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Authors: Brian Lumley

El origen del mal (19 page)

BOOK: El origen del mal
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Harry volvió a sentarse, pero estaba que echaba chispas.

—Ya tengo bastante con lo que me has contado —dijo—. Ahora veo claramente que te has metido en un agujero y que has venido para pedirme que te saque de él. Bueno, si ése es el caso, mejor será que el resto de lo que tengas que decirme sea bueno porque… francamente, todo este trapicheo me saca de quicio. ¡Bueno, recapitulemos! Pese a saber que Simmons sería detenido, le pusisteis una D-cap de pega y lo enviasteis a realizar una misión imposible. Además…

—Espera un momento —dijo Clarke—. Todavía no lo sabes todo. En lo que a nosotros se refiere, ésta era la verdadera misión: que lo pescaran. Bueno, en todo caso, nosotros sabíamos que lo pescarían.

La expresión denotaba tanta frialdad como la de Harry, pero no tenía nada del furor de éste.

—No veo que esto mejore las cosas —dijo Harry al cabo de un rato—. Esto no hace más que empeorarlas. Y todo para meter a un hombre en el Perchorsk Projekt a fin de que Chung, vuestro vidente, pudiera espiar a través de él. Pero ¿es que no os pasó por la cabeza que los «espers» soviéticos también detectarían a Chung?

—Sí, sabíamos que acabarían por pescarlo también a él —dijo Clarke asintiendo con la cabeza—. Aunque Chung se sirviera de sus facultades a base de incursiones rápidas, también acabarían por cogerlo. De hecho, creemos que esto es lo que debe de haber ocurrido. Sin embargo, esperábamos que, cuando esto ocurriera, ya estaríamos enterados de lo que se traen entre manos. De una forma u otra, tendríamos pruebas fehacientes de lo que están haciendo los soviéticos… o de lo que están criando…

—¿Criando?

La boca de Harry dibujó lentamente una O perfecta y ahora, al hablar, su tono de voz fue mucho más tranquilo.

—¿Qué diablos estás tratando de decirme, Darcy?

—Esa cosa que abatieron sobre la bahía de Hudson —dijo Clarke muy pausado, pero también muy claro— era algo diabólico, Harry. ¿No te lo imaginas?

Harry sintió que volvía a picarle el cuero cabelludo.

—Mejor será que me lo digas tú mismo —dijo.

Clarke asintió con un gesto y se levantó, se apoyó con los nudillos en la mesa y se inclinó hacia adelante.

—¿Recuerdas aquello que Yulian Bodescu crió y tenía encerrado en su bodega? Pues esto, Harry, es lo que era, pero lo bastante grande para que la criatura aquella de Bodescu resultara minúscula comparada con ella. Y ahora ya sabes por qué te necesitamos. Has de saber que era el vampiro más grande y espantoso que se pueda imaginar. ¡Y venía de Perchorsk!

Tras una larguísima pausa, Harry Keogh dijo:

—Si se supone que esto es un chiste, me parece que es demasiado gordo para…

—No es ningún chiste, Harry —lo interrumpió Clarke—. En el cuartel general tenemos la filmación, impresionada por un AWACS antes de que los de combate lo alcanzaran y lo derribaran envuelto en llamas. Si no era un vampiro (o por lo menos no era de la pasta de los vampiros) querrá decir que estoy en la inopia. Pero aquellos de nuestros hombres que sobrevivieron a aquella incursión en casa de Bodescu, están muchísimo más cualificados que yo y todos han dicho que era exactamente igual que éste, cosa que me confirma que sólo puede tratarse de una cosa.

—¿Crees que los rusos pueden estar experimentando? ¿Que los están produciendo para utilizarlos como armas?

Estaba muy claro que el necroscopio no creía en aquella posibilidad.

—¿No es eso exactamente lo que aquel lunático de Gerenko tenía en la cabeza antes de que tú… te ocuparas de él?

Clarke era tozudo.

Harry negó con la cabeza.

—Yo no lo maté —dijo—. Faethor Ferenczy lo hizo por mí.

Después de acariciarse la barbilla con los dedos volvió a mirar a Clarke y le dijo:

—Pero tú ya has establecido tus conclusiones.

Harry bajó la cabeza, entrelazó las manos detrás de la espalda y se puso a pasear por la triste casa en dirección al estudio. Clarke lo siguió, tratando de refrenarse y de no exteriorizar su impaciencia. Pero estaban perdiendo el tiempo y él necesitaba desesperadamente la ayuda de Keogh.

Era media tarde y a través de las ventanas se filtraban los rayos de sol de finales de otoño revelando la fina capa de polvo que lo cubría todo. Parecía que era la primera vez que Harry la veía. Pasó el dedo por un estante cubierto de polvo y después se quedó un instante contemplando la acumulación de pelusilla oscura y áspera que se había adherido a la yema del dedo. Después, volviéndose a Clarke, dijo:

—Así es que no hay un «caso paralelo». Simplemente es para asegurarme de que te he oído bien.

Clarke negó con la cabeza.

—Harry, si hay en este mundo una persona a la que no le mentiría en la vida, esa persona eres tú. Y eso porque sé que tú detestas que te mientan y porque te necesitamos. Existe realmente un caso paralelo. Mira, me acuerdo muy bien de cómo planteaste las cosas hace ocho años cuando tu mujer y tu hijo desaparecieron… antes de que abandonases la Rama-E. Entonces dijiste: «No han muerto, pero no están aquí. Así que ¿dónde están?» Me acuerdo de esto porque parece que acaba de ocurrir lo mismo.

—¿Ha desaparecido alguien? ¿De la misma manera?

Harry frunció el entrecejo como tratando de adivinar:

—¿Te estás refiriendo a Simmons?

—Sí, Jazz Simmons ha desaparecido de la misma manera —respondió Clarke—. Lo atraparon hace algo menos de un mes y lo encerraron en Perchorsk. Después de eso se hizo imposible establecer contacto con él, resultó prácticamente imposible. David Chung consideró que era:
a)
porque el complejo se encuentra en el fondo de un barranco, lo que hace que la enorme masa de rocas impida el contacto psíquico;
b)
porque está protegido por un grueso escudo de plomo, cuyos efectos son los mismos, y
c)
principalmente porque hay «espers» soviéticos que bloquean el sitio con su mente. A pesar de todo, Chung pudo introducirse en el lugar ocasionalmente y lo que vio o lo que le ofreció la bola de vidrio no es nada tranquilizador.

—Continúa —dijo Harry, cuyo interés volvía a aumentar.

—Pues bien. —Clarke suspiró y se quedó callado. Después continuó—: No es nada fácil, Harry. Quiero decir que hasta al propio Chung le costó explicarlo y yo no hago otra cosa que repetir lo que dijo él. Pero, al parecer, vio algo metido en un recipiente de vidrio. Dice que no puede dar datos más detallados al respecto porque da la impresión de que cada vez se trata de una persona diferente. No, no me hagas ninguna pregunta —dijo rápidamente, al tiempo que levantaba las manos y movía la cabeza de un lado para otro—. Yo, personalmente, no tengo ni la más ligera idea de lo que es, y si la tuviera, no tendría el más mínimo inconveniente en exponerla.

—Continúa —dijo Harry—, exponla, pues.

—No debo —dijo Clarke, y siguió negando con la cabeza—. Estoy seguro de que sabes qué quiero decir…

Harry asintió con un gesto.

—De acuerdo. ¿Algo más?

—Nada más. Chung dijo que sintió miedo, que el complejo estaba lleno de gente presa de terror. Dijo que toda la gente estaba desesperada y aterrada por algo, pero seguimos sin saber de qué. Así es como estaban las cosas hace sólo tres días, pero resulta que…

—¿Sí?

—Pues que se rompió el contacto. No es que haya simplemente impedimentos por parte de los soviéticos, sino que no hay literalmente ningún contacto. Ni la cruz de Simmons y, presumiblemente, ni siquiera el propio Simmons… están allí. De hecho, no estaban en ninguna parte.

—¿Muerto? —dijo Harry con aire compungido.

Pero Clarke negó con el gesto.

—No —dijo—, y es a esto a lo que me refiero cuando digo que se trata de un caso paralelo, porque se parece mucho a lo de tu mujer y tu hijo. Ni el propio Chung se lo explica. Dice que él sabe que la cruz sigue existiendo, que no está rota, ni fundida, ni alterada en ninguna forma, y cree que sigue en poder de Simmons. Lo que pasa es que no sabe dónde está. Y pone a prueba sus facultades para averiguarlo, pero está furioso y se siente decepcionado. En realidad, sus sentimientos se parecen mucho a los tuyos: se levanta contra algo que ni entiende ni puede imaginar y se echa la culpa de todo. Incluso había empezado a perder la fe en sus dotes como vidente, pero le hemos hecho algunas pruebas y está como siempre.

Harry hizo un gesto afirmativo con la cabeza y dijo:

—Comprendo lo que debe de sentir. Debe de sentirse exactamente así: sabe que la cruz existe y que Simmons continúa vivo, pero no sabe dónde se encuentran.

—Exactamente —dijo Clarke, asintiendo con la cabeza—, pero lo que sí sabe es dónde no está la cruz. ¡No está en esta Tierra! Por lo menos si hemos de hacer caso a Chung.

El esfuerzo por concentrarse arrugó la frente de Harry. Volviendo la espalda a Clarke, dejó vagar la mirada a través de la ventana.

—Por supuesto —dijo— que puedo saber rápidamente si Simmons está muerto o no. La cosa es muy sencilla: los muertos me lo dirán. Puedo preguntarles si un inglés llamado Michael «Jazz» Simmons ha muerto recientemente en la zona de los Urales y ellos me contestarán… al momento. No es que yo dude de que vuestro hombre, ese Chung, sea bueno, especialmente si tú me aseguras que lo es, pero a mí me gustaría comprobarlo.

—Entonces, sigue adelante, pregunta y lo sabrás —respondió Clarke.

Sin embargo, no pudo reprimir un estremecimiento al ver que el necroscopio hablaba de aquello con tanta naturalidad.

Harry volvió el rostro hacia su visitante y le sonrió de una manera extraña, como desalentado. Sus ojos castaños se oscurecieron pero Clarke, al fijarse en ellos, vio que parecían iluminarse.

—Acabo de hacer la pregunta —dijo—, me contestarán tan pronto como tengan la respuesta…

La respuesta no tardó en llegar: aproximadamente una media hora después, período de tiempo durante el cual Harry se enfrascó en sus pensamientos («¿y en los pensamientos de quién más?», no pudo por menos de preguntarse Clarke) mientras el hombre de la Rama-E iba recorriendo el estudio paseándose de un lado para otro. La luz del sol comenzó a desleírse, mientras un reloj antiguo iba desgranando su tictac en un oscuro rincón. Después…

—¡No está con los muertos! —dijo Harry exhalando un suspiro al tiempo que pronunciaba las palabras.

Clarke no dijo nada. Contuvo el aliento y aguzó el oído para tratar de escuchar a los muertos que hablaban con Harry… al tiempo que temía escucharlos…, pero no oyó nada. Ni oyó, ni vio, ni sintió nada, pero Clarke sabía que Harry Keogh había recibido verdaderamente el mensaje desde el otro lado de la tumba. Clarke seguía esperando.

Harry se levantó de detrás de la mesa, se aproximó a él y se quedó de pie a su lado.

—Bueno —dijo—, parece que vuelvo a estar reclutado, ¿no?

—¿Que vuelves a estar reclutado? —preguntó Clarke como queriendo disimular el sentimiento de alivio que emanaban todos los poros de su cuerpo.

Harry asintió.

—La última vez fue sir Keenan Gormley el que me vino a buscar y esta vez eres tú. Tal vez tendrías que tomarlo como una advertencia.

Clarke sabía qué insinuaba. Gormley había sido destripado por Boris Dragosani, el nigromante soviético. Dragosani le había sacado las tripas para robarle sus secretos.

—No —dijo Clarke moviendo la cabeza—, esto no reza conmigo. ¡Ni por asomo! Mis facultades se reducen a un cobarde instinto de conservación: al primer signo de que se acerca algo desagradable, tanto si quiero como si no, mis piernas me obligan a darme media vuelta, a echar a correr y a abandonar el lugar. De todos modos, afrontaré los riesgos que me esperen.

—¿De veras?

Aquella pregunta estaba hecha con intención.

—¿En qué estás pensando?

—Dejé algunas cosas mías en la Rama-E —dijo Harry—. Ropa, útiles de aseo, diferentes objetos… ¿Están allí todavía?

Clarke hizo un gesto de asentimiento.

—Tu habitación está intacta y sólo se ha intervenido en ella para limpiarla. Teníamos la esperanza de que volverías.

—Entonces no hará falta que me lleve nada de aquí. Cuando quieras, estoy dispuesto.

Cerró la puerta que daba al patio y Clarke se levantó.

—Llevo dos billetes de ferrocarril de Edimburgo a Londres. He venido de la estación en taxi, así es que necesitaremos llamar un…

Hizo una pausa y vio que Harry no se movía y que su sonrisa era un poco extraña, evasiva incluso.

Clarke le preguntó:

—¿Qué ocurre? ¿Pasa algo?

—Antes has dicho que estabas dispuesto a correr riesgos —le recordó Harry.

—Sí, pero… ¿de qué riesgos estamos hablando?

—Hace un montón de tiempo que no voy a ninguna parte en coche, ni en barco, ni en tren, Darcy —dijo Harry—. Es un sistema de transporte que te hace perder muchísimo tiempo. La distancia más corta entre dos puntos es una ecuación… ¡una ecuación Möbius!

Los ojos de Clarke estaban como desencajados y se escuchaba su respiración.

—Espera un minuto, Harry, yo…

—Has venido aquí sabiendo perfectamente que cuando me contases esa historia me sentiría incapaz de negarme —lo interrumpió Harry—. Ni tú ni la Rama-E corréis ningún riesgo, a ti te guarda tu talento y la Rama se ocupa de sí misma, pero los problemas son para Harry Keogh. Estoy seguro de que allí donde vaya habrá momentos en que desearé no haberte prestado atención. Así es que, como puedes ver, yo sí que corro riesgos de verdad. Yo confío en ti, confío en la suerte y en mi talento. ¿Y tú? ¿Dónde has dejado la fe, Darcy?

—¿Quieres llevarme a Londres… a tu manera?

—Sí, a través de la banda de Möbius, siguiendo el continuo de Möbius.

—Esto es algo perverso, Harry —dijo Clarke, acompañándose de una mueca.

Todavía no estaba convencido de que el otro hablara en serio. La idea del continuo de Möbius lo fascinaba, pero al mismo tiempo lo aterraba.

—Esto es como obligar a un niño asustado a que haga una figura de ocho con los esquíes. Como sobornarlo para que lo haga ofreciéndole algo que no puede rechazar.

—Es peor aún —dijo Harry—: el niño tiene vértigo.

—Yo no tengo…

—Lo tendrás —le prometió Harry.

Clarke parpadeó rápidamente.

—¿Es seguro? Quiero referirme a que yo no sé nada de todas esas cosas que tú dominas.

Harry se encogió de hombros.

—Si no fuera seguro, intervendría tu talento, ¿no es verdad? ¿Sabes una cosa? Para ser un hombre tan protegido como lo estás tú, no pareces tener mucha confianza en ti.

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