El valle del Terror. Sherlock Holmes (23 page)

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Authors: Arthur Conan Doyle

Tags: #Policíaca

BOOK: El valle del Terror. Sherlock Holmes
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Aún así, debía proseguir con mi trabajo, y me vine a los valles del carbón. Cuando llegué a este lugar aprendí que estaba equivocado y que no era una novela barata después de todo. Por lo que me quedé para vigilarla. Nunca maté a un hombre en Chicago. Jamás forjé un dólar en mi vida. Aquellos que les di eran tan buenos como los otros; pero ninguna vez usé el dinero de mejor forma. Pero conocía el camino para obtener su buena voluntad, por lo que pretendí que la ley estaba detrás de mí. Todo funcionó como lo planeé.

Así que me uní a su logia infernal, y participé en sus concilios. Quizás puedan decir que eran tan perverso como ustedes. Pueden decir lo que quieran, siempre y cuando los atrape. ¿Pero cuál es la verdad? La noche que fui con ustedes a golpear al viejo Stanger, no le pude advertir, pues no hubo tiempo; pero detuve su mano, Baldwin, cuando lo podría haber matado. Si alguna vez sugería cosas, para mantener mi lugar entre ustedes, eran cosas que sabía que podía prevenir. No pude salvar a Dunn ni a Menzies, pues no conocía lo suficiente; pero veré que sus asesinos sean colgados. Le di a Chester Wilcox una advertencia, para que así cuando volara su casa, él y su compañía estuvieran escondidos. Hubo varios crímenes que no pude detener; pero si miran hacia atrás y piensan cuán seguido su hombre iba a su vivienda por otro camino, o estaba en medio del pueblo cuando iban por él, o se quedaba dentro de la pensión cuando pensaban que iba a salir, podrán ver mi trabajo.

—¡Tú maldito traidor! —silbó McGinty a través de sus dientes cerrados.

—Sí, John McGinty, puede llamarme así si eso calma su aflicción. Usted y los de su tipo han sido los enemigos de Dios y el hombre en estos lares. Se necesitó a un hombre para introducirse entre ustedes y los pobres diablos de hombres y mujeres que mantenían bajo su yugo. Solamente había una manera de hacerlo, y yo lo hice. Ustedes me llamarán traidor; pero creo que hay miles que me denominarán un libertador que se fue hasta el mismo infierno para salvarlos. He aguantado tres meses de esto. No pasaría otros tres meses así nuevamente aunque me soltaran el erario de Washington por ello. Debía quedarme en ello hasta que lo tuviera todo, todos los hombres y todos los secretos en mi mano. Hubiera esperado un poco más sino hubiera venido a mi conocimiento que mi secreto estaba a punto de salir. Una carta había llegado a la villa que los hubiera alertado a todos. Entonces tuve que actuar y actuar rápidamente.

No tengo más que decirles, excepto que cuando mi hora llegue moriré más tranquilamente cuando piense en la labor que hice en este valle. Ahora, Marvin, ya no le detengo más. Lléveselos y termine con esto.

Hay un poco más que contar. A Scanlan le había llegado una nota sellada para ser dejada en la dirección de miss Ettie Shafter, una misión que aceptó con un guiño y una sonrisa entendida. En las tempranas horas de la mañana una hermosa mujer y un hombre bastante apagado abordaron un tren especial que había sido enviado por la compañía ferrocarrilera, e hicieron un rápido e ininterrumpido viaje fuera de la tierra del peligro. Era la última vez que tanto Ettie o su amado pusieron sus pies en el Valle del Terror. Diez días después se casaron en Chicago, con el viejo Jacob Shafter como testigo en su boda.

El juicio de los Scowrers fue llevado a cabo lejos del lugar donde sus adherentes hubieran podido aterrorizar a los guardianes de la ley. En vano se resistieron. En vano el dinero de la logia, dinero exprimido por medio de chantajes a todos los habitantes del campo, fue derrochado como agua en el intento para salvarlos. Esa fría, clara, desalmada declaración de alguien que conocía cada detalle de sus vidas, su organización, y sus crímenes fue firme ante todas las tretas de sus defensores. Por fin tras muchos años fueron deshechos y esparcidos. La nube fue levantada para siempre del valle.

McGinty encontró su suerte sobre el cadalso, arrastrándose y gimiendo cuando su última hora llegó. Ocho de sus seguidores principales compartieron su destino. Cincuenta de ellos tuvieron distintos grados de prisión. El trabajo de Birdy Edwards estaba completo.

Y aún así, como imaginó, el asunto no había terminado todavía. Había otra mano que iba a ser jugada, y otra y otra. Ted Baldwin, por ejemplo, escapó del patíbulo; así como también los Willaby; y también varios otros de los más bestiales espíritus de la logia. Por diez años estuvieron fuera del mundo, y luego llegó el día cuando estuvieron libres nuevamente, un día en el que Edwards, que conocía a esos hombres, estaba seguro que sería el final de su vida en paz. Habían jurado una promesa por todo lo que creían sagrado de tener su sangre como venganza por sus camaradas. ¡Y se esforzaron muy bien para mantener su voto!

Desde Chicago fue perseguido, tras dos intentos tan cercanos al éxito que era seguro que el tercero lo acabaría. De Chicago fue con un nombre cambiado a California, y fue allí cuando la luz se desvaneció por un tiempo de su vida cuando Ettie Edwards falleció. De nuevo fue casi asesinado, y nuevamente bajo el nombre de Douglas trabajó en un solitario cañón, donde con un compañero inglés llamado Barker amasó una fortuna. Por lo menos le llegó un aviso que sus sabuesos estaban bajo su pista una vez más, y se marchó, justo a tiempo, a Inglaterra. Y de allí vino el John Douglas que por segunda vez se casó con una valiosa esposa, y vivió por cinco años como un caballero del condado de Sussex, una vida que acabó con los extraños sucesos que hemos escuchado.

Epílogo

El juicio de la policía aconteció, en el cual el caso de John Douglas fue referido a una corte superior. Así hicieron las sesiones trimestrales, en la cuales fue absuelto por haber actuado en defensa propia.

“Lléveselo de Inglaterra a cualquier costo,” escribió Holmes a la cónyuge. “Hay fuerzas aquí que pueden ser más peligrosas que aquellas de las que ha escapado. No hay seguridad para su marido en Inglaterra.”

Dos meses habían pasado, y la cuestión ya se había disipado de nuestras mentes. Entonces una mañana vino una nota enigmática que se había deslizado en nuestro buzón. “Válgame Dios, Mr. Holmes. ¡Válgame Dios!” decía la singular epístola. No había ni sobrescrito ni firma. Yo me reí con el extraño mensaje; pero Holmes demostró una seriedad inusitada.

—¡Una diablura, Watson! —remarcó, y se sentó con una frente nublada.

Tarde en la noche Mrs. Hudson, nuestra ama de llaves, trajo un mensaje que decía que un caballero deseaba ver a Holmes, y que el asunto era de la más enorme importancia. Inmediatamente tras su mensajera entró Cecil Barker, nuestro amigo de la Manor House rodeada por un foso. Su fisonomía estaba dibujada y ojerosa.

—Me han dado malas noticias, terribles noticias, Mr. Holmes —dijo.

—Me lo temía —indicó Holmes.

—¿No tenía un telégrafo no es así?

—He recogido una nota de alguien que tiene uno.

—Es el pobre Douglas. Me dijeron que su nombre era Edwards; pero siempre será Jack Douglas de Benito Cañón para mí. Le dije que comenzaron juntos un viaje a África del Sur en el
Palmyra
hace tres semanas.

—Exacto.

—La nave alcanzó Ciudad del Cabo anoche. Recibí este telegrama de Mrs. Douglas esta mañana.

“Jack se ha perdido a bordo en un vendaval en Santa Elena. Nadie sabe cómo ocurrió el accidente.”

“IVY DOUGLAS”

—¡Ha! ¿Ocurrió de esa forma, no es así? —expresó Holmes pensativamente—. Bueno, no dudo de que fue bien planeado.

—¿Quiere decir que no cree que fue un accidente?

—Absolutamente.

—¿Fue un asesinato?

—¡De hecho!

—Así también lo pienso. Estos Scowrers infernales, este vengativo nido de criminales...

—No, no, mi buen señor —notó Holmes—. Hay una mano maestra aquí. No es un caso de escopetas aserradas ni de incómodas pistolas de seis cargas. Puedes reconocer a un viejo maestro por el recorrido de su pincel. Puedo nombrar un crimen de Moriarty cuando veo uno. Este crimen es de Londres, no de América.

—¿Pero por qué motivo?

—Porque está realizado por un hombre que no puede permitirse fallar, uno cuya única posición depende del hecho de que debe salir exitoso. Un gran cerebro y una enorme organización han sido empleadas para la extinción de un hombre. Es como estrujar una nuez con una máquina trituradora, un absurdo desperdicio de energía, aunque la nuez es totalmente aplastada.

—¿Cómo llegó este hombre a tener algo que ver con esto?

—Solamente puedo decir que el primer mensaje que nos llegó de este asunto fue de uno de sus lugartenientes. Estos americanos estaban bien aconsejados. Teniendo una labor inglesa que hacer, hicieron sociedad, como cualquier otro criminal extranjero haría, con este gran consultor del crimen. Desde ese momento el hombre estaba condenado. Al comienzo se contentaría usando su maquinaria para hallar a su víctima. Tras ello indicaría cómo el problema debería ser tratado. Finalmente, cuando leyó en las noticias sobre el fracaso de su agente, se haría a un lado para dar un toque magistral. Me oyó prevenir a este hombre en Birlstone Manor House que el peligro que venía era más grande que el pasado. ¿Estuve en lo correcto?

Barker golpeó su cabeza con su puño cerrado en su ira impotente.

—¿No me diga que tendremos que quedarnos sentados sin hacer nada? ¿Dice usted que nadie puede llegar al nivel de este rey de los diablos?

—No, yo no dije eso —pronosticó Holmes, y sus ojos parecían estar observando lejos en el futuro—. No dije que no puede ser vencido. ¡Pero deben darme tiempo, deben darme tiempo!

Todos nos sentamos en silencio por algunos minutos mientras esos ojos funestos aún hacían un esfuerzo para traspasar aquel velo.

FIN

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