El planeta misterioso

BOOK: El planeta misterioso
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El joven Anakin Skywalker ha sido admitido en el Templo Jedi de Coruscant, donde es el padawan del Maestro Jedi Obi-Wan Kenobi, y continúa reparando androides averiados.

El recuerdo de su madre, aún esclava en Tatooine, es lo único que ensombrece su vida.

Obi-Wan es consciente de las increíbles dotes de su discípulo Anakin. Ambos acogen con entusiasmo la importante misión que les encomienda el Consejo Jedi: ir a un misterioso planeta perdido en la periferia galáctica para averiguar qué ha sido de una joven Jedi enviada allí.

Este enigmático planeta, a pesar de su escaso desarrollo tecnológico, cuenta con unas naves increíblemente veloces y sofisticadas, que están vivas y se encuentran unidas a su dueño por un vínculo telepático que sólo la muerte puede romper.

Anakin siempre ha deseado viajar por la galaxia y por fin podrá ser el piloto legendario de sus fantasías infantiles.

Pero el secreto del planeta resulta más oscuro de lo esperado. Un gran cambio está a punto de sacudir la Fuerza y los destinos de la glaxia y del joven Anakin.

Greg Bear

El planeta misterioso

ePUB v1.1

jukogo
14.11.11

Titulo: El planeta Misterioso (Rogue Planet)

Autor: Greg Bear

Coleccion: Libro Único

Editorial: Martinez Roca

Páginas: 348

Cronología: 29 años A.B.Y (Antes de la Batalla de Yavin)

Para Jack, y Ed, y Doc Smith,

para Isaac,

y para George—

Maestros de la aventura.

Tres años después de los acontecimientos de La amenaza fantasma, Anakin Skywalkery el Caballero Jedi Obi-Wan Kenobi se encontraran con un mundo misterioso ...

Hace mucho tiempo,
en una galaxia muy, muy lejana...

1

A
nakin Skywalker esperaba en una larga fila dentro de un túnel de mantenimiento abandonado que llevaba al pozo de basura del distrito de Wicko. Con un suspiro de impaciencia, el muchacho alzó sus alas de carrera cuidadosamente plegadas sujetándolas por su arnés de cuero y puso el grueso timón encima de la tira de su sandalia de vuelo. Después apoyó las alas en la pared del túnel y, con la lengua entre los labios, aplicó la pequeña hoja reluciente de un soldador de bolsillo, manejándola como si fuera una diminuta espada de luz, a una grieta en la abrazadera lateral izquierda, Una vez terminadas las reparaciones, Anakin imprimió un vaivén experimental al rotador. El componente reparado funcionó a la perfección a pesar de que ya tenía muchos años.

Tan sólo hacía una semana que le compró las alas a un antiguo campeón del vuelo en los pozos que se había roto la espalda. El muchacho había obrado prodigios en un tiempo récord, lo que le permitiría volar en la misma competición en la que el campeón había puesto fin a su carrera. Anakin adoraba sentir cómo le crujían los huesos bajo el potente tirón de las alas de carrera durante el vuelo. Saboreaba la velocidad y la extremada dificultad de la misma manera en que algunos saborean la belleza del cielo nocturno, tan difícil de ver en Coruscant con su eterno resplandor ciudadano que circundaba todo el planeta. Anhelaba la competición, e incluso el hedor nervioso de los participantes, todos ellos marginados y escoria de la sociedad, le parecía emocionante.

Pero por encima de todo, le encantaba ganar.

La carrera del pozo de basura era ilegal, por supuesto. Las autoridades de Coruscant intentaban preservar la imagen de un digno y respetable planeta metropolitano, capital de la República, centro de la ley y la civilización para decenas de millares de sistemas estelares. La verdad no podía ser más distinta, si sabías dónde mirar, y Anakin siempre sabía de una manera instintiva hacia dónde había que mirar.

Después de todo, había nacido y se había criado en Tatooine.

Aunque le encantaba el adiestramiento Jedi, embutirse en unas prendas filosóficas tan ceñidas no resultaba nada fácil. Anakin había sospechado desde el primer momento que en un mundo donde un millar de razas y especies se reunían para parlamentar tenía que haber lugares muy divertidos.

El señor del túnel que supervisaría la carrera era un naplouseano, poco más que un amasijo de tejidos delgados como hilos provisto de tres piernas y un nudo de húmedos ojos relucientes.

—La primera bandada ya haber alzado el vuelo —siseó mientras avanzaba con rápidos y gráciles giros por el estrecho túnel de lisas paredes. El naplouseano hablaba básico salvo cuando estaba enfadado, ya que entonces se limitaba a apestar—. ¡Alas! ¡Arriba! —ordenó.

Anakin se echó las alas al hombro con una serie de gruñidos profesionalmente sincronizados, uno-dos-tres, pasó los brazos por debajo de las correas de sujeción y se ciñó el arnés, que había tenido que recortar un poco para adaptarlo al cuerpo de un niño humano de doce años.

El naplouseano examinó a cada participante con muchos ojos críticos. Cuando llegó a Anakin, deslizó una delgada cinta de tejido reseco por entre sus costillas y las correas y tiró de ellas con una fuerza que casi hizo caer al muchacho.

— ¿Quién ser tú? —tosió el señor del túnel.

—Anakin Skywalker —dijo el muchacho.

Anakin nunca mentía, y nunca le preocupaba la posibilidad de ser castigado.

—Tú ser muy osado —observó el señor del túnel—. ¿Qué decir tu madre y tu padre si nosotros devolverles un chico muerto?

—Criarían otro —respondió Anakin, esperando hablar como un duro veterano seguro de sí mismo por mucho que en realidad le diera igual lo que pudiese opinar el señor del túnel con tal de que le dejara correr.

—Yo conocer a los corredores —dijo el naplouseano, con sus múltiples ojos disputándose el mejor ángulo de visión—. ¡Tú no ser un corredor!

Anakin mantuvo un respetuoso silencio y se concentró en el círculo de tenue luz azulada que tenía delante, el cual iba aumentando de tamaño conforme se acortaba la fila.

— ¡Ja! —ladró el naplouseano, a pesar de que a su especie le resultaba imposible reírse.

Después siguió fila abajo, tirando, empujando y repartiendo más lúgubres pronósticos de catástrofe ante el pequeño enjambre adoratorio de cámaras androides que lo seguían allá donde fuera.

Una voz muy tenue habló detrás de Anakin.

—Has corrido aquí antes.

Anakin ya llevaba un rato siendo consciente de la presencia del tallador de sangre que esperaba en la cola detrás de él. Sólo había unos centenares de representantes de su especie en todo Coruscant, y hacía menos de un siglo que se habían unido a la República. Los talladores de sangre eran unos seres impresionantes: esbeltos, gráciles y con la piel de un dorado iridiscente, sus largas extremidades estaban provistas de tres articulaciones y sus pequeñas cabezas remataban un cuello muy delgado.

—Dos veces —dijo Anakin—. ¿Y tú?

—Dos veces —dijo el tallador de sangre afablemente, y después pestañeó y miró arriba. Su extraña nariz se desplegaba a través del angosto rostro del tallador de sangre formando dos faldones carnosos que hacían pensar en un escudo partido, medio escondiendo su ancha boca carente de labios. Los faldones nasales minuciosamente tatuados eran al mismo tiempo sensores de olor y unas orejas dotadas de una gran sensibilidad, una doble función en la que también tomaban parte los dos diminutos orificios que había detrás de sus pequeños ojos negros como el ónice—. El señor del túnel tiene razón. Eres demasiado joven.

Hablaba un básico impecable, como si hubiera sido educado en las mejores escuelas de Coruscant.

Anakin sonrió e intentó encogerse de hombros. El peso de las alas de carrera frustró el gesto.

—Probablemente morirás ahí abajo —añadió el tallador de sangre, lanzándole una mirada altiva e impasible.

—Gracias por el apoyo —dijo Anakin enrojeciendo.

Las opiniones profesionales como la del señor del túnel no le afectaban, pero no soportaba que lo menospreciaran, y si había algo que odiara especialmente era que un oponente intentara ponerlo nervioso antes de la carrera.

Miedo, odio, ira... El viejo trío con el que Anakin luchaba cada día de su vida, aunque sólo revelaba sus emociones más profundas a un hombre: Obi-Wan Kenobi, su maestro en el Templo Jedi.

El tallador de sangre se inclinó levemente sobre sus piernas de tres articulaciones.

—Hueles igual que un esclavo —murmuró, hablando sólo para los oídos de Anakin.

El muchacho tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no tirar las alas al suelo y saltar sobre la larga garganta del tallador de sangre. Después se tragó sus emociones y las puso a buen recaudo en una parte helada y secreta de su ser, guardándolas junto con todas las otras cosas oscuras que se había traído consigo de Tatooine. El insulto del tallador de sangre había dado justo en el blanco, lo cual avivó la ira de Anakin e hizo que le resultara todavía más difícil controlarse. Tanto él como su madre, Shmi, habían sido esclavos de Watto, el altanero tratante de chatarra. Cuando el Maestro Jedi Qui-Gon Jinn ganó a Anakin en la apuesta que hizo con Watto, tuvieron que dejar a Shmi en su poder..., algo en lo que Anakin pensaba cada día de su vida.

— ¡Vosotros cuatro ser los próximos! —siseó el señor del túnel, pasando velozmente junto a ellos con la parte central de su cuerpo revoloteando igual que cintas en la peonza de un niño.

* * *

Mace Windu andaba por un estrecho pasillo lateral en el dormitorio principal del Templo Jedi, absorto en sus pensamientos con los brazos metidos dentro de sus largas mangas, cuando faltó poco para que fuera derribado por un esbelto y joven Jedi que salió corriendo de una puerta. Mace logró hacerse a un lado ágilmente justo a tiempo para evitar el choque, pero sacó un codo y rozó deliberadamente con él al joven Jedi, quien se volvió en redondo.

—Perdonadme, maestro —se disculpó Obi-Wan, apresurándose a inclinarse ante Mace—. Qué torpe soy.

—No ha pasado nada —dijo Mace Windu—. Aunque deberías haber sabido que estaba aquí.

—Sí. El codo. Un correctivo. Os lo agradezco.

De hecho Obi-Wan se sentía más bien avergonzado, pero no había tiempo de explicar las cosas.

— ¿Tienes prisa?

—Mucha —dijo Obi-Wan.

— ¿El elegido no se encuentra en sus alojamientos?

El tono de Mace contenía tanto ironía como respeto, una combinación en la que era particularmente experto.

—Sé a dónde ha ido, maestro Windu. He encontrado sus herramientas y su banco de trabajo.

—Y supongo que se trata de algo más serio que el que esté construyendo androides que no nos hacen ninguna falta.

—Sí, maestro —dijo Obi-Wan.

—Acerca del chico... —comenzó a decir Mace Windu.

—Cuando haya tiempo, maestro.

—Por supuesto —dijo Mace—. Encuéntralo. Luego hablaremos... y quiero que él esté allí para escuchar.

— ¡Por supuesto, maestro!

Obi-Wan no trató de disimular su prisa. Pocos podían ocultar la preocupación o sus intenciones a Mace Windu.

Mace sonrío.

— ¡El muchacho te aportará sabiduría! —gritó mientras Obi-Wan salía corriendo del pasillo para dirigirse hacia el turboascensor y la salida de transporte aéreo del Templo.

La broma no irritó en lo más mínimo a Obi-Wan. De hecho, él era de la misma opinión. Sabiduría, o locura. No podía haber nada más ridículo que el que un Jedi siempre tuviera que estar corriendo detrás de un padawan que no hacía más que crearle problemas. Pero Anakin no era un padawan corriente. Había sido confiado a Obi-Wan por su amado maestro en persona, Qui-Gon Jinn.

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