El Último Don (31 page)

Read El Último Don Online

Authors: Mario Puzo

Tags: #Intriga

BOOK: El Último Don
13.2Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Es Boz la única razón de que usted no quiera regresar al trabajo? —preguntó Cross—.

—Sí, —contestó Athena. Él me perseguirá para siempre. Usted me puede proteger hasta que termine la película, pero ¿después, qué?

—A mí nunca me han fallado los tratos —dijo Cross. Le daré lo que pida.

Athena interrumpió sus ejercicios. Por primera vez miró a Cross directamente a los ojos.

—Yo jamás creeré en los tratos que pueda hacer Boz —dijo volviéndose de espaldas para dar por terminada la conversación.

—Lamento haberle hecho perder el tiempo —dijo Cross.

—No lo he perdido —contestó alegremente Athena. He hecho mis ejercicios. Y volviendo a mirarle a los ojos añadió:

—Le agradezco mucho que lo haya intentado. Quiero parecer tan intrépida como en mis películas; pero en realidad estoy muerta de miedo. Claudia y Skippy siempre me están hablando de sus famosas villas —dijo, recuperando rápidamente la compostura. Si alguna vez voy a Las Vegas, ¿permitirá que me esconda en una de ellas? —preguntó.

Su rostro estaba muy serio; pero sus ojos miraban a su alrededor con expresión risueña. Quería exhibir su poder ante Skippy y Claudia. Esperaba que Cross le contestara que sí, aunque sólo fuera por galantería. Cross la miró sonriendo.

—Las villas suelen estar ocupadas —dijo. Tras una breve pausa, añadió con una seriedad que los dejó a todos sorprendidos. Pero si va usted a Las Vegas, le garantizo que nadie le causará el menor daño.

—Nadie puede detener a Boz —le dijo Atena. No le importa que lo atrapen. Cualquier cosa que haga lo hará en público para que todo el mundo lo vea.

—¿Pero por qué? —preguntó Claudia con impaciencia.

—Porque hubo un tiempo en que me amó —contestó Athena riéndose. Y porque en la vida me ha ido mejor a mí que a él. ¿No es una lástima que dos personas enamoradas puedan llegar a odiarse? —les preguntó a todos.

En aquel momento la criada hispanoamericana interrumpió la reunión, acompañando a otro hombre a la terraza.

El hombre era alto y apuesto y vestía de una forma un tanto informal y abigarrada un traje de Armani, una camisa de Turnbull Asser, una corbata Gucci y unos zapatos Bally. Inmediatamente musitó unas palabras de disculpa.

—La chica no me ha dicho que tenía usted visita, señorita Aquitane —dijo. Creo que mi placa la ha asustado. La mostró a los presentes. Sólo he venido para que me facilite un poco de información sobre el incidente de la otra noche. Puedo esperar, o volveré.

Sus modales eran corteses pero no podía disimular la arrogancia de su carácter. Miró a los otros dos hombres y dijo

—Hola, Skippy. Skippy Deere parecía molesto.

—No puedes hablar con ella sin la presencia de un relacionista y un letrado —dijo. Lo sabes muy bien, Jimmy.

El investigador les tendió la mano a Claudia y a Cross.

—Jim Losel —dijo.

Sabían quién era. El más famoso investigador de Los Ángeles cuyas hazañas incluso habían servido de base para una miniserie de televisión. También había interpretado pequeños papeles en algunas películas; y figuraba en la lista de tarjetas y regalos navideños de Skippy Deere. De ahí que Deere pudiera permitirse el lujo de decirle:

—Jim, llámame más tarde y yo te concertaré una cita como es debido con la señorita Aquitane. Losey lo miró con una cordial sonrisa en los labios.

—De acuerdo, Skippy —dijo.

—Puede que no permanezca aquí mucho tiempo —dijo Athena. ¿Por qué no me hace las preguntas ahora? si no le importa.

Lósey hubiera podido parecer un hombre afable y cortés de haber sido por la constante mirada de recelo de sus ojos y la agilidad de su cuerpo, fruto de sus muchos años de trabajo en una brigada de investigación criminal.

—¿Delante de ellos? —preguntó.

El cuerpo de Athena ya no estaba en movimiento, y todo el encanto desapareció cuando contestó lentamente:

—Confío mucho más en ellos que en la policía.

Losey aceptó la respuesta con espíritu deportivo. Estaba acostumbrado.

—Sólo quería preguntarle por qué razón retiró la denuncia contra su marido. ¿Acaso él le hizo algún tipo de amenaza?

—No, qué va —contestó Athena en tono despectivo. Me arrojó una botella de agua a la cara delánte de mil millones de personas, gritando: ácido. Y al día siguiente ya estaba en libertad bajo fianza.

—Bueno, bueno —dijo Losey levantando los brazos en gesto apaciguador. Pensé que podría ayudarla.

—Jim, llámame más tarde insistió Deere.

Aquellas palabras hicieron sonar un timbre de alarma en la mente de Cross, quien miró con expresión pensativa a Deere y evitó mirar a Losey.

—De acuerdo —dijo Losey. Vio el bolso de Athena en una silla y lo cogió.

—Lo vi en Rodeo Drive —dijo. Dos mil dólares. Miró directamente a Athena y le preguntó con desdeñosa cortesía ¿Me podría usted explicar por qué razón una persona es capaz de pagar tanto dinero por algo así?

Con el rostro duro como una roca, Athena salió del marco del océano que la rodeaba.

—Su pregunta es ofensiva. Salga de aquí.

Losey inclinó la cabeza y se retiró sonriendo. Había causado el efecto que pretendía.

—Veo que en el fondo eres humana —dijo Claudia, rodeando los hombros de Athena con su brazo. Pero ¿por qué te has ofendido tanto?

—No me he ofendido —contestó Athena. Le he enviado un mensaje.

Al salir de la casa, los tres visitantes abandonaron Malibú y se dirigieron en su automovil al
Nate and Als
de Beverly Hills. Deere le había asegurado a Cross que era el único lugar al oeste de las Montañas Rocosas donde sepodían comer unos aceptables pastrami, cecina y perritos calientes al estilo de Coney Island.

Durante la comida, Deere dijo en tono pensativo:

—Athena no regresará al trabajo.

—Yo lo supe desde un principio —dijo Claudia. Lo que no entiendo es por qué se ha enfadado tanto con el investigador.

—¿Tú lo has entendido? le preguntó Deere a Cross, riéndose.

—No, —contestó Cross.

—Una de las grandes leyendas de Hollywood dice que cualquiera se puede acostar con las grandes estrellas de cine. Bueno, pues en el caso de los actores es verdad. Por eso se ven tantas chicas en los lugares donde se ruedan exteriores y en el hotel Beverly Wilshire. En el caso de las actrices no tanto... a veces, un tipo, un carpintero, un jardinero, hace algún trabajo en la casa, y con un con poco de suerte a lo mejor ella se pone cachonda. Me ocurrió a mí. Pero eso no está bien visto y es perjudicial para la carrera de las actrices. A no ser que se trate de una superestrella, claro. Pero a nosotros, los viejos que llevamos el negocio, eso no nos gusta. (coño, ¿es que el dinero y el poder no significan nada? —Miró con una sonrisa a Claudia y a Cross. Y ahora viene este Jim Losey que es un tipo alto y guapo que mata de verdad a los tipos duros atrae con su personalidad a la gente que vive en un mundo de tirijillas. Él lo sabe y lo utiliza. No le pide nada a una estrella que le basta con intimidarla. Por eso ha hecho ese comentario insolente, y en realidad por eso ha acudido a la casa. Ha sido un pretexto para conocer a Athena y probar suerte con ella. La pregunta ofensiva ha sido su manera de decirle que quería follar con ella. Athena lo ha rechazado sin contemplaciones.

—¿O sea que es la Virgen María? —dijo Cross.

—Para ser una estrella, —Sí, —contestó Deere.

—¿Creéis que pretende estafar a los estudios y conseguir más dinero? —preguntó repentinamente Cross.

—Jamás sería capaz de hacer semejante cosa —contestó Claudia. Es honrada a carta cabal.

—¿Tiene alguna queja y quiere resarcirse? —preguntó Cross.

—Tú no entiendes cómo es este negocio —contestó Deere. En primer lugar, los estudios jamás se dejarían estafar. Los astros lo intentan siempre. En segundo lugar, si tuviera una queja, lo podría decir abiertamente. Es una persona muy rara, simplemente —Deere hizo una pausa— odia a Bobby Bantz y no está loca. Los dos llevamos años detrás de ella, pero jamás nos hemos comido un rosco.

—Lástima que no nos háyas podido echar una mano —le dijo Claudia a Cross, pero él no contestó.

Durante el trayecto desde Malibú a Beverly Hills, Cross se había dedicado a pensar. Era la oportunidad que estaba buscando. Sería muy peligroso, pero si diera resultado podría desligarse finalmente de los Clericuzio.

—Skippy —dijo quiero haceros una propuesta a ti y a los estudios. Compro la película ahora mismo. Os pago los cincuenta millones que habéis invertido, pongo el dinero que falta para terminarla, y dejo que los estudios la distribuyan.

—¿Tienes cien millones? —le preguntaron Skippy Deer y Claudia al unísono.

—Conozco a gente que los tiene —contestó Cross.

—No podrás conseguir que Athena regrese al trabajo, y sin Athena no hay película —dijo Deere.

—Ya os he dicho que tengo muy buenas dotes para convencer —dijo Cross. ¿Me puedes concertar una cita con Elí Marrion?

—Pués claro respondió Deere, pero sólo en el caso de que yo siga siendo el productor de la película.

La reunión no fue tan fácil de concertar. Hubo que convencer a los Estudios LoddStone, o lo que es lo mismo, a Elí Marrion y Bobby Bantz, de que Cross de Lena no era uno de los muchos buscavidas charlatanes de los que tanto abundaban por allí, y de que tenía el dinero y los requisitos necesarios.

Cierto que era propietario de una parte del hotel Xanadú de Las Vegas; pero no se tenía constancia de que poseyera un acreditado valor económico capaz de llevar a buen puerto el acuerdo que proponía. Deere estaba dispuesto a avalarlo, pero el argumento decisivo fue la carta de crédito por valor de cincuenta millones de dólares que Cross les mostró.

Siguiendo el consejo de su hermana, Cross de Lena contrató los servicios de la abogada Molly Flanders para que se encargara de llevar las negociaciones.

Molly Flánders recibió a Cross en un despacho que parecía una cueva. Cross estaba en guardia pues sabía ciertas cosas sobre ella. En el mundo donde él siempre había vivido, jamás había conocido a ninguna mujer que ejerciera el menor poder, y Claudia le había dicho que Molly Flanders era una de las personas más poderosas de Hollywood. Los jefes de los estudios atendían sus llamadas, los agentes más destacados, como por ejemplo Meló Stuart, le pedían ayuda en los contratos más importantes; y las estrellas como Athena Aquitane la utilizaban en sus disputas con los estudios. En cierta ocasión Flandérs había logrado que se interrumpiera la producción de una famosa miniserie de televisión porque el chéque de su cliente, que era el principal protagonista, había sufrido un retraso a causa del correo.

Su aspecto físico era mucho mejor de lo que Cross esperaba. Estaba gruesa, pero tenía un cuerpo muy bien proporcionado y vestía con mucha elegancia. El rostro que acompañaba aquel cuerpo era el de una rubia y graciosa brujita de nariz aguileña, labios generosos y ardientes ojos castaños que miraban entornando los párpados con vehemente agresividad. Llevaba el cabello recogido alrededor de la cabeza en varias trenzas, y su rostro era temido hasta cuando sonreía.

Pero a pesar de su dureza, Molly Flanders era sensible a hombres guapos, y Cross le gustó en cuanto lo vio. Se llevó una sorpresa porque esperaba que el hermano de Claudia fuera bien vulgar. Por encima de su apostura, veía en él una fuerza que Claudia no tenía. Su expresión era la de alguien plenamente consciente de que el mundo no encerraba ninguna sorpresa, todo cual no bastaba para convencerla de la conveniencia de aceptar a Cross como clíente. Había oído rumores sobre ciertas conexiones, le gustaba el mundo de Las Vegas y albergaba algunas dudas sobre el alcance de su decisión de hacer aquélla apuesta tan arriesgada.

—Señor De Lena —le dijo, permítame aclararle una cuestión. Yo represento a Athena Aquitane como abogada, no como agente. Le he explicado las consecuencias que deberá sufrir en caso de que persista en su actitud y estoy convencida de que persiste en ella. Ahora bien, si usted llega a un acuerdo con los estudios y Athena no vuelve al trabajo, yo la representaré como abogada en caso de que usted presente una demanda contra ella.

Cross la estudió con atención. No había forma de entender una mujer como aquélla. Tendría que poner casi todas sus cartas sobre la mesa.

—Firmaré una renuncia a emprender acciones legales contra la señorita Aquitane si compro la película —dijo. Y tengo aquí este cheque de doscientos mil dólares si usted me acepta como cliente. Sólo para empezar. Puede presentarme una minuta por una suma superior.

—Vamos a ver si lo entiendo —dijo Molly. Les paga usted, a los estudios los cincuenta millones que han invertido. Ahora mismo. Pone el dinero que falta para terminar la película, como mínimo otros cincuenta millones. O sea que apuesta usted cien millones a que Athena volverá al trabajo. Y además cuenta con que la película será un éxito. Pero podría ser un fracaso. El riesgo es enorme.

Cross podía ser encantador cuando quería, pero intuía que el encanto no le serviría de nada con aquella mujer.

—Tengo entendido que con el dinero extranjero, el video y ventas a las televisiones, la película no puede perder dinero aunque sea un fracaso —dijo. El único problema verdadero es el de convencer a la señorita Aquitane de que vuelva al trabajo. Y es posible que en eso nos pueda usted ayudar.

—No, no puedo —dijo Molly, no quiero engañarle. Lo he intentado y he fracasado. Todo el mundo lo ha intentado y ha fracasado. Y Elí Marrion no bromea. Dejará el proyecto de la película, asumirá las pérdidas y después tratará de hundir a Athena. Peró yo no se lo permitiré.

Cross la miró intrigado.

—¿Y cómo lo hará?

Marrion tiene que llevarse bien conmigo —contestó Molly. Es un hombre muy listo. Lucharé contra él en los tribunales y haré la vida imposible a sus estudios en todos los tratos que hagan. Athena no volverá a trabajar, pero yo no dejaré que la arruinen.

—Si usted accede a representar mis intereses podrá salvar la carrera de su clienta —dijo Cross.

Se sacó un sobre del interior de la chaqueta y se lo entregó. Ella lo abrió, lo estudió, anotó el teléfono e hizo unas cuantas llamadas para cerciorarse de que el cheque era válido. Después miró con una sonrisa a Cross.

—No quiero ofenderle, hago siempre lo mismo con los productores cinematográficos más importantes de la ciudad.

—¿Como Skippy Deere? le —preguntó Cross, echándose a reír. He invertido dinero en seis de sus películas, cuatro de ellas han sido un éxito, pero yo no he visto ni un centavo.

Other books

Mad About the Earl by Brooke, Christina
Life Begins by Jack Gunthridge
Winning the Right Brother by Abigail Strom
Full Court Press by Lace, Lolah
Big Picture: Stories by Percival Everett
Coffin Dodgers by Gary Marshall