El valle de los caballos (14 page)

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Authors: Jean M. Auel

BOOK: El valle de los caballos
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Abriendo los ojos, Noria le miró desde el lecho de pieles; tenía los ojos dilatados y luminosos. Los de él eran tan profundamente azules y apremientes que no podía apartar la mirada de ellos.

–Jondalar hombre, Noria mujer –murmuró.

–Jondalar hombre, Noria mujer –dijo él con voz ronca; enseguida se levantó y se quitó la túnica por la cabeza, mientras su virilidad luchaba por liberarse. Se inclinó sobre ella, volvió a besarla y notó que ella abría su boca para tocar la lengua de él con la suya. Acarició su seno y le pasó la lengua por el cuello y el hombro. Encontró nuevamente el pezón, succionando más fuerte al oír que ella gemía y notó que su propia respiración se aceleraba.

«Hacía demasiado tiempo que no estaba con una mujer», pensó, y deseó poseerla al instante. «Despacio, no la asustes», se reprendió. «Es su primera vez. Tienes toda la noche, Jondalar. Espera hasta que te des cuenta de que está dispuesta.»

Acarició la piel desnuda debajo de sus pechos hinchados hasta la cintura, y buscó la larga correa que sujetaba la falda. Tirando del cordón, tendió la mano y la dejó sobre el estómago de la joven; ella se puso tensa y después se calmó. Jondalar siguió bajando la mano, y al encontrar la parte interior del muslo, apartó el vello púbico suave como plumón. Noria estiró las piernas mientras él avanzaba su mano por entre sus muslos.

Retiró la mano, se sentó y después le bajó la falda por las caderas y la dejó en el suelo. Se puso de pie y contempló entonces sus curvas suaves, redondas, todavía incompletas. Ella le sonrió con expresión confiada y anhelante. Jondalar desató la correa de sus pantalones y se los bajó; la joven dio un respingo al ver el miembro hinchado y erecto, y una sombra de temor volvió a sus ojos.

Noria había escuchado con fascinación las historias que otras mujeres contaban de sus Ritos de los Primeros Placeres. Algunas mujeres no consideraban que fueran nada placenteros. Decían que el Don del Placer era dado a los hombres, que a las mujeres se les había dado la habilidad de proporcionar placer a los hombres, para que los hombres estuvieran ligados a ellas, de modo que salieran de cacería y llevaran alimentos y pieles para hacer ropa cuando la mujer estaba embarazada o amamantando. Habían advertido a Noria que le dolería cuando sus Primeros Ritos. Jondalar era tan grande, estaba tan hinchado, ¿cómo podría penetrar en ella?

Él conocía esa mirada de miedo; era un momento crítico, tendría que acostumbrarse nuevamente a él. Disfrutaba despertando a una mujer, por vez primera, a los placeres del Don de la Madre, pero era preciso mostrar delicadeza y suavidad. «Algún día –pensó–, desearía poder dar a una mujer placer por vez primera y no tener que preocuparme por hacerle daño.» Sabía que eso no era posible; para una mujer, los Ritos de los Primeros Placeres siempre resultaban un poco dolorosos.

Se sentó junto a ella y esperó, dándole tiempo. Las miradas de Noria eran atraídas por aquel miembro palpitante. Jondalar la cogió de la mano, haciendo que lo tocara, y sintió un loco impulso. Era como si su virilidad tuviera en momentos como éstos una vida independiente. Noria sintió la suavidad de la piel, el calor, la firme plenitud, y como el miembro se movía ansiosamente en su mano, experimentó una especie de escalofrío, una sensación aguda, estimulante, dentro de sí y notó humedad entre sus piernas. Trató de sonreír, pero el temor seguía agazapado en sus ojos.

Jondalar se tendió junto a ella y la besó con dulzura. Ella abrió los ojos y miró a los suyos; vio su preocupación y su avidez, así como cierta fuerza sin nombre, irresistible. Se sentía atraída, abrumada, perdida en las insondables profundidades azules de sus ojos, y experimentó de nuevo la sensación profunda y placentera. Le deseaba; temía el dolor, pero deseaba a Jondolar. Tendió la mano, cerró los ojos, abrió la boca y se estrechó más contra él.

El hombre la besó, le dejó que explorara su boca y lentamente fue siguiendo su camino hacia el cuello y la garganta; entre besos, sin dejar de utilizar la lengua en tanto le acariciaba suavemente el estómago y los muslos, la provocó un poco, acercándose al sensible pezón, pero retrocedió hasta que ella le atrajo de nuevo. En aquel instante movió su mano hacia la hendidura cálida entre los muslos de la joven y encontró el nódulo pequeñito y palpitante; Noria dejó escapar un grito.

Succionándole el pezón y mordiéndoselo con suavidad, fue moviendo los dedos; la joven gimió y meneó las caderas, Jondalar fue más abajo, sintió que ella ahogaba la respiración cuando halló el ombligo y que tensaba los músculos mientras él seguía más abajo y retrocedía de la plataforma hasta quedar de rodillas en el suelo. Entonces le apartó las piernas y probó por vez primera su sal penetrante. La respiración de Noria estalló en un grito tembloroso; se puso a gemir con cada exhalación, echando la cabeza hacia atrás y adelante, avanzando las caderas para salir a su encuentro.

Con las manos la abrió del todo, lamió sus repliegues calientes, encontró el nódulo con la lengua y se puso a trabajarlo. Mientras ella gritaba, meneando las caderas, la excitación del joven aumentaba, pero luchó por contenerse. Cuando oyó que Noria respiraba entre jadeos, rápidamente se irguió, todavía arrodillado para poder controlar su penetración, y guió la cabeza de su órgano hinchado hacia el orificio intacto. Rechinó los dientes para dominarse mientras se introducía en la fuente cálida, húmeda y cerrada.

Mientras Noria le rodeaba la cintura con las piernas, notó el obstáculo dentro de ella. Con el dedo, encontró nuevamente el nódulo y se movió adelante y atrás sólo un poco, hasta que los jadeos de ella se mezclaron con gritos, y sintió que se alzaban sus caderas. Entonces retrocedió un poco, empujó con fuerza y percibió que había roto la barrera mientras ella gritaba de dolor y placer, al mismo tiempo que oía su propio grito tenso al aliviar su necesidad exacerbada con espasmos estremecidos.

Entró y salió unas cuantas veces, penetrando todo lo lejos que se atrevió a hacerlo, sintiendo que su última esencia se había agotado, y cayó sobre ella. Se quedó tendido un momento con la cabeza sobre el pecho de ella, respirando fuerte, y luego se enderezó. La joven estaba inerte, con la cabeza de lado y los ojos cerrados. Se apartó un poco y vio manchas de sangre sobre la piel blanca que había debajo de Noria. Volvió a subir las piernas a la plataforma y se tumbó a su lado, hundiéndose en las pieles.

Cuando empezó a respirar más pausadamente, sintió unas manos en su cabeza. Abrió los ojos y vio el rostro viejo y los ojos brillantes de Haduma. Noria se movió a su lado; Haduma sonrió en señal de aprobación asintiendo con la cabeza, y comenzó un canto monótono. Noria abrió los ojos, complacida al ver a la anciana y más complacida aún al ver que movía las manos apartándolas de la cabeza de Jondalar y se las imponía a ella en el estómago. Haduma hizo movimientos por encima de ellos, canturreando, después sacó a tirones la piel manchada de sangre: había una magia especial para una mujer en su sangre de los Primeros Ritos.

Entonces la anciana volvió a mirar a Jondalar, sonrió y, con un dedo huesudo, tocó el miembro fláccido. Él sintió un momento de excitación nueva, vio que trataba de fortalecerse otra vez y que recaía. Haduma rió para sí y salió renqueando de la tienda, dejándolos solos.

Jondalar descansó al lado de Noria. Al cabo de un rato, ella se sentó y le miró desde arriba con ojos brillantes y lánguidos.

–Jondalar hombre, Noria mujer –dijo, como si sintiera realmente que era una mujer ahora, y se inclinó para besarle. Él se extrañó al sentir una nueva excitación tan pronto y se preguntó si el toque de Haduma tendría algo que ver. No siguió interrogándose mientras se tomaba el tiempo necesario para enseñar a la joven cómo complacerle y dándole más placer a ella.

El gigantesco esturión estaba ya tendido en la orilla cuando Jondalar se levantó. Thonolan había metido la cabeza en la tienda poco antes, mostrándole un par de garfios, pero Jondalar le había hecho señas de que se fuera y rodeó a Noria con sus brazos antes de volver a quedarse dormido. Cuando despertó, más tarde, Noria se había ido. Se puso los pantalones y echó a andar hacia el río. Vio cómo Thonolan, Jeren y unos cuantos más reían en una camaradería recién descubierta, y casi lamentó no haber ido de pesca con ellos.

–Bueno, mirad quién ha decidido levantarse –dijo Thonolan al verle–. Ojos azules es el único que se queda tumbado mientras todos los demás luchan por sacar a este viejo Haduma del agua.

Jeren captó la frase.

–¡Haduma! ¡Haduma! –gritó, riendo y señalando al pescado. Se puso a dar saltos alrededor, parándose después frente a la cabeza que parecía de tiburón. Los palpos que brotaban de su quijada inferior atestiguaban sus hábitos de alimentarse en los fondos y su carácter inofensivo, pero sus dimensiones habían convertido su captura en todo un reto: medía casi cinco metros de largo.

Con una risa pícara, el joven cazador empezó a menear la pelvis adelante y atrás en una mímica erótica, ante el hocico del grande y viejo pescado, gritando: «¡Haduma! ¡Haduma!», como si le pidieran que lo tocara. Todos los demás soltaron ruidosas carcajadas y no tardaron en danzar a su vez alrededor del pescado, con movimientos de pelvis y gritando: «¡Haduma!» y, muy animados, empezaron a empujarse unos a otros para ocupar el lugar frente a la cabeza. Un hombre fue arrojado al río; volvió vadeando, agarró al que tenía más cerca y le arrastró; pronto estuvieron todos empujándose unos a otros y cayendo al río, Thonolan justo en medio.

Regresó a la orilla, empapado, vio a su hermano y le agarró.

–No creas que te vas a quedar seco –le dijo, mientras Jondolar se resistía–. Ven acá, Jeren, vamos a darle una zambullida a ojos azules.

Jeren oyó su nombre, vio la pelea y acudió a todo correr. Los demás le siguieron. A tirones y empujones arrastraron a Jondalar hasta la orilla del río y todos acabaron en el agua, muertos de risa. Salieron, chorreando, riendo aún, hasta que uno de ellos vio a la anciana de pie junto al esturión.

–Haduma, ¿eh? –dijo, observándoles con expresión severa. Todos se miraron unos a otros con aire contrito. Entonces la anciana cloqueó con deleite, se plantó ante la cabeza del esturión y meneó sus viejas caderas atrás y adelante. Todos rieron y corrieron hacia ella, poniéndose a gatas para ofrecerle sus espaldas.

Jondalar sonrió al ver el juego que sin duda estaban acostumbrados a practicar con ella desde mucho tiempo atrás. La tribu no sólo reverenciaba a su vieja antepasada, sino que la amaba, y ella parecía disfrutar con la diversión de todos. Haduma miró a su alrededor y, al ver a Jondolar, le señaló. Los hombres le indicaron que se acercara y él se dio cuenta del cuidado con que la ayudaban a subir a sus espaldas. Se enderezó con mucho cuidado; no pesaba casi nada, pero le sorprendió la firmeza con que se aferró a él. La frágil anciana tenía aún cierta fortaleza.

Echó a andar, pero como los demás corrían delante, ella le golpeó el hombro, apremiándole. Corrieron arriba y abajo por la playa hasta que se quedaron sin aliento, y entonces Jondalar se agachó para dejarla apearse. Haduma se levantó, cogió su báculo y, con gran dignidad, se encaminó hacia las tiendas.

–¿No es una anciana increíble? –preguntó Jondalar a Thonolan, lleno de admiración–. Dieciséis hijos, cinco generaciones, y todavía está fuerte. No pongo en duda que vivirá para ver a su sexta generación.

–Ella vive ver seis generación, entonces ella muere.

–Jondalar se volvió al oír la voz. No había visto que Tamen se acercaba.

–¿Qué quiere decir, entonces ella muere?

–Haduma dice: Noria hace hijo ojos azules, espíritu Zelandonii, entonces Haduma muere. Ella dice largo tiempo aquí, tiempo de ir. Ve bebé y entonces muere. Nombre del bebé Jondal, seis generación Hadumai. Haduma feliz Zelandonii hombre. Dice buen hombre. Placer mujer Primeros Ritos no fácil. Hombre Zelandonii, buen hombre.

Jondalar se sintió presa de emociones complejas.

–Si es su deseo irse, se irá, pero eso me entristece –dijo.

–Sí, todos Hadumai mucho entristecen –dijo Tamen.

–¿Puedo volver a ver a Noria tan pronto, después de los Primeros Ritos, Tamen? ¿Sólo un momento? No conozco vuestras costumbres.

–Costumbres, no. Haduma dice sí. ¿Te irás pronto?

–Si Jeren dice que el esturión compensa la obligación contraída por haber espantado a los caballos, creo que deberíamos irnos. ¿Cómo lo sabías?

–Haduma dice.

Por la noche el campamento celebró un festín con el esturión como plato fuerte. Muchas manos habían colaborado por la tarde en cortar tiras para secarlo. Jondalar vislumbró a Noria una vez de lejos, mientras varias mujeres la escoltaban a algún lugar río arriba. La llevaron a verle poco antes del anochecer. Caminaron juntos hacia el río, con dos mujeres que los seguían discretamente. Ya era suficiente violación de las costumbres que le viera justo después de los Primeros Ritos; a solas habría sido demasiado.

Se quedaron junto a un árbol sin decir nada. Noria con la cabeza baja. Él le apartó un mechón de cabellos y la levantó la barbilla para obligarla a mirarle: tenía los ojos llenos de lágrimas. Jondalar la secó una gota brillante del rabillo del ojo con el nudillo, llevándosela a los labios.

–¡Oh, Jondalar! –lloró Noria, abrazándole.

Él la sostuvo, la besó primero con suavidad y después con más pasión.

–Noria –dijo–. Noria mujer, bella mujer.

–Jondalar hace Noria mujer. Hace... Noria..., hace... –ahogó un sollozo, deseando saber las palabras para expresar sus sentimientos.

–Ya sé, Noria, ya sé –dijo, estrechándola en sus brazos. Entonces retrocedió, sujetándola por los hombros, le sonrió y le acarició el estómago. La joven sonrió también a través de sus lágrimas.

–Noria hace Zelandonii... –le tocó el párpado–. Noria hace Jondal... Haduma...

–Sí –asintió–. Tamen me dijo. Jondal, sexta generación Hadumai –metió la mano en su bolsa–. Tengo algo para ti, Noria –sacó la donii de piedra y se la puso en la mano. Habría querido poder decirle lo especial que era la estatuilla para él, explicarle que su madre se la había dado, que era muy antigua, que había pasado de una generación a otra–. Esta donii es mi Haduma –dijo emocionado–. La Haduma de Jondalar. Ahora es la Haduma de Noria.

–¿Haduma de Jondalar? –dijo, maravillada, mirando la forma femenina esculpida–. ¿La Haduma de Jondalar, Noria?

Él asintió y la joven se echó a llorar, cogiéndola con ambas manos y llevándosela a los labios.

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