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Authors: James Becker

Tags: #Thriller, Religión, Historia

El primer apóstol (15 page)

BOOK: El primer apóstol
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—¿No crees que se trate simplemente de un poema medieval acerca de la conservación del bosque y la agricultura?

Bronson sonrió.

—Espero que no, de todas formas no creo. Hay además una singularidad. En el penúltimo renglón aparece la palabra «calix», y no logro encontrarla en ninguno de los diccionarios de occitano que he consultado. Puede que se deba a que se trata de una palabra latina, en lugar de occitana, en cuyo caso, se traduciría como «cáliz», pero no tengo ni idea de por qué aparece una palabra latina en un texto escrito en occitano. Tengo que enviarle una copia a Jeremy Goldman, es decir, a Londres. Puede que entonces averigüemos de qué demonios va todo esto.

Ya había tomado varias fotografías de la inscripción, que había transferido al disco duro de su portátil, y había escrito también el texto en un archivo de Word.

—Lo que tenemos que hacer ahora —dijo— es decidir qué vamos a hacer con esta piedra.

—¿Crees que los «ladrones» van a volver?

Bronson asintió con la cabeza.

—Estoy completamente seguro. Herí gravemente a uno de ellos anoche, y probablemente la razón por la que todavía no han vuelto sea porque saben que tenemos una pistola en la casa. Me parece que volverán, y no creo que tarden en hacerlo. Y esa piedra —señaló— es casi con total seguridad lo que están buscando.

—¿Qué sugieres entonces? ¿Crees que deberíamos volver a taparla?

—No creo que sirva de nada, notarán la escayola fresca en cuanto entren en esta habitación. Creo que debemos hacer algo más contundente que simplemente ocultar la piedra. Sugiero que dejemos la escayola como está, y cojamos el martillo y el cincel para borrar esa inscripción. De esa forma, no dejaremos pistas que alguien pueda seguir.

—¿De verdad crees que es necesario?

—Sinceramente, no lo sé. Pero sin esa inscripción, el rastro termina justo aquí.

—¿Y si deciden perseguirnos? No olvides que los dos hemos visto las piedras talladas.

—Para entonces ya habremos salido de Italia. El funeral de Jackie es mañana. Tenemos que salir en cuanto hayamos terminado con esto, y estar de vuelta en Gran Bretaña mañana por la tarde. Espero que quienquiera que esté detrás de todo esto no se moleste en seguirnos hasta allí.

—De acuerdo —dijo Mark—. Si eso es lo que va a poner fin a esto, hagámoslo.

Veinte minutos después Bronson había descascarillado la superficie completa del bloque de piedra, borrando todo rastro de la inscripción.

II

Gregori Mandino llegó a Ponticelli a las nueve y media de esa mañana; se había citado con Rogan en una cafetería de las afueras del pueblo. Mandino, como de costumbre, iba acompañado de dos guardaespaldas, uno de los cuales había conducido el gran Lancia desde el centro de Roma, en compañía del académico Pierro.

—Vuélvenos a contar exactamente lo que has visto —ordenó Mandino, y él y Pierro escucharon atentamente mientras Rogan explicaba lo que había presenciado por la ventana del comedor de Villa Rosa.

—¿Seguro que no era un mapa? —preguntó Mandino, una vez oída la explicación.

Rogan negó con la cabeza.

—No. Parecían aproximadamente diez renglones de un verso, más un título.

—¿Por qué un verso? ¿Por qué está tan seguro de que no se trataba de un texto normal? —preguntó Pierro.

Rogan se dirigió al académico.

—Los renglones tenían diferentes longitudes, pero todos parecían estar alineados en el centro de la piedra, igual que los poemas que aparecen en los libros.

—Y ha dicho que el color de la piedra parecía diferente. ¿Cómo de diferente?

Rogan se encogió de hombros.

—No mucho. Solo pensé que tenía una sombra marrón más clara que la de la sala de estar.

—Podría ser lo que estamos buscando —dijo Pierro—. He supuesto que la mitad inferior de la piedra podía contener un mapa, pero un verso o unos cuantos renglones de texto pueden proporcionar instrucciones que nos lleven al lugar donde se oculta la reliquia.

—Bueno, pronto lo averiguaremos. ¿Alguna cosa más?

Rogan se quedó callado durante unos segundos antes de contestar, y Mandino se dio cuenta.

—Hay otra cosa, capo. Creo que los hombres que hay en la casa están armados. Cuando Alberti intentó entrar y fue atacado por uno de ellos, se le cayó la pistola. Creo que está en el interior de la casa y que esos tipos la han encontrado.

—Ya nos hemos deshecho de Alberti —dijo Mandino con un gruñido—. Ahora tenemos que esperar hasta que se hayan ido. No me quiero arriesgar a un tiroteo en esa casa. ¿Alguna cosa más?

—No, nada más —contestó Rogan, ligeramente sudoroso, y no precisamente por los primeros rayos de sol de la mañana.

—De acuerdo. ¿A qué hora es el funeral?

—A las once y cuarto, aquí en Ponticelli.

Mandino miró el reloj.

—Bien. Nos dirigiremos a la casa, y en cuanto estos hombres se hayan marchado, entraremos. Eso nos permitirá disponer de al menos un par de horas para comprobar lo que dice ese verso y organizar un comité de recepción para ellos.

—En realidad no quiero... —comenzó Pierro.

—No se preocupe, professore, no tendrá que estar en ningún lugar cercano a la casa cuando ellos regresen. Solo tendrá que descifrar el verso, o lo que encontremos allí, y entonces uno de mis hombres irá a recogerlo. Nosotros nos encargaremos del resto.

III

Como cada día desde que habían llegado a Italia, la mañana del funeral de Jackie presagiaba un bonito día, con un cielo azul intenso y sin el mínimo rastro de nubes. Mark y Bronson se habían levantado bastante temprano, y estaban listos para salir de la casa a las once menos cuarto, a tiempo para asistir al funeral a las once y cuarto en Ponticelli.

Bronson había guardado el portátil y la cámara en el maletero del Alfa Romeo de los Hampton cuando salió al garaje minutos antes de las once. En el último momento, decidió volver a la casa para coger la pistola Browning de su dormitorio y guardársela en la cinturilla de los pantalones.

Dos minutos después, Mark se sentó en el asiento del copiloto y se abrochó el cinturón de seguridad mientras Bronson ponía el Alfa en primera y se alejaba.

El conductor de Mandino había aparcado el Lancia a unos cuatrocientos metros, en la carretera situada entre la casa de los Hampton y Ponticelli, en el aparcamiento de un pequeño supermercado de las afueras, y el coche de Rogan estaba justo al lado. El lugar ofrecía una excelente vista de la carretera y de la entrada de la casa.

Pocos minutos antes de las once, apareció un coche en la entrada y se dirigió hacia ellos.

—Ahí están —dijo Mandino.

Observó como el Alfa Romeo pasaba a su lado, con dos figuras poco definidas en los asientos de delante.

—Vale, eran los dos, así que la casa debe de estar vacía. Vamos.

El conductor salió de la plaza de garaje y tomó la carretera que conducía a la casa. Detrás de ellos, uno de los guardaespaldas de Mandino giró en dirección opuesta al Fiat de Rogan, y se colocó a aproximadamente doscientos metros de distancia del Alfa, siguiendo al vehículo hacia Ponticelli.

El Lancia pasó a gran velocidad entre los postes de la verja. El conductor giró de tal modo que dejó el coche de espaldas al camino de entrada. Rogan salió del coche y se dirigió a la parte trasera de la casa. Se sacó un cuchillo del bolsillo y soltó el cierre de los postigos exteriores del salón. Como se había imaginado, el panel de vidrio que Alberti había roto durante su último y fallido intento por entrar no había sido cambiado, así que solo tuvo que deslizar la mano por la ventana y soltar el cierre.

Con un rápido impulso entró por la ventana y cayó aparatosamente en el suelo de madera del salón. Inmediatamente, sacó la pistola de la funda que llevaba colgada al hombro y miró alrededor de la habitación, pero no oyó ningún ruido en ningún lugar de la casa.

Rogan atravesó la habitación en dirección al vestíbulo y abrió la puerta principal. Mandino condujo a Pierro y a sus guardaespaldas hacia el interior de la casa, esperó a que uno de ellos cerrara la puerta y le hizo una señal a Rogan para que les mostrara el camino. Los tres hombres lo siguieron a través del salón y hacia el interior del comedor, y se quedaron helados enfrente de la superficie vacía de la piedra de color marrón miel.

—¿Dónde demonios está? ¿Dónde está la inscripción? —La voz de Mandino era áspera y severa.

Parecía que Rogan hubiera visto un fantasma.

—Estaba aquí —gritó, mirando a la pared—. Estaba justo aquí, sobre esta piedra.

—Mire el suelo —dijo Pierro, señalando la parte inferior de la pared. Se agachó y cogió un puñado de pequeños fragmentos de piedra—. Alguien ha quitado con un cincel la capa inscrita de la piedra. Algunos de los fragmentos conservan aún letras escritas, o al menos parte de ellas.

—¿Puede hacer algo con ellos? —preguntó Mandino.

—Parecerá un rompecabezas en tres dimensiones —dijo Pierro—, pero creo que podré reconstruirlo en parte. Necesitaré que se extraiga la piedra de la pared. Si no hacemos eso, no podré averiguar dónde va cada fragmento. Existe también la posibilidad de que podamos analizar la superficie, e incluso aplicar productos químicos o rayos X, para intentar recuperar la inscripción.

—¿En serio?

—Merece la pena intentarlo. No es mi especialidad, pero es sorprendente lo que se puede lograr con los métodos de recuperación modernos.

Esto era más que suficiente para Mandino, y se dirigió a uno de sus guardaespaldas.

—Ve a buscar algo suave donde podamos guardar los fragmentos de piedra (toallas, ropa de cama, algo así) y recoge todos los cascotes que encuentres. —Luego se dirigió a Rogan—. Cuando él haya terminado, coge la escalera de mano y empieza a retirar el cemento que hay alrededor de la piedra. Pero —le advirtió— no dañes más la piedra. Te ayudaremos a bajarla cuando la hayas soltado.

Mandino observó durante un momento como sus hombres empezaban a trabajar, y luego se dirigió a la puerta, haciendo señales a Pierro para que lo siguiera.

—Comprobaremos el resto de la casa, por si se les ha ocurrido anotar lo que han encontrado.

—Si han sido ellos quienes le han hecho eso a la piedra —contestó el profesor—, dudo mucho que vaya a encontrar nada.

—Lo sé, pero buscaremos de todas formas.

En el estudio, Mandino vio de inmediato el ordenador y una cámara digital.

—Nos llevaremos esto —dijo.

—Podríamos mirar el ordenador aquí —propuso Pierro.

—Podríamos —dijo Mandino—, pero conozco a especialistas que pueden recuperar datos incluso de discos duros formateados, y preferiría que lo hicieran ellos. Y si esos hombres han fotografiado la piedra antes de borrar la inscripción, puede que las imágenes se encuentren aún en la cámara.

Mandino tiró del cable de alimentación y de los conectores principales situados en la parte trasera de la torre del ordenador de escritorio y se la llevó.

—Traiga la cámara —ordenó, y se dirigió al vestíbulo, donde cuidadosamente colocó la torre junto a la puerta principal.

Mas tarde regresaron al comedor, donde Rogan y el guardaespaldas estaban extrayendo la piedra de la pared. Cuando la colocaron en el suelo, Mandino volvió a examinar la superficie, pero lo único que pudo ver fueron marcas de un cincel. A pesar del optimismo de Pierro, no creía que tuvieran la más remota posibilidad de recuperar la inscripción a partir de los fragmentos y la superficie de la piedra.

La opción más acertada consistía en hablar con los tipos que habían borrado la inscripción.

Los funerales en Italia son por lo general importantes asuntos familiares, por lo que se fijan carteles en los muros de la ciudad, se coloca un féretro abierto y se forman filas de dolientes lastimeros y llorosos. Los Hampton conocían a muy poca gente en el pueblo, ya que habían vivido allí solo unos meses y de manera intermitente, y habían invertido la mayor parte del tiempo trabajando en casa en lugar de conociendo a sus vecinos.

Bronson había organizado un funeral sencillo, previendo que allí solo habría tres personas, él mismo, Mark y el sacerdote. Sin embargo la realidad era que allí había alrededor de veinte dolientes, todos miembros de la amplia familia de María Palomo. Pero fue, de acuerdo con lo cánones italianos, una ceremonia muy restringida y relativamente breve. Treinta minutos más tarde los dos hombres estaban de vuelta en el Alfa y salían de la ciudad.

Ninguno de ellos se había percatado de que un hombre que conducía un anodino Fiat de color oscuro los había seguido hasta Ponticelli. Cuando habían aparcado junto a la iglesia, el tipo había pasado de largo, pero minutos después de que Bronson se hubiese alejado del borde de la acera, el coche volvía a seguirlos.

En el interior del vehículo, el conductor sacó un teléfono móvil del bolsillo y pulsó la tecla de marcación automática.

—Van de camino —dijo.

Mark apenas había dicho una palabra desde que salieron de Ponticelli, y a Bronson tampoco le apetecía hablar, los dos hombres estaban unidos en su dolor por la muerte de la mujer a la que ambos amaban, si bien es cierto que desde una perspectiva diferente. Mark intentaba aceptar el irrevocable final del capítulo de su breve matrimonio, mientas que la dolorosa pérdida de Bronson se atenuaba con un sentimiento de culpa, al saber que durante aproximadamente los últimos cinco años había estado viviendo una mentira, enamorado de la mujer de su mejor amigo.

El funeral había sido la última despedida de Jackie, y ya había terminado, iba a tener que tomar algunas decisiones acerca de qué hacer con su vida. Bronson pensaba que la casa (la propiedad a la que los Hampton tenían intención de retirarse) se pondría a la venta. Los recuerdos de su tiempo juntos en el antiguo lugar serían demasiado dolorosos para que Mark los reviviera durante mucho tiempo.

Cuando se aproximaba a la casa, Bronson se percató de que un Fiat iba detrás de ellos a gran velocidad.

—Malditos conductores italianos—masculló, mientras el coche no mostraba intención alguna de adelantarlos, simplemente se mantenía a unos diez metros del Alfa.

Frenó lentamente cuando se acercaba a la entrada, indicó y giró. Pero el otro coche hizo lo mismo, y se detuvo en la entrada, bloqueándola por completo. En ese instante, mientras Bronson dirigía su mirada a la antigua casa, se dio cuenta de que estaban atrapados y del riesgo que corrían.

En el exterior de la casa había un Lancia aparcado, y junto a la puerta principal (que parecía estar ligeramente entreabierta) había una caja gris alargada y un objeto cúbico de color terroso. Detrás del coche, había dos hombres de pie mirando al Alfa que se aproximaba, uno de ellos con la inconfundible forma de una pistola en la mano.

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