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Authors: Antonio Salas

El Palestino (84 page)

BOOK: El Palestino
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El escándalo alcanzó todos los estratos diplomáticos y políticos de las relaciones hispano-venezolanas y, como ocurriría en 2010 con el auto del juez Velasco, el gabinete de Hugo Chávez se vio obligado a salir al paso de tales acusaciones para desmentirlas. A pesar de que la Constitución de Venezuela regula las condiciones legales para otorgar a un extranjero la nacionalidad venezolana, trámites que me consta han sido acelerados en más de una ocasión, como en las elecciones de 2006, el gobierno venezolano aseguró que no se daría la nacionalidad a los etarras.

En cuanto a la indemnización a Galarza y Etxaniz, el mismo canciller Nicolás Maduro reconoció la existencia de un acuerdo extrajudicial y ajeno al gobierno central, negociado en junio en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, con sede en Washington, en el que Caracas reconocía que las dos deportaciones fueron ilegales y arbitrarias y que causó perjuicios morales y materiales, además de establecer que en ese país había exiliados vascos de conducta intachable, que eventualmente podrían optar por nacionalizarse. Pero insistió en que la responsabilidad de dicho acuerdo recaía en exclusiva sobre María Auxiliadora Monagas, representante de Venezuela ante las entidades internacionales de derechos humanos, y que habría negociado las indemnizaciones «ilícitamente» en nombre del gobierno chavista. Siempre he pensado que los revolucionarios y chavistas de corazón no son capaces de comprender los peajes políticos que también tiene que abonar su presidente.

A principios de diciembre Monagas, que se quedó sola ante el peligro, se vio obligada a dimitir de su cargo, y el Ministerio de Exteriores venezolano entregó al embajador español en Caracas, Raúl Morodo, un documento con las garantías de que no se indemnizaría a los dos miembros de ETA ni se concederían las nacionalidades.

La noticia cayó como un jarro de agua fría en los ambientes abertzales y entre los abogados de los etarras, que defendían contra viento y marea la legitimidad del acuerdo. «Es falso. El borrador del acuerdo fue conocido por el vicepresidente (venezolano) José Vicente Rangel, el entonces canciller Alí Rodríguez y el embajador de este país en España, Arévalo Méndez», declaró entonces Mario Alvarado. «Monagas no solo era la funcionaria autorizada por representar al Estado venezolano ante la Comisión, sino también ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos y ante el organismo de derechos humanos de las Naciones Unidas.»
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Sea como fuere, y de haber existido alguna vez el acuerdo de indemnización a los etarras, el pacto se rompió ante el escándalo internacional que produjo la noticia. El gobierno de Chávez intentó, en todo momento, distanciarse de la indiscutible presencia de ETA en Venezuela. Pero ni siquiera el todopoderoso presidente de la República Bolivariana puede evitar el torrente de simpatía y colaboración para con los etarras que existe en los círculos chavistas más radicales. Una simpatía, admiración y colaboración de las que yo he sido testigo muchas veces. Y que está originada en una imagen falsa, bastarda y obscena que de ETA tienen los grupos bolivarianos. Y este es el problema.

Mis camaradas bolivarianos, de espíritu rebelde, admiran el modelo que representan el Che Guevara y Fidel Castro en Cuba, y sinceramente opinan que es posible conseguir la paz a través de las armas. Son los hijos, o los nietos, de aquellos guerrilleros que vivieron los «años de plomo» contra las dictaduras derechistas en América Latina. Tiroteos y atentados que nunca cambiaron nada en Venezuela hasta que Chávez llegó al poder, a través de las urnas, y no de otro golpe de Estado.

Son jóvenes de sangre caliente que sienten una solidaridad sincera por causas como la guerra antiimperialista, la independencia indígena o la lucha palestina, y, para todos ellos, ETA es una causa justa. Mis camaradas revolucionarios, como mis hermanos musulmanes, son sinceros al implicarse en las causas que consideran justas, como la lucha armada en Colombia o Euskadi, o el yihad en Iraq, pero también son simplistas.

Los humanos, por desgracia, fundamentamos nuestra identidad en nuestra diferencia del «otro», el enemigo, satanizándolo y extrayéndole hasta el último rastro de humanidad. El enemigo es un ser diabólico, semihumano, capaz de las mayores atrocidades. Pero para él nosotros somos exactamente lo mismo.

Esos jóvenes revolucionarios, como Wilfredo B., Tomás A. o Armando L., entre otros camaradas del 23 de Enero, que no tienen problema en dibujar el símbolo de ETA con sus
sprays
de pintura en las fachadas de Caracas, o en las embajadas de España o Bolivia, jamás han pisado Palestina, Líbano, Iraq o el Magreb. Y por eso se han creído todas las patrañas y mentiras que les cuentan los terroristas vascos para justificar su lucha armada. Se han creído que en Euskal Herria existe una ocupación española similar a la ocupación israelí en Palestina. Se han creído que es posible comparar la persecución policial en Euskadi con los bombardeos indiscriminados a la Franja de Gaza, la destrucción de casas, árboles o fuentes en Cisjordania, o con la ocupación de territorios y el muro de la vergüenza que sufren los palestinos. Y por eso, engañados con una falacia absurda e inmoral, se atreven a comparar la causa palestina con la lucha armada en Euskal Herria, y a apoyarla. Y aunque me escandaliza y me enfurece que mis camaradas bolivarianos se hayan tragado esa solemne estupidez, puedo llegar a comprender que eso ocurra en un país como Venezuela, con una tradición guerrillera tan arraigada. Lo que me dejó atónito es encontrarme en un país europeo tan sofisticado y cosmopolita como Suecia esa misma credulidad y connivencia hacia las mentiras de ETA.

Los Papeles de Bolívar

Es evidente que Venezuela es un país excepcional desde este punto de vista. Un país en el que los mismos revolucionarios que durante décadas empuñaron sus fusiles contra lo que consideraban dictaduras imperialistas ahora están en el poder gracias a las urnas, como en Palestina, y no a través de un alzamiento armado, como en Cuba. Un país donde ex guerrilleros acostumbrados a la lucha armada ahora ostentan los cargos policiales de mayor responsabilidad. Por lo tanto, y siempre desde su punto de vista, es absolutamente lógico y comprensible que esos personajes afines al poder político en Venezuela, como el ex subsecretario de Seguridad Ciudadana, mi pana Comandante Chino, consideren camaradas a los miembros de otras organizaciones similares como las FARC, ETA, Hamas, IRA o Hizbullah. Lo contrario sería antinatural. Aunque es imperioso que consigan desvincularse de la violencia si quieren consolidar la democracia en su país y dejar sin argumentos a sus detractores.

En varios eventos revolucionarios, manifestaciones, presentaciones de libros, conferencias, etcétera, había visto que los miembros y simpatizantes de todos esos grupos en Venezuela recolectaban folletos, revistas y publicaciones afines a su ideología, como munición intelectual para reforzar sus prejuicios ideológicos. Ningún revolucionario que se preciase como tal podía ignorar periódicos alternativos como
Desafío
(de la CSB) o
La Hojilla
(basado en el programa de Mario Silva en VTV), pasando por
Fuerza Punto 4
, el
Kikirikí
,
Los Papeles de Mandinga
, el satírico
La Réplica
,
Imagen y Comunicación Revolucionaria
o el
Tribuna Popular
(del PSV). Todos ellos quincenales o mensuales, en formato de periódico, que no podían competir en calidad técnica, distribución y recursos con publicaciones de la oposición, como el semanario
Zeta
.

Aunque lo que realmente me dejó atónito fue descubrir, en Venezuela, que las FARC-EP poseían una revista oficial de la que jamás había oído hablar en Europa.
Resistencia
es una publicación irregular, aunque con vocación mensual, de entre 34 y 38 páginas, con manufactura profesional, buen papel cuché y cuatro páginas en color, en las que se describe el conflicto colombiano desde el punto de vista de la guerrilla. En los números de
Resistencia
que conseguí en Venezuela —se vendía por la calle—, los guerrilleros de las FARC se solidarizan con causas como la palestina, la etarra o la del IRA. Como curiosidad, en la portada del número 33 (diciembre de 2004) de
Resistencia
, aparece un grupo de guerrilleros de las FARC leyendo sonrientes un ejemplar de
Resumen Latinoamericano
, la revista dirigida por Carlos Aznárez, uno de los responsables en Euskadi de la revista
Ardi Beltza
, cerrada por orden del juez Gárzon, que la consideró el órgano propagandístico de ETA.

Ante ese caudal de revistas, periódicos, fanzines y gacetas proterroristas que circulaban fluidamente en todos los encuentros revolucionarios, se me ocurrió que esta también podía ser una estupenda vía de acceso a los radicales. Porque está claro que mi presencia en Internet se hallaba perfectamente consolidada. Nada es más barato y sencillo que implantar una mentira en la red y dejar que se reproduzca por sí misma. Por eso todos los agentes de desinformación prefieren Internet antes que ningún otro contexto para expandir un engaño. Algunos incluso nos beneficiamos de los rumores, conjeturas y fantasías que, una vez incrustados en la red, se repiten una y otra vez hasta convertirse en leyendas urbanas. Pero ¿y fuera de la red?

Es cierto que mi perezosa generación, la de Google y Wikipedia, «investiga» acomodada ante el ordenador, lo que nos ha hecho mucho más manipulables que a nuestros predecesores. Pero existe otro tipo de terroristas, que también eran objetivos de mi infiltración, y que no creen en la red. Tipos de más edad, más curtidos y recelosos, como Issan, el ex oficial de inteligencia de Hizbullah. Más desconfiados con la vulnerable información digital, prefieren el papel impreso. Así que era el momento de intentar llegar también a ellos, combinando las nuevas tecnologías con el formato impreso tradicional.

Necesitaba un tipo de publicación que estuviese totalmente bajo mi control, y que pudiese repartir en eventos, manifestaciones o incluso en las mezquitas. Una publicación en la que pudiese unir todos esos enfoques de la lucha armada que estaba conociendo durante esta infiltración, y que además de consolidar mi identidad como muyahid palestino pudiese acercarme a los terroristas que no creen en lo que aparece en la red, y que suelen ser los más inteligentes y escurridizos. Y así es como nació
Los Papeles de Bolívar
.

Los Papeles de Bolívar
es un fanzine impreso, con textos en inglés, francés, español, árabe y euskera, que supondría otra vuelta de tuerca en esta investigación. En cuanto empecé a gestar esta idea fui consciente de que implicaría mucho más trabajo. Tendría que ocuparme, totalmente solo, de la redacción, de las traducciones, de la maquetación, corrección e impresión de todos los textos, pero también de las fotocopias, el plegado, grapado y encuadernación de todos los ejemplares de cada edición. También tendría que mantener económicamente tanto la impresión de la gaceta, como los envíos postales y su distribución en las mezquitas, pero intuía que iba a merecer la pena el esfuerzo. Y suelo seguir a ciegas lo que me dice mi intuición. Lo que no podía imaginar es que solo un año más tarde un ejemplar de
Los Papeles de Bolívar
abriría todos los informativos de televisión en Bolivia, y sería la publicación más buscada en Internet por todos los expertos en antiterrorismo... Hoy todos ellos descubrirán quién estaba detrás de ese humilde fanzine, que disparó las conjeturas y especulaciones más absurdas durante meses en 2009.

El asesinato de mi hermano Greidy Alejandro Reyes,
Gato

En la madrugada del 26 de abril de 2008 Greidy Alejandro Reyes,
Gato
, volvía a su casa en el callejón La Fe de la calle Las Palmas, también en la zona de El Cementerio. Había estado tomando unos tragos con unos camaradas en la Avenida Principal, no muy lejos de donde vivía la viuda de Omar, el vigilante de la mezquita asesinado casi dos años antes. Y, cuando regresaba a su casa, no se dio cuenta de que no caminaba solo. Varios sicarios colombianos —según mis fuentes— le seguían los pasos resguardados por la penumbra del callejón, sucio y mal iluminado.

Gato, el menor de cuatro hermanos, vivía con su familia y en cuanto su padre, Juan Reyes, escuchó los disparos en la calle, salió corriendo con un mal presagio incrustado en el alma. Pero ya era tarde. El cuerpo de mi camarada Gato yacía en el suelo en un charco de sangre y agonizante. A unos metros de él, su fiel perro
Tom
había recibido otro disparo en la cabeza al intentar proteger a su amo.

El señor Reyes avisó a Urgencias rápidamente, y Gato fue trasladado a la Clínica Atías, en las Acacias, pero ya llegó cadáver, siendo trasladado su cuerpo a la sala de autopsias de la Medicatura Forense de Bello Monte, aunque la causa de su muerte era evidente. Cuatro tiros a quemarropa. Esta vez el ángel guardián que lo había salvado milagrosamente años antes, a pesar de haber sido acribillado a balazos, faltó a la cita. Según el certificado de defunción, firmado por la doctora forense María Kecskemeti, Gato murió por «hemorragia interna-herida por arma de fuego al tórax y abdomen...».

Nosotros no podíamos saber si Gato tuvo tiempo de desenfundar su arma, porque los asesinos se la llevaron junto con el bolso de mano en el que portaba sus efectos personales. Por eso, oficialmente, el asesinato de Gato se archivó como un homicidio por robo, pero en los círculos tupamaros todos tenían claro que tras su muerte, como tras la de Arquímedes Franco, había otros intereses, y mis camaradas tupamaros juraron venganza.

Yo encajé mal la muerte de Gato. Me parecía increíble que solo unos días antes hubiésemos estado juntos en la Asamblea Nacional, bromeando sobre la incompetencia informática de Chino Carías. Recuerdo sus ojos brillantes, y su irónica sonrisa. Pero ahora estaba cosido a balazos sobre una mesa de autopsias.

Ni pude entonces, ni puedo ahora, comprender tanta violencia, tanta muerte y tanto dolor gratuito. En un país repleto de luz, de sol, de riquezas. Un país que lo tiene todo para ser un vergel y que sin embargo se ahoga en una viscosa mezcla de sangre y petróleo. Donde el odio entre hermanos ha vencido a la esperanza. Donde existen más armas que manos para empuñarlas. Armas de gatillo ligero que funcionan como un virus contagioso. Porque violencia llama a violencia. Y, como es tradición tupamara, quien mata a un hermano muere por otro hermano. En Venezuela oficialmente no existe la pena de muerte... pero solo oficialmente. Los asesinos de Gato ya estaban condenados por el tribunal de la calle, pero todavía no lo sabían.

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