El testamento (64 page)

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Authors: Eric Van Lustbader

Tags: #Intriga, #Aventuras

BOOK: El testamento
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Camille se había sentado deliberadamente en perpendicular a Mijaíl Kartli, de modo que podía vigilarlo sin dar la impresión de que lo estaba haciendo. El georgiano tenía un enorme interés para ella, ya que había sido el apoyo principal de la orden en Trabzon, una ciudad que durante muchos años había pasado inadvertida para los caballeros de San Clemente. Además, acababa de decirle a Cornadoro que ahora trabajaba por libre; era un mercenario. Bebió un trago de su té y se apoyó en el respaldo de su asiento mientras Jenny se encargaba de la conversación.

Kartli estaba hablando de cuestiones triviales: la humedad, lugares históricos, la comida; les recomendó varios restaurantes. Él, por supuesto, no les preguntó por qué estaban allí o cómo podía ayudarlas. Camille sabía muy bien que no era así como actuaba esa gente. Eran evasivos y astutos, tenías que inducirlos con halagos a salir de sus madrigueras. Primero necesitaban tomarte la medida.

Con creciente interés vio que, a pesar de los temores manifiestos de Jenny, la muchacha era adepta a hablar con los asiáticos. Camille había descubierto que, por regla general, los norteamericanos no sabían cómo tratar a los europeos o a los asiáticos. Para ellos, todos en el mundo compartía los valores y las costumbres de Estados Unidos y, si no era así, no les importaba en absoluto. La actitud de Jenny no era habitual y tampoco automática. Camille estimó al alza las habilidades de la chica.

Kartli observaba a Jenny con sus ojos cansados. No se había movido desde que habían hecho las presentaciones formales nada más llegar a la casa. De hecho, no resultaba fácil ver el movimiento ascendente y descendente de su abdomen, cerciorarse de que realmente respiraba.

—Le diré la verdad —dijo ahora Jenny—. En Venecia me tendieron una trampa para que pareciera que fui yo quien mató al padre Mosto. Mi pecado fue no haber estado lo bastante alerta para impedir que me atacasen, justo antes de que asesinaran al sacerdote.

Kartli alzó la mano que hasta ese momento había estado sosteniendo su barbilla.

—Dice que me está contando la verdad. —La mano osciló en el aire con un movimiento ambiguo—. Pero usted no me conoce. ¿Qué he hecho yo para merecer este honor?

—Usted es el hombre de la orden en Trabzon —dijo Jenny.

—Por tanto, soy de fiar. Pero aparentemente en estos días nadie, dentro o fuera de la orden, es de fiar.

—No tengo ningún otro lugar adonde ir, no me queda nada que perder —declaró Jenny.

Hubo una pequeña pausa.

—¿Y ese tal padre Mosto…?

—No pretendo saber mucho acerca de él. No es importante.

—La muerte de un hombre…

—Lo que es importante que usted entienda —insistió Jenny— es que Anthony Rule era el topo de los caballeros de San Clemente dentro de la orden… no yo, ni Paolo Zorzi.

Los ojos de lince de Kartli no se apartaban en ningún momento de su rostro.

—Paolo Zorzi era su mentor. —No era una pregunta—. Es difícil creer que se hubiese vuelto contra usted, ¿verdad?

—En realidad, no había sido difícil de creer en absoluto —dijo Jenny—. Él ocupaba una posición privilegiada.

—Sí, así era.

—Pero Rule habría sido la elección más inteligente —continuó Jenny—. Era el confidente más cercano de Dexter Shaw.

Kartli no hizo ningún otro comentario y nada en su expresión le proporcionó a Jenny la más mínima pista en cuanto a lo que pasaba en ese momento por su cabeza. Al carecer de esa referencia, la joven no tuvo otra alternativa que lanzarse a fondo.

—Lo más importante es que debemos encontrar a Bravo antes de que lo hagan los agentes de los caballeros y mantenerlo a salvo de ellos.

—No veo de qué forma puedo ayudarlas.

—Usted debe de haberse reunido con él, eso es lo que hemos supuesto —dijo Jenny—. Bravo, al igual que yo, no tiene ningún otro lugar adonde ir en Trabzon.

—Y yo le repito que no veo cómo puedo ayudarlas. Ya no trabajo para la orden.

Jenny respiró profundamente como si estuviese a punto de avanzar hacia aguas más profundas. Se inclinó hacia adelante, con el torso angulado hacia Kartli, y Camille reparó en ello de inmediato porque una tensión nueva, no catalogada, había aparecido en los músculos de su cuerpo, una expresión de enorme concentración se hizo visible en su rostro. Jenny parecía impávida ante lo que Kartli acababa de decir.

—Quiero hablarle acerca de Braverman Shaw —comenzó a decir, y Kartli, extrañamente, resistió el impulso de interrumpirla.

Jenny habló sobre Bravo de un modo absolutamente apasionado, y Camille advirtió algo: como si fuese una mosca en una telaraña, la atención del georgiano había quedado completamente atrapada. Kartli, al igual que Camille, había quedado fijado en el brote de auténtica emoción mientras Jenny evocaba la figura de Bravo para él.

Esa situación era del máximo interés para Camille. Jenny era el punto vulnerable, el eje fundamental que inclinaría la balanza y haría que Bravo regresara corriendo a ella; ahora, por primera vez, comenzaba a comprender la profundidad de los sentimientos de Jenny hacia el hijo de Dexter Shaw. Mientras que antes había supuesto que sólo se trataba de un enamoramiento de colegiala, un espejismo de amor romántico provocado por el contacto íntimo que podía unir a los participantes en una batalla —ella misma había tenido su ración de fogosas pero también fugaces aventuras amorosas—, ahora estaba escuchando la verdad de labios de la propia Jenny. Después de todo, para su sorpresa y consternación, Cornadoro estaba en lo cierto. Jenny estaba entregada a Bravo de una manera genuina, profunda, inconmovible.

Camille inspiró y soltó el aire lentamente. Esa información lo cambiaba todo.

Mijaíl Kartli, posiblemente, sentía lo mismo, porque dijo:

—No sé dónde está Braverman Shaw.

Algo alteró la expresión de Jenny; sólo fue un destello, pero no pasó inadvertido para el ojo experto de Camille. Amigo o enemigo, así era cómo Jenny juzgaba a todas las personas que conocía. Si no podían ayudarla —o no querían—, se convertían en sus enemigos. Para ella los términos medios habían desaparecido, se habían vuelto insignificantes por las traiciones que había sufrido en esa misión. Sería conveniente tener en cuenta su nueva manera de mirar el Voire Dei, su rápida curva de aprendizaje, decidió Camille.

—En ese caso —dijo Jenny ahora—, me vendría bien una pistola.

—¿Una Luger o una Witness?

—¿La Witness es una Tanfoglio? —preguntó Jenny—. Me gusta la forma en que la fabrican los italianos.

Kartli sonrió como si la joven acabara de superar un examen.

—La Witness Tanfoglio le costará más.

—Y munición extra —dijo Jenny—. Quiero asegurar mi inversión.

Cuando Bravo adoptó una pose defensiva, Adem Khalif alzó ambas manos con las palmas hacia arriba en un gesto pacificador.

—No quiero hacerte ningún daño, Bravo, de verdad.

—¿Y qué hay de esos dos que me persiguen?

—Ellos tampoco quieren hacerte daño.

—Y una mierda. Son hombres de Mijaíl Kartli.

—Es verdad —reconoció Khalif—, pero él no es más enemigo tuyo que yo.

—Ahora sé que ha perdido el juicio. —Era imposible tratar de ocuparse de Khalif y de los dos hombres de barba y al mismo tiempo descubrir sus intenciones—. No es necesario que le recuerde que he ofendido mortalmente a Kartli. Quiere mi sangre.

Adem Khalif inclinó ligeramente la cabeza.

—Esa es precisamente la impresión que habría sacado cualquiera que hubiese presenciado el incidente.

Hubo una pequeña pausa durante la cual Bravo digirió las implicaciones de este último comentario de Khalif. El perro salvaje había vuelto a aparecer, sin duda atraído por la perspectiva de la sangre fresca. Uno de los hombres de barba lanzó una botella de cerveza vacía por encima de la cabeza de Bravo y le golpeó al animal en el costado. El perro soltó un aullido de dolor y desapareció.

—¿Alguien nos estaba observando? —preguntó Bravo.

—Fue por esa razón por lo que Mijaíl ignoró mi consejo de seguir la discusión en el interior de la tienda. —En el rostro de Khalif se dibujó la sombra de una sonrisa—. En ese momento me pregunté por qué lo hacía. Es una estupidez airear los problemas en público, y Mijaíl Kartli es cualquier cosa menos estúpido.

—Eso es verdad —asintió Bravo.

—Tengo más cosas que decirte —dijo Khalif—, pero, te lo ruego, en un lugar más agradable, ¿de acuerdo?

—¿Y qué hay de los Glimmer Twins
[5]
? —preguntó Bravo.

La mirada de Khalif se desvió hacia los dos hombres de barba, que estaban detrás de Bravo.

—Son dos guardaespaldas para ti. Ordenes expresas de Kartli. Yo no las desobedecería —dijo Khalif encogiéndose de hombros— aunque supongo que eso debes decidirlo tú.

Bravo se tomó un momento antes de hablar.

—¿Puedo despedirlos cuando yo quiera?

—Por supuesto.

Los ojos castaños de Khalif lo miraron fijamente sin asomo de engaño.

—De acuerdo —accedió Bravo—. Enséñeme el camino.

Después de andar unos veinte minutos a través del laberinto del bazar llegaron a una puerta sin ninguna marca en un edificio ruinoso que se alzaba en una calle que apestaba a cerveza. Aquí y allá, varias Natashas vestidas de forma llamativa se paseaban lanzando miradas provocativas.

La puerta, con su campo verde de pintura descascarada tristemente desvaído, se abrió al primer golpe de Khalif, y los cuatro hombres entraron en el edificio. El interior estaba decorado según el concepto de Hollywood de lo que debía de ser un fumadero de opio oriental de los años cincuenta: papel pintado de color rojo, pájaros que cantaban dentro de jaulas de bambú, enormes narguiles de latón junto a mullidos sofás de felpa, mujeres ataviadas con largos y estrechos vestidos de seda con abismales cortes en el costado… En una de las paredes había una pintura de una lujuriosa mujer desnuda; estaba tumbada eróticamente en un diván y sonreía de manera enigmática.

Los cuatro hombres fueron completamente ignorados por las mujeres, cuyos lánguidos movimientos a través de las distintas estancias le recordaban a Bravo a peces exóticos en una pecera. Khalif le hizo una leve seña con la cabeza a una mujer que llevaba varias capas de maquillaje en la cara, y ella los llevó hasta una habitación privada y luego cerró la puerta tras de sí.

En la mesa central había una botella grande con
raki
, ocho botellas de cerveza, una garrafa de whisky de malta y diversos vasos. Bravo y Khalif se sentaron a la mesa. Los Glimmer Twins se quedaron fuera de la habitación, presumiblemente a ambos lados de la puerta.

Khalif señaló las bebidas, pero Bravo negó con la cabeza.

—Mijaíl sospechaba que te estaban siguiendo —explicó Khalif—. Y pensó que sólo había una manera, rápida y segura, de averiguarlo. Él hizo ver que se estaba produciendo un fuerte altercado, y yo, sin saberlo, desempeñé mi papel de mediador entre dos personas exaltadas. Su artimaña dio resultado. Menos de una hora después de que abandonaste la tienda de alfombras de Mijaíl, llegó un hombre. Para entonces yo también me había marchado acompañado de uno de sus hijos, para impedir que me pusiera en contacto contigo, o al menos eso fue lo que yo creí.

Khalif sacó un teléfono móvil y lo hizo girar para que Bravo viese la foto en color que había en la pequeña pantalla.

—Fue tomada por uno de los hijos de Mijaíl. ¿Te resulta familiar?

—Sí. —Bravo frunció el ceño—. Ese hombre se llama Michael Berio. Se reunió con nosotros en Venecia contratado por un amigo mío.

—Me temo que a tu amigo lo han engañado… y a ti también —dijo Khalif—. Su verdadero nombre es Damon Cornadoro. Es miembro de una de las
case vecchie
de Venecia.

—Una de las veinticuatro familias fundadoras de Venecia. —Bravo asintió—. Como Paolo Zorzi.

—Pero lo que es más importante para ti y para mí —prosiguió Khalif— es que Cornadoro trabaja para los caballeros de San Clemente. De hecho, es su asesino principal.

—Joder, y está aquí.

—Sí, y está haciendo preguntas acerca de tu paradero. Eso fue lo que Mijaíl me contó después de que su hijo me dijo que debía volver a la tienda. —Khalif abrió una de las botellas de cerveza, bebió un largo trago y apoyó la botella nuevamente en la mesa—. Bravo, debo decirte que el hecho de que los caballeros hayan enviado a este hombre tras tus pasos es la peor de las noticias. Es un sujeto poderoso, decidido, astuto y muy, muy desagradable. Lleva estos rasgos impresos en los huesos, en la sangre.

—Y ahora ha conseguido hacerse con los favores de mi mejor amigo.

Bravo meneó la cabeza y sacó su móvil.

Khalif lo detuvo de inmediato.

—¿Qué estás haciendo?

—Llamar a mi amigo Jordan. Tengo que advertirle…

—En el momento en que hagas eso, Cornadoro sabrá que lo has descubierto. Piensa, Bravo, ¿es eso realmente lo que quieres?

—Si es la mitad de desagradable de lo que usted dice, puede apostar a que sí.

—¿Y qué crees que pasará después?

Bravo luchó por dejar a un lado la ansiedad que sentía por la seguridad de Jordan. Luchó por regresar al aquí y ahora.

—Tiene razón, por supuesto. Los caballeros enviarán a otro asesino, alguien de quien no sabremos nada, alguien a quien no podremos controlar.

Khalif parecía conmocionado.

—Mijaíl y yo estuvimos hablando de matar a Cornadoro. Controlarlo es…

—Aterrador, sí, estoy de acuerdo. Pero matarlo ahora tendría el mismo efecto que mi llamada a Jordan. Los caballeros quieren aquello que mi padre estaba protegiendo, aquello hacia lo que me está guiando. Ellos no se detendrán con la muerte de Cornadoro.

—Es evidente que tienes algo en mente. —Khalif abrió la garrafa de whisky y sirvió dos vasos—. Cuéntamelo, por favor. Estamos juntos en esto.

Damon Cornadoro encontró a Irema, la hija del georgiano, en el Trabzonspor Club, en Ortahisar. El lugar debía su nombre a uno de los equipos de fútbol más famosos de Turquía, y la decoración exhibía sus colores en banderas y fotografías que llevaban la firma de estrellas del equipo presentes y pasadas. Todas las chicas encargadas de servir llevaban jerséis del equipo que les llegaban a la mitad de sus muslos desnudos. Una estridente música tecno turca salía de cuatro grandes altavoces negros colocados en las esquinas del salón pintado de negro. Diversas pantallas de televisión mostraban momentos culminantes de partidos pasados. El olor a cerveza y humo de cigarrillo colgaba como un manto sobre las cabezas de los presentes.

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