Authors: Agatha Christie
En una silla, cerca de una mesita redonda, estaba la dueña de la casa: la señorita Lawson. También tenía los ojos rojos y el cabello lo llevaba más revuelto que de costumbre. El doctor Donaldson estaba sentado frente a Poirot con la cara completamente inexpresiva.
Mi interés creció cuando hube mirado uno a uno los semblantes de los reunidos.
En el transcurso de mi asociación con Poirot había asistido a más de una escena como aquella. Una pequeña reunión de gente, aparentemente tranquila, llevando todos una careta de buena educación sobre sus rostros.
Y yo había visto a Poirot quitar la careta a una de aquellas personas y mostrar la faz que se ocultaba debajo... ¡La cara de un asesino!
Sí; no había duda. ¡Uno de ellos era un asesino! ¿Pero quién?
Poirot carraspeó un poco pomposamente, según tenía por costumbre y empezó a hablar.
—Nos hemos reunido aquí, señoras y caballeros, para investigar la muerte de Emily Arundell, ocurrida el día primero de mayo pasado. Existen cuatro posibilidades. Que muriera de causas naturales; que fuera a consecuencia de un accidente; que dispusiera de su vida... o, por último, que encontrara la muerte a manos de alguien, conocido o desconocido. No se llevó a efecto ninguna encuesta cuando ocurrió el fallecimiento, ya que se dio por sentado que murió por causas naturales y, a tal efecto, el doctor Grainger extendió un certificado de defunción. En los casos en que se suscita alguna sospecha después del entierro es costumbre exhumar el cadáver. Existen razones por las cuales no he creído oportuno utilizar ese medio. La principal de ellas es que a mi cliente no le hubiera gustado que lo hiciera.
—¿Su cliente? —preguntó.
Poirot se volvió hacia él.
—Mi cliente es la señorita Emily Arundell. Trabajo por su cuenta. Su más grande deseo era que no hubiera escándalo.
Pasaré por alto lo que Poirot dijo en los diez minutos siguientes, dado que repitió cosas que ya nos son conocidas. Habló de la carta que había recibido; la sacó del bolsillo y la leyó en voz alta. Siguió hablando de las gestiones que había hecho en Market Basing y del descubrimiento de los medios por los cuales se había preparado un accidente.
Luego hizo una pausa, se aclaró la garganta una vez más y dijo:
—Ahora voy a procurar situarles en la posición en que yo me coloqué para conseguir la verdad. Voy a mostrarles lo que yo creo que es una verdadera reconstrucción de los hechos en este caso.
«Para empezar, es necesario darse cuenta exactamente de lo que pasaba en la mente de la señorita Arundell. Esto, según creo, es muy fácil. Sufrió una caída que se supuso ocasionada por la pelota del perro; pero ella sabía mejor que nadie a qué era atribuible. Mientras estuvo en la cama, su activa y aguda inteligencia repasó la circunstancias que concurrieron en la caída y llegó a una conclusión definitiva respecto a ella. Alguien había intentado, deliberadamente, ocasionarle un daño..., tal vez matarla. De esta conclusión pasó a considerar quién pudiera ser esa persona. En la casa había entonces siete personas; cuatro huéspedes; su señora de compañía y las dos criadas. De estos siete personajes, sólo uno podía ser descartado por completo, ya que ninguna ventaja podía reportarle el atentar contra ella. No sospechaba seriamente de las criadas, pues ambas estaban a su servicio desde hacía muchos años y sabía que le eran fieles. Quedaban, pues, cuatro personas; tres de ellas miembros de su familia y la restante relacionada por matrimonio. Cada una de esas cuatro personas se beneficiaban por su muerte; tres de ellas directamente.
«Estaba, pues, en una situación difícil, dado que la señorita Arundell tenía un fuerte concepto de los vínculos familiares. Esencialmente, era de las que no les gustaba tender la ropa sucia a la vista de la gente, según dice el adagio. Por otra parte, no era de las que se someten fácilmente a una tentativa de asesinato. Tomó, pues, una decisión y me escribió. Pero, al mismo tiempo, dio otro paso. Y éste fue, según imagino, consecuencia de dos motivos. Uno, supongo, era un claro sentimiento de rencor hacia toda su familia. Sospechaba de todos ellos, sin preferencias, y determinó que, costara lo que costase, no iban a conseguir nada de ella. El segundo y más razonable motivo era el deseo de protegerse y, por lo tanto, tenía que arbitrar un medio para ello. Como ya saben ustedes escribió a su abogado, el señor Purvis, y le dio instrucciones para que redactara un testamento a favor de la única persona de la casa que no tenía nada que ver con el accidente.
«Ahora puedo decir que, vistos los términos de la carta que me escribió y lo que hizo después, estoy completamente seguro de que la señorita Arundell pasó de sospechar indefinidamente de cuatro personas, a sospechar concretamente de una de las cuatro. Todo el tono de la carta que me escribió da a entender su insistencia de que este asunto debía ser estrictamente privado, ya que el honor de la familia se hallaba comprometido en ello. Creo que, desde un punto de vista como el de la señorita Arundell, esto significaba que una persona de su propio nombre era sospechosa... preferentemente un hombre. Si hubiera sospechado de la señora Tanios se hubiera preocupado mucho de conseguir su propia seguridad personal, pero no le hubiera importado tanto el honor de la familia. Debió opinar lo mismo respecto a Theresa Arundell, pero no ocurrió lo propio con lo que pudiera afectar a Charles.
«Charles era un Arundell. ¡Llevaba el nombre de la familia! Sus razones para sospechar de él parecen claras. Por una parte, no se hacía ilusiones respecto a su sobrino. En una ocasión estuvo a punto de llenar de oprobio el nombre de la familia. Es decir; ella sabía que el muchacho no era un criminal en potencia, sino en realidad. Ya había falsificado su firma en un cheque... Después de la falsificación... un paso más y... el asesinato. Además, había sostenido con él una significativa conversación, dos días antes del accidente. Él le pidió dinero y ella se lo negó. Charles le hizo observar entonces muy claramente por cierto, que de aquella forma lo único que conseguiría era que la eliminaran. A esto le respondió que podía muy bien cuidarse de sí misma. Según nos han contado, su sobrino le replicó: "No esté tan segura." Y dos días después ocurría el accidente.
»No es extraño, pues, que mientras estuvo en la cama, recapacitara sobre lo ocurrido y llegara a la conclusión definitiva de que fue Charles quien alentó contra su vida. La secuencia de los hechos está perfectamente clara. La conversación con Charles. El accidente. La carta que me escribió bajo una gran angustia mental. La carta que escribió al abogado. El martes siguiente, el día veintiuno, el señor Purvis le trajo el testamento y ella lo firmó.
«Charles y Theresa llegaron al siguiente fin de semana y la señorita Arundell tornó en seguida las necesarias medidas para protegerse. Le dijo a Charles que había hecho un testamento nuevo. Y no sólo se lo dijo, sino que hasta le enseñó el documento. Esto, para mí, es absolutamente concluyente. Le estaba demostrando a un posible asesino que con el asesinato no saldría ganando nada. Posiblemente creyó que Charles le contaría esto a su hermana, pero éste no lo hizo. ¿Por qué? Me parece que tenía una razón muy buena... ¡se consideraba culpable! Creía que su tía había cambiado los términos del testamento a causa de lo que él le había hecho. ¿Pero por qué se sentía culpable? ¿Porque en realidad había intentado el asesinato? ¿O sólo porque se había apropiado de una pequeña cantidad de dinero? Tanto lo uno como lo otro debió influir en su repugnancia en decirle a su hermana lo del testamento. No dijo nada, esperando que su tía cediera y cambiara de idea.
»Por lo que se refiere al estado mental de la señorita Arundell, me parece que reconstruí lo sucedido con cierta aproximación. Después tuve que convencerme de que sus sospechas eran, en realidad, justificadas. Tal como la señorita Arundell había dicho, me di cuenta de que mis sospechas estaban limitadas a un pequeño círculo; siete personas para ser exacto. Charles y Theresa Arundell, el doctor Tanios y su esposa; las dos criadas y la señorita Lawson. Había un octavo sospechoso que debía ser tenido en cuenta..., es decir, el doctor Donaldson, que cenó aquí aquella noche, pero de cuya presencia no me enteré hasta más tarde. Estas siete personas que tomé en consideración, pronto las clasifiqué en dos categorías. Seis de ellas se beneficiaban en mayor o menor proporción por la muerte de la señorita Arundell. Si cualquiera de ellas cometió el crimen, el motivo era, con seguridad, el lucro. La segunda categoría incluía a una sola persona... la señorita Lawson. No salía ganando nada con la muerte de su señora, pero a resultas del accidente, se beneficiaba después considerablemente. Esto significaba que si la señorita Lawson preparó dicho accidente...
—¡Yo nunca hice una cosa así! —interrumpió la aludida—. ¡Es vergonzoso! Decir esas cosas...
—Un poco de paciencia, mademoiselle. Y tenga usted la bondad de no interrumpirme —dijo Poirot.
La mujer sacudió la cabeza con indignación.
—¡Insisto en mi protesta! ¡Vergonzoso! Eso es.
Poirot prosiguió sin hacerle caso:
—Estaba diciendo que si la señorita Lawson preparó el accidente, lo hizo por una razón enteramente diferente... es decir, lo planeó para que la señorita Arundell sospechara de los miembros de su propia familia y les tomara rencor. ¡Era una posibilidad! Busqué entonces si existía alguna confirmación o cosa parecida y encontré un hecho definido. Si la señorita Lawson quería que su señora sospechara de sus familiares, debía haber puesto de manifiesto el hecho de que el perro,
Bob
, estuvo fuera de casa toda la noche. Pero, por el contrario, la señorita Lawson se tomó grandes molestias para impedir que su señora se enterara de ello. Colegí por lo tanto que la señorita Lawson debía ser inocente.
La mujer opinó con sequedad:
—No tenía usted por qué dudarlo.
—A continuación consideré el problema de la muerte de la señorita Arundell. Si se produce una tentativa de asesinato contra una persona, le sigue por lo general otra. Me pareció significativo que al cabo de quince días de la primera, muriera la interesada. Empecé a realizar averiguaciones.
»El doctor Grainger no parecía creer que hubiera algo extraño en la muerte de su paciente. Esto era algo desalentador para mi teoría. Pero investigando lo que ocurrió durante la noche en que cayó enferma la señorita Arundell, me enteré de un hecho altamente significativo. La señorita Julia Tripp hizo mención de un halo de luz que había aparecido alrededor de la cabeza de aquélla. La hermana de la señorita Tripp confirmó esta declaración. Podía, desde luego, ser una invención de ellas, alguna fantasía; pero no creía que el incidente fuera de los que pudieran ocurrírseles sin premeditación. Cuando pregunté a la señorita Lawson, me facilitó también una interesante información. Se refirió a una cinta luminosa que surgía de la boca de la señora y formaba un nimbo luminoso alrededor de su cabeza. Sin duda, aunque descrito de forma diferente por dos observadores distintos, el hecho en sí era el mismo. Lo que ello quería decir, libre de todo significado espiritista, era esto: ¡la noche en cuestión el aliento de la señorita Arundell era fosforescente!
El doctor Donaldson se removió en la silla.
Poirot volvió la cabeza dirigiéndose a él.
—Sí, ya empieza usted a comprender. No hay muchas materias fosforescentes. La primera y más común de ellas me proporcionó exactamente lo que buscaba. Les voy a leer un pequeño extracto de un artículo sobre el envenenamiento por fósforo:
»"El aliento de la persona puede volverse fosforescente antes de que se sienta indispuesta." Esto es lo que la señorita Lawson y las señoritas Tripp vieron en la oscuridad; el aliento luminoso de la señorita Arundell, un nimbo luminoso. Continúo leyendo: "Habiéndose declarado definitivamente la ictericia, puede considerarse que el cuerpo humano se encuentra, no sólo bajo la influencia de la acción tóxica del fósforo, sino sufriendo, además, las consecuencias incidentales de la retención de la sangre de la secreción biliar. Desde este punto de vista no hay mucha diferencia entre el envenenamiento con fósforo y ciertas afecciones del hígado, como, por ejemplo, la atrofia amarilla de dicho órgano." ¿Se dan cuenta de la habilidad que encierra todo esto? La señorita Arundell había sufrido durante muchos años trastornos del hígado. Los síntomas del envenenamiento producido por el fósforo parecían los ocasionados por otro ataque de la misma dolencia. No sugerían nada nuevo; no había nada sorprendente en ello.
¡Todo estuvo muy bien planeado! ¿Fósforos extranjeros... pasta insecticida? No es difícil de conseguir fósforo y una cantidad muy pequeña puede matar. La dosis medicinal va desde 1/100 a 1/30 de gramo.
»
Voilá!
¡Qué claro..., qué maravillosamente claro vino a ser todo el asunto! Naturalmente, el médico se engañó... me di cuenta de ello cuando supe que había perdido el sentido del olfato. El peculiar olor a ajo del aliento, es un síntoma característico del envenenamiento por fósforo. No sospechó nada... ¿por qué tenía que sospechar? No existían circunstancias determinadas y la única cosa que podía haberle dado un indicio fue la que nunca oyó... o si la hubiera oído, la hubiera clasificado como una tontería espiritista. Entonces estuve seguro, basándome en las pruebas que me facilitaron la señorita Lawson y las señoritas Tripp, de que había sido cometido un asesinato. Pero todavía me preguntaba, ¿por quién? Eliminé a las criadas... su mentalidad, sin duda, no se adaptaba a tal crimen. Eliminé asimismo a la señorita Lawson, dado que difícilmente hubiera hablado tanto del ectoplasma luminoso si hubiera estado complicada en el asunto. Eliminé también a Charles Arundell, puesto que, habiendo visto el testamento, sabía que no ganaría nada con la muerte de su tía. Así, pues, quedaba su hermana Theresa, el doctor Tanios, su esposa y el doctor Donaldson, quien, según me enteré, cenó aquí la noche en que se produjo el incidente de la pelota del perro.
«Llegado a este punto tenía muy poco que me facilitara la labor. Tuve que volver a considerar la psicología del crimen y la personalidad del asesino. Ambos crímenes tenían, poco más o menos, las mismas líneas fundamentales. Ambos eran simples. Fueron hábilmente planeados y llevados a cabo con eficiencia. Requirieron cierta cantidad de conocimientos, pero no muchos. Los detalles referentes al envenenamiento por fósforo se aprenden fácilmente y el propio veneno, como ya les he dicho, se obtiene sin dificultad.