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Authors: Mario Puzo

Tags: #Intriga

El Último Don (73 page)

BOOK: El Último Don
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Athena se sintió avergonzada por la crítica. Su vanidad de actriz la había vuelto a engañar, pero se sentía en paz cuidando a los niños. A ellos no les importaba que su francés no fuera perfecto; en cualquier caso no comprendían el significado de sus palabras.

No obstante, aquellas dolorosas realidades no la desanimaron. A veces los niños eran destructívos y no respetaban las reglas de la sociedad. Se peleaban entre sí y con las enfermeras; manchaban las paredes con sus excrementos y orinaban donde querían. Otras véces la rabia y la repulsión que les inspiraba el mundo exterior provocaba en ellos unas terribles reacciones.

Athena sólo se sentía impotente por la noche, en el pequeño apartamento que había alquilado en Niza, cuando estudiaba la información escrita sobre el instituto. Los informes sobre los progresos de los niños eran tremendamente descorazonadores. Entonces se iba a la cama y se echaba a llorar. A diferencia de lo que ocurría en las películas que ella solía interpretar, casi todos los informes tenían finales desgraciados.

Cuando recibió la llamada de Cross anunciándole su llegada se sintió invadida por una oleada de felicidad y esperanza. Estaba vivo y la ayudaría, pero inmediatamente experimentó una punzada de ansiedad y consultó con el doctor Gerard.

—¿Qué cree usted que sería mejor? —le preguntó.

—El señor De Lena podría ser una gran ayuda para Bethany —contestó el médico. Me gustaría ver qué tipo de relación establece la niña con él durante un período de tiempo más largo. Tal vez eso también resulte beneficioso para usted. Las madres no tienen que ser mártires por causa de sus hijos.

Athena pensó en las palabras del doctor Gerard mientras se dirigía al aeropuérto de Niza para recibir a Cross.

Cross tuvo que recorrer a pie la distancia que separaba el avión del achaparrado edificio de la terminal. El suave y refrescante aire no se parecía en nada al ardiente y sulfuroso calor de Las Vegas. Alrededor de la plazoleta del área de llegada crecían exuberantes arbustos con flores rojas y moradas.

Vio a Athena esperándole y admirando la habilidad con la que había transformado su aspecto. No podía ocultar por completo su belleza pero la podía disfrazar. Unas gafas ahumadas de montura dorada habían convertido el verde brillante de sus ojos en un luk apagado. Las prendas que vestía le daban la apariencia de una persona más gruesa, y se había recogido el cabello rubio bajo un campestre sombrero azul de ala ancha que le cubría una parte del rostro. Cross experimentó un emocionante sentimiento de posesión al pensar que sólo él sabía lo guapa que realmente era Athena.

Cuando Athena lo vio acercarse se quitó las gafas y se las guardó en el bolsillo de la blusa. Cross sonrió ante aquella irreprimible muestra de vanidad.

Una hora más tarde se encontraban en la suite del hotel Negresco, donde Napoleón se había acostado con Josefina, o eso decía al menos el folleto del hotel fijado en la parte interior de la puerta. Un camarero llamó a la puerta y entró con una bandeja en la que había una botella de vino y unos delicados canapés que dejó en la mesa de la terraza que daba al Mediterráneo.

Al principio se mostraron un poco cohibidos. Athena cogió la mano de Cross con una confianza no exenta de una cierta voluntad de dominio. El roce de su cálida piel encendió el deseo de Cross, pero éste comprendió que ella aún no estaba preparada.

La suite estaba amueblada con más lujo que cualquiera de las villas del Xanadú. El dosel de la cama era de seda de color rojo haciendo juego con unos cortinajes estampados con flores de lis doradas. Las mesas y los sillones poseían una elegancia que jamás hubiera podido existir en el mundo de Las Vegas.

Mientras Athena lo acompañaba a la terraza, Cross le dio un impulsivo beso en la mejilla. Entonces ella, sin poderse contener, cogió la húmeda servilleta de algodón que envolvía la botella de vino y se frotó el rostro para eliminar los cosméticos que lo desfiguraban. Unas gotas de agua brillaron sobre su radiante y sonrosada tez. Apoyó una mano sobre el hombro de Cross y lo besó suavemente en los labios.

Desde la terraza se podían ver las casas de piedra de Niza, pintadas con los desteñidos tonos verdes y azules de cientos de años atrás. Abajo, la gente de Niza paseaba por la
Promenade des Anglais
mientras en la pedregosa playa hombres y mujeres semidesnudos chapoteaban en el agua verde azulada y los niños cavaban hoyos en la guijarrosa arena. A lo lejos, unos blancos yates iluminados patrullaban por el horizonte como si fueran vigilantes halcones.

Cross y Athena acababan de tomar su primer sorbo de vino De repente oyeron un sordo rugido. Desde el rompeolas, algo que parecía la boca de un cañón, pero que en realidad era el gran conducto oriental de las cloacas, arrojó un impresionante chorro de agua marrón oscura a las azules aguas del mar.

Athena apartó el rostro y le preguntó a Cross:¿uánto tiempo piensas quedarte aquí?

—inco años, si tú me lo permites —contestó Cross.

—Me parece un disparate —dijo Athena frunciendo el ceño. ¿Qué vas a hacer aquí?

—Soy rico —contestó Cross. Quizá me compre un pequeño hotel.

—¿Qué ocurrió con el Xanadú?

—Tuve que vender mi participación —contestó Cross, haciendo una breve pausa. No tendremos que preocuparnos por el dinero.

—Yo tengo dinero —dijo Athena. Debes comprenderlo. Me quedaré cinco años aquí y después me llevaré a la niña a casa. No me importa lo que digan los demás, nunca la volveré a internar en un centro. Cuidaré de ella toda la vida, y si algo le ocurriera dedicaría mí vida a los niños como ella. Eso quiere decir que jamás podremos vivir juntos.

Cross comprendía sus razones. Tardó un buen rato en contestar.

—Athena —dijo con voz firme y decidida, si de algo estoy seguro es de que os quiero tanto a ti como a Bethany. Debes creerme. No será fácil, lo sé, pero procuraremos hacerlo lo mejor que podamos. Tú quieres ayudar a Bethany pero no tienes por qué ser una mártir. Por eso tenemos que dar el paso definitivo. Yo haré todo lo posible por ayudarte. Mira, seremos como los jugadores de mi casino. Todas las probabilidades están en contra nuestra, pero la posibilidad de ganar no está excluida.

Al ver que Athena vacilaba, añadió —Casémonos. Tengamos otros hijos, procuremos vivir como vive la gente normal e intentemos enderezar los fallos de nuestro mundo con nuestros hijos. Todas las familias tienen alguna desgracia; procuremos superar la nuestra. Sé que podremos hacerlo. ¿Me crees?

Athena lo miró directamente a los ojos. —Sólo si tú crees que te quiero de verdad. Cross inclinó la cabeza para besarla.

—Te quiero de verdad —repitió Athena.

Cross pensó que ningún hombre sería capaz de ponerlo en duda.

El Don, solo en su dormitorio, tiró de las frías sábanas hacia arriba para cubrirse el cuello. La muerte ya estaba muy cerca y él era lo bastante astuto como para presentir su cercanía. Sin embargo, todo se había desarrollado según sus planes. Ah, qué fácil era engañar a los jóvenes.

Durante los últimos cinco años, Dante le había parecido el mayor peligro para su plan magistral. Dante hubiera opuesto resistencia a la entrada de la familia Clericuzio en la sociedad legal. Pero qué hubiera podido hacer él? ¿Ordenar el asesinato del hijo de su hija, de su propio nieto? ¿Hubieran Giorgio, Vincent y Petie obedecido semejante orden? y en caso afirmativo, ¿no lo hubieran considerado a él una especie de monstruo? ¿No hubieran acabado por temerlo en lugar de amarlo? En cuanto a Rose Marie, ¿qué hubiera sido de la poca cordura que le quedaba cuando hubiera intuido la inevitable verdad?.

Sin embargo, cuando se produjo el asesinato de Pippi de Lena, la suerte estuvo echada. El Don comprendió enseguida la verdad de lo ocurrido, mandó investigar las relaciones de Dante con Losey y emitió su veredicto.

Envió a Vincent y Petie para proteger a Cross, utilizando incluso un vehículo blindado. Después, para advertir a Cross, le contó la historia de la guerra de los Santadio. ¿Qué doloroso resultaba enderezar el mundo... Cuando él desapareciera, ¿quién tomaría aquellas terribles decisiones? Ahora había decidido de una vez por todas que los Clericuzio emprendieran la retirada definitiva.

Vincent y Petie se ocuparían exclusivamente de sus restaurantes y sus constructoras, y Giorgio se dedicaría a la compra de empresas en Wall Street. La retirada sería completa. Ni siquiera se renovarían los efectivos del Enclave del Bronx. Los Clericuzio estarían finalmente a salvo y lucharían contra los nuevos malhechores que estaban surgiendo por todo el territorio de Estados Unidos, y él no se reprocharía los pasados errores, la pérdida de la felicidad de su hija y la muerte de su nieto. Por lo menos, había salvado a Cross.

Antes de quedarse dormido, el Don tuvo una visión. Él viviría para siempre, la sangre de los Clericuzio formaría parte de la humanidad por siempre jamás. Y él solo, sin la ayuda de nadie, había creado aquel linaje, y ésa había sido su mayor virtud. Pero, oh, qué cruel era el mundo que inducía al hombre a pecar.

F I N

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