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Authors: Brian Lumley

El origen del mal (63 page)

BOOK: El origen del mal
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… Encontró otro agujero que subía no tan bruscamente que lo obligase a caer resbalando hacia abajo. Giraba luego a un lado siguiendo a la izquierda, después volvía a empinarse de manera más acentuada, seguía recto y torcía hacia la derecha. Después de otro tramo horizontal se disparaba casi verticalmente hacia arriba. Harry, de pie, apagó la linterna. Después de la sensación de claustrofobia provocada por el agujero, ahora se sentía algo mejor, era como si se encontrase en el fondo de un pozo poco profundo. Arriba, extrañas constelaciones de estrellas refulgían vivamente en un cielo negro acharolado. Harry levantó una mano… el borde del agujero estaba como mínimo a sesenta centímetros más allá de su alcance.

Dobló las rodillas y dio un salto. ¡Era difícil eso de saltar para alcanzar el borde en el reducido espacio de un agujero que no llegaba a tener un metro de diámetro! Sobre todo llevando un
duffle-coat
, una pesada metralleta, un cargador de repuesto y doscientas balas en los bolsillos.

¡El arma!

Harry se descolgó el arma del hombro y extendió totalmente la cuerda. Cogiendo el arma por el cañón, metió la caja por la suave galería del agujero y colgó la pistola del borde del mismo. Después, apoyándose contra la pared, se sirvió de los codos y de las rodillas para ganar suficiente altura y meter el pie en la anilla de la eslinga que quedaba colgando. Después ya fue fácil. Enderezándose gradualmente, salió de la galería y subió el arma tras él.

Quedó un momento jadeando por el esfuerzo y exploró el terreno circundante. De la misma manera que aquella visión había afectado a Zek Föener, a Jazz Simmons y a otros antes que a él, también afectó a Harry. La Tierra de las Estrellas a la puesta del sol era… espectral.

Sin embargo, mientras observaba la Tierra de las Estrellas también había quien lo estaba observando a él. Entre las sombras proyectadas por las grandes piedras de la parte oeste se movían sombras de ojos penetrantes, y una cosa pasó rauda por encima de su cabeza y lanzó un grito que los oídos de Harry eran incapaces de detectar. Después el gran murciélago
Desmodus
emprendió veloz huida hacia el este, como si se dirigiera a un lugar distante, mientras en tierra un troglodita se disponía a huir corriendo hacia el oeste, llevándose sus manos correosas a su cara de hombre de Neanderthal y emitiendo un grito que retumbó hasta muy lejos. El grito había sido oído, recogido, transmitido. Un grupo de trogloditas rezagados y dispersos sobre una extensión de bastantes kilómetros fue pasándose el pavoroso mensaje, que fue recibido casi al mismo tiempo en el recinto central y en el jardín del Habitante. Pero mientras lord Shaithis, señor de los wamphyri, ordenó que un elemento volador se preparase y bajase hasta los compartimentos de lanzamiento, el Habitante no disponía de ese tipo de transporte, por lo que se limitó a inclinar la cabeza y a escuchar un momento, a volver los ojos hacia el este y a suspirar. No cabía la posibilidad de dudar de la identidad del recién llegado, porque el Habitante lo habría reconocido y habría identificado aquella mente en cualquier lugar y en cualquier momento.

Después de tantos años, al final había venido. Y nada menos en aquel momento. Bueno, lo único que podía hacer era darle la bienvenida. ¿Y quién podía negar que pudiera necesitarse urgentemente su presencia dentro de muy poco tiempo? En consecuencia, el Habitante se fue directamente hacia Harry, donde éste ya estaba aguardando desde hacía varios minutos, cerca de la resplandeciente esfera, con la vista clavada en el mundo de los wamphyri…

Harry contemplaba fijamente las chimeneas que se levantaban a distancia, preguntándose acerca de ellas de la misma manera que Zek, Jazz y otros también se lo habían preguntado antes que él. De pronto tuvo la sensación de ser vigilado. Se volvió, se agachó, cogió el arma y la amartilló. A unos cuarenta metros al norte de la esfera, en la llanura cubierta de piedras, una figura inmóvil lo estaba contemplando. Era la figura de un ser flaco, a Harry le pareció un hombre, de rostro dorado cuyos destellos se reflejaban en la brillante esfera.

—¡No dispares! —le gritó el otro con una voz ni joven ni vieja, levantando una mano—. No hay peligro alguno, por lo menos de momento.

La voz tenía algo especial. Harry se distendió un poco e inclinó la cabeza a un lado con aire interrogativo.

—¿De momento?

—Sí —dijo el otro—, pero lo habrá pronto. ¡Mira!

Y señaló el cielo por la parte este. Harry miró hacia el lugar que indicaba.

En el cielo se apreciaban unas manchas oscuras que iban creciendo por momentos. Había dos cerca y otras que eran meros puntos situados más atrás. Venían de la parte de las columnas. Una de las manchas estaba provista de alas y tenía una forma que recordaba la de una manta. La otra era una figura que parecía arrancada de una pesadilla. Era gigantesca y lanzaba chorros a través del cielo igual que un calamar.

—Yo diría que éste es Shaithis —dijo el Habitante, señalándolo con el dedo—. Y el otro será alguno de sus guerreros. Y detrás de los dos, ¿no ves?, más criaturas voladoras, acompañadas de un par de lugartenientes de Shaithis.

—¿Wamphyri? —aventuró Harry.

—¡Oh, sí! Mejor será que te acerques.

¿Acercarse? Harry creía saber por qué se lo pedía: para apartarlo de la Puerta. También conocía la voz. No es que la conociera, que eso no era posible, pero la conocía. Obedeció lo que le acababa de ordenar y entretanto las formas voladoras se fueron acercando.

Las que iban delante, Shaithis sobre una bestia voladora y un guerrero sin jinete, comenzaron a descender. Primero se pusieron a volar en círculo, la bestia en la que volaba Shaithis a nivel más bajo que el otro, mientras sus alas inmensas levantaban polvo y arena de la llanura y los proyectaban hacia los rostros de Harry y del Habitante. Su sombra se cernió sobre ellos y cubrió las estrellas, al tiempo que la voz estentórea de Shaithis gritaba:

—¡Rendíos, rendíos ahora a lord Shaithis!

—¿Estás preparado, padre? —dijo el Habitante, sacando al mismo tiempo una ala fuera de la capa.

Harry entonces creyó. ¡No, Harry supo! El niño que había estado buscando tenía ocho años y este hombre tenía por lo menos veinte, aunque los dos fueran uno y el mismo. Ahora no importaban las razones. Todo el mundo de Harry, toda su vida estaban llenos de cosas tan extrañas como aquélla. Y más extrañas aún.

—Estoy preparado, hijo —respondió, con la voz algo vacilante—. Pero… ¿surtirá efecto aquí?

—¡Claro que surtirá efecto! Lo que pasa es que no se puede hacer demasiado cerca de una Puerta.

—Lo sé —dijo Harry—, ya lo probé una vez.

Shaithis hizo que su bestia se posara en tierra en dirección oeste, mientras su guerrero caía en dirección este. Había otras formas que atisbaban en el cielo, casi directamente sobre la cabeza.

—¡Hola, Habitante! —dijo Shaithis bajando de su montura—. ¡Parece que te he cogido!

—Déjame que te lleve a nuestro jardín —dijo Harry hijo a su padre.

Harry dio un paso adelante, lo rodeó con sus brazos y lo estrechó con fuerza. Y sintió la capa de su hijo que lo envolvía.

Shaithis, avanzando a grandes pasos, se paró bruscamente. De la llanura se levantaba un polvo que adquiría la forma de un espíritu, el cual se arremolinaba en el vacío que los dos hombres habían dejado tras de sí. Habían desaparecido.

Durante unos momentos que parecían eternos, Shaithis se quedó en su sitio olisqueando el aire con su hocico plano y retorcido. Después las ventanas de la nariz despidieron llamas y los ojos le brillaron furiosos. Echó la cabeza para atrás y lanzó un rugido. Y mientras los ecos del grito resonaban por la llanura, profirió una maldición e hizo una promesa:

—Habitante, ¡te cogeré! —gruñó—. A ti, a tu jardín y todo cuanto posees. Seré el dueño de tu magia, de tus armas, de la capa que te hace invisible, de todos tus secretos. ¿Me oyes? Te cogeré a ti y cogeré a los habitantes de los infiernos y lo cogeré todo. Y cuando lo tenga todo, me convertiré en el señor más poderoso que ha habido nunca y que nunca habrá. Esto es lo que dice Shaithis de los wamphyri. ¡Deja que pase el tiempo!

Los ecos de sus gritos, de su maldición y de su promesa se perdieron en la distancia y durante un largo espacio de tiempo Shaithis se quedó solo con sus oscuros pensamientos de wamphyri…

Diez días más tarde…

En Perchorsk, Chingiz Khuv pasaba revista a sus soldados, los inspeccionaba y les daba órdenes. Eran los «Komandos de Khuv», según él: un pelotón de soldados de infantería bien seleccionados, procedentes del grupo de los famosos voluntarios de Moscú. Se trataba de treinta hombres armados y de las máquinas correspondientes, especialmente uniformados (o pintadas, las máquinas) con los colores que correspondían a su labor: traje de combate negro, discos blancos en la parte superior de los brazos, con las acostumbradas insignias de la graduación con la hoz y el martillo encima. Sus vehículos —cinco camiones ligeros con sus remolques
upo jeep
, además de tres motocicletas de escolta, todos ellos esperando en el sector de carga y descarga del Projekt— eran igualmente de color negro, con el disco blanco de la Puerta en los laterales. No llevaban matrícula ninguna ni disponían de documentación. El sitio al que se dirigían no requería este tipo de trámites.

Durante los diez días siguientes estos hombres dormirían en un almacén habilitado del Projekt, es decir, permanecerían en las mismas instalaciones, serían informados, se les facilitarían toda clase de detalles sobre lo que los esperaba, se les mostrarían películas de lo mismo y recibirían un entrenamiento intensivo en el uso de lanzallamas manejados por un solo hombre y de tres unidades mas grandes, transportadas por remolques. Su misión consistiría en meterse en la esfera a través de la Puerta y en establecer un campamento base al otro lado. En resumen, se trataba de un cuerpo expedicionario.

Aquellos hombres habían sido seleccionados cuidadosamente. No dejaban personas queridas, tenían pocos amigos y familiares y eran voluntarios, como correspondía a la historia y tradiciones de su regimiento. Y eran tan fuertes como correspondía a los soldados de infantería.

Desde el rellano situado en lo alto de las escaleras de madera, Viktor Luchov observaba cómo Khuv se pavoneaba y escuchaba sus palabras al pasar revista al pelotón formado sobre los tablones de la circunferencia del anillo de Saturno. Contemplaba los rostros de los treinta hombres, todos ellos con gafas negras, que iban siguiendo arriba y abajo, abajo y arriba, el ir y venir de Khuv mientras les dirigía la arenga de bienvenida.

Bienvenida… ¡ja!

Luchov se preguntaba si el nuevo mundo hostil que se proponían invadir también les daría la bienvenida. ¿De qué manera les daría la bienvenida?

Por fin acabó la introducción inicial a Perchorsk y Khuv pasó el mando a su sargento mayor 2I/C, los hombres rompieron filas y se les dio orden de que abandonaran el lugar ordenadamente y volvieran a sus puestos de acantonamiento. Subieron las escaleras en fila india, pasaron junto a Luchov y desaparecieron a través de los niveles del magma. Khuv fue el último en salir y, al levantar la cabeza, se dio cuenta de que Luchov lo estaba aguardando en lo alto de las escaleras.

—Y bien —dijo subiendo hasta el rellano—, ¿qué te han parecido?

—He oído lo que les has dicho —repuso Luchov con voz fría, un poco distante—. ¿Qué importancia tiene lo que yo pueda pensar de ellos? Sé a qué sitio se los destina y, por tanto, sé que son hombres muertos.

Los ojos oscuros de Khuv eran brillantes, febriles y, aunque delataban excitación, se negaban a indicar la causa. Eran realmente inescrutables.

—No —dijo negando con un gesto—, estos hombres sobrevivirán. Son los mejores. Son hombres de acero contra monstruos de carne y hueso. Saben valerse por sí mismos, trabajan en equipo perfectamente coordinado y dispondrán de las mejores armas personales que podemos facilitarles… harán algo más que simplemente sobrevivir. Frente a los seres primitivos que sabemos que hay al otro lado —y al decirlo lanzó una ojeada a la Puerta deslumbrante de luz— serán como superhombres. Director, estos hombres son una cabeza de puente que nos unirá al nuevo mundo. Una cabeza de puente militar, en esto estoy de acuerdo, pero esto es algo temporal. Un día que no tardará en llegar —y en este punto a Luchov le pareció que los ojos de Khuv se empequeñecían ligeramente— también tú podrás visitar ese otro mundo, es decir, cuando ellos consigan que para ti suponga visitar un lugar seguro. ¿Y quién podría decir qué recursos nos esperan allí? ¿Quién sabe qué riquezas encierra? ¿No lo entiendes? Ellos reclamarán y civilizarán este mundo para la URSS.

—¿Serán unos pioneros? —Luchov, que no parecía nada impresionado, prosiguió—: Son soldados, comandante, no colonizadores. Su función primordial no es explorar, sino matar.

Khuv volvió a negar con un gesto de la cabeza.

—No, su función primordial es protegerse a sí mismos y a la Puerta: abrirla, impedir que del otro lado nos llegue ningún daño. A partir del momento en que entren, esta Puerta se convertirá literalmente en un camino que irá de aquí a allí. Yo a esto le llamo seguridad.

—Y en cuanto a ellos, ¿qué? —ahora la voz de Luchov todavía era más fría que antes—. ¿Saben que no pueden volver?

—No, no lo saben —fue la respuesta inmediata de Khuv— y no se lo vamos a decir. Probablemente lo entiendes: eso no se les puede decir. También tengo instrucciones para ti en relación con ésta y con otras materias…

—¿Instrucciones para…? —estalló Luchov—. ¿Que tienes instrucciones para mí?

Khuv estaba impasible.

—De la autoridad máxima. ¡La máxima! Tan sólo yo me ocupo de todo lo concerniente a esos soldados, director.

Y al decir esto se sacó y tendió a Luchov un sobre sellado en el que se veía el escudo del Kremlin.

—En cuanto a lo que has dicho de que no volverán, es verdad. No volverán inmediatamente, pero al final…

—¿Al final?

Luchov echó una ojeada al sobre y lo apartó.

—Sí, al final —dijo con una sonrisa irónica—. ¿Cuánto tiempo necesitamos? Hace más de dos años que esta Puerta está aquí, ¿y qué hemos aprendido del mundo que hay al otro lado? ¡Nada! Sólo sabemos que es una tierra de… monstruos. Ni siquiera hemos llegado a comunicar con el otro lado. Esto es lo que haremos en primer lugar —dijo Khuv—: pondremos teléfonos de campaña.

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