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Authors: Angela Sommer-Bodenburg

Tags: #Infantil

El pequeño vampiro y el paciente misterioso

BOOK: El pequeño vampiro y el paciente misterioso
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Anton acude al psicólogo, el señor Schwartenfeger, quien le comenta que tiene un paciente que podría ser un auténtico vampiro. Anton comprueba que no se trata de ningún miembro de la familia Schlotterstein, sino de un personaje nuevo (Igno Rante), que está efectivamente muy pálido y despide un fuerte olor a moho.

Angela Sommer-Bodenburg

El pequeño vampiro y el paciente misterioso

El pequeño vampiro 9

ePUB v1.1

Eibisi
05.04.12

Este libro es para Burghardt, quien comparte todos los secretos conmigo, para Katja y para todos los grandes y pequeños vampiros.

Angela Sommer-Bodenburg

Rapto de menores

—¿Y, tengo que ir realmente al picoloco? —preguntó Anton, sentado en el asiento trasero del coche y poniendo un gesto huraño.

—¡Sí!

Su madre le miró por el espejo retrovisor y se rió..., con una risa bastante artificial, según le pareció a Anton.

Probablemente el señor Schwartenfeger, el psicólogo al que Anton tenía que ir aquel día, le había aconsejado que se mostrara de buen humor y no se dejara sacar de sus casillas por nada.

—¡Pues yo no sé para qué tengo que ir al picoloco! —gruñó Anton.

—A él le gustaría charlar contigo —contestó su madre.

—¿Charlar? —dijo furioso Anton—. ¡Lo que quiere es sonsacarme, exprimirme, interrogarme!

—¡Pero Anton! Me parece que tú has visto demasiadas películas policíacas.

—¡No, he visto demasiado pocas! —repuso Anton rechinando los dientes—. Si no, sabría qué es lo que se puede hacer en caso de... ¡rapto de menores!

Pero, en lugar de enfadarse, su madre solamente se rió y preguntó:

—Pero, ¿qué es lo que tienes tú en contra del señor Schwartenfeger?

—¡Nada, absolutamente nada —dijo Anton—, siempre que me deje en paz!

—¡Ahora estás siendo injusto, Anton! ¡Después de todo fue el señor Schwartenfeger quien tuvo la idea de las «vacaciones-acción» en el Valle de la Amargura! Y tú mismo has dicho que las vacaciones te han gustado..., aunque hayamos tenido que volvernos una semana antes por la mano de tu padre.

—Bueno, sí... —admitió Anton—. Las vacaciones han estado bastante bien. («¡Gracias a Rüdiger y a Anna!», añadió en sus pensamientos, aunque prefirió guardárselo para sí) ¡Y por eso no entiendo para qué tengo que ir al señor Schwartenfeger —dijo— ahora que las vacaciones se han terminado!

—¡Quizá quiera hablar contigo precisamente de las vacaciones!

—¿De las vacaciones? —dijo asustado Anton—. ¿Y eso por qué?

¿Acaso se habrían dado cuenta sus padres de que Anton se había visto en el Valle de la Amargura con sus mejores amigos, el pequeño vampiro, Rüdiger Von Schlotterstein, y su hermana Anna? ¿Le habrían contado acaso sus sospechas al señor Schwartenfeger? ¡No! ¡Si realmente sus padres se hubieran enterado de algo, le hubieran pedido inmediatamente explicaciones a Anton!

—¿Por qué eres siempre tan desconfiado? —repuso la madre de Anton—. Tú simplemente espérate a ver qué es lo que quiere hablar el señor Schwartenfeger contigo.

—¿Que me espere? —gruñó Anton—. Me apuesto lo que sea a que

sabes perfectamente qué es lo que quiere de mí. ¡Seguro que has sido

quien le ha llamado por teléfono!

Su madre volvió a reírse.

—No, quien ha hablado con él por teléfono ha sido papá. Y si te empeñas en saberlo, te diré que papá está preocupado por las vacaciones. Al fin y al cabo las vacaciones juntos con tienda de campaña y saco de dormir eran tu regalo de Navidad. Y como las vacaciones sólo han durado la mitad de lo previsto por la historia de la mano herida, papá cree que a lo mejor eso te ha podido producir un... daño psíquico.

—¿A mí? ¡Un daño psíquico? —dijo Anton riéndose irónicamente para sus adentros—. Es posible —añadió, ¡con la esperanza de conseguir un par de regalos como compensación!

¡Pero, por lo menos, Anton ahora estaba, en cierto modo, tranquilo por lo qué se refería a la visita al psicólogo!

Coliflor

—Por cierto...: me gustaría ir yo solo —declaró Anton cuando su madre se detuvo ante la gran casa en la que tenía su consulta el señor Schwartenfeger.

—¿Tú solo? ¡No sé yo si será una buena idea!

—¿No creerás acaso que me voy a perder?

—Podrías equivocarte de camino intencionadamente...

—¿Intencionadamente? ¿Qué quieres decir con eso?

—Bueno..., podrías no ir a la consulta del señor Schwartenfeger, sino a la heladería de allí enfrente.

—No, gracias —repuso Anton mirando con desagrado hacia el café del otro lado de la calle, en el que ya había estado una vez (después de la primera visita al psicólogo)—. El helado que hacen
allí
no me gusta... Y además: ¡no tengo dinero! —añadió lanzando una indirecta.

—Bueno, si se te ha metido en la cabeza ir solo... —dijo ella—, entonces te recogeré aquí dentro de una hora.

—¿Qué? —exclamó indignado Anton—. ¿Tanto tiempo voy a tener que estar en el psicólogo?

—¡Sí, ése es el tiempo que dura normalmente una entrevista! —contestó ella.

Y luego, sintiéndose evidentemente culpable, echó mano de su monedero y le dio dos marcos a Anton.

—Toma —dijo ella—. Si no te gusta el helado, te puedes comprar una rosca de pan salado..., pero sólo
después
de la entrevista.

—¡Gracias! —dijo Anton cogiendo el dinero.

Con una risita irónica se bajó del coche y desfiló hacia la casa.

—Una hora... —suspiró.

Quizá hubiera debido dejar que fuera también su madre... Así, por lo menos, ella habría hablado algo con el señor Schwartenfeger.

En el portal olía a coliflor. ¡Brrrr! Anton se estremeció y, apresuradamente, para escaparse de aquel olor, tocó el timbre de la puerta que tenía un cartel que decía: Jürgen Schwartenfeger, Asesor Matrimonial, Terapia Infantil.

La señora Schwartenfeger, una mujer oronda con un peinado pasado de moda, le abrió y dijo sorprendida:

—¿Ya estás aquí, Anton? Tu consulta no es hasta dentro de media hora... Pero entra. ¡Puedes quedarte mientras tanto en la sala de espera!

—Es que todavía estamos comiendo —añadió ella.

Anton entró y supo en aquel mismo momento qué era lo que había para comer: coliflor...

Lanzó un suave suspiro y, conteniendo la respiración, siguió a la señora Schwartenfeger hasta la sala de espera.

¡Salvad el viejo cementerio!

En cuanto la señora Schwartenfeger se marchó, Anton corrió hacia la ventana y abrió las dos hojas de par en par.

¡Tenía que ser precisamente coliflor! Anton comía sin rechistar coles de Bruselas, colinabos e incluso espinacas... ¡Pero con la coliflor su estómago se ponía en huelga!

Sus padres, que consideraban la coliflor una verdura especialmente sana, lo sabían y sólo ponían coliflor cuando Anton no estaba en casa; por ejemplo, cuando estaba de viaje con su clase.

Viaje con la clase... Mientras Anton se asomaba a la ventana y respiraba profundamente pensó en lo que, radiante de alegría, había anunciado aquella mañana su profesora: había obtenido la promesa del... (¿cómo se decía?)... albergue escolar campestre, de que ya nada podría impedir el viaje de la clase en otoño...

Todos habían gritado de alegría... Todos menos Anton. ¡Sí, si pudiera convencer al pequeño vampiro de que fuera con él, sería un divertido viaje con la clase!

Pero seguro que Rüdiger no tenía ningún interés en volver a dejar tan pronto su cripta. ¡Cómo iba a tenerlo si acababa de regresar con su familia de las ruinas del Valle de la Amargura!...

Los vampiros habían tenido que huir hasta allí porque el guardián del cementerio, Geiermeier, y su ayudante Schnuppermaul habían empezado a «embellecer» la parte vieja del cementerio y, con ello, se habían acercado peligrosamente a la Cripta Schlotterstein.

De todas formas, ahora las obras se habían detenido... gracias a una iniciativa ciudadana —«¡Salvad el viejo cementerio!»— de la que Anton había oído hablar por primera vez en el Valle de la Amargura... Aquella noche antes de su partida, cuando estaba con Anna en el sótano del castillo en ruinas probándose el viejo traje y apareció de repente Tía Dorothee.

Anton había conseguido salvarse de Tía Dorothee metiéndose en el gran baúl negro... y desde dentro del baúl había podido oír cómo Tía Dorothee informaba que la iniciativa ciudadana «Salvad el viejo cementerio» había reunido cuatrocientas firmas
contra
las obras de renovación.

Entretanto el penetrante olor a coliflor había desaparecido y Anton estaba tiritando de frío en la ventana abierta de par en par. Volvió a cerrarla y fue hacia la mesa baja que había en el centro de la sala de espera y que estaba repleta de revistas y de hojas... ¡Probablemente propaganda de pastillas tranquilizantes!

Con bastante indiferencia su vista fue a parar a una de aquellas hojas... y Anton estuvo a punto de pegar un grito por la sorpresa. Con letras negras y gruesas ponía allí lo siguiente:
¡Salvad el viejo cementerio!
Temblando de excitación Anton empezó a leer:

¡Ayude a conservar el viejo cementerio! ¡No permita que el cementerio más bello y más antiguo de nuestra ciudad sea destruido por iracundos fanáticos!

¡Participe en nuestra iniciativa ciudadana «Salvad el viejo cementerio»!

¡Ayúdenos con su firma!

Para más información diríjase a: J. Schwartenfeger. Teléfono: 48 12 18.

Cuando Anton terminó de leer aquel llamamiento tuvo que sentarse de tan desconcertado y perplejo como estaba.

—J. Schwartenfeger..., ¿será el psicólogo?

Anton recordaba haber visto en el letrero de la puerta un número de teléfono. Se acordaba perfectamente de que empezaba por 48.

Y el señor Schwartenfeger se llamaba Jürgen...

Luego, de pronto, a Anton le vino a la memoria otra cosa: Tía Dorothee había aludido en el castillo en ruinas a un «informador», a quien dijo que sólo hacía falta llamar por teléfono. Cuando Anna le preguntó que quién era aquel informador, ella sólo contestó enigmáticamente: «Cepilla el tocino» y «Da la vuelta a la corteza».

—Cepilla el tocino... —dijo Anton para sí en voz baja... y de repente tuvo la sensación de estar muy cerca de la solución del enigma: «tocino»... era casi igual que «chicharrones»... y en lugar de «cepillar» se podía decir «lustrar».

BOOK: El pequeño vampiro y el paciente misterioso
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