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Authors: Jo Nesbø

Tags: #Policíaco

El redentor (53 page)

BOOK: El redentor
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Hagen carraspeó.

—¿Te has fijado en ese pequeño trozo de hueso que tengo en la mesa? Lo compré en Nagasaki. Es una copia del dedo meñique incinerado de Yoshito Yasuda, un conocido jefe de un batallón japonés. —Se volvió hacia Harry—. Los japoneses suelen incinerar a sus muertos, pero en Birmania los tenían que enterrar porque eran demasiados y pueden transcurrir hasta diez horas antes de que el fuego consuma un cadáver por completo. Así que le cortaban el dedo meñique al muerto, lo incineraban y lo enviaban a los familiares. En la primavera de 1943, tras una batalla decisiva en Pegu, los japoneses se vieron obligados a retirarse y a esconderse en la jungla. El jefe de batallón, Yoshito Yasuda, imploró a sus superiores que lo dejasen atacar aquella noche, para así recuperar los huesos de sus hombres muertos. Se lo negaron, el enemigo era muy superior en número; y esa noche lloró delante de sus hombres a la trémula luz de la hoguera mientras les comunicaba la decisión del comandante. Pero cuando vio la desesperación en los rostros de sus hombres, se secó las lágrimas, sacó la bayoneta, puso la mano encima de un tocón, se seccionó el meñique y lo tiró a la hoguera. Los hombres gritaron de alegría. El comandante se enteró, y al día siguiente los japoneses atacaron con todas sus fuerzas.

Hagen se fue hasta la mesa de Halvorsen y cogió un sacapuntas que miró con atención.

—He cometido unos cuantos errores durante mis primeros días como jefe. Por lo que a mí respecta, cualquiera puede ser la causa indirecta de que Halvorsen haya muerto. Lo que intento decir… —Dejó el sacapuntas y tomó aire—: Es que me gustaría hacer lo mismo que Yoshito Yasuda y despertar vuestro entusiasmo. Pero que no sé exactamente cómo.

Harry no tenía ni idea de lo que podía decir y prefirió seguir callado.

—Así que lo diré de esta manera, Harry, quiero que encuentres a la persona o las personas que están detrás de estos asesinatos. Eso es todo.

Los dos hombres evitaron mirarse. Hagen juntó las manos de golpe para romper el silencio.

—Pero me harías un favor si llevases un arma, Harry. Y ya sabes, frente a los demás… Por lo menos hasta pasado año nuevo. Entonces anularé la orden.

—De acuerdo.

—Gracias. Te firmaré un nuevo recibo.

Harry asintió con la cabeza y Hagen se fue hacia la puerta.

—¿Qué tal fue? —preguntó Harry—. El contraataque japonés.

—Ah, eso. —Hagen se volvió con una sonrisa irónica—. Los aniquilaron.

Kjell Atle Orø llevaba diecinueve años trabajando en la oficina de suministros, en el sótano de la comisaría general, y allí estaba aquella mañana, sentado delante de la quiniela, preguntándose si debía atreverse a apostar por una victoria para el Fulham, en su encuentro en campo contrario contra el Arsenal, programado para el día de Navidad. Tenía pensado darle la quiniela a Oshaug cuando se fuese a comer, así que corría prisa. Por eso soltó un taco entre dientes cuando oyó que alguien hacía sonar la campana de metal.

Se levantó suspirando. Orø había jugado con el Skeid en primera división, tuvo una carrera larga y libre de lesiones; de ahí que siempre anduviese amargado al pensar que el tirón, en apariencia inocente, que sufrió en aquel partido con el equipo de la policía fuese el responsable de que aún hoy, diez años más tarde, cojease de la pierna derecha.

Un hombre con el pelo rubio cortado a cepillo lo aguardaba delante del mostrador.

Orø cogió el recibo que este le entregaba y observó las letras, que cada día le parecían más pequeñas. La semana anterior, cuando le dijo a su mujer que quería que le regalasen una tele más grande para Navidad, ella le contestó que más le valía pedir cita con el oftalmólogo.

—Harry Hole, Smith&Wesson 38, eso es —suspiró Orø, que se marchó renqueando hasta el almacén de las armas, donde encontró un revólver reglamentario que, a juzgar por su aspecto, había cuidado bien el propietario anterior.

En ese momento le dio por pensar que también iría a parar allí el arma del policía al que apuñalaron en la calle Gøteborggata. Cogió la funda del revólver y las tres cajas de munición correspondientes y volvió a salir.

—Firma aquí la entrega —dijo señalando el recibo—. Y muéstrame la identificación.

El hombre, que ya había dejado el carné en el mostrador, cogió el bolígrafo que Orø le dio y firmó donde le indicaban. Orø miró la tarjeta de identificación de Harry Hole y lo que había escrito. ¿Podría Fulham parar a Thierry Henry?

—Y recuerda, dispara solo a los chicos malos —añadió Orø, pero no obtuvo respuesta.

Cojeando de vuelta al boleto de la quiniela, se le ocurrió que quizá no fuese tan extraño que el policía pareciese tan contento. En el carné de identidad ponía «Grupo de Delitos Violentos», ¿no era allí donde trabajaba el agente asesinado?

Harry aparcó el coche en el centro Hennie-Onstad, en Høvikodden, y bajó la pendiente que, desde el hermoso edificio de pocas plantas, descendía hasta el mar.

Sobre la capa de hielo que llegaba hasta Snarøya, pudo ver una figura solitaria y oscura.

Tanteó con el pie un témpano de hielo que se inclinaba sobre la playa. Se rompió con un sonido cristalino. Harry gritó el nombre de David Eckhoff, pero la figura que aguardaba sobre el hielo no se movió.

Soltó un taco y, pensando que el comisionado no debía de pesar menos de los noventa kilos que pesaba él, se balanceó entre los témpanos encallados y puso los pies con sumo cuidado sobre la traicionera base camuflada bajo la nieve. Aguantó su peso. Avanzó por el hielo con pasos cortos y rápidos. Estaba más lejos de lo que parecía desde la orilla. Cuando Harry estaba lo suficientemente cerca como para confirmar que aquella figura que veía sentada en una silla plegable, con una chaqueta de piel de lobo e inclinada sobre un agujero en el hielo con un anzuelo emplomado en la manopla, era realmente el comisionado del Ejército de Salvación, entendió por qué no le había oído.

—¿Estás seguro de que el hielo aguanta, Eckhoff?

David Eckhoff se volvió y lo primero que hizo fue reparar en las botas de Harry.

—El hielo del fiordo de Oslo en diciembre nunca es seguro —dijo exhalando un vaho helado y gris—. Por eso está prohibido pescar solo. Pero yo siempre utilizo un par de estos. —Hizo un gesto hacia los esquís que llevaba en los pies—. Distribuyen el peso.

Harry asintió lentamente con la cabeza. Le parecía que el hielo crujía bajo sus pies.

—En el Cuartel General me dijeron que te encontraría aquí.

—El único sitio donde uno puede escuchar sus propios pensamientos. —Eckhoff tiró del anzuelo.

Al lado del agujero tenía el diario
Dagbladet
y una caja de cebo sobre la que había una navaja. La primera página anunciaba un tiempo más cálido a partir del primer día de Navidad. Nada sobre la muerte de Halvorsen. Había entrado en la imprenta demasiado pronto.

—¿Tienes mucho en qué pensar? —preguntó Harry.

—Bueno. Mi esposa y yo vamos a ser los anfitriones del primer ministro durante el concierto de Navidad que se celebra esta noche. Y también está la venta de las propiedades inmobiliarias a Gilstrup, que habrá que firmar esta semana. Sí, hay cosas.

—En realidad, yo solo quería hacerte una pregunta —dijo Harry concentrándose en mantener el peso bien repartido entre los dos pies.

—¿Sí?

—Le pedí al oficial Skarre que averiguase si se había efectuado alguna transferencia entre tu cuenta y la de Robert Karlsen. No había ninguna a su nombre. Pero sí a nombre de otro Karlsen, que transfirió sumas con bastante regularidad. Josef Karlsen.

David Eckhoff se quedó mirando el círculo del agua negra sin inmutarse.

—Mi pregunta es —prosiguió Harry clavando la mirada en Eckhoff—: ¿por qué el padre de Jon y de Robert lleva doce años transfiriéndote ocho mil coronas cada cuatro meses?

Eckhoff dio un respingo como si un pez grande hubiese mordido el anzuelo.

—¿Qué me dices? —dijo Harry.

—¿De verdad es tan importante?

—Eso creo, Eckhoff.

—De todas formas, debe quedar entre tú y yo.

—No puedo prometer nada.

—Entonces, no puedo contártelo.

—Pues tendré que llevarte a la comisaría y pedirte que prestes declaración.

El comisionado levantó la vista, cerró un ojo y observó a Harry con detenimiento, como para valorar la fuerza de un adversario potencial.

—¿Y crees que Gunnar Hagen lo permitirá? ¿Que permitirá que me lleves a comisaría?

—Ya veremos.

Eckhoff iba a decir algo, pero guardó silencio, como si pudiese oler la determinación de Harry. Y Harry pensó que el líder de la manada lo es no solo por su fuerza física, sino también por su capacidad para interpretar una situación.

—Bien —dijo el comisionado—. Pero es una historia muy larga.

—Tengo tiempo —mintió Harry, que notaba cómo el frío del hielo le atravesaba las suelas de los zapatos.

—Josef Karlsen, el padre de Jon y Robert era mi mejor amigo. —Eckhoff clavó la vista en algún lugar de Snarøya—. Estudiábamos juntos, trabajábamos juntos. Ambos éramos ambiciosos y prometedores. Pero lo más importante es que compartíamos la visión de un Ejército de Salvación fuerte que hiciera el trabajo de Dios en la Tierra. Que venciera. ¿Lo comprendes?

Harry hizo un gesto de afirmación.

—Pasamos juntos los diferentes grados —continuó Eckhoff—. Y, con el tiempo, ciertas personas nos consideraron rivales para el puesto que yo ocupo ahora. Yo no pensaba que el puesto fuera tan importante: lo que nos movía era el proyecto. Pero cuando me eligieron a mí, algo le pasó a Josef. Fue como si se hubiese venido abajo. Y quién sabe, uno no se conoce a sí mismo del todo; quizá yo hubiese reaccionado de la misma manera. En cualquier caso, a Josef le dieron el puesto de confianza de jefe de administración y, aunque las familias siguieron manteniendo el contacto como siempre, ya no era lo mismo… —Eckhoff buscaba las palabras—. La confianza. Había algo que atormentaba a Josef, algo horrible. En otoño de 1991, nuestro contable, Frank Nilsen —el padre de Rikard y Thea— y yo lo descubrimos. Josef había cometido un desfalco.

—¿Qué pasó?

—La verdad, en el Ejército de Salvación tenemos poca experiencia en esas cosas, así que hasta que no supimos lo que debíamos hacer, Nilsen y yo no se lo dijimos a nadie. Como es lógico, me sentía decepcionado por la acción de Josef, pero al mismo tiempo vi una relación causal en la que yo mismo estaba involucrado. Y seguramente podría haber afrontado mi elección y su rechazo con más… sensibilidad. Sea como fuere, el ejército estaba entonces en un periodo de reclutamiento escaso y no gozaba de la amplia aceptación que tiene hoy en día. Sencillamente, no nos podíamos permitir un escándalo. Yo había heredado de mis padres una casa de verano al sur del país que utilizábamos muy poco, ya que casi siempre pasábamos las vacaciones en Østgård. Así que la vendí deprisa y obtuve suficiente para cubrir el déficit de caja antes de que todo saliese a la luz.

—¿Tú? —dijo Harry—. ¿Tú cubriste el desfalco de Josef con tu propio dinero?

Eckhoff se encogió de hombros.

—No había otra solución.

—No es que sea muy corriente en una empresa que el jefe en persona…

—Pero esto no es una empresa corriente, Hole. Hacemos el trabajo de Dios. Y por tanto, se convierte en algo personal.

Harry asintió lentamente con la cabeza. Pensó en el hueso del dedo meñique sobre el escritorio de Hagen.

—¿Y luego Josef Karlsen dimitió y se fue al extranjero con su esposa? ¿Sin que nadie se enterara de nada?

—Le ofrecí un puesto inferior —explicó Eckhoff—. Naturalmente, no podía aceptarlo. Hubiese provocado demasiadas preguntas. Tengo entendido que viven en Tailandia, cerca de Bangkok.

—¿Así que la historia del campesino chino y la serpiente era pura trola?

Eckhoff sonrió y negó con la cabeza.

—No. Josef era un escéptico. Y esa historia lo impresionó mucho. Josef dudaba como todos dudamos de vez en cuando.

—¿Tú también, comisionado?

—Yo también. La duda es la sombra de la fe. Ocurre como con el valor, comisario. Si no tienes la capacidad de dudar, tampoco puedes ser creyente. Si no sientes miedo, tampoco puedes ser valiente.

—¿Y el dinero?

—Josef insiste en devolvérmelo. No porque quiera el desagravio. Lo que pasó, pasado está, y no gana suficiente para que logre reunirlo nunca. Pero tengo la impresión de que para él es un ejercicio de penitencia que cree que le sienta bien. ¿Y por qué negárselo?

Harry asintió.

—¿Sabían Robert y Jon algo de esto?

—No lo sé —admitió Eckhoff—. Nunca lo he mencionado. Y solo me ha preocupado que la acción del padre no fuera un obstáculo en la carrera de sus hijos en el ejército. Sí, sobre todo en la de Jon. Él se ha convertido en uno de nuestros recursos profesionales más importantes. Lo de la venta de inmuebles es un ejemplo. Primero el de la calle de Jakob Aall, pero habrá más. Tal vez Gilstrup vuelva a comprar Østgård. Si esa venta de inmuebles hubiese tenido lugar hace diez años, habríamos necesitado a todos los consultores del mundo para llevarla a cabo. Pero con personas como Jon, disponemos de esos recursos en nuestras propias filas.

—¿Quieres decir que Jon se ha hecho cargo de la venta?

—No, por supuesto que no. Naturalmente, la decisión se tomó en el consejo superior. Pero sin el trabajo que realizó de antemano y sin sus conclusiones convincentes, creo que no nos habríamos atrevido a hacerlo. Jon es el hombre del futuro para nosotros. Por no decir el hombre del presente. Y la mejor prueba de que el padre de Jon no es un obstáculo en su camino es que Thea Nilsen y él se sentarán junto al primer ministro en el palco de honor, esta noche. —Eckhoff frunció el ceño—. Por cierto, he intentando dar con Jon hoy, pero no contesta. ¿No habrás hablado con él, por casualidad?

—Pues no, lo siento. Supongamos que Jon no está…

—¿Perdón?

—Supongamos que Jon hubiera desaparecido, quiero decir. Según el plan del asesino, ¿quién ocuparía su lugar?

David Eckhoff no enarcó solo una ceja, sino ambas.

—¿Esta noche?

—Me refiero más bien a su puesto de trabajo.

—Ah, sí. Bueno, supongo que no hablo de más cuando digo que habría sido Rikard Nilsen —rio entre dientes—. Ciertas personas dicen que ven paralelismos entre Jon y Rikard y Frank y yo en aquel momento.

—¿La misma competición?

—Donde hay personas, hay competidores. También en el ejército. Esperemos que así sea; un poco de competición coloca a las personas donde pueden realizar el mejor trabajo y servir a la comunidad. Bueno, bueno. —El comisionado sacó el sedal—. Espero que esto contestase a tu pregunta, Harry. Frank Nilsen puede confirmar la historia relativa a Josef, pero espero que comprendas por qué no me gustaría que esto se supiese.

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