El origen del mal (28 page)

Read El origen del mal Online

Authors: Brian Lumley

BOOK: El origen del mal
3.12Mb size Format: txt, pdf, ePub

Unos minutos más tarde comenzó a respirar con más libertad, llegó a la cima y enseguida se sintió bañado por la cálida luz del sol que ya moría. Protegiéndose los ojos frente a aquella luz repentina, aunque brumosa, se volvió para mirar hacia atrás. A unos cuatrocientos metros de distancia, el castillo volvió a confundirse una vez más con la ladera del acantilado. Jazz sabía que estaba allí porque lo había visto con sus propios ojos —lo había sentido incluso—, pero la piedra se fundía con la piedra y la ladera irregular del acantilado conseguía enmascararlo perfectamente. Jazz se dio cuenta de que había tenido mucha suerte de haber salido indemne de aquel lugar. Es posible que en él no hubiera nadie ni nada, pero seguía considerando que había tenido mucha suerte.

Aspiró una profunda bocanada de aire y la soltó exhalando un suspiro… y, de pronto, tuvo un susto terrible.

Algo se movía cerca de él, a la sombra de piedras caídas que se amontonaban oscuramente a su izquierda. Y oyó una voz fría de mujer que, hablando en ruso, le decía:

—Está bien, Karl Vyotsky, puedes escoger: habla o muérete. ¡Aquí y ahora!

Jazz tenía el dedo puesto en el gatillo de la metralleta desde que se había alejado del castillo. Antes aun de que empezara a hablar la voz de mujer, Jazz se había vuelto y había rociado la oscuridad donde ella se escondía. Ahora debía de estar muerta… o lo habría estado si el arma hubiera estado amartillada. Jazz tuvo suerte de que no lo estuviera. A veces, dada su rapidez y su puntería, convenía tomar precauciones. En esta ocasión la precaución había sido dejar el arma con el seguro puesto. Era una práctica buena para sus nervios y nada más. Disparar a las sombras era una señal segura de que un hombre comenzaba a desmoronarse.

—¡Señora! —dijo con voz tensa—, ¿es usted Zek Föener? Yo no soy Karl Vyotsky. De haberlo sido, probablemente usted estaría yendo camino de un extraño cielo…

Unos ojos observaban a Jazz desde la oscuridad, pero no eran los ojos de una mujer, sino unos ojos triangulares… y amarillos que estaban demasiado cerca del suelo. De pronto apareció un animal gris, enorme y con expresión de hambre: ¡un lobo! Su roja lengua pendía entre los incisivos, que tenían cuatro centímetros de longitud. Ahora sí que amartilló el arma y, al hacerlo, ésta emitió el típico chasquido.

—¡Detente! —dijo ahora la voz de la mujer—. Es mi amigo y hasta ahora…, quizás incluso ahora…, el único que tengo.

Se oyeron unas piedras que resbalaban y la mujer salió de la sombra. El lobo la seguía, a la derecha y un poco más atrás. Ella llevaba una arma como la de Jazz, que temblaba en sus manos mientras lo apuntaba.

—Voy a repetírselo —dijo—, por si no me ha oído. Yo no soy Karl Vyotsky.

El arma de la mujer seguía temblando en sus manos, ahora con gran violencia. Jazz, fijando en ella la vista, añadió:

—Aparte de que me parece que no haría blanco.

—¿Es usted el hombre de la radio? —dijo—. ¿El que se oyó antes de Vyotsky? Reconozco… reconozco su voz.

—¿Cómo? —dijo Jazz, que al fin acabó por entenderla—. Sí, claro, soy yo. Estaba intentando que Khuv lo pasara mal… pero me parece que no me oía. Fue Khuv el que me hizo atravesar la Puerta, igual que hizo con usted. La única diferencia es que a mí no me engañó. Yo soy Michael J. Simmons, agente británico. No sé qué piensa usted de todo esto, pero… da la impresión de que estamos en el mismo barco. Puede llamarme Jazz. Todos mis amigos me llaman Jazz y, si no le importa, ¿quiere dejar de apuntarme con eso?

La mujer profirió un sollozo, un sollozo que habría partido el corazón de cualquiera, y se lanzó en los brazos de Jazz. Éste se daba cuenta de que lo había hecho incluso contra su propia voluntad, pero que había sido incapaz de evitarlo. El arma retumbó al caer en el suelo de piedra al agarrarse con fuerza a Jazz.

—¿Británico? —volvió a sollozar con la cara apoyada en el cuello de Jazz—. No me importaría que fueses japonés, africano o árabe. En cuanto al arma, no funciona. Hace tiempo que está así. Por otra parte, tampoco me quedan balas. Si el arma funcionase y hubiese dispuesto de municiones, seguramente que haría mucho tiempo que me habría disparado un tiro. Yo… yo…

—¡Calma! —dijo Jazz—. ¡Calma!

—Los de la Tierra del Sol me persiguen —dijo sin parar de sollozar— para entregarme a los wamphyri y Vyotsky me ha dicho que hay un procedimiento para volver a casa y…

—¿Qué dices? —dijo Jazz, apretándola con más fuerza—. ¿Has hablado con Vyotsky? Eso es impos…

Pero se reprimió. Por uno de los bolsillos superiores de Zek asomaba la antena de una radio.

—Vyotsky es un embustero —dijo—. ¡Olvídate de él! No hay manera de volver. Lo que él quiere es una compañera, eso es todo.

—¡Oh, Dios! —dijo, clavándole las uñas en los hombros—. ¡Oh, Dios!

Jazz la estrechó entre sus brazos, le acarició la cara, sintió sus lágrimas en el cuello… También percibió su olor y se dio cuenta de que no olía precisamente a flores, sino a sudor, a miedo y a suciedad. La apartó a la distancia de sus brazos y la miró. A pesar de la luz engañosa que la iluminaba, tenía buen aspecto y, aunque ojerosa, estaba guapa. Y muy humana, además. Aunque ella no podía saberlo, Jazz se sentía desesperadamente feliz de haberla encontrado.

—Zek —le dijo—, quizá podríamos encontrar un sitio agradable donde fuera posible hablar e intercambiar impresiones, ¿no te parece? Creo que podrías ahorrarme mucho tiempo y una gran cantidad de esfuerzos.

—La cueva en la que descanso —dijo ella, respirando con una cierta ansiedad— está a unos doce kilómetros de distancia. Yo estaba durmiendo cuando oí tu voz por la radio. Creía estar soñando. Cuando me di cuenta de que no era así, ya era demasiado tarde: te habías marchado. Por eso me encaminé hacia la esfera, que era el lugar al que me dirigía. He seguido llamando cada diez minutos y después ha sido cuando me he puesto en contacto con Vyotsky…

Tuvo un ligero estremecimiento.

—Muy bien —le dijo Jazz—, está muy bien o todo lo bien que puede estar. Ya me lo irás contando mientras nos dirigimos a esa cueva de la que hablabas, ¿quieres?

Se agachó para recogerle el arma y el lobo se agazapó al momento, adoptó una expresión feroz y lanzó un gruñido de advertencia.

Pero Zek, con aire casi ausente, le dio unos golpecitos en la enorme cabeza, en la parte plana del cráneo comprendida entre las orejas, al tiempo que le decía:

—¡Está bien, Lobo! No te preocupes, es un amigo…

—¿Lobo? —dijo Jazz sin poder reprimir una sonrisa, aunque un poco tensa—. Lo encuentro muy original.

—Me lo dio Lardis —dijo ella—. Lardis es el jefe de una tribu de Viajeros. Gente de la Tierra del Sol, por supuesto. Lobo debía ser mi protector y lo ha sido. Nos hicimos muy amigos desde el primer momento, a pesar de que no se parece en nada a un cachorro. En realidad, es bastante salvaje. Pero debes pensar en él como si fuera un perro grande…, me refiero a que hay que considerarlo como un amigo, entonces no hay ningún problema.

Se dio la vuelta y comenzó a guiarle a través del camino que iba bajando desde la cumbre en dirección hacia la neblinosa esfera del sol, aparentemente inmóvil en la boca sur del desfiladero.

—¿Es teoría o es realidad? —le preguntó Jazz—. Me refiero a Lobo, por supuesto.

—Es realidad —contestó ella con simplicidad.

Después, con la misma rapidez con que se había puesto en camino, hizo una pausa y lo agarró por el brazo.

—¿Estás seguro de que no podemos regresar atravesando la esfera? —preguntó con una voz que tenía algo de súplica.

—Ya te lo he dicho —respondió Jazz, procurando no parecer demasiado brusco—, Vyotsky es un embustero… entre otras muchas cosas más. ¿Te figuras que él seguiría aquí si se pudiese marchar? Cuando me forzaron a atravesar la Puerta arrastré a Vyotsky detrás de mí, y ésta es la razón de que se encuentre aquí. Me hice la reflexión de que si esto era malo para mí, sería bueno para él. Khuv y Vyotsky son…, sería difícil encontrar una palabra suficientemente ofensiva para calificarlos.

—Atrévete a decirla —dijo Zek con amargura—, son unos hijos de puta, ¿verdad?

—Dime una cosa —dijo Jazz disponiéndose a seguirla al ver que volvía a ponerse en camino—, ¿por qué te dirigías a la esfera?

Ella lo miró de manera significativa y dijo:

—Cuando lleves aquí tanto tiempo como yo no tendrás necesidad de preguntar. Yo llegué aquí a través de aquella Puerta y es la única que conozco. Me paso el tiempo soñando que un día volveré a atravesarla, me despierto con la idea de que quizá los polos se han invertido y de que ahora se puede ir en dirección opuesta. Es lo que iba a probar ahora, a la salida del sol. Una posibilidad y sólo una y, en caso de que no pudiera atravesarla, pensaba no volver a la Tierra del Sol.

Jazz frunció el entrecejo.

—¿Qué es toda esta historia de la inversión de los polos? ¿Es científico todo esto? ¿Tiene algún sentido?

Zek dijo que no con un movimiento de cabeza.

—No es más que mi fantasía —dijo—, pero merecía la pena probarlo por última vez…

Estuvieron caminando en silencio un buen rato, mientras el lobo los seguía al trote, colocado entre los dos. Había un millón de preguntas que Jazz habría querido hacer, pero no quería cansarla. Por fin se decidió a preguntar:

—¿Dónde diablos están los demás? ¿Dónde están los animales, los pájaros…? Quiero decir que la naturaleza ordena que cuando hay árboles haya también animales para que se alimenten de ellos. Además, en Perchorsk he visto cosas que me hacen pensar que he venido aquí como una bola de nieve que fuera rodando hasta el infierno. Y en cambio no he visto…

—Ni lo verás —le interrumpió Zek—. No lo verás en la Tierra de las Estrellas ni a la salida del sol. Ahora estamos bajando hacia la Tierra del Sol y allí empezarás a ver animales y pájaros; al otro lado de la cordillera los verás en cantidad. Pero no en la Tierra de las Estrellas. Créeme, Michael… ¿o Jazz?…, de veras que no te gustaría ver ninguna cosa viva en la Tierra de las Estrellas…

Y con un estremecimiento se abrazó el pecho poniéndose las manos en los codos.

—La Tierra de las Estrellas y la Tierra del Sol —reflexionó Jazz—. El polo está allí, las montañas van de este a oeste y el sol está en el sur.

—Sí —dijo ella asintiendo con la cabeza—, siempre es así…

Zek tropezó y exclamó:

—¡Oh!

Había caído de rodillas. Jazz la ayudó a levantarse cogiéndola por el codo, impidiendo que cayera en el suelo cuan larga era. Esta vez Lobo no manifestó ningún signo de protesta. Jazz ayudó a Zek a ponerse de pie y la condujo hasta una roca plana. Se descargó un macuto del hombro y sacó de él un paquete que contenía alimento para mantener a un hombre durante veinticuatro horas. Descargó el paquete sobre la roca e indicó a Zek que se sentara en ella.

—Estás débil porque tienes hambre —le dijo, tirando de la anilla de una latita de zumo de fruta concentrado.

Tomó un sorbo para aclararse la boca y pasando la lata a Zek le dijo:

—Termínatela.

Zek lo hizo con gran delectación. Lobo se mantenía cerca, meneando el rabo igual que un perro alsaciano atado a una correa. De su enorme lengua brotaba espumante saliva. Jazz desprendió una pastilla de chocolate ruso concentrado y se la arrojó. Lobo la atrapó cerrando rápidamente las mandíbulas antes de que llegara a tocar el hielo.

—El mayor problema son los pies —dijo Zek.

Jazz le miró los pies y vio que llevaba unas sandalias de cuero áspero, pero observó sangre seca entre los dedos. La niebla se había apartado un poco del sol y ahora Jazz podía observarla con mayor detenimiento. Todavía costaba percibir los verdaderos colores, si bien los perfiles, las sombras y las siluetas marcaban ya contrastes perceptibles. El traje de una sola pieza que llevaba estaba roto por la parte de los codos y de las rodillas y tenía un parche en la espalda. Llevaba colgada de ella un macuto con algo arrollado que Jazz supuso era un saco de dormir.

—No es calzado adecuado para este terreno —dijo Jazz.

—Ahora lo sé —respondió Zek—, pero lo había olvidado. La Tierra del Sol es mala, pero este desfiladero es peor. La Tierra de las Estrellas es un verdadero infierno. Cuando llegué aquí llevaba botas, como tú, pero no duran mucho tiempo. Los pies se endurecen pronto, ya lo verás, pero algunas de estas piedras y rocas cortan como cuchillos.

Jazz le ofreció chocolate y ella casi se lo arrancó de las manos.

—Quizá deberíamos descansar aquí —dijo Jazz.

—Es bastante seguro, mientras tengamos el sol sobre nuestras cabezas —respondió ella—, pero yo preferiría seguir moviéndome. Como no podemos servirnos de la esfera ni podemos quedarnos en la Tierra de las Estrellas, es mejor que volvamos a la Tierra del Sol enseguida que podamos.

Su tono era siniestro.

—¿Hay alguna razón especial? —dijo Jazz sabiendo de antemano que la respuesta no iba a gustarle.

—Hay muchas razones —dijo ella—: todos viven aquí.

Y con un gesto indicó el lugar de donde venían.

—¿Te importaría decirme quiénes son… todos?

Jazz descolgó uno de los paquetes en forma de riñon que llevaba. Sabía que, entre otras cosas, contenía un paquete de primeros auxilios y de él sacó unas vendas de gasa, un tubo de ungüento y esparadrapo y, mientras Zek hablaba, se arrodilló y con mucho cuidado le sacó las sandalias y comenzó a vendarle los pies.

—¡Todos…! —repitió Zek como un eco, imprimiendo un sentido siniestro a la palabra, y de nuevo la recorrió un estremecimiento—. Estás pensando en los wamphyri, ¿verdad? Pues no son el problema peor, porque en la Tierra de las Estrellas todavía hay cosas peores. ¿Viste aquel bicho de Agursky, el que tenía metido en el tanque de Perchorsk?

Jazz levantó la cabeza y asintió.

—Sí, lo vi, pero si tuviera que explicar qué vi exactamente no sabría qué decir.

Rasgó un trozo de gasa, la empapó en agua que llevaba en el frasco y le limpió suavemente la sangre de las heridas de los pies. Zek se lo agradeció, suspiró de alivio cuando le aplicó ungüento del tubo en las grietas que tenía debajo de los dedos y en las plantas de los pies.

—Lo que viste es lo que ocurre cuando el huevo de un vampiro penetra en una especie de la fauna local —le explicó Zek.

Lo dijo con extrema sencillez y su voz sonó perfectamente neutra.

Jazz dejó de curarle los pies, la miró directamente a los ojos y asintió lentamente con la cabeza.

Other books

-Enslaved-by-an-Officer[ Sold 8] by McLeod-Anitra-Lynn
The Healer by Allison Butler
Skank by Valarie Prince
Imperial Woman by Pearl S. Buck
Upright Piano Player by David Abbott
Grasping For Freedom by Debra Kayn