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Authors: Paulo Coelho

El vencedor está solo (28 page)

BOOK: El vencedor está solo
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Igor podría explicárselo si al menos le diera una oportunidad de hablar: su simple presencia era capaz de despertar la luz de todos los que la rodeaban, hacer que todos dieran lo mejor de sí mismos, que surgieran de las cenizas del pasado llenos de luz y esperanza. Porque era eso lo que había sucedido con el joven que regresó de una guerra sangrienta e inútil.

La Tentación regresa. El demonio dice que no es exactamente así, que él había superado sus traumas a través del trabajo compulsivo. Aunque eso fuese considerado un desorden psicológico por los psiquiatras, realmente era una manera de superar las propias heridas a través del perdón y el olvido. Ewa no era realmente tan importante: Igor debía dejar de identificar todas sus emociones con una relación que ya no existía.

«No eres el primero —repetía el demonio—. Te ves impulsado a hacer el mal pensando que así despiertas el bien.»

Igor empieza a ponerse nervioso. Era un hombre bueno, y siempre que había tenido que ser duro había sido en nombre de una causa mayor: servir a su país, evitar que los excluidos sufriesen innecesariamente, poner al mismo tiempo la otra mejilla y usar el látigo, como hizo Jesucristo, su único modelo de vida.

Hace la señal de la cruz, con la esperanza de que la Tentación se aleje. Se obliga a recordar las cintas, lo que Ewa decía, su infelicidad con su nuevo compañero. Pero está decidido a no regresar nunca al pasado porque se había casado con un «desequilibrado».

Qué absurdo. Al parecer, estaba pasando por un proceso de lavado cerebral en su nuevo ambiente. Debía de andar con pésimas compañías. Está seguro de que miente cuando le comenta a su amiga rusa que ha decidido casarse por una única razón: el miedo a estar sola.

En su juventud siempre se sentía rechazada por los demás, nunca era capaz de ser ella misma; constantemente se veía obligada a fingir que le interesaban las mismas cosas que a sus amigas, que participaba de los mismos juegos, que se divertía en las fiestas, que buscaba a un hombre guapo que le diese seguridad en el hogar, hijos y fidelidad conyugal. «Todo mentira», confiesa.

En verdad, siempre ha soñado con la aventura y con lo desconocido. Si pudiera haber escogido una profesión cuando era adolescente, se habría dedicado al arte. Desde niña le encantaba recortar y hacer collages con fotos de las revistas del partido comunista; aunque detestaba lo que veía en ellas, conseguía dar color a los vestidos sombríos y alegrarse del resultado. Debido alas dificultades para encontrar ropa para sus muñecas, las vestía con modelos hechos por su madre. Ewa no sólo admiraba esos vestiditos, sino que se decía que algún día sería capaz de hacerlos ella misma.

No existía la moda en la antigua Unión Soviética. No se enteraron de lo que pasaba en el resto del planeta hasta que cayó el Muro de Berlín y las revistas extranjeras empezaron a llegar al país. Para entonces, ella ya era una adolescente y pudo hacer collages más vivos y más interesantes, hasta que un día decidió comentar con su familia que su sueño era exactamente ése: diseñar ropa.

Al terminar el colegio, sus padres la enviaron a la Facultad de Derecho. Aunque estaban contentos con la libertad recién conquistada, había ciertas ideas capitalistas que estaban allí para destruir el país, para apartar al pueblo del verdadero arte, para cambiar los libros de Tolstoi y de Pushkin por libros de espionaje, para corromper el ballet clásico con aberraciones modernas. Tenían que apartar inmediatamente a su hija de la degradación moral que había llegado con la Coca-Cola y los coches de lujo.

En la universidad conoció a un chico guapo, ambicioso, que pensaba exactamente como ella: no podemos seguir creyendo que el régimen en el que vivieron nuestros padres regresará algún día. Se ha ido para siempre. Es el momento de empezar una nueva vida.

El muchacho le encantó. Empezaron a salir juntos. Vio que era inteligente y que iba a conseguir muchas cosas en la vida. Era capaz de entenderla. Claro, había luchado en la guerra de Afganistán, lo habían herido durante un combate, pero nada serio; nunca se quejó del pasado, y en los muchos años que estuvieron juntos, nunca manifestó el menor síntoma de desequilibrio o de trauma.

Una mañana le llevó un ramo de rosas. Le dijo que dejaba la universidad para empezar un negocio por cuenta propia. Después le propuso matrimonio. Ella aceptó; aunque no sentía por él más que admiración y compañerismo, pensaba que el amor llegaría con el tiempo y la convivencia. Además, él era el único que la entendía y la estimulaba; si dejaba escapar esa oportunidad, tal vez no encontrara nunca más a nadie que la aceptara tal como era.

Se casaron sin grandes formalidades y sin el apoyo de la familia. Él consiguió dinero de gente que ella consideraba peligrosa, pero no podía hacer nada. Poco a poco, la compañía que había fundado empezó a crecer. Tras casi cuatro años juntos, ella le hizo —muerta de miedo— su primera exigencia: que les pagase ya a las personas que le habían prestado dinero en el pasado, que no parecían demasiado interesadas en que les fuera devuelto. Él siguió su consejo, y más tarde se lo agradecería muchas veces.

Pasaron los años, sufrieron las derrotas necesarias, se sucedían las noches en vela, hasta que las cosas empezaron a mejorar y, a partir de entonces, el patito feo siguió el guión de las historias infantiles: se transformó en un hermoso cisne, envidiado por todos.

Ewa se quejó de su vida como ama de casa. Él, en vez de reaccionar como los maridos de sus amigas, para los cuales el trabajo era sinónimo de falta de feminidad, adquirió una tienda para ella en uno de los mejores lugares de Moscú. Vendía modelos de los grandes modistos mundiales, aunque jamás se arriesgó a hacer sus propios diseños. Pero su trabajo tenía otras compensaciones: viajaba a los grandes salones de moda, se relacionaba con gente interesante, y entonces conoció a Hamid. Hasta hoy no sabía si lo amaba, probablemente, la respuesta era «no», pero se sentía cómoda a su lado. No tenía nada que perder cuando le confesó que nunca había conocido a nadie como ella y le propuso que vivieran juntos. No tenía hijos. Su marido estaba casado con su propio trabajo y eventualmente ni siquiera notaría su ausencia.

«Lo dejé todo —decía Ewa en una de las cintas—, Y no me arrepiento de mi decisión. Habría hecho lo mismo aunque Hamid, en contra de mi voluntad, no hubiera comprado la bonita finca en España y la hubiera puesto a mi nombre. Habría tomado la misma decisión aunque Igor, mi ex marido, me hubiera ofrecido la mitad de su fortuna. Tomaría la misma decisión porque sé que ya no debo tener miedo. Si uno de los hombres más deseados del mundo quiere estar a mi lado, soy mejor de lo que yo misma creo.»En otra cinta, él se da cuenta de que su amada debe de tener problemas psicológicos muy serios.

«Mi marido ha perdido la razón. No sé si es por la guerra o por la tensión causada por el exceso de trabajo, pero cree que puede entender los designios de Dios. Antes de decidir marcharme, busqué a un psiquiatra para poder entenderlo mejor, para ver si era posible salvar nuestra relación. No entré en detalles para no comprometerlo, y no voy a entrar en detalles ahora contigo. Pero creo que sería capaz de hacer cosas terribles si creyera que está haciendo el bien.

»E1 psiquiatra me explicó que mucha gente generosa, que se compadece por sus semejantes, es capaz de cambiar de actitud de un momento a otro. Se han hecho algunos estudios al respecto y denominan a este cambio el "efecto Lucifer", el ángel más amado por Dios, que quiso ejercer el mismo poder que Él.»«¿Y a qué se debe?», pregunta entonces otra voz femenina.

Pero, al parecer, no calcularon bien el tiempo de grabación, pues la cinta termina ahí.

Le gustaría mucho saber la respuesta. Porque sabe que no se está situando al mismo nivel que Dios. Porque está seguro de que su amada se inventa todo eso por miedo a volver y no ser aceptada. Por supuesto, ya ha tenido que matar por necesidad, pero ¿qué tiene eso que ver con el matrimonio? Mató en la guerra, con el permiso oficial que tienen los soldados. Mató a dos o tres personas, intentando hacer siempre lo mejor para ellas, puesto que ya no podían vivir con dignidad. En Cannes, sólo estaba cumpliendo una misión.

Y sólo mataría a alguien que ama si creyera que está loco, que ha perdido el rumbo y está destruyendo su propia vida. No permitiría nunca que la decadencia de la mente comprometiese un pasado generoso y brillante.

Sólo mataría a alguien que ama para salvarlo de una larga y dolorosa autodestrucción.

Igor mira el Maserati que acaba de parar delante de él, en zona prohibida; un coche absurdo e incómodo, obligado a circular a la misma velocidad que los demás a pesar de la potencia de su motor, demasiado bajo para carreteras secundarias, demasiado peligroso para las carreteras nacionales. Un hombre de unos cincuenta años que pretende aparentar treinta abre la puerta y sale, haciendo un enorme esfuerzo, ya que la puerta está muy cerca del suelo. Entra en la pizzería, pide una quattro formaggi para llevar.

Maserati y pizzería. Son dos cosas que no combinan, pero suceden.

Vuelve la Tentación. Pero ya no le habla de perdón, ni de generosidad, ni de olvidar el pasado y seguir adelante; es algo diferente, que siembra dudas de verdad en su mente. ¿Y si Ewa fuera, como ella decía, realmente infeliz? ¿Y si, a pesar de su profundo amor por él, estaba sumergida en el abismo sin fondo de una decisión mal tomada, como le sucedió a Adán en el momento en el que aceptó la manzana que le ofrecían y acabó condenando a todo el género humano?

Lo planeó todo, se repite por enésima vez. Su idea era volver a estar juntos, no dejar que una palabra tan corta como «adiós» pudiera arrasar por completo sus vidas. Comprende que un matrimonio siempre atraviesa algunas crisis, sobre todo después de dieciocho años.

Pero sabe que un buen estratega debe cambiar constantemente de planes. Envía un nuevo mensaje con el móvil, sólo para asegurarse de que lo va a recibir. Se levanta, dice una oración y pide no tener que beber del cáliz de la renuncia.

El alma de la insignificante vendedora de bisutería está a su lado.

Se da cuenta de que ha cometido una injusticia; no le costaba nada haber esperado un poco más hasta encontrar a un adversario que estuviera a su altura, como el tipo seudoatlético de pelo caoba del almuerzo bajo la carpa. O reaccionar ante la absoluta necesidad de evitarle a una persona nuevos sufrimientos, como había hecho con la chica del muelle.

La joven de las cejas espesas, sin embargo, parece flotar como una santa a su lado y le pide que no se arrepienta; ha actuado correctamente, salvándola de un futuro de sufrimiento y dolor. Su alma pura va apartando poco a poco a la Tentación, haciéndole comprender que la razón por la que está en Cannes no es forzar el regreso de un amor perdido; eso es imposible.

Está allí para salvar a Ewa de la decadencia y de la amargura. Aunque ella haya sido injusta con él, lo que hizo para ayudarlo merece una recompensa.

«Soy un buen hombre.»

Se acerca a la caja, paga la cuenta y pide una pequeña botella de agua mineral. Al salir, arroja todo el contenido sobre su cabeza. Necesita pensar con lucidez. Ha soñado tanto con que llegara ese día, y ahora se siente confuso.

17.06 horas

A pesar de que la moda se renueva cada seis meses, hay una cosa que permanece siempre igual: los guardias de seguridad de la puerta llevan siempre traje negro.

Hamid estudió alternativas para sus desfiles; guardias de seguridad con ropa de colores, por ejemplo, o todos vestidos de blanco. Pero en caso de salirse de la norma, los críticos se detendrían más en hacer comentarios sobre las «innovaciones inútiles» que en escribir sobre lo que realmente importaba: la colección que se presentaba en la pasarela. Además, el negro es un color perfecto: conservador, misterioso, grabado en el inconsciente colectivo gracias a las antiguas películas de Hollywood. Los buenos siempre vestían de blanco, y los malos de negro.

«Imagina que la Casa Blanca se llamara Casa Negra. Todo el mundo pensaría que en ella vivía el Príncipe de las Tinieblas.»

Todo color tiene un propósito, aunque se crea que se escogen al azar. El blanco significa pureza e integridad. El negro intimida. El rojo sorprende y paraliza. El amarillo llama la atención. El verde hace que todo parezca tranquilo, es posible seguir adelante. El azul calma. El naranja confunde.

Los guardaespaldas debían ir vestidos de negro. Había sido así desde el principio, y así debía seguir siendo.

Como siempre, tres entradas diferentes. La primera, para la prensa en general: pocos periodistas y muchos fotógrafos cargando con sus pesados equipos; parecen amables los unos con los otros, pero siempre están dispuestos a darles codazos a sus compañeros cuando llega el momento de conseguir el mejor ángulo, la foto única, el momento perfecto, la falta flagrante. La segunda, para los invitados, y la Semana de la Moda de París no era en absoluto distinta de ese balneario del sur de Francia: gente siempre mal vestida que seguramente no tiene dinero para comprar lo que se va a mostrar allí. Pero tienen que estar presentes con sus pobres vaqueros, sus camisetas de mal gusto, sus zapatillas de marca destacando entre todo el resto, convencidos de que eso significa tranquilidad y familiaridad con el ambiente, lo que era una absoluta mentira, por supuesto. Algunos llevan bolsos y cinturones que puede que fueran caros, y eso resultaba todavía más patético: como si pusieran un cuadro de Velázquez en un marco de plástico.

Finalmente, la entrada para los vips. Los de seguridad nunca saben nada, se limitan a mantener los brazos cruzados y a mirar de forma amenazadora, como si fueran los verdaderos dueños del local. La chica amable se acerca, educada para memorizar la cara de los famosos. Lleva una lista en la mano y se dirige a la pareja.

—Sean bienvenidos, señor y señora Hussein. Gracias por haber confirmado su asistencia.

Pasan por delante de todo el mundo; aunque el pasillo sea el mismo, una separación con pilares de metal y cintas de terciopelo rojo muestra en verdad quién es quién, y cuáles son las personas más importantes. Ése es el momento de la Pequeña Gloria, ser tratado de manera especial, y aunque ese desfile no forme parte del calendario oficial —al fin y al cabo, no hay que olvidar que Cannes es un festival de cine—, hay que respetar el protocolo rigurosamente. Debido a la Pequeña Gloria, en todos los eventos paralelos (como cenas, comidas, cócteles), hombres y mujeres se pasan horas delante del espejo, convencidos de que la luz artificial no hace tanto daño a la piel como el sol de fuera, donde tienen que usar toneladas de cremas protectoras. Están a dos pasos de la playa, pero prefieren las sofisticadas máquinas de broncear de los institutos de belleza que están siempre situados a una manzana del lugar en el que se hospedan. Disfrutarían de una hermosa vista si decidieran pasear por la Croisette, pero ¿cuántas calorías iban a perder con esa caminata? Mejor utilizar las cintas andadoras instaladas en los mini-gimnasios de los hoteles.

BOOK: El vencedor está solo
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