Read EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I Online
Authors: Louise Cooper
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil
Keridil se levantó en el fondo del salón.
—Tarod, Adepto de séptimo grado del Círculo, aproxímate.
Todo el espectáculo empezaba a tomar el aspecto de un mal sueño… o de un juicio. Tarod avanzó entre las expectantes filas de Iniciados hasta que llegó a una silla que había sido colocada en el pasillo delante del estrado.
Miró a Keridil y vio inquietud en los ojos de su amigo. Keridil trató de dirigirle una sonrisa tranquilizadora, pero fracasó en su intento. Carraspeó.
—Se abre el pleno del Consejo de Adeptos.
Hizo una señal con la cabeza y los guardias cerraron la puerta de golpe. Al extinguirse el ruido, alguien revolvió unos papeles con innecesaria minuciosidad y Keridil miró los documentos que tenía delante de él.
—Como sabéis muchos de vosotros, esta reunión ha sido convocada para que el Consejo y el Círculo puedan tener perfecto conocimiento de las circunstancias que rodearon un suceso acaecido la noche pasada en el Salón de Mármol —dijo.
Por consiguiente, el Consejo estaba ya enterado, cosa que explicaba la insistencia de las formalidades. Tarod se sintió desconcertado, pero conservó su expresión enigmática.
—Debemos —prosiguió Keridil— valorar las implicaciones y posibles consecuencias de este acontecimiento, y decidir la acción que hay que tomar, si es que hay que tomar alguna. Por consiguiente, propongo que iniciemos la sesión con un relato detallado de lo que sucedió la noche pasada, de manera que todos estéis perfectamente informados de los hechos. —Levantó la mirada una vez más e hizo una seña con la cabeza a Tarod—. Ten la bondad de sentarte.
Tarod obedeció mecánicamente, sabiendo, con una terrible impresión de fatalismo, que su esperanza de inclinar al Consejo en favor de su manera de pensar era casi vana. Les habían dicho ya lo bastante para influenciarles; al mirar las hileras de caras, casi podía leer las mentes detrás de las expresiones cuidadosamente controladas. Aunque fuese el mejor orador del mundo, habría sido ridícula la idea de ganarlos para su causa.
Y así escuchó en silencio el relato entero del encuentro con Yandros. Keridil hizo una explicación escrupulosamente completa y exacta, sin omitir detalle, pero, mientras hablaba, Tarod vio que se nublaban y endurecían las caras de los Consejeros. Con frecuencia hacían la señal de Aeoris, como para librarse de alguna presencia maligna, y Tarod tuvo que dominar el impulso de levantarse y salir de la cámara, sabiendo que su comportamiento impertinente sólo podría perjudicar su causa.
Por fin terminó Keridil y, durante lo que pareció una eternidad, la sala permaneció en silencio. Entonces, al principio despacio y después con creciente intensidad, empezaron las preguntas.
—Hemos oído que evocaste consciente y deliberadamente a un Señor del Caos. ¿Es verdad?
Tarod miró fijamente al viejo Consejero que había hecho la pregunta.
—Lo hice. Pero entonces no sabía a quien… a qué… estaba evocando.
—¿Y ahora no tienes dudas?
—No tengo ninguna duda.
Era una confesión peligrosa, pero tenía que convencerles de que la amenaza de Yandros era real.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —replicó rápidamente el que le estaba interrogando—. Han existido casos comprobados de Adeptos de alto rango que han sido engañados por entes astrales; sin embargo, tú pareces completamente seguro del terreno que pisas…
Contestar estas preguntas era como andar sobre ascuas. Tarod dijo prudentemente:
—Creo, Señor, que ya has oído la opinión personal del Sumo Iniciado sobre la… autenticidad de la manifestación. Ni él ni yo ni Themila Gan Lin dudamos un solo instante de la naturaleza de Yandros y, con todo respeto, tampoco tú habrías dudado si hubieses estado presente.
El interrogador frunció los labios y murmuró algo a su vecino, y otro hombre dijo:
—Sin embargo, conociendo la naturaleza de aquel ente, según tú le llamas, cuando el Sumo Iniciado comenzó la Séptima Exhortación de Destierro, impediste que terminase el rito. ¿Por qué?
—¡Porque no iba a quedarme allí parado, viendo cómo le mataban! —respondió furiosamente Tarod—. Yandros habría podido destruirle antes de que se diese cuenta, y lo habría hecho si…
—¡Ah, con que has tenido una visión privilegiada de la mente de un Señor del Caos, Tarod! —le interrumpió una voz nueva y conocida. Desde la plataforma inferior, Rhiman Han miró con hostilidad a su antiguo rival y, al no responder Tarod inmediatamente, el pelirrojo prosiguió—: Creo, amigos míos, que nos estamos acercando al meollo del asunto. Tarod afirma conocer las intenciones de Yandros, y Yandros, según acabamos de oír, sostiene que tiene un parentesco, en el sentido literal de la palabra, con Tarod. Si esto es verdad, sólo hemos de responder a una pregunta, y ésta es: ¿qué clase de serpiente hemos estado albergando entre nosotros durante todos estos años?
La cara de Tarod palideció de ira, y Themila replicó a Rhiman:
—¿Cómo te atreves a hablar así? Si no se te ocurre un comentario más constructivo, Rhiman, ¡será mejor que te muerdas la lengua!
—Mi querida Themila, ¡estoy siendo más constructivo que todos nuestros distinguidos colegas juntos! —repuso Rhiman—. Y repito: si Tarod es pariente del demonio Yandros, ¡no es un verdadero mortal!
Se levantó y Tarod se dio cuenta de que todos los que se hallaban en el salón estaban escuchando atentamente. Por un momento, esperó que Keridil atajase el exabrupto de Rhiman, pero Keridil permaneció inmóvil, con una expresión tensa e inquieta en el semblante.
—¿Qué hombre —siguió diciendo Rhiman— lleva su alma en una joya? ¿Qué hombre es visitado en sueños por monstruos que no han andado por este mundo desde los tiempos de los Ancianos y charla con ellos como si de antiguos amigos se tratase? —Señaló con un dedo acusador a Tarod, que también se puso en pie—.
Nosotros
no supimos nunca de donde había venido nuestro amigo del séptimo grado. Era un expósito, un niño abandonado, sin apellido de clan ni parientes que le reclamasen. ¡No era de raza
humana
! Bueno, amigos míos, parece que ahora hemos resuelto el enigma. Tarod no es un hombre…, ¡es un demonio!
Hubo un gran alboroto, en el que cada Consejero parecía querer llevar la voz cantante. Muchos se habían puesto en pie y gesticulaban, queriendo llamar furiosamente la atención, y no eran pocos los espectadores que unían sus voces a aquella algarabía. Keridil gritaba también, esforzándose por hacerse oír, pero sólo cuando descargó su bastón de mando como una maza sobre la mesa consiguió acallar el griterío.
—¡No toleraré este desorden! —dijo Keridil con voz serena, pero todos percibieron la cólera que trataba de disimular—. Esto es una reunión de Adeptos, ¡no una riña de taberna! Rhiman, lejos de mi intención negarte el derecho de hablar, ¡pero debes medir tus palabras! Este no es un problema emocional, y no quiero que nadie se deje llevar por prejuicios personales.
—Rhiman Han no te comprende, Keridil —terció Tarod, y una voz resonó claramente en la sala—. Por experiencia, ¡sé que no sabe juzgar las cosas de otra manera!
Keridil se volvió y le miró fijamente. Tarod estaba de pie, con la mano apoyada en la empuñadura de su cuchillo, como dispuesto a sacarlo y a atacar a la menor provocación. La piedra de su anillo resplandecía a la luz de las antorchas, y la ira brillaba en su semblante. Nunca le había parecido tan peligroso y, de pronto, recordó involuntariamente la breve visión que le había dado Yandros de las siete estatuas colosales del Salón de Mármol, con sus caras restauradas y demasiado reconocibles.
—Siéntate —dijo, furiosamente.
Los ojos verdes de Tarod le desafiaron, y Keridil repitió:
—¡He dicho que
te sientes
!
Volvía a tener a la asamblea bajo control, pero a duras penas. Y ahora sabía que lo que había esperado y temido era verdad: el Consejo estaba casi unánimemente en contra de Tarod. Las palabras de Rhiman habían dado en el blanco, e incluso el propio Keridil se preguntaba si el pelirrojo no tendría razón en su afirmación de que Tarod era, por naturaleza, poco digno de confianza. Aquel anillo… habría podido destruirlo, tirarlo; pero no lo había hecho. Y si había tenido poder para expulsar a Yandros, esto quería decir que también lo tenía para volver a llamarle, si así lo deseaba.
Pero Tarod no quería hacerlo. Había jurado fidelidad al Círculo, y Keridil no podía negar que, a pesar de su naturaleza errante, había sido siempre escrupulosamente honrado. En realidad, le inquietaban sus propias dudas: habían sido íntimos amigos desde la infancia, y empezar ahora a desconfiar de un íntimo amigo era casi tanto como una traición.
Pero Tarod no era realmente humano… Nada podía borrar este hecho. Y Keridil se debía ante todo al Círculo…
De pronto, se dio cuenta de que todo el mundo esperaba que dijese algo, y sacudió apresuradamente las turbadoras ideas de su cerebro. Tarod se había sentado de nuevo, lo mismo que Rhiman, y Keridil miró cansadamente a su alrededor.
—¿Tiene que hacer alguien alguna otra pregunta o comentario?
—Sí, Sumo Iniciado.
Themila se levantó, menuda pero con aire resuelto.
—Habla, Themila.
—He oído a Rhiman condenar gratuitamente a Tarod, y deseo refutar su acusación. Creo que tal vez ninguno de los que estamos aquí esta noche sabe toda la verdad acerca de Tarod y del parentesco que afirmó Yandros. No tenemos experiencia directa del Caos, porque hemos estado libres de su funesta influencia desde que fueron destruidos los Ancianos. Pero conocemos a Tarod desde que apenas tenía trece años. ¿Pueden negar, incluso sus enemigos —y al decir esto miró severamente a Rhiman—, que es un hombre de honor? ¿Pueden negar que siempre ha permanecido firme en su lealtad a Aeoris y al Círculo?
Rhiman, dándose cuenta de que su ventaja estaba siendo contrarrestada por Themila, replicó rápidamente:
—Yo no quiero difamar a nadie, Themila. Mi argumento es claro: Tarod no es uno de los nuestros. Y aunque él diga lo contrario, no podemos confiar en él. Por el bien del Círculo, ¡no nos
atrevamos
a confiar en él!
Un murmullo de asentimiento recorrió el salón y Tarod sintió un sudor frío en toda su piel. Los esfuerzos de Themila eran inútiles; la inmensa mayoría estaba en favor de Rhiman, y Rhiman lo sabía. Pero Themila no quería ceder.
—¡No puedes prescindir a tu antojo de las pruebas que nos ha dado a lo largo de tantos años! —protestó—. Tarod puede tener un poder inigualable, pero…
—¿Y si un día quiere emplearlo contra nosotros y llama a sus hermanos infernales para gobernar el mundo? ¿Qué pasará entonces, Themila Gan Lin? ¿Le recibirás con los brazos abiertos? ¿Abrazarás a tu precioso hijo adoptivo mientras el Caos destroza tu tierra?
—¡Esto es ridículo! —Themila estaba a punto de llorar—. Tarod es tan incapaz de hacer daño a nuestra comunidad como…
—
¿Puede demostrarlo?
—rugió Rhiman.
—¡No necesita demostrarlo! Si tu envidia te ha cegado y te impide ver la verdad…
—¡No, Themila! ¡Eres tú la que está ciega! Esa criatura… —y señaló de nuevo a Tarod, temblándole la mano de rabia y de emoción— es un demonio, ¡que se ha encarnado entre nosotros! Tú misma has visto de lo que es capaz… ¿Vamos a arriesgarnos, permitiendo que permanezca en el Castillo?
—¡No! —gritaron muchas gargantas al unísono, tanto desde el estrado del Consejo como entre la multitud de espectadores.
Keridil se levantó una vez más. Parecía agotado, pero esta vez no tuvo que gritar para hacerse oír.
—Rhiman, ¡vas demasiado lejos y demasiado aprisa! —dijo—. No estamos juzgando a Tarod.
La confianza de Rhiman se había reforzado al sentirse firmemente respaldado por la opinión general.
—Entonces, ¡tal vez deberíamos hacerlo! —replicó.
—Ni siquiera ha podido decir diez palabras, ¡y menos defenderse de tus acusaciones! —protestó Themila.
—Muy bien. —Rhiman levantó ambas manos—. No quiero ser injusto. Dejemos que Tarod diga todo lo que quiera en su disculpa. Pero antes de que sigamos adelante, Sumo Iniciado, yo… y creo que la mayoría de los que estamos aquí…, quisiéramos que definieses la naturaleza de la decisión que hemos de tomar.
Era lo que Keridil había temido más, y comprendió que Rhiman le había situado hábilmente entre la espada y la pared. No podía eludir la cuestión; como Sumo Iniciado y presidente del Consejo, no podía hacerlo; pero pronunciarse en voz alta, en presencia de Tarod…
Tratando de ganar tiempo, dijo:
—No creo que esto sea necesario de momento, Rhiman.
—Pues yo…,
nosotros
… —dijo Rhiman, señalando a los otros Consejeros, que asintieron con la cabeza— sí que lo creemos necesario.
Estaba atrapado. Keridil se lamió los labios.
—Está bien. El Consejo decidirá si Tarod debe continuar como Adepto del Círculo o será formalmente expulsado de él y requerido para que salga de la Península de la Estrella.
No pudo mirar a Tarod, pero sintió la intensidad de su mirada pasmada. Rhiman sonrió fríamente.
—¿Y qué dices de la tercera alternativa, Sumo Iniciado?
—¿La tercera alternativa…?
El pelirrojo salió despacio de detrás de la mesa. Nuevamente había captado la atención de todos los demás.
—Por desagradable que sea hablar de esto, existen precedentes, ¡y creo que ninguno tan grave como éste! Si esta asamblea se pronuncia contra el Adepto Tarod, pido formalmente que se considere la alternativa de la ejecución.
—¿La ejecución? —repitió Keridil, casi incapaz de creer lo que acababa de oír—. No puedes hablar en serio. Eso es una locura, ¡y por los dioses que no voy a tolerarlo!
—No tendrás más remedio, Keridil —dijo Rhiman, prescindiendo del tratamiento para recalcar su posición—. Todos conocemos tu antigua amistad con Tarod y comprendemos que te resistas a considerar una medida tan drástica contra él. Pero no puedes oponerte al veredicto de la mayoría. Ni creo que lo pienses por un solo instante. —Hizo una ligera reverencia de cumplido y Keridil comprendió que estaba derrotado. Rhiman sonrió y lanzó su estocada definitiva—: Como Sumo Iniciado que eres, esperamos tus instrucciones sobre el asunto.
La amenaza era demasiado clara. Keridil comprendió que habían dado este rumbo a los acontecimientos combinando el miedo con la envidia, y aunque Rhiman era claramente el inductor, por un motivo puramente personal, había conseguido de los supersticiosos Consejeros el apoyo suficiente para alzarse con la victoria.