El que habla con los muertos (52 page)

BOOK: El que habla con los muertos
10.98Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Harry le habló de Shukshin, y le dijo lo que pensaba de todo aquello.

Cuando Gormley respondió, sus pensamientos eran considerablemente irónicos.

—De modo que, al fin y al cabo, trabaja para nosotros desde hace tiempo. ¡Qué pena que yo no me enterara de todo esto cuando fui a verlo! Podríamos haber hecho el trabajo mucho más rápido. Harry, puede que Shukshin fuera muy importante para usted, pero no era de ninguna manera un pez gordo. Y tal vez hasta habríamos podido utilizarlo.

—Yo lo quería para mí —dijo Harry, con violencia contenida—. ¡Lo quería fuera de la circulación para siempre! De todas formas, no sabía que hubiera una relación entre él y los PES rusos. Lo descubrí después de matarlo. Pero lo hecho, hecho está, y ahora debemos seguir adelante. De modo que usted quiere que trabaje por mi cuenta. Pero hay un problema: no sé nada acerca del trabajo de un agente. Sólo sé qué quiero hacer: tengo que matar a Dragosani, a Batu y a Borowitz. Ésas son mis prioridades, pero ni siquiera sé cómo empezar.

Gormley parecía comprender el problema.

—Ésa es la diferencia entre el espionaje convencional, y el que se realiza mediante percepción extrasensorial, PES. Todos conocemos los trucos y artilugios del primero, la necesidad de clandestinidad, las trampas que es necesario hacer. Pero ninguno de nosotros sabe mucho acerca del segundo. Uno hace lo que su talento le sugiere, y hay que encontrar la mejor manera de utilizarlo. Eso es todo lo que podemos hacer. Para algunos de nosotros es fácil; nuestro talento es reducido, y no podemos pasar ciertos límites muy claros. Yo soy uno de ésos. Puedo descubrir a un PES a un kilómetro de distancia, pero ahí acaba todo. En su caso, sin embargo…

Harry comenzaba a sentirse frustrado. El trabajo que debía realizar parecía inmenso, imposible. Él no era más que un hombre, con una sola mente, y un talento que apenas comenzaba a madurar. ¿Qué podría hacer?

Gormley percibió de inmediato su estado de ánimo.

—Harry, no me ha escuchado. Le he dicho que tiene que descubrir la mejor manera de utilizar su talento. Hasta ahora no lo ha hecho. Seamos francos, ¿cuáles son sus logros?

—¡He hablado con los muertos! —replicó bruscamente Harry—. Eso es lo que yo hago, soy un necroscopio.

Gormley era muy paciente.

—Harry, usted no ha hecho más que arañar la superficie. Ha escrito los cuentos que un muerto no pudo terminar. Ha utilizado las fórmulas que un matemático no pudo desarrollar en vida. Los muertos le han enseñado a conducir, a hablar ruso y alemán. Han hecho que nadara mejor, que fuera un luchador competente, y una o dos cosas más. Pero usted, personalmente, ¿qué valor le adjudica a todo eso?

—¡Ninguno! —respondió Harry tras pensarlo un instante.

—Muy bien, ningún valor. Porque usted se ha equivocado al elegir a sus interlocutores. Ha dejado que su talento lo guiara, en lugar de guiarlo usted. Sé que los ejemplos que voy a darle no son muy buenos, pero usted es como un hipnotizador que sólo puede hipnotizarse a sí mismo, o un vidente que predice su propia muerte para el día siguiente. Usted tiene un talento absolutamente original, pero no intenta nada nuevo. El problema radica en que es un autodidacta. Así pues, en cierto sentido usted es un ignorante, como un salvaje en un banquete, hartándose de comida pero sin saborearla. Y que no puede reconocer las cosas buenas a causa de sus condimentos. Si no me equivoco, usted tuvo la respuesta al alcance de sus manos cuando era un niño, pero su mente no consiguió ver todas las posibilidades. De todas formas, ahora es un hombre, y las posibilidades deberían hacerse evidentes. ¡No para mí, sino para usted! Se trata de su talento, y debe aprender a utilizarlo plenamente. Eso es todo…

Harry se dio cuenta de que lo que Gormley decía tenía sentido.

—Sí, pero ¿por dónde comienzo? —preguntó desesperado.

—Tengo algo que quizá le dé una pista —dijo Gormley, con cautela para no parecer demasiado optimista—. Es el resultado de un juego que solíamos jugar con Alec Kyle, el subdirector de la organización. No lo mencioné antes porque tal vez no sirva para nada, pero si llegara a ser un punto de partida…

—Siga —lo apremió Harry.

Y Gormley dibujó mentalmente esta figura:

—¿Qué diablos es eso? —Harry no parecía muy contento.

—Es una banda de Mobius —explicó Gormley—. Recibe el nombre de su inventor, un matemático alemán llamado August Ferdinand Mobius. Coja una cinta delgada de papel, tuérzala una media vuelta y una los extremos. Una superficie de dos dimensiones se vuelve unidimensional. Me han dicho que de aquí se pueden inferir muchas cosas, aunque yo no lo sé porque no soy matemático.

Harry aún estaba desconcertado, pero no por el principio sino por su posible aplicación.

—¿Y se supone que esto tiene algo que ver conmigo?

—Con su futuro, probablemente con su futuro inmediato. —Gormley se mostraba impreciso deliberadamente—. Le he dicho que tal vez no le sirviera de nada. De todas formas, le contaré lo que sucedió.

Gormley le explicó el juego de asociación de palabras que practicaban él y Kyle.

—De modo que yo comencé con su nombre, «Harry Keogh», y Kyle respondió «Mobius». Yo entonces dije: «¿Matemáticas?», y él respondió: «Espacio-tiempo».

—¿Espacio-tiempo? —Harry sintió que su interés se despertaba—. Eso sí que tiene mucho que ver con la banda de Mobius. Me parece que esa banda sólo es el diagrama de un espacio alabeado, y espacio y tiempo están inextricablemente unidos.

—¿Sí? —dijo Gormley, y Harry pudo ver mentalmente su expresión de sorpresa—. ¿Ése es un pensamiento original, Harry, o ha contado con ayuda… del exterior?

La pregunta le dio a Harry una idea.

—Espere un poco; no conozco a su Mobius, pero sí a otro matemático.

Harry se puso en contacto con James Gordon Hannant en el cementerio de Harden y le mostró la banda.

—Lo siento, Harry, no puedo ayudarle —dijo Hannant—. Mis investigaciones han tomado una dirección muy diferente. Nunca me interesaron las curvas. Eso quiere decir que mis matemáticas eran, son, muy prácticas. Pero usted ya lo sabe, claro. Todo lo que pueda ser resuelto sobre el papel, probablemente yo puedo hacerlo. Soy más visual, si usted quiere, que Mobius. Gran parte de su material estaba en la mente, era abstracto, teórico. Ahora, que si él y Einstein hubieran podido reunirse, ¡entonces sí que habría ocurrido algo grande!

—¡Pero tengo que averiguar de qué va esto! —exclamó desesperado Harry—. ¿No puede sugerirme nada?

Hannant percibió la urgencia de Harry, y con su estilo poco emotivo, calculador, le respondió:

—Harry, la solución a su problema es evidente. ¿Por qué no consulta al propio Mobius? Después de todo, usted es el único que puede hacerlo…

Harry, repentinamente entusiasmado, regresó junto a Gormley.

—Bien —le dijo—. Al menos, ahora sé por donde comenzar. ¿Y qué otra cosa apareció en su juego con Kyle?

—Después de que él me respondiera «espacio-tiempo» probé con «necroscopio», y él inmediatamente contestó «nigromante».

Harry permaneció un instante en silencio, y luego dijo:

—Parece que estaba leyendo mi futuro junto con el suyo, Keenan.

—Supongo que sí —respondió Gormley—. Pero entonces dijo algo que me tiene intrigado desde ese momento. Quiero decir, si suponemos que todo lo dicho está relacionado de algún modo, ¿qué diablos tiene que ver con todo eso la palabra «vampiro»?

Harry sintió un escalofrío, y tras unos segundos, dijo:

—Keenan, ¿podemos dejarlo aquí? Volveré con usted tan pronto pueda, pero ahora tengo que hacer una o dos cosas. Quiero llamar a mi esposa y buscar una biblioteca para consultar algunas cosas. Y quiero ir a ver a Mobius, de modo que probablemente sacaré un billete de avión para Alemania ¡Y estoy hambriento! Además, quiero reflexionar un poco… solo, quiero decir.

—Lo comprendo, Harry, y estaré esperándolo cuando quiera empezar de nuevo. Pero atienda primero a sus necesidades que, claro está, son mucho mayores que las mías. Vaya pues con los vivos, hijo, que los muertos tenemos mucho tiempo.

—Además, quiero hablar con otra persona, pero por ahora ése será mi secreto.

Gormley se sintió de repente inquieto por Harry.

—No cometa ninguna imprudencia, Harry. Quiero decir que…

—Usted ha dicho que yo debía hacer las cosas solo, a mi manera —le recordó Harry.

El joven sintió el gesto de asentimiento de Gormley.

—Tiene razón, hijo. Confiemos en que hará las cosas bien, eso es todo.

Y Harry sólo podía estar de acuerdo con esta expresión de deseos.

A última hora de la tarde, en la embajada rusa, Dragosani y Batu habían terminado de hacer las maletas y se alegraban de antemano pensando que a la mañana siguiente volarían a Rusia. Dragosani aún no había comenzado a escribir su informe; éste no era el lugar más adecuado para ese tipo de tarea. ¡Hubiera sido como escribirle una carta directamente a Yuri Andrópov!

Los dos agentes rusos tenían habitaciones intercomunicadas, y un solo teléfono para ambos, que estaba en la que ocupaba Batu. El nigromante acababa de tenderse en la cama, y estaba absorto en sus extraños, oscuros pensamientos cuando oyó el teléfono en la habitación de Batu. Un instante después el pequeño mongol llamó a la puerta que comunicaba ambas habitaciones.

—Es para usted —dijo—. La centralita. Dicen algo de una llamada del exterior.

Dragosani se puso de pie y se dirigió a la habitación de Batu. Éste, sentado en su cama, sonrió.

—¡Vaya, camarada! ¿De modo que tiene amigos en Londres? Parece que alguien lo conoce.

Dragosani lo miró, iracundo, y le arrancó el teléfono de las manos.

—¿Centralita? Habla Dragosani. ¿Qué sucede?

—Camarada, hay una llamada para usted —fue la respuesta, dicha por una voz de mujer nasal e inexpresiva.

—No puede ser. Usted debe de haberse equivocado. Nadie me conoce en esta ciudad.

—Dice que usted querrá hablar con él —dijo la telefonista—. Se llama Harry Keogh.

—¿Keogh? ¡Ah, sí! Sí, lo conozco, déme con él.

—Muy bien. Recuerde, camarada, que los teléfonos no son seguros.

Se oyó un «clic», después un zumbido, y por fin una voz joven, pero extrañamente dura.

—Dragosani, ¿es usted? —Aquella voz no correspondía al rostro demacrado e inexpresivo que lo había mirado desde la orilla del río helado en Escocia.

—Sí, soy Dragosani. ¿Qué quiere, Harry Keogh?

—Lo quiero a usted, nigromante —respondió la fría y dura voz—. Lo quiero a usted, y lo tendré.

Los labios de Dragosani dejaron al descubierto sus dientes en un silencioso rugido. Su interlocutor era listo, atrevido, impetuoso…, peligroso, en suma.

—No sé quién es usted —masculló Dragosani—, pero evidentemente está loco. Hable claro, o cuelgue el teléfono y déjeme en paz.

—La explicación es muy simple, «camarada». —La voz se había endurecido aún más—. Sé lo que le hizo a sir Keenan. Era mi amigo. Y será ojo por ojo, Dragosani, y diente por diente. Yo hago así las cosas, y usted lo ha visto. De modo que puede considerarse hombre muerto.

—¿Sí? —rió Dragosani, sarcástico—. Así que hombre muerto. Y usted le resulta muy simpático a los muertos, ¿verdad, Harry?

—Lo que usted vio en casa de Shukshin no era nada, «camarada» —dijo la voz helada—. No sabe de la misa la mitad. Ni siquiera Gormley lo sabía todo.

—¡Fanfarronea, Harry! —respondió Dragosani—. He visto lo que puede hacer, y no me da miedo. La muerte es mi amiga. Ella me lo dice todo.

—Me alegro —dijo la voz—, porque muy pronto estará hablando con ella, pero frente a frente. De modo que usted sabe lo que yo puedo hacer, ¿no? Bien, pues entreténgase pensando que la próxima vez se lo haré a usted.

—¿Me desafía, Harry? —La voz de Dragosani era peligrosamente baja, cargada de amenaza.

—Sí, es un desafío, y el ganador se lo lleva todo.

La sangre valaca de Dragosani se encendió.

—Pero ¿dónde? Yo estoy fuera de su alcance. Y mañana habrá medio mundo entre nosotros.

—Sí, ya sé que se escapa —dijo Harry con desprecio—. Pero lo encontraré, y pronto. A usted, a Batu y a Borowitz.

Los labios de Dragosani volvieron a contraerse en una mueca feroz.

—Quizá deberíamos vernos, Harry. Pero ¿dónde? ¿Y cuándo?

—Lo sabrá cuando llegue la hora —dijo la voz—. Y debo advertirle algo más: para usted será aún peor que para Gormley.

De repente, el hielo de la voz de Keogh pareció llenar las venas de Dragosani. Se estremeció, hizo un esfuerzo por dominarse, y dijo:

—Muy bien, Keogh. Estaré esperándolo, donde quiera y cuando quiera.

—Y el ganador se lo lleva todo —volvió a decir la voz.

Se oyó después un débil «clic», y luego el sonido de la línea vacía. Dragosani se quedó mirando el teléfono durante un momento, y luego colgó de un golpe.

—¡Lo haré! —dijo con tono áspero—. ¡Puede estar seguro, Harry Keogh, de que me lo llevaré todo!

Capítulo catorce

Dragosani estuvo de regreso en el
château
Bronnitsy al día siguiente por la tarde, y se encontró con que Borowitz estaba ausente. Su secretario le dijo que Natasha Borowitz había muerto hacía dos días. Gregor Borowitz la estaba velando en su
dacha, y
no quería que lo molestaran. Dragosani, no obstante, le telefoneó.

—¡Ah, Boris! —dijo el anciano, su voz era suave por primera vez en mucho tiempo—. De modo que ha vuelto.

BOOK: El que habla con los muertos
10.98Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Gaze by Elif Shafak
Desert Devil by Rena McKay
Shots on Goal by Rich Wallace
The Marriage Recipe by Michele Dunaway
Razing Kayne by Julieanne Reeves
Blooming Crochet Hats by Graham, Shauna-Lee
The Daughter of Odren by Ursula K. Le Guin
Veracity by Laura Bynum