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Authors: Michael Bentine

El templario (56 page)

BOOK: El templario
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Como Pierre de Montjoie era el único hijo de la rama francesa de la antigua familia feudal, el título y los bienes habían pasado a su hermana Berenice. Como cortesía, el rey francés había conferido el título de conde a Simon, con el fin de que Berenice no se casara con alguien que no estuviera a su altura. Los bienes de De Creçy, que pasaron a manos de Simon al fallecer Raoul de Creçy, ahora quedaron liberados de su Donation a los caballeros templados. Eso dejó al joven normando con una considerable fortuna que, al sumarse a la dote de Berenice, les convirtió en una pareja riquísima.

Si el éxito material en la vida hubiese sido lo que Odó de Saint Amand deseaba para su hijo natural, entonces se podría decir que el joven normando había hecho más que realidad los sueños de su padre. No obstante, tanto Simon como Belami sabían que eso había sido sólo una parte de la visión que el finado Gran Maestro había soñado de manera tan profética.

El Gran Capítulo de la Orden, que al parecer siempre había conocido los orígenes de Simon, veía con buenos ojos que se enterrara el pasado en el brillante futuro del flamante conde. Eso significaba que Simon era ahora uno de los nobles más ricos de Francia y, lo que era más importante, poseía el conocimiento y la experiencia como para utilizar la recién adquirida riqueza de la mejor manera posible, especialmente en favor de la causa de los templarios.

La luna de miel de la joven pareja a bordo del lujoso galeón real se consumó en una pequeña recámara situada entre las dos más espaciosas que ocupaban Berengaria y Joanna.

—¡Una dichosa unión, estoy seguro —comentó Belami, irreverente—, pero muy apretada, también!

El veterano estuvo muy ocupado tratando de tomar las medidas adecuadas para una eficaz defensa del galeón, puesto que navegaban por aguas infestadas de piratas, como para aburrirse, cosa que temía que le ocurriría después de la prolongada campaña en Tierra Santa. Así su conciencia estaba tranquila, puesto que había sido reacio a abandonar a su Gran Maestro, precisamente cuando éste se disponía a ocupar la nueva sede central de los templarios en Chipre, sin el «guardaespaldas Belami» para protegerle.

Aquella confrontación de lealtades había afectado seriamente la conciencia del viejo soldado. Sin embargo, ser el guardia personal de la feliz pareja de amantes daba satisfacción al alma romántica de Belami, que él mantenía cuidadosamente oculta, y, en este sentido, también contaba con el beneplácito del Gran Maestro. Virtualmente significaba que el veterano pasaría el resto de su vida al servicio de los condes de Montjoie et Creçy; una perspectiva que le complacía cada vez más a medida que transcurrían los días.

Dos semanas después del arribo del galeón a Sicilia, tuvieron noticia de la desaparición del galeón templario del rey Ricardo.

Aquél fue un duro golpe; sin embargo, toda la realeza tenía la impresión de que Corazón de León no estaba muerto. Esta visión optimista del desastre se confirmó cuando un segundo mensajero templario llegó con la noticia de que el rey Ricardo se había trasladado junto con su guardaespaldas templario en otra nave, después de que su galera casi hubiera naufragado en una tormenta inesperada, frente a Chipre.

Lo que sorprendía de la noticia era que el bajel que había abordado era un galeón pirata, y que el rey había persuadido a los corsarios de que le desembarcaran en la costa dálmata. Así se vieron obligados a hacerlo a causa de otra tormenta, que hizo naufragar al barco pirata cuando lo tiró contra la costa rocosa.

Afortunadamente, esto ocurrió sin daños para el monarca, que ahora se desplazaba a través de Carinthia y Austria, con la intención de reunirse con Enrique, primo de Ricardo, en el castillo real de Sajonia. El alivio que experimentó la reina fue seguido de una sensación de angustia cuando los mensajeros templarios trajeron noticias más funestas.

Los espías austriacos habían reconocido a Corazón de León, y el monarca y su guardia personal habían sido capturados después de una sangrienta resistencia en una posada. El emperador Enrique VI de Austria mantenía al rey como rehén, después de que lo pusiera en sus manos el duque Leopoldo. El único recurso posible, para la reina Berengaria, era viajar rápidamente a Inglaterra para lograr que el hermano de Ricardo pagara el rescate.

Eso se realizó con toda rapidez, y llevó a los flamantes condes con ellos. Sin embargo, la reina Joanna permaneció un tiempo más en Sicilia para reunir todo el dinero que pudiera para poder hacer frente a las demandas del emperador austriaco. Luego, abordó una nave y se reunió con su cuñada para esperar el resultado de las negociaciones.

Para la reina Berengaria, el año 1192 transcurrió en una atmósfera de tensiones y dudas. Para Simon y Berenice fue un año de amor y de satisfacciones. El rey Juan, cuya avaricia y perfidia habían causado la discordia en Inglaterra, había recibido a su nueva cuñada y al séquito real con tanta afabilidad como si se tratara de sus parientes favoritos. A Simon y su esposa se les brindó toda clase de agasajos y, de sus bienes conjuntos, pudieron contribuir generosamente a los fondos que se reunían para pagan el rescate por el monarca.

Belami, como de costumbre, no se anduvo por las ramas.

—No confío en el príncipe Juan —gruñó—. Me recuerda demasiado a Conrad de Montferrat, sin el coraje de aquel sinvergüenza. Hay tan poco de Ricardo Corazón de León en él, que dudo de que sean hermanos del mismo padre.

«Fíjate en lo que te digo, Simon: la reina tendrá que obligarle a dar cuenta de cada penique del rescate. Ciento cincuenta mil marcos de oro serían una tentación para cualquiera, pero para el príncipe Juan son una invitación del diablo a la traición.

El trovador Blondin, que era íntimo amigo del rey Ricardo, dentro del distinguido culto de los magos musicales, ya había partido hacia Europa para averiguar dónde el emperador tenía secuestrado a su maestro real. Gracias principalmente a su talento como espía y a su reputación como mago colega entre los Minnesingeres de Alemania y Austria, finalmente pudo establecen contacto con el desesperado monarca, y le dio la buena noticia de que se estaba reuniendo el dinero del rescate.

El rey Ricardo era tan popular, que aun después de la salvaje depredación del príncipe Juan, los fondos del erario inglés iban en aumento: la mayor parte del dinero provenía de pequeñas sumas, donadas por los más pobres del país. Afortunadamente, Simon tenía contactos en la comunidad judía de York, que se los había proporcionado Abraham-ben-Isaac unos años antes, como parte de la información que el mago le había impartido, al describirle la amplia red financiera de los judíos del siglo XII.

Quizá el sabio anciano había presentido que aquel conocimiento algún día redundara en beneficio mutuo de su discípulo y la comunidad judía. De ser así, aquel notable visionario había acertado en su suposición. Porque Simon, llevando una carta de la reina Berengaria certificando que el rey efectuaba ventajosas concesiones a la tan perseguida comunidad judía, pudo conocer a un primo de Abraham, Isaac de York, que inmediatamente reunió una gruesa suma entre su gente. Considerando la violencia que previamente había ejercido sobre los judíos la administración del rey Ricardo, aquel acto denotaba el grado de confianza que Isaac de York otorgó a las palabras de su primo sobre la personalidad de Simon de Creçy.

Para Simon, fue una demostración más de los poderes adivinatorios de su sabio mentor, y un notable ejemplo de los juegos del Destino.

Además, en su nueva situación como conde de Montjoie y de Creçy, Simon pudo ponerse en contacto con el Gran Capítulo en París y obtener de los fondos de los templarios más oro para el rescate del rey, lo que aseguró la pronta totalización de la enorme suma que debían reunir. Para Belami ya era evidente que su ahijado estaba cumpliendo de sobra los ambiciosos sueños de su padre.

El año 1193 encontró a Berenice felizmente embarazada y, en el otoño, dio a luz con toda ventura a un niño a quien, de común acuerdo, le pusieron el nombre de Jean, en honor de Belami. El viejo soldado estaba encantado y dedicaba buena parte de su tiempo a hacer de niñera del pequeño, a quien brindaba tanto amor como había demostrado a su ahijado.

Esos años fueron radiantes de felicidad en la vida familiar, primero en Inglaterra, en la Corte real y en la mansión de los templarios de Templecombe, en Somerset, así como en las propiedades familiares cercanas a Forges-les-Eaux y Evreux. Pero para Simon y Belami había algo que echaban de menos en su vida. Ambos consideraban que el verdadero camino del destino de Simon aún no se lo habían revelado.

—Es como si estuviésemos esperando algún indicio de cuál será ese camino —comentó Belami, dando un extraño tono a sus palabras.

El esquema del futuro comenzó a tornarse evidente al ocurrir ciertos acontecimientos, dos de ellos casi simultáneamente.

En primer lugar, recibieron la triste noticia del fallecimiento de Saladino, en marzo de 1193, a causa de una súbita fiebre que le atacó mientras estaba cazando. Para Simon y Belami, la noticia tuvo el efecto de un golpe físico, pues ambos habían engendrado un gran amor por aquel hombre notable.

Cuando Corazón de León regresó a Inglaterra, en marzo de 1194, se unió a su dolor por la pérdida de su ex adversario.

Una carta de Maimónides, que entregó un mercader judío, daba detalles a Simon de la muerte del sultán.

«Hemos perdido a un gran jefe y a un afectuoso amigo —escribía—. Jamás conoceré a otro como él en esta tierra. El islam llora el tránsito al Paraíso de su más noble hijo. Él te quería, Simon, como a un hermano, y también sentía por Belami un cariño fraternal.

«Yo terminaré mis días aquí, en Damasco, y siempre os recordaré a ambos con el mismo afecto. Todos vuestros amigos os mandan sus saludos y estima.»

El filósofo firmaba la carta:

«Maimónides, otrora médico del gran sultán Saladino».

Pero fue el tercer acontecimiento, poco después del regreso del rey Ricardo, el que demostró lo que el futuro le tenía reservado a Simon.

Éste fue el catastrófico incendio que destruyó la catedral de Chartres. Simon enseguida supo cuál era el camino que debía seguir. Aquél sería su destino.

Volvió a París y pidió una inmediata audiencia para el Gran Capítulo. Dio la casualidad de que Robert de Sablé se encontraba de visita en Tierra Santa y fue él quien presidió la reunión. Después de un cálido intercambio de saludos, Simon fue derecho al grano.

—El desastre de Chartres me induce a ofrecer mis servicios como supervisor en la inmediata reconstrucción de la catedral. No soy inmodesto si digo que he tenido la suerte de adquirir las calificaciones necesarias en la práctica de la Sagrada Geometría de mis mentores en Tierra Santa. Sé que nuestro Gran Maestro hablará por mí al respecto.

«Lo que propongo es que brindaré, gratis, mis servicios personales y los de mi mesnada para la reconstrucción de la catedral, con la firme esperanza de que la Orden esté dispuesta a financiarla y a pagar los salarios de los francmasones necesarios de los distintos gremios de artesanos que tengan que intervenir.

«De mi ex tutor, Bernard de Roubaix, aprendí a conocer el poder del Wouivre, y tengo la intención de respetar la primitiva religión pagana que en un tiempo se practicaba en ese sitio sagrado. Creo que mi experiencia en Tierra Santa me ha proporcionado el discernimiento necesario para comprender los requerimientos impuestos por los precisos principios de la Sagrada Geometría, y que, con la ayuda de nuestra Santa Virgen, nuestra sagrada Madre Tierra, se me pueda brindar la oportunidad de restaurar Su Templo con todo su esplendor anterior.

Fue una emotiva declaración de la fe de Simon en su destino y, como un solo hombre, los hermanos Caballeros de la Orden se pusieron de pie y pronunciaron con voz atronadora su unánime aprobación de la proposición.

Más tarde, Simon le dijo a Belami:

—Supongo que debería haberme puesto nervioso, pero en cuanto entré en la casa Capitular, supe que eso era lo que mi padre quería que hiciese. A partir de ese momento, sólo tengo una vaga idea de lo que aconteció, salvo de que muchos templarios, algunos cuales conozco, estuvieron fervorosamente de acuerdo en que debemos reconstruir la Casa de nuestra Santa Señora lo antes posible.

Belami era una persona indispensable en la tarea de buscar y organizar la mano de obra requerida para el fabuloso proyecto. Para Simon, ello constituía un ejemplo perfecto de la magnitud de la Gran Obra.

La reconstrucción de un edificio tan enorme, estrictamente de acuerdo con la Proporción Divina de la Sagrada Geometría, requería un gran número de artesanos hábiles y laboriosos, ninguno de los cuales era fácil de encontrar. Esta tarea sólo podía ser llevada a cabo enrolando a toda la red de mano de obra especializada de los templarios en Francia, España e Inglaterra, así como consiguiendo artesanos templarios en Tierra Santa mismo.

En un milagrosamente breve espacio de tiempo, los maestros artesanos llegaron en grupos a Chartres, donde Belami rápidamente les fue encontrando alojamiento en las casas y granjas de los alrededores. En sí misma ésta era una ímproba tarea, pero el veterano servidor había realizado otras similares en otras ocasiones.

Una vez los artesanos estuvieron agrupados y se hubieron dividido en sus distintos gremios, comenzó la obra. Como anteriormente, no se utilizaron planos convencionales para formalizar el trabajo, pero una vez que se hubieron mancado las dimensiones exteriores en el sitio sagrado, se vertió yeso en enormes moldes. Una vez seco, se dibujaron en su superficie las formas de los arcos góticos, con sus ojivas en punta, mediante largas cañas flexibles usadas como guías para obtener las curvas naturalmente onduladas en que residía el secreto de las bellas proporciones de la construcción.

Las dimensiones de la catedral las determinaron cuidadosamente Simon y el maestro masón, que eran:

Longitud: 130 metros.

Anchura: 32-46 metros, para permitir la forma cruciforme.

Altura: 36,5 metros.

Estas medidas exactas formaban una versión a gran escala de la catedral original, de la que sólo quedaban en pie las fachadas anterior y posterior.

La medida que se utilizó fue la «pértica real» francesa (ocho metros).

Se usaron los mismos métodos de construcción que Bernard de Roubaix le había descrito en una ocasión, sólo que esta vez la reconstrucción contó con enormes cantidades de dinero de los templarios. Esto aseguraba que los maestros artesanos dispusieran de todos los elementos que necesitaban. En todo momento se usó piedra de la mejor calidad para la sillería, y sólo los artesanos más expertos y hábiles realizaban el corte y la unión.

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