El secreto del Nilo (30 page)

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Authors: Antonio Cabanas

Tags: #Histórico

BOOK: El secreto del Nilo
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En ocasiones durmió junto a ellos, rodeado por su silencio. Al escriba le gustaba el silencio, quizá porque formaba ya parte de él, tras los años pasados en Karnak. Pero comprendió que cada lugar era diferente, y que nada tenían que ver los monumentos de los faraones de la V dinastía con su amado Karnak. Eran distintos silencios que hablaban del largo caminar de los hombres que habitaban la Tierra Negra; de la evolución de una civilización sin igual.

Sin embargo, el manto con el que se envolviera muchas noches estaba tejido con las mismas manos. El cielo estrellado le acompañó en su sueño del mismo modo que había ocurrido muchas veces en su niñez, durante las cálidas noches de verano, o en ocasiones cuando acompañaba a los sacerdotes astrónomos de Karnak. El cielo lucía igual, pero la sensación que tenía era la de hallarse bajo una bóveda que en nada se parecía a las que había visto. Era como si se encontrara en otro país, muy lejos, en el que el cielo y la tierra se daban la mano en el horizonte, seguramente en los confines de la tierra. Neferhor lo atribuyó al desierto. La enorme necrópolis de Saqqara creaba un efecto singular bajo la luz de la luna. Allí la arena se difuminaba con tonos de ilusoria plata hasta convertirse en azul profundo. La tierra y el cielo se unían para formar un todo; un universo en sí mismo en el que los dioses y los hombres convivían bajo leyes ancestrales que se mantenían inalterables como parte del cosmos.

La diosa Nut le hablaba de todo aquello, y su vientre henchido de luceros le hacía ver que en Egipto todo era desmedido; desde sus grandiosos monumentos hasta su cielo estrellado, y que, tal como él había percibido, su propia insignificancia era real.

Por último, Neferhor se encaminó hacia el complejo funerario del rey Djoser, en Saqqara. Allí se levantaba la primera pirámide construida por el hombre, junto a pabellones y templos en los que se continuaba guardando culto al antiguo faraón. El joven se sorprendió del buen estado que mostraba el conjunto arquitectónico, del que se quedó admirado. El muro que rodeaba las quince hectáreas que ocupaba la monumental obra todavía se mantenía en pie en gran parte, y Neferhor volvió a sentir de nuevo el efecto de lo intemporal. Allí los años apenas contaban, pues semejante obra se había proyectado para vencer al tiempo.

El escriba encontró en Saqqara todo cuanto buscaba. Djoser había celebrado un festival
Sed
y había dejado grabadas en los muros de sus templos imágenes que representaban dicho jubileo, así como información acerca de los servicios que se realizaron durante los actos. Neferhor tuvo entre sus manos papiros de la época que aún se conservaban, y el joven los tomó con reverencia, pues se remontaban a la III dinastía, más de mil años atrás. Los sacerdotes le ayudaron en lo que pudieron, y Neferhor pudo hacerse una idea de cómo Djoser celebró su
Heb Sed
; cómo realizó la carrera ritual alrededor del enorme patio, y cómo levantó el pilar
djed
, símbolo de estabilidad, ante su pueblo.

Después de varios meses de incansable búsqueda, el escriba dio por concluida su misión, al tiempo que comprendió lo que encerraba aquel jubileo que solo unos pocos faraones habían podido celebrar.

Antes de partir hacia Tebas, el joven permaneció unos días en Menfis para ordenar sus notas. Se sentía satisfecho por el trabajo realizado y también excitado por todo lo que había visto. Ahora poseía una idea de Kemet distinta, pues sabía que muchos siglos antes de que se pusiera la primera piedra sobre Karnak, Den, un faraón de la I dinastía, buscaba ya la comunión con los dioses y celebraba su
Heb Sed
. Todo en Egipto resultaba mágico.

8

Sin pretenderlo, sombríos pensamientos regresaron a su corazón para atormentarlo. Eran inquietantes, pues desasosegaban su espíritu sin que pudiera evitarlo. Durante los últimos meses Neferhor se había visto libre de ellos, enfrascado como estaba en los quehaceres que le habían encomendado. Mas ahora que los había finalizado, se presentaban otra vez para conturbarle y devolverle al sueño que creía olvidado.

La imagen de Niut se le presentaba con frecuencia como si en verdad habitase ya en su alma de forma permanente. Su sonrisa y su mirada cautivadora se mostraban de una forma tan nítida que atrapaban al escriba hasta hacerle suspirar por su recuerdo. Una y otra vez su cuerpo desnudo se sentaba de nuevo sobre él para conducirlo al paroxismo. Era un placer que iba mucho más allá de lo carnal, que comprendía aspectos que afectaban a su propio
ka
, y que hacían de aquel encuentro un acto sublime.

En tales momentos Neferhor deseaba desesperadamente a la hermosa Niut. Era como una droga que paralizaba su razón y le empujaba a correr hacia sus brazos para tomarla una y otra vez hasta el límite de sus fuerzas. Luego la luz regresaba a él y pensaba en Heny, y en el terrible pecado que había cometido.

Sin poder evitarlo, le vino a la memoria una de las máximas admonitorias del sabio Ptahotep que tantas veces había leído: «Si deseas que dure la amistad en una casa en la que has entrado como amigo, guárdate de acercarte a las mujeres.»

Aquella advertencia había desaparecido de su corazón como humo barrido por una ráfaga de viento; él había ultrajado la casa de su viejo amigo, como lo haría el más bajo de los hombres.

Semejante remordimiento le producía gran pesar, pues su culpabilidad era cierta. Él sabía muy bien que había gozado de la esposa de Heny, y que durante años esta había sido objeto de su deseo. Pero lo peor no era eso, lo malo era que continuaba deseándola, que se sentía esclavo de los goces que ella le había proporcionado.

Aquello podía llegar a convertirse en un problema de consideración, capaz de conducirle al desastre. El adulterio estaba perseguido puesto que era motivo de divorcio para el marido engañado, y Neferhor conocía las viejas historias en las que se hablaba de esposas adúlteras que eran ejecutadas.

El escriba pensó que si conociera a otra mujer quizás esto aliviaría su sufrimiento. Por eso un día visitó un local famoso por las hermosas damas que lo atendían. Menfis era una ciudad en la que las casas de la cerveza abundaban particularmente. Las había para todos los bolsillos, y solían ser muy frecuentadas ya que una capital tan floreciente como aquella recibía visitantes de todo el mundo conocido.

Neferhor se armó de valor para ir allí, y fue capaz de vencer sus dudas y acudir a aquella casa de la cerveza que atendía al nombre de Las Concubinas de Hathor. El funcionario que se la había recomendado no se había molestado en ocultar su mirada pícara, e incluso se animó a hacer un comentario jocoso al respecto, en tanto le daba una palmadita en la espalda.

—Ve y solázate sin temor —le dijo muy paternal—. Que las máximas morales son buenas para el espíritu, pero de vez en cuando conviene darle motivos para el arrepentimiento.

El escriba se sorprendió por las palabras de su colega, que además era un
sehedy sesh
muy reputado.

—No me discutirás que el nombre del local no es apropiado. No se me ocurriría otro que lo definiera mejor. El ramillete de diosas que se recogen en su interior es digno de cualquier ofrenda que pudiéramos hacer a Hathor. Muchos de los que acuden allí aseguran que lo hacen por pura devoción, y que es necesario honrar a la diosa de vez en cuando. —Neferhor le miró asombrado—. En fin, ya me contarás, pero ya te adelanto que en Tebas no encontrarás un local que se le pueda comparar —le aseguró el
sehedy sesh
—. Sigue mi consejo y aprovecha la ocasión. —El escriba asintió embobado—. Ah, y pregunta por Shaushka, que es muy servicial y conoce las artes del amor traídas de su tierra —le recomendó su colega mientras se alejaba.

Neferhor ni siquiera había podido abrir la boca, aunque quca, aunqizá resultara lo mejor, pues a la postre siguió su consejo y al anochecer se encaminó hacia Las Concubinas de Hathor con un cierto malestar en el estómago, producto de los nervios, sin duda.

Tras dar unas cuantas vueltas al fin se decidió a entrar, aunque lo hiciera temeroso de que alguien le pudiera reconocer. Mas enseguida se disipó su recelo, ya que la clientela andaba a lo suyo y nadie reparó en su presencia. No obstante, Neferhor se sentía tan cohibido que no sabía qué hacer, y al punto pensó en marcharse. Pero enseguida se le acercó un individuo que esbozaba la más franca de las sonrisas para ofrecerle una mesa.

—Nos sentimos honrados con tan principal visita —le saludó, adulador, pues aquel tipo era capaz de oler un buen cliente a un
iteru
de distancia.

El escriba hizo un gesto de agradecimiento y enseguida le confió que venía recomendado, aunque no señalara por quién, pues no sabía qué decir en tales casos.

—Ah, mi discreción me obliga a no ser locuaz en estos asuntos, pero los notables de la ciudad me honran con su visita. Viéndote adivino que llegarás a
heka-het
, gobernador, o quién sabe si a
ti-aty
, visir.

Neferhor hizo un mohín de desaprobación, ya que no le gustaban aquel tipo de zalamerías. El dueño del local se percató de ello al instante. Él conocía bien a aquellos funcionarios relamidos y puntillosos. Saltaba a la vista que aquel cliente era un escriba, y de los importantes, por lo menos un
sehedy sesh.
Llevaba tratando con ellos desde hacía tantos
hentis
que se sabía de sobra sus reacciones, y también lo viciosos que podían llegar a ser algunos.

Tras unas palabras de cortesía, enseguida pasaron a los detalles.

—¿Shaushka, dices? Bueno, está muy solicitada. Es una beldad de otra tierra, ¿sabes?

Neferhor le miró muy serio, como acostumbraba, y aquel tipo aprovechó para hacer una seña a uno de los sirvientes.

—¿Quieres vino de Siria? Te aseguro que es digno de reyes.

Neferhor lo rechazó con un gesto.

—¿De Buto, tal vez?

—Zumo de granada estaría bien.

El dueño abrió sus ojos como quien se encuentra con un genio del Mundo Inferior. Aquel escriba debía de ser de los místicos, y esos eran los peores.

—Te advierto que tengo buena cerveza de cebada, y también de trigo, y un
shedeh
de primera calidad. —El joven hizo una mueca con la que se daba por enterado—. Bien, la muchacha que quieres es muy diferente al resto. Se trata de una mujer de exótica belleza, y estas se han puesto de moda últimamente. —Neferhor asintion aor asint, aunque desconociera este particular—. Tú lo sabes mejor que yo. Desde que el dios Nebmaatra, vida, salud y prosperidad le sean dadas, se aficionó a las bellezas exóticas, estas tienen una gran demanda.

—Me hago cargo —dijo el escriba, que empezaba a cansarse de la situación.

Enseguida le sirvieron el zumo de granada y el joven dio un sorbo.

—¿Te gusta? Son granadas del nomo de Min. Dicen que no tienen igual.

Neferhor le sonrió y pensó que lo mejor sería marcharse.

—Se trata de una de las mujeres más bellas de Menfis —se apresuró a decir el dueño, que parecía capaz de leerle el pensamiento—. No te diré más que hay altos dignatarios que están encaprichados con ella, ¿entiendes?

—Creo que me he equivocado al venir aquí —señaló el joven, al tiempo que hacía ademán de levantarse.

—No, por favor, quédate. Es solo que cuento con tu discreción —apuntó el dueño, ladino.

—Y con mis
deben
,
[9]
supongo —recalcó el escriba con retintín.

El dueño del local se relamió.

—La diferencia entre lo bueno y lo mejor es siempre notable —señaló.

Aquellas palabras despertaron la curiosidad del joven.

—Lo comprendo.

—En tal caso, te diré cuál es el precio —dijo en tanto se acercaba para susurrarle una cifra.

Neferhor asintió divertido pues le gustaba el regateo. Llevaba haciéndolo desde que era un niño y todavía no sabía leer, aunque nunca se hubiera interesado por una mercancía semejante.

—Ella será quien marque la cifra, ¿no te parece? —apuntó el escriba.

El tipo se acarició la barbilla e hizo un gesto a aquel joven relamido para que le acompañara al piso de arriba. Acto seguido entraron en una habitación recargada con costosas telas que adornaban sus paredes como si se tratase de una jaima. El suelo se hallaba cubierto de alfombras y cojines sobre los que se recostaba una joven que los observó con atención. Enseguida se incorporó para acercárseles voluptuosa. Sin duda era tan bella como aseguraba el dueño del establecimiento, pues sus formas eran contundentes, aunque armoniosas, y su rostro, cargado de exotismo, hablaba de otras tierras y encerraba un cierto misterio que enseguida sedujo al escriba. La joven tenía un pelo largo y oscuro como la noche, que enmarcaba sus facciones para acrecentar su atractivo, y a Neferhor no le extrañó que muchos hombres reclamaran sus servicios.

—Traigo los goces de oriente y agua para calmar tu sed —le dijo ella le dijo con voz cálida en tanto le medía con la mirada.

Había algo en la dama que interesó al escriba, más allá de su belleza, y Neferhor no tardó en cerrar el trato con el dueño en un aparte. Este se dio cuenta al momento de que aquel escriba conocía el valor de las cosas y que calculaba con gran rapidez, así que, tras una pequeña representación, llegó a un acuerdo y se marchó.

—Has aceptado la hospitalidad que te ofrezco —le susurró ella mientras le atraía hacia el centro de la alcoba—. En Mitanni, mi país, honramos a nuestros huéspedes.

Neferhor la miró con la timidez que le era propia y ella sonrió satisfecha. Durante unos instantes le estudió con atención y el joven se cohibió un poco más.

—Tú no eres asiduo a estos lugares. Dime qué te trae hasta mí.

El tono de la mitannia sorprendió al escriba, que se ruborizó.

—Quizá tu agua, tal como me ofreciste —dijo al fin, sobreponiéndose.

Shaushka entrecerró sus ojos, y el escriba tuvo la sensación de que aquella mujer poseía magia.

—Ven y túmbate a mi lado —le invitó—. Deshazte de cuanto te oprime. Yo te ungiré y aliviaré tu alma.

Neferhor hizo lo que le pedía. Aquella voz cálida y embaucadora le resultaba una caricia a la que no le costó abandonarse. La joven parecía hacer honor a su fama, pues sus manos se apoderaron de él con delicadeza para invitarle a desinhibirse.

—Shaushka… —musitó el escriba en tanto cerraba los ojos con satisfacción.

—Es la diosa del amor para nosotros, los mitannios. Me llaman así por mi habilidad para la danza —le confió, en tanto frotaba suavemente el cuerpo del joven con aceites perfumados. Era una sensación deliciosa y Neferhor suspiró complacido—. Si me abres tu puerta entraré en ti —le susurró Shaushka mientras le pasaba la lengua por su cuello, lentamente.

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