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Authors: Lewis Perdue

Tags: #Intriga, #Terror, #Ciencia Ficción

El ojo de fuego (57 page)

BOOK: El ojo de fuego
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El rugido de un avión atravesó el cielo matutino. Lara alzó la vista cuando la nueva flota aérea que habían comprado a la comuna apareció en apretada formación.

La multitud calló mientras alzaba la cabeza hacia el cielo para leer lo que escribían.

«Ninguna raza es superior» rezaba la primera línea de la escritura en el aire.

El periodista continuó en voz baja:

—Los rumores de unos documentos ultrasecretos que detallaban crímenes de guerra e indiscreciones más recientes por parte de destacados ciudadanos japoneses y estadounidenses también han salido a la superficie junto con los rumores de que los miembros de esta nueva fundación han usado esos dossieres para provocar dimisiones en masa en los gobiernos nacionales de ambos países y efectuar cambios en la dirección de una serie de corporaciones de ámbito mundial.

«Ningún culto religioso es inferior» decía la segunda línea del escrito en el cielo.

—Aunque todo esto ha sido carnaza para los tabloides —continuó el reportero—, ninguno de los rumores o las acusaciones han sido probados.

El hombre de B'nai B'rith escudriñó a Lara con una mirada interrogativa.

Ella sonrió y negó con la cabeza.

—Descabellado —dijo ella.

—Creo —dijo el hombre de B'nai B'rith—, que si yo estuviera en posesión de ese tipo de documentación que los rumores han dejado entrever, los publicaría; sí, los haría públicos. Expondría toda la maldad tal como es.

«No se deben hacer juicios colectivos», rezaba la tercera línea escrita en el aire.

Lara se encogió de hombros.

—También he leído esos rumores. Y, si fuesen verdad, que no lo son, no estoy segura de qué sería lo que haría —dijo ella.

—¿Por qué?

—Bien, me parece que incluso si te libras de una capa de este tipo de gente tan censurable, no faltaría un montón de tipos igualmente deleznables dispuestos a escalar posiciones y ocupar su lugar. Si juegas todas tus cartas de golpe, lo único que se consigue es cambiar a los ocupantes de los cargos. La amenaza es más poderosa que el apocalipsis —continuó Lara—. Una vez has apretado el botón, ya no te queda nada con lo que luchar. Es mejor usar la amenaza para controlarlos, que la realidad para destruirlos.

El hombre de B'nai B'rith murmuró palabras de comprensión pero sin estar de acuerdo con ella.

«Sólo los racistas los hacen» se leía en la cuarta línea en el aire, y luego el nombre de su autor, Elie Wiesel.

—La gente está cansada de ver imágenes de las atrocidades de la guerra —continuó Lara, mientras el maestro de ceremonias hacía su recorrido, urgiendo a los participantes a ocupar sus asientos, de manera que la inauguración pudiese empezar—. Darles más de lo mismo no ayudaría en nada. La gente está desilusionada con el gobierno y su gestión; la publicación y exposición de los mismos sólo confirmaría lo que ellos ya presentían sin que las cosas en realidad cambien. ¿No es mejor, entonces, usar discretamente la información para trabajar, cambiar las cosas y hacer que sean mejores en lugar de simplemente destruirlas?

—Da la impresión de que ya has pensado mucho sobre ello —su voz denotaba que él creía los rumores.

—Por supuesto. Los rumores me implican, de forma parcial. Es un inmenso problema ético que merece toda la reflexión posible —dijo Lara. Hizo una pausa cuando el miembro de B'nai B'rith empujó un asiento hacia ella—. Estoy contenta de que no tenga que enfrentarme con una decisión real sobre todo eso —dijo con un tono poco convincente.

Antes de sentarse, el hombre de B'nai B'rith le preguntó:

—Si…, sólo si fuese verdad…; —sus ojos buscaron su rostro—, y un grupo como la Fundación usase esa información para, en realidad, hacer que gente repugnante se comporte de forma admirable…, si fuese cierto…, entonces, ¿en nombre de qué derechos éticos ese autoproclamado grupo ejercería su inmenso poder, su gigantesca influencia en la sociedad humana?

—Si eso fuese cierto —Lara empezó mientras le devolvía la mirada—sería un dilema real, filosóficamente, dado que en una democracia el poder se supone que deriva del pueblo.

El hombre de B'nai B'rith asintió.

—Pero, entonces, el ejercicio del poder se ha llevado en secreto desde que ha habido pueblo, ¿verdad?

—Sí, pero yo creo que…

De pronto una gran conmoción sacudió a todos los periodistas. Una exclamación se alzó entre toda la gente reunida.

Lara frunció el ceño cuando se dio la vuelta y, junto con toda la multitud, miró las grandes pantallas de los monitores colocados detrás del estrado. Un gran cartel de «avance informativo» ocupó la pantalla y fue reemplazado segundos después por el rostro grave de un locutor. Los rótulos que recorrían la parte baja de la pantalla explicaban la historia.

—Las primeras noticias que nos llegan de Oriente Próximo indican que una enfermedad desconocida y devastadora azota a judíos y palestinos. El terrible nuevo síndrome, que empezó en Jerusalén, ha acabado por ahora con la vida de todas las personas que han contraído la enfermedad. A continuación les ofreceremos un reportaje en directo…

Agradecimientos

Soy un escritor muy afortunado. Soy afortunado porque mi agente, Natasha Kern, creyó en este libro desde el principio, en 1995, cuando nadie pensaba que los terroristas podrían conseguir armas biológicas obtenidas mediante bioingeniería genética.

Soy doblemente afortunado por tener una editora increíble, Natalia Aponte, que vio pasar el
thriller McGuffin
y se dio cuenta de que, en realidad, éste era un libro que trataba de personas y de la forma en que nos dejamos separar por la raza, en lugar de dejarnos unir por nuestra humanidad compartida. Natalia me animó a seguir escribiendo sobre las personas y todo lo que ello significaba en toda su extensión, y no quiso dejarme escribir sólo sobre un montón de emocionantes escenas de acción.

Natalia es el rabino del increíble equipo de Tor/Forge, pero también debo mencionar en especial a Tom Doherty, al que conozco desde hace decenios, y a Paul Stevens, que cuida de que todo vaya sobre ruedas; así mismo al equipo de marketing y ventas que han hecho unos esfuerzos increíbles para asegurarse de que usted, lector, pueda tener en sus manos tanto este libro como mis otras obras.

Soy muy afortunado al tener lectores leales, que continúan escribiéndome por correo electrónico acerca de los libros que escribí a principios de la década de 1980.

Soy afortunado de conocer a Mary Evelyn Arnold, quien, además de ser una buena amiga de la familia es también una implacable correctora, verificadora de hechos y una implacable controladora sin la cual me pondría en evidencia constantemente.

Y, finalmente, confieso que Megan, mi esposa desde hace veintidós años, es la buena fortuna que trasciende cualquier cosa que pueda escribir. Y, por supuesto, nunca conseguí escribir nada bueno antes de conocerla.

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