El que habla con los muertos (44 page)

BOOK: El que habla con los muertos
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—Está muy bien en el verano, Harry —le había dicho una noche, cuando estaban acostados y desnudos en el apartamento del joven—, pero ¿qué harás cuando comience a hacer frío? No puedo imaginarte rompiendo el hielo para nadar. ¿Y a qué viene esta repentina locura por la natación?

—Es simplemente una manera de mantenerme en forma —le había dicho él mientras la besaba en los pechos—. ¿No quieres que esté fuerte y sano?

—A veces, creo que estas
demasiado
sano —respondió Brenda, mientras la erección de él se hacía más pronunciada bajo sus caricias.

De hecho, Brenda era entonces más feliz que en los tres años anteriores. Harry se mostraba mucho más abierto, menos melancólico, más activo y divertido. Su repentino interés por los deportes no se limitaba sólo a la natación. También iba a clases de defensa personal y practicaba judo en un pequeño club de Hardepool. Después de una semana, el entrenador había dicho que tenía un talento «natural» para este deporte, y que esperaba verlo llegar muy lejos. El hombre no sabía, claro está, que Harry tenía otro entrenador, un antiguo campeón de judo del ejército, que ahora había transferido todas sus habilidades a Harry.

En cuanto a la natación, Harry se había considerado siempre un buen nadador, pero al principio todos los demás del grupo lo aventajaban. Esto fue así hasta que el joven consiguió un nadador olímpico que había muerto en un accidente de coche en 1960, hecho que constaba en la lápida del cementerio de St. Mary, en Stockton. Harry fue recibido con entusiasmo por el fallecido deportista —aunque su plan fue aceptado con reservas—, y el nuevo amigo del joven se unió con gran aplomo a la diversión y los juegos.

Pero incluso con esta ayuda, había que superar el aspecto físico del asunto. La mente del nadador profesional podía resolver los problemas técnicos de Harry, pero no podía hacer nada con respecto a su escasa musculatura; sólo la práctica le permitiría solucionar este problema. A pesar de todo esto, sin embargo, Harry progresaba rápidamente.

En septiembre se dedicó por entero a nadar por debajo de la superficie del agua; controlaba constantemente cuánto tiempo podía nadar sin salir a respirar. La primera vez que hizo dos largos completos sin salir a respirar fue un día muy especial para Harry; en la piscina todos habían dejado de nadar para observarlo. Esto sucedió en la piscina pública de Seaton Carew, y cuando terminó, uno de los monitores se acercó a preguntarle cuál era su secreto. Harry se encogió de hombros y respondió:

—Es una cuestión mental. Fuerza de voluntad, creo.

Esto era verdad, pero Harry no dijo que, si bien la voluntad era suya, la mente no lo era por entero…

Cuando terminó octubre, Harry disminuyó la frecuencia y la intensidad de su entrenamiento de judo. Sus progresos habían sido demasiado rápidos, y los profesores del club estaban un poco recelosos. Con todo, sabía que ahora podía defenderse solo perfectamente, incluso sin la ayuda del sargento Graham Lane. En esa misma época comenzó a patinar sobre hielo, la última disciplina que le faltaba dominar.

Brenda, que era buena patinadora, estaba atónita. Había intentado muchas veces convencer a Harry para que la acompañara a la pista de patinaje de Durham, pero él se había negado. Eso no era raro; la muchacha conocía en parte cómo había muerto su madre. Brenda, sin embargo, pensaba que él debía enfrentarse a sus temores. Ella no sabía que el temor no era solamente de Harry, sino también de su madre. Al final, no obstante, Mary Keogh acabó por entrar en razón e incluso ayudó a su hijo.

Al principio estaba aterrorizada —el hielo, la memoria, el horror de su muerte, siempre presente—, pero al poco rato ya disfrutaba patinando tanto como cuando estaba viva. Disfrutaba por intermedio de Harry, y él, a su vez, se beneficiaba de su maestría en este deporte. Muy pronto pudo bailar y ejecutar complicadas piruetas con Brenda, a lo largo de la pista, con gran asombro por parte de la muchacha.

—Hay algo de lo que estoy segura, Harry Keogh —dijo Brenda, jadeante, mientras bailaban por la pista helada y su aliento ascendía como nubecitas en el frío aire—. Contigo una nunca se aburre. ¡Vaya, si después de todo eres un atleta!

Y en ese instante Harry se dio cuenta de que realmente hubiera podido serlo, si no fuera porque debía ocuparse de cosas más importantes.

Y luego, en la primera semana de noviembre, cuando comenzaba el invierno, su madre había dejado caer una bomba…

Harry se sentía mejor que nunca, capaz de enfrentarse con el mundo entero, cuando una noche ella lo visitó en sueños. Cuando estaba despierto y deseaba hablar con su madre, Harry siempre podía comunicarse con ella. Pero cuando dormía, era distinto. Ella tenía entonces acceso directo. Habitualmente, respetaba la intimidad de su hijo, pero en esta ocasión debía hablar con él de inmediato. Lo que tenía que decirle no podía esperar.

—¿Harry? —dijo ella metiéndose en el sueño del joven, y él la vio en medio de un neblinoso cementerio de lápidas altas como casas—. ¿Podemos hablar? ¿No te molesta?

—No, mamá, claro que no —respondió él—. ¿Qué sucede?

Ella lo cogió del brazo, y con la seguridad de que estaba comunicándose con él, expresó en un verdadero torrente de palabras toda su ansiedad y su miedo.

—Harry, he hablado con los otros. Me han dicho que corres un terrible peligro. Hay peligro en Shukshin, y si lo destruyes, hay peligro incluso más allá de él. ¡Harry, Harry, estoy terriblemente inquieta por ti!

—¿Peligro en mi padrastro? —Harry abrazó a su madre, en un esfuerzo por tranquilizarla—. Claro que lo hay, eso lo hemos sabido siempre. ¿Pero más allá de él? ¿Y con qué «otros» has estado hablando, mamá? No te entiendo.

Ella se apartó de él, y comenzó a enfadarse.

—¡Sí que me entiendes! —lo acusó—. Y si no me entiendes, es porque no quieres. ¿De quién crees que te viene tu talento, Harry, si no es de mí? ¡Yo hablaba con los muertos mucho antes de que tú nacieras! Claro está que no lo hacía tan bien como tú, pero hablaba. Todo lo que conseguía eran impresiones confusas, ecos, recuerdos que aún no se habían desvanecido, mientras que tú te comunicas realmente con ellos, aprendes de ellos, los invitas a entrar en ti. Pero ahora las cosas son diferentes. He tenido quince años para practicar mi arte, Harry, y lo hago mucho mejor que cuando estaba viva. Era absolutamente necesario que practicara, Harry, por tu propio bien. Si no ¿cómo podía cuidarte?

El volvió a abrazarla, y la miró a los ojos.

—No te enfades conmigo, mamá, no es necesario. Pero dime con quiénes has hablado.

—Con gente como yo, personas que cuando vivían eran médiums. Algunos llevan muertos poco tiempo en la escala del tiempo, como yo, pero otros yacen enterrados desde hace muchos, muchísimos años. Antaño eran llamados brujas y hechiceros… y a veces cosas peores. Muchos murieron por esa razón. Y es con ellos con quienes he hablado…

Aun estando dormido, Harry encontró aquello escalofriante: muertos que hablaban con otros muertos, comunicándose de tumba a tumba, juzgando los acontecimientos del mundo de los vivos, que habían abandonado para siempre. Se estremeció, y confió en que su madre no lo hubiera advertido.

—¿Y qué te han dicho?

—Te conocen, Harry, o al menos han oído hablar de ti. Tú eres el que ofrece su amistad a los muertos. Gracias a ti, los muertos tenemos un futuro. Gracias a ti, algunos de nosotros tenemos la oportunidad de terminar lo que dejamos inconcluso cuando vivíamos. Te consideran un héroe, Harry, y ellos también se preocupan por ti. Sin ti, no tienen ninguna esperanza. Ellos… ellos te imploran que renuncies a tu obsesión, a la venganza.

La expresión de Harry se hizo más dura.

—No puedo, mamá. Shukshin te mató, te puso en el lugar que ocupas ahora.

—Harry, no se está tan mal aquí. No estoy sola, ¿sabes?

—No lograrás convencerme, mamá. Sólo lo dices por mi propia seguridad, y lo único que consigues es que te quiera y te eche de menos terriblemente. La vida es un don, y Shukshin te la robó. Sé que no es bueno lo que estoy haciendo, pero tampoco es injusto. Y después, todo será diferente. Tengo planes. He heredado mi talento de ti, y cuando esto termine lo usaré para el bien. Te lo prometo.

—¿Pero antes te vengarás de Viktor?

—Debo hacerlo.

—¿Es tu última palabra?

—Sí.

Ella se desprendió de sus brazos, con un gesto de tristeza, y se alejó unos pasos.

—Les dije que ésa sería tu respuesta. Está bien, Harry, no discutiré más contigo. Ahora me iré, y dejaré que hagas lo que tienes que hacer. Pero hay algo que debes saber: tendrás dos advertencias, y no serán agradables. Una proviene de los otros, y la hallarás en este sueño. La otra te espera en el mundo de los vivos. Dos advertencias, Harry, y si no atiendes a ellas, será bajo tu propia responsabilidad.

La madre de Harry comenzó a alejarse entre las altas tumbas. La niebla que flotaba muy baja en el suelo le cubría los tobillos. Él intentó seguirla pero no pudo; la materia invisible de que están hechos los sueños se interpuso entre ambos. Los pies del joven parecían soldados a los guijarros que cubrían los senderos del cementerio.

—¿Advertencias? ¿Qué upo de advertencias?

—Sigue aquel sendero —señaló ella—, y encontrarás la primera. La otra vendrá de alguien en quien deberías confiar. Ambas son augurios de tu futuro.

—El futuro es incierto, madre —le dijo Harry al fantasma envuelto en niebla que se alejaba—. ¡Nadie puede verlo con claridad! ¡Nadie lo conoce con seguridad!

—Llámalo entonces tu futuro probable —respondió ella—. El tuyo, y también el de otras dos personas. De alguien que amas, y de alguien que solicitó tu ayuda.

Harry no estaba seguro de haber oído bien.

—¿Qué dices? —gritó lo más fuerte que pudo—. ¡Explícate, mamá!

Pero la voz de su madre, su figura y su mente ya se habían fundido con el brumoso remolino del sueño, y ella se había marchado.

Harry miró hacia donde había señalado su madre.

Las lápidas marchaban como piezas de un dominó gigante. Eran siniestras, aterradoras, y también lo era el sendero que había señalado la madre de Harry. En cuanto a las «advertencias», tal vez sería mejor que las ignorara. Quizá no debía seguir ese sendero. Pero no era necesario que caminara; su sueño lo llevaba por él.

Harry se deslizó sin oponer resistencia por el sendero de grava, entre hileras de tumbas imponentes, llevado por una fuerza onírica que no podía rechazar.

Tres lápidas más, pero éstas eran más siniestras que todas las otras juntas. Harry se deslizó por el espacio vacío hasta ellas, y cuando se acercó al lugar donde se alzaban altas como torres, la fuerza onírica lo depositó en el suelo y le devolvió la voluntad. Harry miró las lápidas, y la niebla que las velaba se desvaneció lentamente. Y el joven leyó la advertencia que los «otros» de que le hablara su madre le habían dejado grabada en la piedra.

La primera lápida decía:

BRENDA COWELL

NACIÓ EN 1958

MORIRÁ MUY PRONTO AL DAR A LUZ

AMÓ Y FUE AMADA CON ARDOR

En la segunda se leía:

SIR KEENAN GORMLEY

NACIÓ EN 1915

SUFRIRÁ PRONTO UNA MUERTE DOLOROSA

ESTUVO SIEMPRE AL SERVICIO DE SU PATRIA

Y en la tercera, decía:

HARRY KEOGH

NACIÓ EN 1957

LOS MUERTOS LO LLORARÁN

Harry abrió la boca y gritó su rechazo: «¡No!» Retrocedió alejándose de las ominosas lápidas, tropezó, abrió los brazos para amortiguar el golpe de la caída y… golpeó con la mano la mesilla de noche. Durante un instante permaneció inmóvil, despierto, el corazón le latía aceleradamente y luego se sobresaltó por segunda vez cuando sonó el teléfono.

Era Keenan Gormley. Harry se dejó caer en una silla, sin soltar el auricular.

—¡Ah, es usted! —dijo.

—¿Esperaba una llamada de otra persona, Harry? —preguntó su interlocutor, con tono muy serio.

—No, pero estaba durmiendo. Y el ruido del teléfono me ha sobresaltado.

—Lo siento, pero el tiempo pasa muy rápido y…

—Sí —respondió impulsivamente Harry.

—¿Cómo? ¿Ha dicho que sí? —se sorprendió Gormley.

—Quiero decir que sí, que acepto trabajar en su organización. Iré a verlo y hablaremos del asunto.

Harry llevaba ya algún tiempo pensando sobre la proposición de Gormley, tal como le había prometido, pero en realidad había sido el sueño —que era más que un sueño— lo que lo hizo decidirse. Su madre le había dicho que había alguien en quien debía confiar, alguien que había solicitado su ayuda. ¿Quién podía ser sino Gormley? Hasta este momento, había estado muy indeciso con respecto a la posibilidad de formar parte del grupo de personas con poderes extrasensoriales que dirigía Gormley. Pero, si había alguna manera de cambiar lo que Mary Keogh había llamado su «probable» futuro, el suyo, el de Brenda y el de Gormley, entonces…

—¡Eso es maravilloso, Harry! —La emoción de Gormley era evidente—. ¿Cuándo vendrá? ¡Tengo que mostrarle tantas cosas… y hay tanto que hacer! Además, hay una cantidad de personas que debe conocer.

—Todavía no puedo —Harry intentó poner los frenos—. Pero iré pronto, en cuanto pueda.

—¿Y cuándo podrá? —Gormley parecía decepcionado.

—Pronto —repitió Harry—. Cuando haya terminado lo que tengo que hacer.

—Muy bien —dijo Gormley, un tanto abatido—, entonces tendremos que esperarlo. Pero… por favor, Harry, no se demore mucho.

—No, le prometo que no lo haré.

Nada más colgar el auricular, el teléfono sonó de nuevo. Harry lo cogió.

—¿Harry? —preguntó Brenda con voz tímida.

—¿Brenda? Escucha, cariño —dijo Harry antes de que ella hablara—. Creo… quiero decir, me gustaría… estoy tratando de pedirte que… ¡Qué diablos!, ¿por qué no nos casamos?

—¡Oh, Harry! —suspiró ella, y él advirtió que era un suspiro de alivio—. ¡Me alegro tanto de que lo dijeras antes… antes de que…!

—Casémonos enseguida —la interrumpió él, e hizo un esfuerzo para hablar con calma, porque en su mente estaban grabadas las palabras que había leído sobre la lápida de Brenda en el transcurso del sueño.

—Precisamente por eso te llamaba —dijo la joven—. Y me alegro de que me lo hayas pedido, Harry. Porque me parece que no nos queda otra salida…

Y Harry no se sorprendió ante sus palabras.

Capítulo doce

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