Read El planeta misterioso Online
Authors: Greg Bear
Al fondo del pozo, otro contenedor pasó rugiendo por una abertura del escudo inferior y fue dirigido por los campos tractores hacia su próxima abertura. Después llegó otro contenedor. Había toda una andanada en camino.
Obi-Wan no tenía idea de dónde estaba Anakin, o de si aún vivía. Y hasta que hubiera alcanzado algo más que un control rudimentario de las alas que le permitiera no tener que confiar tanto en la suerte, las circunstancias de su padawan no importaban demasiado.
* * *
El objetivo de la carrera del pozo de basura consistía en sobrevolar la superficie convexa del escudo inferior, bajar por una abertura que en aquel momento no estuviera cargada del todo con un campo de aceleración u ocupada por un contenedor en su ruta de ascenso, y después repetir dichas maniobras en los dos escudos inferiores siguientes hasta que el participante llegaba al fondo del pozo.
Una vez en el fondo, lo único que tenía que hacer era coger una escama de un gusano de la basura, sin poner los pies en el suelo, meter el trofeo en una bolsa y luego ascender a través de los escudos y volar hasta el interior de otro túnel para entregar la escama al juez: es decir, al Saludador, quien controlaba prácticamente todo lo que ocurría en aquellas competiciones.
La basura que no iba a ser exportada al espacio era sacada del territorio municipal del pozo y mezclada con aceites de silicona, después de lo cual era expulsada a través del anillo inferior de túneles de salida y pasaba a ser procesada por los gusanos. Los gusanos masticaban aquella basura menos tóxica hasta convertirla en cápsulas diminutas, extrayendo de ella cualquier fragmento de materia orgánica, plásticos o metal recuperable.
Los gusanos de la basura eran enormes, bastante hostiles y esenciales para que el pozo funcionara con eficiencia. Los gusanos de la basura tenían antepasados naturales en otros mundos, pero ya hacía mucho tiempo que los técnicos de Coruscant, maestros de las artes vitales, habían alejado considerablemente a aquellos monstruos de los límites de sus orígenes. Esparcidos en el puré de siliconas como nidos de grueso cable que se retorcieran lentamente, los gusanos reducían millones de toneladas de gránulos preprocesados a dióxido de carbono, metano y demás componentes orgánicos que flotaban en gruesas islas de espuma amarillo claro sobre la agitada superficie del lago de siliconas. Los metales, minerales y cristales desechados se hundían y eran recogidos del fondo de la cuenca por gigantescos androides sumergidos.
Se decía que un gusano de la basura podía comerse un núcleo hiperimpulsor difunto y sobrevivir... durante unos segundos. Pero rara vez se esperaba eso de ellos.
En el lago de siliconas del fondo del pozo había muchísimos gusanos. Sus enormes escamas medio sueltas destellaban como diamantes y eran muy apreciadas por el Saludador, quien las vendía como recuerdos deportivos a un pequeño pero selecto mercado de coleccionistas.
Anakin ejecutó un giro y miró arriba. El tallador de sangre se encontraba a su izquierda. Los otros participantes habían saltado tras ellos, lo cual quería decir que la carrera había empezado después de todo. El señor del túnel debía de haber decidido que aquella alteración del protocolo aumentaría la emoción.
A Anakin no se le ocurrió ningún plan mejor que ganar la carrera manteniéndose lo más lejos posible del tallador de sangre, ofrecer una escama de gusano al Saludador y regresar al Templo antes de que alguien pudiera darse cuenta de su ausencia. Dentro de una hora podía volver a estar entrenándose con Obi-Wan y aquella noche dormiría bien, sin malos sueños, exhausto y sintiéndose justificado en un nivel muy profundo hasta el que la disciplina Jedí todavía no había logrado llegar.
Tendría que disfrazar la herida de su muñeca, por supuesto. No parecía demasiado grave o al menos eso fue lo que reveló una apresurada inspección, que era lo único que podía hacer en vuelo.
Hora de inclinar su aleta, relajar los músculos y volver a caer como una piedra capaz de controlar su destino.
Porque sí había algo que Anakin deseara por encima de todo, era controlar la situación.
* * *
Obi-Wan se incorporó sobre la enorme superficie curva del escudo y, recurriendo a sus conocimientos Jedi, determinó rápidamente su estado físico en aquel momento. Tenía el cuerpo lleno de morados y se sentía muy frustrado —Obi-Wan se apresuró a disipar aquella emoción, porque la frustración podía llevar con mucha facilidad a la ira y de ésta a la perdición sólo mediaba un paso—, pero al menos había evitado romperse algún hueso. También se había quedado sin aliento, pero se recuperó al instante mientras buscaba con la mirada a los otros corredores.
Anakin giraba en una lenta espiral ascendente, volando sobre el centro del escudo y a unos cien metros por encima de él. Una segunda figura dorada ejecutaba una rápida espiral descendente a unos cien metros por encima de Anakin, bajando hacia él como una hoja. Una tercera y una cuarta estaban trazando grandes arcos alrededor del perímetro.
Obi-Wan se concentró en Anakin. Preparó sus alas para otra ascensión en el mismo instante en que veía cómo su padawan se precipitaba a través del vacío, hundiéndose igual que si estuviera zambulléndose en él, y desaparecía dentro del agujero central del escudo.
Obi-Wan corrió hacia el borde del agujero más cercano, que se encontraba a unos veinte metros de él. Se aseguró de que sus alas estuvieran adecuadamente dobladas y de que podrían ser extendidas sin quedarse atascadas a mitad del despliegue. Sus pies vencieron el abrazo pegajoso de los campos tractores que se curvaban sobre la superficie del escudo. El aire siseó alrededor de él, y sus intestinos vibraron como si estuviera andando a través de la peor tormenta del gigante gaseoso más turbulento.
Nubecillas de humedad congelada revolotearon en torno a él, arrastradas por la estela de un contenedor cuando éste atravesó aullando un agujero situado a menos de cincuenta metros a su derecha. El torbellino de fuerza ciclónica que se elevó hacia el espacio estuvo a punto de separarle los pies del suelo, y Obi-Wan no estuvo muy seguro de si sería capaz de resistir un segundo enfrentamiento con las líneas de campo locales.
Al igual que Qui-Gon Jinn en el pasado, Obi-Wan Kenobi no era partidario de enseñar mediante el castigo. Que el aprendiz reconociera los errores casi siempre era suficiente. Aun así, avergonzado, vio en una parte oscura de sus pensamientos que estaba planeando palabras muy duras, pruebas extremas y muchas, muchas tareas extra para Anakin Skywalker, y no con el único objetivo de mejorar la perspectiva de la vida que tenía su padawan.
* * *
Anakin sintió una nueva alegría extrañamente pura cuando extendió sus alas y capturó un campo en el siguiente nivel. La belleza de las estelas iónicas, los relámpagos que bailaban incesantemente entre las nubes de humo de las descargas e iluminaban las distantes paredes del pozo, y el rugido parecido a un redoble de tambor que se oía cada cinco segundos cuando ascendían los contenedores eran hermosos, pero lo realmente importante era que todos aquellos fenómenos, con una voz casi viva, lanzaban un desafío más grande que cualquiera de los que había experimentado en Tatooine, la carrera de módulos de la víspera de Boonta incluida.
El pozo era un lugar que casi todos hubiesen encontrado aterrador y donde la mayoría de seres vivos habrían muerto inevitablemente, y sin embargo Anakin no era más que un muchacho, un simple niño, un antiguo esclavo que no confiaba tanto en el adiestramiento Jedi como en su propio valor. ¡Estaba solo, y le encantaba estarlo! Anakin habría aceptado sin vacilar pasar el resto de su vida en aquella clase de peligro inmediato con tal de poder olvidar los fracasos del pasado que lo acosaban por las noches, cada vez que intentaba conciliar el sueño. Los fracasos..., y la aterradora sensación de llevar dentro algo que era incapaz de controlar.
Las oscuras botas vacías que deambulaban por la peor de sus pesadillas.
Volvió a extender su aleta cerca del centro del escudo, allí donde se lanzaban pocos contenedores. Podía sentir el palpitar del gigantesco cañón de lanzamiento debajo de aquel escudo, que era el que se encontraba más cerca del fondo. Sus sentidos estaban sintonizados con el ritmo de aquel lanzador giratorio, más grande que todo el Templo Jedi. Anakin esperó la llegada del titubeo, el breve silencio seguido por un ronco rechinar y un rápido
chuff
anteriores al momento en que un anillo de contenedores entraba en las recámaras y era disparado. Lo más aconsejable, naturalmente, era caer por un agujero durante una pausa entre dos lanzamientos y salir de un agujero por el que acabara de ser disparado un contenedor, ayudado por su flujo de gases, corrientes ascendentes, relámpagos y azuladas estelas iónicas.
Antes de tomar una decisión, Anakin se maravilló ante un fenómeno que sólo conocía por los susurros impresionados con los que hablaban de él otros corredores: los círculos ascendentes de esferas de plasma que ascendían a través del vacío, elevándose sobre el primer escudo como si estuvieran impulsados por un propósito secreto. Las esferas relucían con destellos naranja y verde azulado, y Anakin incluso podía oír su intenso crepitar. Rozarlos suponía quedar frito al instante. El muchacho contempló cómo un círculo de aquellas esferas estallaba con una sucesión de tenues chasquidos, y siguió con la mirada la trayectoria del relámpago particularmente intenso que hendió el espacio en el que habían estado las esferas como una jabalina lanzada a través de un aro.
Aquello le erizó el vello de la nuca de una manera que ninguna descarga estática podía explicar. Era como si se estuviera enfrentando a los dioses primitivos del pozo de basura, los auténticos señores de aquel lugar, y sin embargo pensar aquello aunque sólo fuera por un instante iba en contra de todo su adiestramiento. «La Fuerza está en todas partes
y
no exige nada, ni obediencia ni respeto temeroso.»
Pero aquello, naturalmente, era lo que necesitaba experimentar para poder olvidar. Anakin necesitaba despojarse a sí mismo de todo su ser hasta quedar reducido al salvajismo más puro, a ese lugar escondido debajo de su nombre, su recuerdo y su yo en el cual moraban sombras ominosas, y al que podías recurrir en cuestión de segundos dando la espalda al lado luminoso de la Fuerza para volverte hacia la oscuridad y, de esa manera, descubrir que no veías ninguna diferencia entre uno y otra.
Anakin, puro instinto, una mota de polvo perdida en el juego, volvió a recoger sus alas y se precipitó por el agujero central del escudo.
No vio que el tallador de sangre hacía lo mismo a cincuenta metros por encima de él.
El cañón de lanzamiento se alzaba sobre su montura elevada a doscientos metros por debajo del escudo, repitiendo una y otra vez sus movimientos automatizados. Recibía contenedores cargados y activados de las pistas que lo rodeaban, y cada contenedor caía dentro de una cámara de disparo de la que sólo sobresalía su bulbosa punta. Cada contenedor disponía de una designación específica en el programa del cañón, una ruta especificada a través de cuatro escudos que le proporcionaba cuatro oportunidades de ser acelerado hacia una órbita específica. La carga situada debajo del contenedor sólo le permitiría recorrer los primeros trescientos metros, llevándolo hasta el primer escudo. Después los campos tractores y los generadores de pulsos magnéticos pasaban a hacerse cargo de él. El diseño, muy sofisticado a pesar de que ya tenía cientos de años de antigüedad, era tan sólido como duradero y había sido reproducido una y otra vez por toda la superficie de Coruscant.
Encima del cañón de lanzamiento el aire era casi irrespirable. Las humaredas producidas por la explosión de las cargas —simples explosivos químicos— no podían ser dispersadas y procesadas lo bastante deprisa para impedir que se formara un manto tóxico por debajo del primer escudo. Además de aquella neblina perpetua creada por la consunción de las cargas, también estaban los vapores miasmáticos de la cuenca llena de siliconas que se extendía por debajo del cañón de lanzamiento.
Era allí donde las criaturas más primitivas —y también las más grandes— de Coruscant vivían y desempeñaban sus funciones en un crepúsculo perpetuo, iluminado únicamente por los vacilantes resplandores de las luces industriales suspendidas de la parte inferior de los soportes del cañón de lanzamiento. Los gusanos más gigantescos medían centenares de metros de largo por tres o cuatro de ancho.
Anakin planeó hacia un lado del nivel inferior y se posó sobre uno de los soportes del cañón. Podía sentir a través de los pies la rotación y el lanzamiento de los contenedores introducidos en las recámaras.
La inmensa masa de la estructura de ferrocarbono temblaba bajo sus zapatillas de vuelo.
El muchacho había reservado la mayor parte de su combustible para aquel momento. Los campos tractores de debajo del cañón eran bastante débiles, ya que se hallaban reducidos al mínimo imprescindible para evitar que los gusanos subieran hacia los soportes para absorberlos. En cuanto hubiera arrancado una vidriosa escama de gusano, Anakin tendría que subir hasta el primer escudo, localizar la corriente ascendente de un contenedor y permitir que lo arrastrara a través de un agujero hacia el vacío que se extendía por encima del primer escudo.
Lo cual resultaría increíblemente difícil de hacer.
Tanto mejor. Con los ojos muy abiertos, Anakin contempló la caótica sopa de gusanos que tenía debajo. Dejando rígida un ala durante una fracción de segundo, liberó el brazo correspondiente y extendió una mascarilla respiratoria por encima de su boca y su nariz. Después aprovechó aquella oportunidad para colocar en posición su copa óptica y bajar los anteojos de burbuja que protegerían sus ojos de las salpicaduras de silicona. Luego tensó los músculos, preparándose para el salto.
Sin embargo, había cometido el primer error de un aprendiz de Jedi: dirigir toda su atención hacia una sola meta u objeto. La concentración era una cosa y la percepción estrechada otra, y Anakin había hecho caso omiso de cuanto se encontraba por encima de él.
Sintió un cosquilleo en .sus sentidos y miró a un lado con el tiempo justo de recibir, con la coronilla de su cabeza, un golpe dirigido a su sien. El tallador de sangre pasó junto a él y se posó en el soporte siguiente para contemplar con satisfacción cómo el joven Jedi se precipitaba hacia la convulsa masa de gusanos.