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Authors: Douglas Niles

Tags: #Fantasía, #Aventuras, #Juvenil

El pozo de las tinieblas (4 page)

BOOK: El pozo de las tinieblas
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El largo e inminente verano lo llamaba como una mujer seductora, y la mente de Grunnarch era feliz soñando con asaltos y botines, capturas de esclavos y gloriosas batallas en los meses venideros.

Grunnarch navegaba hacia el Iron Keep, fortaleza de Thelgaar Mano de Hierro, en la isla de Omán. Esta se hallaba en el centro de las islas Moonshaes, tenía un puerto bueno y profundo y, lo que era aún más importante, la fortaleza del rey más poderoso de los hombres del norte: Thelgaar Mano de Hierro. Desde Iron Keep, los norteños podrían alcanzar Moray, Gwynneth o Calidyrr, todas ellas tierras de los ffolk. Los reinos divididos de los ffolk estaban pidiendo prácticamente ser asaltados. Si Thelgaar, con su numerosa flota y su veterano ejército, decidía unirse a la campaña, las posibilidades de aquel verano serian ilimitadas.

Dos días antes de la recalada, se avistaron mástiles en el horizonte del norte. En unas pocas horas, Grunnarch reconoció la ballena azul, insignia de Raag Hammerstaad, rey de las islas de Norheim, quien navegaba también con muchos barcos. Grunnarch se preguntó cuántos reinos más se decidirían a incorporarse a las fuerzas de guerra este verano.

Las dos flotas se juntaron y el viento refrescó. Cien barcos surcaron las olas en dirección al puerto de Omán. Pronto la rocosa costa de la isla se dibujó en el horizonte sudeste. Con el barco de Grunnarch en cabeza, la flota bordeó el promontorio que protegía el puerto. Grunnarch gruñó satisfecho ante la escena que se ofrecía a sus ojos.

Los cien barcos de Thelgaar estaban alineados junto a la costa. Pero, además de los barcos de guerra de Mano de Hierro, había navios de muchos otros reinos que habían llegado preparados para el combate.

Sería ciertamente un verano de sangre y pillaje.

La diosa tembló y se encogió. Sentía su cuerpo aterido, no de miedo, sino de una lejana y melancólica tristeza. El sentimiento era remoto, y no le prestó gran atención. Sin embargo, empezó a reconocer en aquel entumecimiento la terrible amenaza que se avecinaba.

Con gran esfuerzo, se obligó a moverse. Sabía instintivamente que la pasividad sería ahora fatal. El grito que lanzó resonó en toda la tierra, penetró en lo más hondo de las colinas y montañas y llegó incluso hasta el fondo del mar.

Esperando que no fuese demasiado tarde, la diosa trataba de despertar a sus hijos.

2
Una profecía

Erian cruzó la puerta a grandes zancadas y bajó por el camino en dirección al festival. Estaba ansioso de volver a las diversiones. «¡Al diablo con el gallito de pelea!», maldijo para sus adentros, pensando en el principe. «Le salvé el pellejo de aquel resbaladizo y puerco calishita, ¿y para qué?»

El corpulento guardia escupió furioso al suelo y se sintió un poco mejor. Pensó en Geoffrey, el cervecero, que con seguridad tendría varios barriles frescos cerca de un banco confortable. Con una docena de monedas de plata en el bolsillo, Erian podría estar bebiendo durante todo el día y la mayor pane de la noche.

La tienda de Geoffrey, más grande que la mayoría de las otras, se elevaba también sobre éstas como una atractiva torre. Como Erian había adivinado, el gordo tabernero tenía barriles destapados de cerveza ligera y oscura, así como espesa aguamiel de Calidyrr. Fachendeando, el hombre de armas sacó una de sus monedas de plata para comprar una enorme jarra de aguamiel.

Apartándose de la barra, Erian observó a los otros ocupantes de la tienda. Varios hombres del norte estaban agrupados, bebiendo en silencio. Un joven bardo entretenía a un grupo de hombres y mujeres del campo en el rincón más alejado.

Entonces vio a una mujer que esta sentada inmóvil en el rincón más oscuro de la tienda. Ella lo miró con expresión descarada y un tanto divertida, una mirada que Erian devolvió con interés. Los ojos de la mujer pestañearon una vez, rápidamente.

Erian vio que la ropa de campesina que llevaba parecía demasiado grande para ella. No obstante, advirtió que las líneas de su cuerpo se destacaban con nitidez debajo del arrugado vestido, curvándose deliciosamente como para burlarse de la vulgar vestimenta.

Erian siguió mirándola y, sin saber cómo, se encontró de pie delante de ella. Incluso con la cara semioculta en las sombras, la mujer le impresionó. Se sentó delante de ella y, poco a poco, recordó quién era él y dónde estaba.

—Me llamo Erian —declaró, sintiéndose bastante orgulloso de ser capaz de hablar.

—Yo soy... Meridith —respondió la mujer, pestañeando.

Él advirtió que sus ojos eran extrañamente vagos, casi vacíos. Sin embargo, habían centelleado cuando lo habían mirado desde el otro lado de la tienda.

—Es un nombre nada corriente. ¿Vienes de Calidyrr o de algún lugar más lejano? —preguntó él.

Ella pareció divertida por un instante, al responder:

—Vengo, sí, de un lugar más lejano.

—¿Te gusta nuestro festival? —preguntó Erian, ilusionado con la idea de pasar un día en compañía de Meridith en la fiesta, y tal vez en la noche que vendría después.

—Es muy interesante —respondió la mujer, como si leyese sus pensamientos—. Pero me gustaría ver más cosas.

Erian resplandeció.

—¡Permíteme que te acompañe!

Se puso en pie y le ofreció el brazo, representando el papel de galán. Ella se echó a reír y se levantó también. Por un instante, vio él aquel destello de fuego en sus ojos, y la sangre fluyó más deprisa por sus venas.

El día transcurrió rápidamente. Los puestos de cerveza y de vino eran numerosos y Erian encontró un motivo para visitar cada uno de ellos y apagar su sed. Meridith bebía de vez en cuando un vaso de vino, pero declaró que no le gustaba nada el brebaje de malta. Sin embargo, lo animó a no dejar que su abstinencia le impidiese mitigar su sed.

Más tarde, el fresco de la noche primaveral hizo que se juntaran más. Meridith parecía tener mucho frío y Erian aprovechó la oportunidad para envolverla con su capa. Ella pareció encontrarse bien a su lado, y se arrimó a él con una prontitud que le encantó y lo excitó.

Una vez, durante el día, se habían cruzado con el príncipe, que daba una vuelta por la feria en compañía de la pupila del rey y, para sorpresa de Erian, del ladrón calishita que le había robado aquel mismo día. El guardia se volvió para comentar el hecho y entonces vio que Meridith observaba el grupo del príncipe con una expresión de terrible intensidad. Al instante, Erian sintió una oleada de furiosos celos.

—¿Quién es aquél? —preguntó ella en voz baja.

—Es el príncipe, un joven petrimetre que se comporta como si fuese dueño de toda la población —gruñó el guardia, haciendo una descripción no del todo exacta—. ¡Es una vergüenza para el nombre de Kendrick! Le importan un comino las responsabilidades de su posición: lo único que le interesa son sus malditos podencos y divertirse.

Erian se volvió y miró a Meridith con el entrecejo fruncido.

—¿Por qué lo miras tanto? ¡Vamos!

La agarró del brazo para apartarla de allí, pero se detuvo al oír el tono apremiante de su voz.

—¿Y la muchacha? ¿Quién es?

Ahora Erian se volvió a mirar, pues Robyn era un espectáculo digno de contemplar. Aunque sus formas quedaban ocultas debajo de la larga capa, el guardia recordó que tenía suaves curvas y delicadas redondeces que habían convertido a la muchacha en una mujer en los últimos dos años. Los recuerdos inflamaron su ardor y de nuevo asió a Meridith. Esta vez, ella le permitió que la rodeara con sus brazos y que la mano se deslizase con atrevimiento a lo largo de su espalda.

—Es la pupila del rey; una huérfana, según dicen.

Ha vivido en el castillo desde que era pequeña.

—Interesante —murmuró Meridith, mientras el guardia se la llevaba de allí.

Su voz, suave y ronca, casi hacía arder la sangre de Erian. Se detuvo ante otra tienda de cerveza y la mujer se volvió para observar de nuevo a Tristán y a Robyn, con una mirada a la vez curiosa y algo amenazadora.

Pero cuando Erian regresó con una jarra llena, Meridith rió alegremente y permitió que el hombrón la asiese del brazo y la guiase a través de la feria.

Por fin, volvieron a la tienda de cerveza donde se habían conocido y se sentaron de nuevo en el banco del rincón. Erian pensó que debía de haber dicho algo terriblemente ingenioso, pues Meridith reía entusiasmada. Entonces calló y ella lo miró. De nuevo tenía aquel destello en sus ojos, que resplandecieron esta vez como carbones encendidos en una noche oscura.

La mujer se inclinó hacia adelante y lo besó, y su boca era cálida. También el frío parecía haberse ido de su cuerpo cuando se arrimó a él. Ahora sólo había calor en ella, y el sudor brotaba de sus poros.

Erian correspondió al beso estrechándola con fuerza entre sus brazos y apretando su boca contra la de la mujer. Ésta se echó hacia atrás y él se inclinó sobre ella. Meridith lo abrazó y comenzó a mordisquearle la oreja y el cuello. Cuando ella se incorporó para besarlo de nuevo, él miró hacia abajo y vio una vez más aquellos ojos llameantes. Esta vez fue como si se hubiese abierto la puerta de un horno: vio grandes profundidades de fuego y de calor...

Y muerte. Ella absorbió el aire y el espíritu de su cuerpo, y lo sustituyó con algo asqueroso y perverso. El espíritu del hombre permaneció dentro de su cuerpo, pero el poder del Pozo de las Tinieblas lo convirtió en algo más poderoso, pero terriblemente maligno.

—Volvamos a la fiesta —sugirió el príncipe, cuando hubieron mostrado a Daryth su nuevo alojamiento en el cuartel.

El calishita afirmó que no tenía más que lo que llevaba puesto. Había rehusado rápidamente la sugerencia de Tristán de visitar el galeón que lo había llevado a Corwell. Daryth se mostraba simpático y hablador, pero frustraba todo intento de interrogarlo sobre su pasado.

—¿Cómo es Calimshan? —preguntó Robyn.

—Supongo que como cualquier nación poderosa.

En la práctica la gobiernan los mercaderes, bajo el control del bajá. Yo serví directamente al bajá; una posición muy honorífica, supongo.

El tono del calishita demostraba que no tenía un alto concepto del honor.

—Ahora vayamos a la fiesta —apremió el príncipe, que estaba un poco sediento.

—Id vosotros primero —dijo el calishita—. Me gustaría descansar un poco aquí.

—¡Tú vendrás con nosotros! —El tono de Robyn no admitía discusión—. Ésta es la noche más animada que habrá en Corwell hasta mediados del verano, ¡y no voy a dejar que te la pierdas!

Por un momento, el príncipe creyó advertir que pasaba una sombra por el rostro de Daryth. Tristán esperó que se negara a acompañarlos, pero no lo hizo.

—Muy bien —aceptó—. Divirtámonos un poco.

Los dorados reflejos de la puesta de sol centelleaban todavía en el estuario de Corwell cuando Tristán, Robyn y Daryth volvieron al festival. Muchos juerguistas llevaban antorchas, y brillantes farolillos pendían de todos los puestos, de manera que el prado estaba muy iluminado. Pero, fuera de la periferia de la celebración, el aire frío de la primavera era negro y misterioso.

En aquella bolsa de luz, el festival primaveral lindaba en frenesí. Los bardos tañían sus arpas con entusiasmo, y los distintos sonidos se entremezclaban en el aire. Los buhoneros ofrecían ansiosamente sus mercancías, los vendedores de aguamiel y de cerveza prosperaban, y mucho oro y plata cambiaba de mano.

En las celebraciones de los ffolk se bebía mucho, y el Festival de Primavera ponía fin al aburrimiento del invierno. En muchos lugares había cuerpos que roncaban en los pasillos o debajo de los bancos de los bebedores. Los que todavía podían andar hacían caso omiso de ellos.

El ambiente de la fiesta hacía que Tristán charlase con entusiasmo y excitación. Daryth observaba las diversiones sin disimular su admiración.

—Es dos veces mejor que el año pasado —observó el príncipe, viendo que Robyn reía dichosa—; así es como debe ser. —De pronto, se interrumpió y se puso serio al recordar—. El perro. Tengo que pasar por el puesto de Pawldo y arreglar el asunto.

—¿He oído mi nombre?

Tristán miró a su alrededor y vio el pequeño Pawldo rebosante de satisfacción.

Asida de su brazo, mirándolos con cierto nerviosismo, había una joven doncella halfling.

—Permitid que os presente a Allian —dijo ceremoniosamente Pawldo—. Querida, éste es Tristán Kendrick, príncipe de Corwell, y ésta es Robyn, la pupila del rey y... caramba, ¿no eres tú...?

Pawldo abrió mucho los ojos al ver a Daryth.

—Y éste es Daryth de Calimshan —lo interrumpió Tristán, inclinándose ante Allian, que se ruborizó intensamente.

—Encantada de conoceros a todos —dijo sonriendo ella, con una voz todavía más aguda que la de Pawldo.

Tristán sacó la bolsa de cuero del bolsillo.

—Aquí está tu dinero, Pawldo. Cuarenta monedas de oro, ¿eh?

—¡Uy! Con una memoria como la tuya, no servirás para rey. —Pawldo hizo un guiño—. La cifra que yo recuerdo es cincuenta.

—Es verdad —murmuró Tristán, contando otras diez monedas de oro—. Recogeré el perro por la mañana.

—Bueno, ahora nos vamos —dijo el halfling, guardándose el dinero—. Los halfling de Lowhill celebran un gran baile esta noche.

El y la joven se confundieron rápidamente con la multitud.

—No sé por dónde empezar —exclamó Robyn, volviéndose para tratar de verlo todo.

Un par de volatineros pasaron dando volteretas entre ellos, y Robyn, sorprendida, se echó hacia atrás.

—¡Mirad! —gritó.

Agarrando el brazo de Tristán, lo arrastró detrás de los acróbatas. Pero el príncipe advirtió que, con el otro brazo, asía con igual entusiasmo el de Daryth.

—Tal vez un vaso de cerveza fresca... —sugirió el príncipe.

En un instante, Robyn los hizo entrar en un pequeño puesto; Tristán invitó a una ronda a sus acompañantes, así como a la media docena de ffolk que estaban en el lugar.

—Muchas gracias, mi príncipe —dijo un viejo granjero, con una amplia sonrisa.

Tristán pensó que sólo había oído su título de boca de buenos amigos o de borrachos. En un rincón de la taberna, un humilde bardo trataba de tocar una animada tonada campesina. Varias mozas igualmente animadas rodearon al músico, pidiéndole que siguiera tocando; comenzaron a baUar y a reír, levantando las piernas ante el creciente grupo de mirones. La atmósfera festiva hacía que ignorasen el hecho de que la música era lenta y discordante, pues el bardo no había adquirido el pleno dominio de su arte.. El príncipe pensó que era lamentable que los grandes bardos hubiesen ido todos a tocar a Caer Calidyrr, la ciudadela de Su Majestad el Rey, para el Festival de Primavera.

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