El secreto del Nilo (34 page)

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Authors: Antonio Cabanas

Tags: #Histórico

BOOK: El secreto del Nilo
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Era una figura imponente, y el joven percibió la enorme fuerza que desprendía aquella mujer tan menuda.


Pimiu
acudió a saludarte en cuanto te vio —precisó la reina a la vez que señalaba a su gato, que continuaba rozándose contra la pierna del joven—. Te da su confianza.

Neferhor permaneció en silencio, con la misma máscara que utilizaba la reina; en ellas las emociones no tenían cabida, y durante un tiempo ambos se observaron en silencio.

—Mi esposo, el dios, también está satisfecho contigo —dijo Tiyi de repente—. Parece que le has servido bien.

El escriba apenas despegó los labios para hacer un gesto de agradecimiento.

—Te llamas Neferhor. Un nombre poco corriente, ¿no crees?

El joven se encogió de hombros, y tuvo que hacer un esfuerzo para vencer su timidez.

—Entre los hombres sí, majestad —dijo al fin.

Tiyi lanzó una pequeña carcajada.

—No te falta audacia, ¿acaso posees una esencia divina?

—Soy el más humilde de los siervos del dios. Me temo que mi esencia sea vulgar —señaló el escriba.

—Ya veo. Un sobrenombre más; de los muchos que se ponen a diario en palacio.

—Es el único que conozco. Me llaman así desde mi niñez. Cualquiera que fuera el nombre que me pusiera mi madre, se perdió para mí en la memoria.

Tiyi pareció interesada.

—Tu acento me resulta familiar —le dijo con suavidad—. Tú no eres del sur.

Neferhor se sintió incómodo y al punto recordó las recomendaciones que en su día le hiciera Huy. Debía ser prudente.

—Nací cerca de Ipu, en el nomo de Min —respondió al fin, convencido de que la reina conocía este particular.

—Ya decía yo que distinguía tu acento —señaló Tiyi—. En tal caso somos paisanos. No recuerdo ninguna familia con un hijo que se llamara como tú. ¿Tu padre trabajaba en la administración local?

A Neferhor no le gustaba en absoluto el rumbo que tomaba la conversación.

—Mi padre era un
meret
. Demasiado insignificante para que su majestad reparara en él —contestó el joven.

—¿Trabajabais mis campos? —quiso saber Tiyi.

—No, labrábamos la tierra de Amón.

Tiyi hizo un gesto imperceptible para, al punto, mostrarse altiva.

—¿Cómo fue que pudiste estudiar las palabras de Thot? Se me antoja difícil para un campesino.

—Solo la mano de los dioses puede hallarse detrás de un hecho así —indicó Neferhor con cautela—. Un día, un supervisor de los campos me llevó a Karnak para que estudiara en la Casa de la Vida.

La reina se reclinó con parsimonia y pareció reflexionar.

—Comprendo. Sin duda debe de ser como dices. Shai determinó un nuevo camino para ti. Tus padres estarán satisfechos por ello.

—Ellos murieron hace tiempo. Ya no hay nada que me ate a Ipu más que los recuerdos de mi niñez. Pero es un lugar hermoso.

—Lo es. En mi opinión, no hay ningún otro en Egipto que se le pueda comparar. Claro que yo soy de allí. Pero dime, ¿por qué abandonaste Karnak?

Neferhor no hizo el más leve gesto que denotara intranquilidad, ya que esperaba la pregunta.

—Aunque tengo un nombre divino, mis ambiciones me temo que resulten mundanas. Siempre he anhelado hacer carrera en la administración, al servicio del dios, vida, salud y prosperidad le sean dadas —mintió.

Tiyi asintió lentamente en tanto que estudiaba con atención al joven. Saltaba a la vista que era inteligente, pero a ella no la podía engañar. Llevaba el sello de Amón grabado sobre su piel, aunque la reina no acertara a ver la magnitud de su empresa, ni su propósito.

Él supo que le leía el corazón, y se encerró aún más en su hermetismo.

—Te preguntarás por qué te he hecho llamar, ¿verdad? —dijo la reina.

Neferhor puso cara de circunstancias.

—Pronto se celebrará el
Heb Sed
, en el que tú también participarás. Como te dije antes, el dios está muy satisfecho con tu trabajo. No tenemos ninguna duda de que has entendido el profundo significado que encierra esta festividad. Los milenios consiguen que todo se olvide pero tú has rescatado del ostracismo la esencia misma de la realeza, el porqué de su divinidad. Siglos atrás nadie en Egipto dudaba de ella, pero los tiempos cambiaron y los hombres porfiaron por ocupar un puesto que no les pertenecía. ¿Sabes a lo que me refiero?

—Entiendo las palabras de su majestad.

—La Tierra Negra fue fundada bajo unas leyes que muchos ya no desean. El jubileo las acercará de nuevo a Kemet para que sean restituidas. Todo Egipto participará de él para cumplir la función que le corresponde como parte del cosmos en el que nos encontramos. Tu juicio ha sido acertado al devolvernos los antiguos ritos tal y como en verdad se observaban.

Neferhor hizo un gesto de agradecimiento, pero no supo qué responder.

—El festival no se circunscribe únicamente al divino Nebmaatra, mi esposo, sino a toda su familia, como estoy segura de que habrás comprendido después de anunciarse el próximo enlace entre el faraón y la princesa Sitamón. Es mi deseo que todo se desarrolle como tú lo entendiste. El dios es generoso con quienes le sirven bien. Recuérdalo.

—Todo se encuentra preparado, majestad.

—Ese es nuestro mayor deseo. El ascenso dentro de la administración es complicado. Son muchos los que están dispuestos a hacer cualquier cosa por conseguir un puesto, y los obstáculos resultan a veces insalvables. Claro que todo puede cambiar cuando se dispone de alguien que te proteja. La lealtad es una virtud que escasea en estos tiempos.

—Yo sirvo al dios y a su casa —respondió el joven con gravedad.

—Eso me satisface —apuntó la reina con una media sonrisa—. Ya dispones de un amigo dispuesto a ayudarte —prosiguió divertida mientras señalaba a su gato—.
Pimiu
velará por ti. Ahora puedes marcharte.

En tanto se retiraba, Tiyi aprovechó para estudiar por última vez a aquel joven. El templo de Karnak preparaba soldados formidables, y resultaba extraño que hubieran dejado escapar a un hombre que parecía tan capaz, como si fuera un vulgar escriba de los que estudiaban en la Casa de la Vida y no volvían a tener ninguna relación con el templo. Ahora que el desenlace se hallaba próximo era preciso estar vigilantes. Ella conocía bien los orígenes de Neferhor, así como el escándalo al que llevaran los abusos de Pepynakht. De eso hacía ya mucho tiempo y, sin embargo, Shai había enviado a Malkata a uno de los protagonistas de tan lamentables hechos. Nada era casual, y, no obstante, Tiyi se vio obligada a admitir que el joven poseía magia; los gatos ya se lo habían advertido.

13

Cuando Huy se enteró de lo ocurrido no pudo sino lamentarse. Bien sabía él que algo así podía ocurrir, aunque no se imaginara que fuera tan pronto.

Lo curioso del caso era que todo se debía a la buena actuación de Neferhor, y al magnífico trabajo de recopilación que había desarrollado. El joven había servido bien a la corona para recuperar los antiguos textos sin variar ni un solo signo jeroglífico de cuantos había copiado.

—Has llamado la atención de la reina, y ya no hay nada que hacer —señaló Huy, cariacontecido.

—Pero… su majestad fue amable conmigo, y pareció alegrarse cuando le expliqué que éramos paisanos —se defendió el joven sin comprender el enfado de su maestro.

Este hizo una mueca de disgusto.

—¿Crees que ella no sabía tus orígenes? Está claro que no conoces a Tiyi.

—¿Y qué podía hacer? —señaló Neferhor molesto—. No esperarías que le mintiese.

Huy abrió sus ojos como si le mentaran a la terrible serpiente Apofis.

—Tiyi muestra su satisfacción y nos envía un aviso —puntualizó el anciano.

—¿Un aviso?

—Sí, una advertencia. Se siente segura, y confía en que la celebración del jubileo facilite sus propósitos.

—Pero, noble Huy, llevas sirviendo treinta años con lealtad a la corona. No somos enemigos de la reina.

—Cuantos servimos al dios le somos leales. Durante todos estos años siempre ha sido así. Mi deseo es que Egipto sea gobernado por un faraón poderoso sin que por ello tenga que renunciar a sus dioses.

—Hablas como si fuera a ocurrir algo terrible.

—Algo inevitable.

—Sin embargo, el faraón te ama y te cubre de gloria ante su pueblo.

—Es cierto. Soy el ser más afortunado de la tierra al gozar del amor de Nebmaatra. Qué más puede desear un viejo como yo.

Neferhor pestañeó repetidamente y puso cara de no entender nada. Huy rio con suavidad.

—Dentro de poco le conocerás —le confió—. Te sorprenderá su cercanía y amabilidad. Pero no olvides que Tiyi lo controla por completo. Además se está haciendo viejo, y cada día comete más excesos.

Se hizo un pequeño silencio entre ambos y Huy continuó.

—Tienes que irte de aquí.

El joven no pudo evitar dar un respingo.

—No puedes formar parte del juego. La reina terminará por averiguar todo sobre ti. —El escriba pareció desconcertado—. Cuando el jubileo toque a su fin, es posible que el dios te felicite públicamente. Si esto ocurriera la corte se fijará en ti y te crearás enemigos, aunque tú no lo sepas. Deberás irte, o tarde o temprano caerás en desgracia.

—¿Y adónde iré? —preguntó el joven sin ocultar su malestar—. Hablas de mí como si fuera un ánima que vaga al servicio de quién sabe qué intereses.

—Je, je… Todos somos ánimas. Al menos espero poder recibir una buena sepultura y que mi
ba
reconozca mi cuerpo momificado cada noche para así dejar de vagar, como tú bien dices. En esto tampoco puedo quejarme. Nebmaatra me ha autorizado a tener mi propio templo de Millones de Años, cual si fuera un dios como él, un
netcheru
neferu
, un dios menor —apuntó Huy mientras reía—. Nunca se vio nada igual en Kemet. Además, mi tumba también se halla preparada. ¡Qué más puedo pedir! —se vanaglorió.

En ocasiones el viejo era propenso a dar salida a su vanidad. En tales momentos podía llegar a resultar exasperante, aunque nadie se atreviese a decirle nada. Él era el gran Amenhotep, hijo de Hapu, comparado con el legendario Inhotep, sabio entre los sabios. El anciano abarcaba Egipto en todas sus facetas, y no era de extrañar que su vanidad se hubiera alimentado por ello.

Neferhor pensó que el viejo veía sombras por todas partes y lo achacó a su edad, aunque según aseguraba todavía le quedaran treinta años de vida.

—Je, je… —volvió a reír el anciano al ver la expresión del joven—. La edad es una mala cosa, en eso tienes razón —aseguró tras leerle el pensamiento. El escriba lo miró, avergonzado—. No te preocupes, eres muy joven aún, pero deberás ser cauto; ya aprenderás. Como te decía, cuando finalice el
Heb Sed
cambiarás de cometido, pero no temas, seguirás sirviendo al dios como corresponde, aunque apartado de mí. Ya decidiremos cuando llegue el momento.

Tumbado bajo la ventana, Neferhor disfrutaba de la suave brisa procedente del Nilo. Era una noche hermosa, como las que solían disfrutarse a finales de la primavera, y aunque no había luna, las estrellas acariciaban el vientre de Nut, abigarrado, para iluminar el cielo como solo ella sabía hacer. Con las manos bajo la nuca, el joven contemplaba aquel espectáculo tendido sobre la cama, en tanto trataba de comprender el universo del que ya formaba parte. Todo a su alrededor le resultaba ambiguo y frágil; el mismo palacio parecía estar suspendido por hilos manejados por las propias circunstancias, y estas resultaban imposibles de calibrar. Los mismos cortesanos se mostraban recelosos cuando se cruzaban por los pasillos y le dedicaban sonrisas forzadas. El ambiente se enrarecía, y mientras los dioses observaban.

Para Neferhor todas aquellas sensaciones le hacían parecer un náufrago en busca de la ansiada orilla. El problema era que desconocía dónde se hallaba esta. Aquellas aguas no le eran familiares, y creaban en él dilemas para los que no tenía respuesta. Niut era, con diferencia, su principal preocupación. Su imagen había permanecido en su corazón durante todo aquel tiempo para revelársele con frecuencia, como si en cierta forma ya habitase en él. No querer reconocer aquello había supuesto una lucha inútil que había terminado por causarle más sufrimiento. Neferhor se estremecía al pensar en ello; esa era la realidad.

El joven había tratado de convencerse de la imposibilidad de una relación semejante, pero siempre encontraba alguna justificación que le ayudaba a alimentar la llama que le consumía.

—Casi dos años —murmuró el escriba aquella noche, en tanto miraba las estrellas.

Ese era el tiempo que había transcurrido desde la noche en que se amaron. Una noche que formaba parte de un sueño del que todavía no sabía si había despertado. Lo había revivido tantas veces que era imposible averiguar la fantasía que este pudiera encerrar. Pero su corazón no le engañaba. Neferhor pensaba en Niut, y la deseaba con mayor desesperación que durante las noches de su adolescencia en el templo.

Su viejo amigo Heny había terminado por ocupar la plaza que más se acomodaba a la situacÀa a la sión. Después de las culpas y los arrepentimientos, su figura se difuminaba empujada por la pasión, como si no contara, víctima inevitable de un fuego capaz de devorarlo todo. Lo peor era que Neferhor había terminado por aceptarlo, y colmar sus propios deseos era cuanto le importaba.

Aquella parte de su naturaleza, dormida durante años, podía transitar por cada uno de sus
metu
, los canales que recorrían el cuerpo transportando fluidos y emociones, para enfrentarse con la razón pura a la que creía servir el escriba. Pero no era así, y el joven se veía incapaz de resistirse a la tentación que Niut representaba para él cada vez que su imagen surgía de entre los velos de un sueño imposible. Entonces Neferhor se acariciaba, para recorrer en su memoria cada parte de aquel cuerpo que le embriagaba como el peor
shedeh
. Cuando por fin se derramaba, percibía su propia frustración. Niut se difuminaba como por ensalmo para abandonarle de nuevo, igual que la noche que la poseyó.

En ocasiones transcurrían meses sin que el joven volviera a recibir a su diosa, pues como humano que era poco control podía ejercer sobre esas cosas. Seguramente ella estaría arrepentida por lo que había ocurrido, una aventura inesperada, un desliz provocado por los vapores del vino, y habría vuelto a amar a su marido con renovados bríos.

Pudiera ser que Niut se hubiera olvidado de él, como antaño, y ello le enardecía todavía más. En esos momentos recordaba las palabras que le susurrara la joven mitannia en la ciudad de Menfis: «Tu alma está prisionera. Nunca conocerá el descanso.»

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