritual, comunidad, familia, caridad y justicia política y económica—, los descubrimientos de la ciencia no son de ningún modo un desafío sino una inspiración. No hay necesariamente conflicto entre la ciencia y la religión. A cierto nivel comparten funciones similares y acordes, y cada una de ellas necesita a la otra. El debate abierto y vigoroso, incluso la consagración de la duda, es una tradición cristiana que se remonta a la
Aeropagítica
de John Milton (1644). Parte del cristianismo y el judaísmo asume e incluso anticipó al menos en parte la humildad, autocrítica, debate razonado y cuestionamiento de la sabiduría recibida que ofrece lo mejor de la ciencia. Pero otras sectas, llamadas a veces conservadoras o fundamentalistas
—y
hoy, con las religiones principales casi inaudibles e invisibles, parecen estar en alza— han decidido basarse en temas sujetos a refutación, y por eso tienen algo que temer de la ciencia.

Other books

Race for Freedom by Lois Walfrid Johnson
Claimed by Cartharn, Clarissa
King of Clubs by Cheyenne McCray
Say You're Mine by Aliyah Burke
Bear No Loss by Anya Nowlan
The Unincorporated Man by Kollin, Dani