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Authors: Alan Dean Foster

Tags: #Ciencia ficción

El ojo de la mente (21 page)

BOOK: El ojo de la mente
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Enmarcadas por la charca y la fogata vieron tres enormes estalagmitas a las cuales estaban atados dos yuzzem gruñones y una anciana. Halla estaba sujeta por diversas cuerdas parecidas a enredaderas, en tanto Hin y Kee se encontraban prácticamente momificados por muchas más cuerdas. Cerca de allí, Threepio y Artoo Detoo aparecían envueltos en cuerdas—enredaderas.

Un mínimo de doscientos coway, incluidos mujeres y niños armados, rodeaban la charca, la fogata y a los prisioneros. El coway herido que corría hacia ellos gritaba ahora a pleno pulmón.

Luke comenzó a girar. La princesa le cogió del brazo y lo miró fijamente:

—Luke, ¿adonde huiríamos? En sólo unos segundos se lanzarían tras nosotros y tienen la ventaja de conocer los pasadizos. Si tenemos que luchar y morir prefiero que ocurra al aire libre… y no en el lago —

recogió el hacha caída.

—Leia, nosotros…

Pero ella había comenzado a deslizarse por los guijarros en dirección a la caverna.

El coway herido se había unido a la multitud y chapurreaba agitado con varios hombres voluminosos que llevaban inequívocas tocas de piedra, hueso y otros materiales. Los reunidos, a medida que se agitaban, volvían la cabeza y lanzaban gritos. Todas sus miradas se dirigieron a los dos seres que avanzaban lentamente hacia ellos.

Luke sostenía el sable de luz con el brazo extendido. El nativo al que Leia había herido señaló el arma resplandeciente y murmuró algo, nervioso.

Mientras se acercaba a la multitud de trogloditas, Luke hizo con el sable un movimiento, que esperaba fuera positivo y en el cual poder confiar. La multitud lanzó un inseguro murmullo y se separó. Interiormente agitados, Luke y la princesa avanzaron, entre las filas de nativos expectantes, hacia los tres cautivos.

Aunque respetaban el poder del sable de luz, Luke tuvo la clara impresión de que no los asustaba en lo más mínimo.

—No saben qué hacer —murmuró la princesa, confirmando los pensamientos de Luke—. Parecen admirar tu sable, pero no por ello te elevarán a la categoría de un dios.

—Lo admirarán más si intentan detenernos —agregó Luke torvamente, con confianza creciente. Señaló decidido al grupo de coways que estaba más cerca.

—¡Luke! —gritó Halla mientras él y la princesa se aproximaban a los cautivos.

Ambos yuzzem parloteaban alegremente con Luke y entre sí.

—Bueno, nos encontró —comentó Luke irónicamente mientras estudiaba las ataduras—. Halla, también estaba en lo cierto respecto a esto.

—No era lo que me proponía, muchacho —gritó algo a los tres nativos magníficamente vestidos a los que el herido se había acercado y luego siguió hablando en voz baja con Luke—. ¿Te das cuenta de que no tenemos muchas posibilidades de salir de aquí?

—Halla tiene razón, señor —afirmó Threepio—. Intenten salvarse ustedes.

—No caminé ni remé hasta aquí para terminar sacrificado en nombre de alguna deidad subterránea — replicó Luke con fiereza. Bruscamente comprendió lo que acababa de ocurrir—. Halla, puede hablar con ellos — afirmó sorprendido.

—Un poco. Su lengua es una variante de la que emplean los verdegayes. No es fácil… es como hablar bajo el agua. Pero logro que los jefes me comprendan.

—¿Los jefes?

—Parece que las tribus coway se rigen por un triunvirato —explicó—. Esos tres muchachos sonrientes con toca.

Acabo de hacerles una propuesta. Si son tan nobles o caballerescos como supongo, quizá tengamos una posibilidad.

—¿Propuesta? ¿Qué propuesta? —preguntó la princesa con desconfianza.

—En seguida me explicaré — respondió Halla evasivamente—. Habíamos localizado el camino de descenso y estábamos por reunimos con vosotros cuando nos tendieron una emboscada. Nos encontrábamos en un pasadizo estrecho y ellos eran demasiados. Muchacho, utilizaron redes con tus yuzzem y tus amigos androides.

No tuvimos la más mínima posibilidad.

—Podríamos tenerla si ahora les liberáramos —sostuvo Luke—. ¿Dónde están sus armas?

—Tómalo con calma, Luke —lo reprendió Halla. Ladeó la cabeza en dirección al grupo de edificios bajos situados a la derecha de la caverna—. Jamás llegarías hasta allí. Además, no vi en qué casa las depositaron.

Aunque lo supiera exactamente, nunca podrías liberarnos, recuperarlas y volver a tiempo. Supongo que eres bastante hábil con el sable de luz, pero no creo que puedas luchar contra cien lanzas que vuelan al mismo tiempo hacia ti desde diversas direcciones. A no ser que —la esperanza la estimuló— ese juguete genere una pantalla además de una hoja.

—No —admitió Luke—, sólo genera la hoja. ¿Cuánto tiempo lleva atada?

—Cerca de medio día y la vejiga me está matando —le informó—. Se han dedicado a discutir cómo nos matarán. No nos guardan rencor personal… Simplemente les disgustan los humanos en general. Esto no me sorprende si han podido observar la forma como los mineros tratan a los verdegayes. No creo que nuestros amigos coway se preocuparan demasiado si repentinamente todos los humanos de Mimban recogieran sus petates y se largaran.

—Explíqueles que no somos como los humanos locales —insistió Luke y observó el círculo de rostros hostiles—.

Dígales que nosotros tampoco queremos tener nada que ver con la gente de aquí.

—Muchacho Luke, ésta no es una tribu de filósofos —aclaró Halla pacientemnte—. Su concepto del gobierno es endemoniadamente sencillo. No puedes explicar a los coway algo como la rebelión. Pero creo que nos concederán una oportunidad —agregó y miró a los tres jefes que aún sostenían una acalorada discusión.

—No lo creo —intervino la princesa y miró enfadada a la anciana—. ¿Acaso daríamos nosotros una segunda oportunidad al enemigo que ya ha matado a cuatro de los nuestros?

—Según lo que dijo el tipo herido en el hombro que llegó antes que vosotros —continuó Halla—, sólo matasteis a dos. Los demás están heridos. Evidentemente, los coway consideran la muerte como un hecho cotidiano e inevitable. Recordad que se trata de una sociedad primitiva. Según su modo de pensar, los dos que matasteis simplemente murieron un poco antes de lo debido. Uno de los jefes censuró incluso a los muertos por tomar una decisión errónea. Dice que debieron esperar refuerzos. Sostiene que la culpa no es vuestra, sino de los muertos por comportarse estúpidamente cuando debían haber hecho otra cosa.

—¡Qué barbaridad! —murmuró la princesa.

Halla puso una expresión presuntuosa:

—¿No es eso lo que estaba diciendo? De todos modos, Luke, aquel al que heriste en el hombro está diciendo…

—No fue él —objetó la princesa—, sino yo.

—¿Cómo dices? —el concepto que Halla tenía de la princesa aumentó un punto—. Bueno, no ha dejado de decir que Luke es un gran luchador.

Luke parecía acongojado ante el hecho de que admiraran una acción que él despreciaba.

—Un sable de luz contra lanzas y hachas no es, ciertamente, un combate muy justo.

Halla asintió afablemente.

—Por eso discuten ahora.

—Creo que no la entiendo, Halla.

—Luke, muchacho, intenté decirles todo —explicó— mientras la muchacha y tú os deslizabais por este lado de la pendiente rocosa. Intenté convencerles no sólo de que somos extraños en este planeta y de una variedad distinta a la de los mineros, sino de que vosotros dos combatíais a los humanos de la superficie y de que si ganábamos los expulsaríais de Mimban. Entonces los coway podrían volver a recorrer la superficie siempre que quisieran. Uno de los jefes está a favor, el segundo opina que soy la mayor impostora de la historia de su raza y el tercero está indeciso. Por eso hay tanto alboroto: el primero y el segundo intenta convencer al tercero de que adopte sus respectivas posiciones.

—¿Y la propuesta? —inquirió la princesa.

—¡Ah, eso! —Halla fingió sentirse incómoda—. Sugerí que si no eran capaces de dilucidar la verdad, podían dejar que Canu decida. Por lo que deduje, Canu es el dios local encargado de tomar las decisiones. Lo único que nuestro más grandioso guerrero tiene que hacer para persuadir a Canu de que decimos la verdad es derrotar a uno de los campeones tribales.

Luke parpadeó.

—Halla, ¿de nuevo con lo mismo?

—No te preocupes —le aseguró Halla—. La fuerza está de tu lado, ¿recuerdas?

—¿La fuerza? Preferiría tener el sable.

Meneó la cabeza pidiendo disculpas.

—Lo siento, Luke, muchacho, tú mismo lo dijiste: hachas y lanzas contra un sable no es justo.

Luke apartó la mirada y se mostró desalentado.

—Halla, no soy un luchador y usted sobreestima la utilidad de la fuerza.

—Luke, estos seres no son gigantes.

—Tampoco son enanos. ¿Qué ocurrirá si aceptamos la contienda y pierdo?

Halla respondió con su aplomo acostumbrado:

—Entonces es probable que nos corten el cuello de un modo singularmente primitivo —pateó furiosa el suelo—. Por favor, Luke. Hice todo lo que podía hacer. Es nuestra única posibilidad. No aceptarán luchar con uno de los yuzzem, no los consideran inteligentes.

—O no los consideran inteligentes o no son tan primitivos como usted supone —declaró la princesa.

—Niña, no se debe tanto a eso como al hecho de que son humanos como nosotros los que explotan la superficie. Por eso somos nosotros los que tenemos que ponernos a prueba ante Canu.

La discusión se interrumpió cuando los tres jefes concluyeron bruscamente su coloquio. Uno de ellos —

Luke no lograba distinguirlo—giró y gritó algo a Halla. Ésta escuchó atentamente y luego sonrió.

—Han llegado a una conclusión. Están dispuestos a atenerse a la decisión de Canu —dirigió una mirada preocupada a Luke—. Muchacho, soy una vieja pero, como ya te he dicho, pienso vivir mucho más. No me defraudes.

—Luke, debes vencer —aseguró la princesa—. Si no asisto a la reunión con los conspiradores de Circarpo, probablemente nuestra ausencia impedirá que piensen en unirse a la Alianza.

La mirada de Luke saltó de Halla a Leia.

—¿La Alianza? ¿Y yo? Que no os defraude. Escúchenme ambas —se golpeó el pecho y observó a Leia—. A la larga, para mí es más importante seguir con vida que hacer algún oscuro sacrificio patriótico. O —continuó al tiempo que miraba a Halla—que la libere de un aprieto que debió evitar. Usted es la que tiene experiencia en Mimban.

—Luke, muchacho… —comenzó Halla a discutir.

La hizo callar con un movimiento de la mano.

—Ahora, no, ya no tiene importancia —entregó el sable de luz a la princesa—. De acuerdo… ¿cuáles son las reglas? ¿Con quién lucharé? Pongamos fin a esto… como sea.

—Tienes que luchar hasta que uno de vosotros abandone o muera —Halla tradujo dificultosamente las palabras del jefe—. La palabra que significa abandono es saen. Pero no importa, porque no ganarás nada si la pronuncias.

Luke se limitó a gruñir y avanzó en dirección a los jefes. Toda la multitud parloteaba, evidentemente a la espera del inminente combate. Luke descubrió que, pese al frío, comenzaba a sudar.

La multitud se abrió y Luke vio por primera vez al coway con el que probablemente lucharía. Perdió parte de la tensión que lo acosaba. Aunque más ancho que Luke, el coway tenía su misma altura. Tampoco parecía demasiado feroz. Entre los reunidos los había más corpulentos y de aspecto más temible. Pero este ejemplar de aspecto modesto era el campeón elegido. Tenía que existir algún motivo, que seguramente descubriría antes de lo que deseaba. Estudió cautelosamente a su rival. Por su parte, el coway le miró, le dedicó una profunda reverencia y realizó un movimiento complejo con ambas brazos.

Incapaz de repetir el complicado ritual, Luke hizo el saludo de la Alianza. La multitud emitió algo que pareció un murmullo de aprobación. También podría haber sido su modo de afirmar que se convertiría en múltiples fragmentos, pero prefirió creer lo contrario.

El coway pasó junto a él y se detuvo al otro lado de la charca.

—¿Y ahora qué hago? —preguntó Luke a Halla.

—Avanza hasta ese lado de la charca y sitúate frente a él —le respondió—. Cuando el segundo jefe, el que está en el medio y tiene en el cuello espinas azules, deje caer el brazo derecho, os atacáis —su voz carecía de buen humor.

—¿Tendremos que luchar en el agua? —preguntó preocupado.

—Nadie lo ha determinado.

—Está bien.

La multitud lanzó un aullido escalofriante. Se produjo un silencio mortal. El jefe de las espinas azules levantó el brazo y lo dejó caer de golpe. Inmediatamente el coway comenzó a cruzar la charca en dirección a Luke.

Luke rodeó la orilla de la charca e intentó decidir qué haría. ¿Debía golpearlo en el cuello o en la cabeza?

Era imposible detectar un punto evidentemente vulnerable bajo esa alfombra de piel gris. Los gritos del público atronaban en las paredes de la caverna.

—¿Para qué se molestó en enseñarle a Luke la palabra que significa abandono si con decirla no ganará nada? —

preguntó en voz baja la princesa a Halla.

—Porque espero que si se mete en un aprieto la utilice como último recurso —replicó Halla.

—Pero, ¿qué sentido tendría?

—En coway no significa abandonar, es una maldición local. Creo que tiene algo que ver con las relaciones de parentesco.

La princesa giró y la miró sorprendida.

—En nombre de la Alianza, ¿por qué hizo eso, abuela?

—Pensé que si Luke grita algo desafiante mientras esa bestia lo está liquidando, quizá sirva de algo. No perderemos nada con ello. Luke tampoco. Los coway admiran el coraje.

La princesa estaba demasiado asombrada y enfadada para responder. Sus sentimientos no ejercieron el menor efecto en Halla. La anciana no miraba a la princesa sino a la charca.

—Si tenemos suerte, jamás tendrá que pronunciarla —agregó alegremente—. De todos modos, ya no podemos hacer nada en este sentido.

Luke saltó en la orilla e intentó evaluar la agilidad de su rival. O su contrincante era demasiado inteligente para responder o, probablemente, no le importaba.

El coway avanzó en una implacable línea recta hacia Luke, chapoteó y salpicó agua en una excelente prueba de indiferencia ante todo lo que Luke hacía.

En cuanto a Luke, el coway estaba demasiado entusiasmado con la contienda. Sus acciones mostraban una seguridad que Luke ni siquiera podía imaginarse capaz de compartir.

Si permanecía donde estaba, reflexionó Luke frenéticamente, el coway tendría que salir del agua y subir a buscarlo. Esto daría al preocupado joven una ligera ventaja técnica. Por ello dejó de moverse, apoyó firmemente los pies y aguardó.

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