Emma le dirigió una sonrisa de gratitud y entró en la biblioteca.
—Esta mujer es la sal de la tierra —afirmó el doctor, siguiéndola con la mirada—. Es una lástima que nunca se haya casado. Es el castigo por ser la única mujer en una familia de hombres. La otra hermana se fue a tiempo y se casó a los diecisiete años, según creo. Emma es una mujer muy guapa. Hubiera sido un éxito como esposa y madre.
—Demasiado apegada a su padre —opinó el inspector Bacon.
—No, en realidad no es así, pero tiene ese instinto que impulsa a muchas mujeres a desvivirse por hacer felices a sus parientes masculinos. Ve que a su padre le gusta ser un inválido y, en consecuencia, le deja ser un inválido. Lo mismo hace con sus hermanos: Cedric siente que es un pintor. El otro, ¿cómo se llama...? Harold sabe cuánto se fía ella de su buen juicio, y permite que Alfred la asombre con los relatos de sus hábiles negocios. Oh, sí, es una mujer lista. Bien, ¿me necesita para algo? ¿Quiere que eche una ojeada al cadáver ahora que Johnstone ha terminado su trabajo? —Johnstone era el forense de la policía—. A lo mejor al final resulta que es otra víctima de mis grandes dotes como médico.
—Sí, me gustaría que la viera usted, doctor. Es importante que podamos identificarla. Pero imagino que no sería muy prudente exponer a Mr. Crackenthorpe a un mal trago como ése, ¿no?
—¿Que no sería prudente? Bobadas. Nunca nos lo perdonaría si no le dejáramos echarle un vistazo. Está muñéndose de curiosidad. Es la cosa más emocionante que le ha ocurrido en quince años, año más, año menos. ¡Y además no le costará ni un penique!
—¿No está muy enfermo, entonces?
—Tiene setenta y dos años. Ésa es toda su enfermedad. Tiene dolores reumáticos, pero ¿quién no los tiene? Y él lo llama artritis. Sufre palpitaciones después de las comidas, lo que es muy natural, y él dice que es el corazón. ¡Pero puede hacer todo lo que quiere! Tengo un montón de pacientes como él. Los que verdaderamente están enfermos suelen insistir desesperadamente en que se encuentran, muy bien. Venga, vamos a ver ese cadáver. Es muy desagradable, me figuro.
—Johnstone cree que han transcurrido de dos a tres semanas desde su muerte.
—Muy desagradable.
El doctor permaneció junto al sarcófago y miró con franca curiosidad, profesionalmente impasible ante lo que él llamaba "desagradable".
—Nunca la había visto. No es ninguna de mis pacientes. No recuerdo haberla encontrado nunca en Brackhampton. Debió de ser muy bien parecida en otros tiempos.
De nuevo salieron al aire libre. El doctor Quimper alzó la mirada para observar el edificio.
—Encontrada en el granero. ¡En un sarcófago! ¡Fantástico! ¿Quién la encontró?
—Miss Eyelesbarrow.
—¡Oh! ¿La nueva sirvienta? ¿Y qué hacía ella urgando en ese sarcófago?
—Eso —respondió el inspector Bacon con severidad— es precisamente lo que voy a preguntarle. Y, a propósito de Mr. Crackenthorpe, ¿quiere usted...?
—Voy a buscarlo.
Crackenthorpe se presentó con paso ligero a su lado envuelto en bufandas y acompañado del médico.
—Ignominioso. ¡Absolutamente ignominioso! Traje este sarcófago de Florencia en... déjeme recordar... debió ser en 1908 ¿o fue en 1909?
—Tranquilo —le previno el doctor—. Esto no va a ser una cosa agradable.
—Por muy enfermo que esté, tengo que cumplir con mi deber.
Sin embargo, con una breve visita al interior del granero hubo suficiente. Crackenthorpe se apresuró a salir con notable celeridad.
—¡No la había visto nunca! ¿Qué significa esto? Absolutamente ignominioso. No fue en Florencia, ahora lo recuerdo, fue en Nápoles. Un bellísimo ejemplar. ¡Y alguna estúpida mujer ha venido para que la asesinen en él!
Se llevó las manos al pecho y se agarró la solapa del lado izquierdo.
—Es demasiado para mí. El corazón. ¿Dónde está Emma, doctor?
El doctor Quimper lo cogió por el brazo.
—No le pasa nada. Le prescribo un pequeño estimulante: brandy.
Caminaron juntos hacia la casa.
—Señor. Perdone, señor.
El inspector Bacon se volvió. Dos muchachos sudorosos acababan de llegar en bicicleta. Sus rostros expresaban una súplica ansiosa.
—Por favor, señor. ¿Podemos ver el cadáver?
—No, no podéis —contestó el inspector Bacon.
—Señor, por favor. Nunca se sabe, quizá la conozcamos. Venga, señor, no sea así. Eso no está bien. Un asesinato en nuestro granero. Es una oportunidad que puede no volver a presentarse nunca.
—¿Quiénes sois?
—Yo soy Alexander Eastley, y éste es mi amigo James Stoddart–West.
—¿Habéis visto alguna vez por aquí a una mujer rubia, con un abrigo de ardilla teñido en tono claro?
—Bueno, no puedo recordarlo exactamente —contestó Alexander con astucia—. Si la viese un momento...
—Llévelos allí, Sanders —dijo el inspector Bacon al policía de guardia junto a la puerta del granero—. ¡No se es joven más que una vez!
—¡Muchas gracias, señor! —exclamaron los dos muchachos con alborozo—. Es usted muy amable, señor.
Bacon se alejó en dirección a la casa.
"Y ahora —se dijo a sí mismo con determinación—, a por miss Lucy Eyelesbarrow."
Después de acompañar a los policías al granero y dar una breve relación de sus acciones, Lucy se había retirado prudentemente, si bien tenía muy presente que la policía no había terminado con ella.
Acababa de preparar las patatas para la cena, cuando le trajeron el recado de que el inspector Bacon requería su presencia. Dejó a un lado el bol con agua fría y sal en el que reposaban las patatas cortadas y siguió al policía. Se sentó y esperó las preguntas del inspector.
Dio su nombre y su dirección en Londres y añadió por propia iniciativa:
—Le daré a usted algunos nombres y direcciones de referencia, por si desea saber más de mí.
Los nombres eran muy buenos: un almirante, el director de un colegio de Oxford y una dama del Imperio Británico. El inspector Bacon no pudo por menos de quedar impresionado.
—Vamos a ver, miss Eyelesbarrow. Usted fue al granero buscando un bote de pintura, ¿no es así? Después de encontrar la pintura, cogió una palanca, levantó la tapa del sarcófago y encontró el cadáver. ¿Qué era lo que buscaba usted en el sarcófago?
—Buscaba un cadáver.
—Buscaba usted un cadáver ¡y lo encontró! ¿No le parece una historia extraordinaria?
—Sí, es una historia extraordinaria. ¿Me permite usted que se la cuente?
—Creo que será lo mejor.
Lucy le hizo ahora un relato preciso de los acontecimientos que la habían conducido a su sensacional descubrimiento.
El inspector lo resumió con acento ofendido:
—¿Que fue usted inducida por una dama anciana a que obtuviese aquí una colocación con objeto de buscar un cadáver en la casa o en sus alrededores? ¿Es eso lo que me está diciendo?
—Sí.
—¿Y quién es esa anciana dama?
—Miss Jane Marple. Se aloja ahora en el número 4 de Madison Road.
El inspector tomó nota de estos datos.
—¿Y se figura usted que voy a creerme esta historia?
—No —contestó Lucy con suavidad—, al menos no hasta que se haya entrevistado con miss Marple y obtenga su confirmación.
—No dejaré de entrevistarme con ella. Debe de estar loca.
Lucy se abstuvo de indicar que el hecho de comprobar que uno tenía razón demostraba todo lo contrario a la incapacidad mental. En lugar de eso, dijo:
—¿Qué se propone usted comunicarle a miss Crackenthorpe? Acerca de mí, quiero decir.
—¿Por qué lo pregunta?
—En lo que se refiere a miss Marple, yo he cumplido mi trabajo: he encontrado un cadáver que ella quería encontrar. Pero continúo al servicio de miss Crackenthorpe y hay en la casa dos muchachos hambrientos. Además, es probable que vengan algunas personas de la familia después de todo este trastorno. Necesita ayuda doméstica. Si va usted y le dice que he tomado esta colocación sólo para buscar cadáveres, es probable que me despida. Si no es así, podré continuar mi trabajo y ser útil.
El inspector la miró don dureza.
—No voy a decir nada por el momento. No he comprobado aún su declaración. Teniendo en cuenta lo que yo sé, puede usted haberlo inventado todo.
Lucy se levantó.
—Gracias. Entonces, volveré a la cocina a continuar mi tarea.
Será mejor que pongamos el caso en manos de Scotland Yard, ¿no lo cree usted así, Bacon? El jefe de policía miraba inquisitivamente al corpulento inspector Bacon, quien, a juzgar por su expresión, era una persona muy disgustada con la humanidad.
—La mujer no era de la localidad, señor. Hay algunas razones para creer, por su ropa interior, que quizá sea extranjera. Por supuesto —se apresuró a añadir el inspector Bacon—, no diré nada sobre esto por el momento. Lo guardaremos en secreto hasta después de la encuesta preliminar.
El jefe asintió.
—¿Supongo que la encuesta será una cuestión de trámite?
—Sí, señor. He hablado con el coronel.
—¿Y para cuándo está fijada?
—Para mañana. Creo que estarán aquí los otros miembros de la familia Crackenthorpe. Tal vez alguno de ellos pueda identificarla. Estarán todos. —Consultó una lista que tenía en la mano—. Harold Crackenthorpe es alguien en la City, un personaje importante. De Alfred ignoro por completo a qué se dedica. Cedric es el que vive en el extranjero. ¡Es pintor!
El inspector dio a la palabra un tono siniestro que hizo sonreír al jefe.
—¿Hay alguna razón para creer que la familia Crackenthorpe pueda estar relacionada con el crimen?
—Ninguna, aparte el hecho de haber sido encontrado el cadáver en su propiedad —dijo el inspector Bacon—. Desde luego, que el artista miembro de la familia sea capaz de identificarla no es más que una posibilidad. Lo que no puedo comprender es este extraordinario galimatías del tren.
—Ah, sí. ¿Ha ido usted a ver a esta señora... cómo se llama? —Echó una mirada a las notas que tenía sobre la mesa—. ¿A miss Marple?
—Sí, señor. Está completamente convencida de lo que dice. Si está o no está chiflada, no lo sé, pero ella se atiene a su historia sobre lo que vio su amiga y todo lo demás. Tal como están las cosas, me atrevo a decir que esto no puede ser más que una invención. Ya sabe usted como son las viejas. Cuando no ven platillos volantes en el jardín ven agentes rusos en las bibliotecas. Lo que sí parece claro es que contrató a esa joven, la sirvienta, y le encargó que buscase un cadáver, y que la chica lo buscó.
—Y lo encontró —observó el jefe—. Bien, he aquí una historia muy notable. Marple, miss Jane Marple. Ese nombre me resulta familiar. Como quiera que sea, voy a ponerme en comunicación con el Yard. Creo que tiene usted razón y que no se trata de un caso local, aunque de momento no diremos nada. Hemos de procurar que a la prensa se filtren los menos datos posibles.
La encuesta judicial fue un mero trámite. Nadie compareció para identificar a la mujer muerta. Lucy fue llamada a declarar sobre el hallazgo del cadáver, y se escuchó el dictamen facultativo sobre la causa de la muerte: estrangulación. Las diligencias quedaron entonces aplazadas.
El tiempo era frío y ventoso cuando la familia Crackenthorpe salió del local donde había tenido lugar la encuesta. Entre todos eran cinco: Emma, Cedric, Harold, Alfred y Bryan Eastley, el viudo de Edith, la hija fallecida. Estaba también allí Mr. Wimborne, titular del bufete de abogados que se encargaba de los asuntos legales de los Crackenthorpe. Había venido de Londres especialmente para asistir a la encuesta. Todos se quedaron un momento en la acera, temblando de frío. Se había reunido allí una muchedumbre. La prensa local y la de Londres habían informado ampliamente del "cadáver en el sarcófago".
Corrió un murmullo: "Son ellos.".
—Vámonos de aquí —dijo Emma con acritud.
El gran Daimler de alquiler se acercó al bordillo. Emma subió al coche y llamó a Lucy. Wimborne, Cedric y Harold las siguieron.
—Llevaré a Alfred en mi pequeño coche —dijo Brian Eastley.
El chófer cerró la puerta y el Daimler se dispuso a arrancar.
—¡Oh, espere! —exclamó Emma—. ¡Ahí están los muchachos!
A pesar de sus ofendidas protestas, los chicos habían tenido que quedarse en Rutherford Hall, pero aquí estaban con una sonrisa de oreja a oreja.
—Hemos venido en bicicleta —explicó Stoddart–West—. El agente ha sido muy amable y nos ha dejado ponernos al fondo de la sala. Confío en que no se molestará, miss Crackenthorpe?
—No se molesta —contestó Cedric, hablando por su hermana—. No se es joven más que una vez. Supongo que es vuestra primera encuesta.
—Nos ha desilusionado un poco —declaró Alexander—. Todo ha terminado tan pronto.
—No podemos quedarnos hablando aquí —señaló Harold con impaciencia—. Hay mucha gente. Y todos esos reporteros con cámaras fotográficas.
Hizo una seña al chófer, que puso el coche en marcha. Los muchachos los despidieron alegremente.
—¡Que todo ha terminado tan pronto! —comentó Cedric—. ¡Eso es lo que creen, pobres ingenuos! Sólo acaba de empezar.
—Es una gran contrariedad —señaló Harold—. Una gran contrariedad. Yo supongo que...
Miró a Wimborne, que apretaba sus delgados labios y meneaba la cabeza con gesto de disgusto.
—Confío en que todo este asunto pueda quedar solucionado satisfactoriamente —sentenció—. La policía es muy diligente. No obstante, como dice Harold, ha sido una gran contrariedad.
Mientras hablaba, había dirigido a Lucy una mirada de clara desaprobación, que parecía decir: "A no ser por esta joven que se ha metido en lo que no le importaba, nada de esto hubiera ocurrido".
Esta misma opinión, o una que se le parecía mucho, fue expresada en voz alta por Harold Crackenthorpe:
—A propósito, miss... ejem... Eyelesbarrow, ¿qué fue en realidad lo que la impulsó a mirar en el interior del sarcófago?
Lucy se había estado preguntando cuándo se le ocurriría preguntar eso a alguien de la familia. Sabía que sería lo primero que la policía le preguntaría. Lo que le sorprendía es que no se le hubiese ocurrido a nadie más hasta aquel momento.
Cedric, Emma, Harold y Wimborne la miraban.
La respuesta la tenía ya bien pensada.
—En realidad —respondió con voz vacilante—, apenas lo sé. Me pareció que el lugar necesitaba una limpieza a fondo y que se tiraran las cosas inservibles. Además —añadió titubeando—, había un olor muy particular y desagradable.