Read Elegidas Online

Authors: Kristina Ohlsson

Tags: #Intriga

Elegidas (15 page)

BOOK: Elegidas
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Alex y Peder parecían tremendamente aliviados cuando abandonaron el despacho del fiscal. Fredrika iba dos pasos detrás de ellos con el ceño fruncido.

Echó un vistazo a la lista de conocidos y familiares de Sara Sebastiansson con los que trataría de hablar al día siguiente. Como esperaba, la satisfacción de Peder fue evidente cuando, con mano izquierda, ella lo convenció para que él continuara investigando a los conocidos de Gabriel Sebastiansson. Definitivamente, en su rostro se dibujó el triunfo, como si le hubiera tocado la lotería.

Pero Fredrika se permitió dudar.

Ya no cuestionaba que el autor de los hechos fuera alguien con quien Sara, consciente o inconscientemente, hubiera tenido relación. Por el contrario, no estaba tan segura de que tuviera que ser Gabriel Sebastiansson. Fredrika pensó en la mujer con la que Ellen había hablado por la tarde. La que había vivido con un hombre que le pegaba y del que creía que era el mismo que había secuestrado a Lilian. Existía una remota posibilidad de que fuera Gabriel Sebastiansson, pero Fredrika dudaba incluso de eso. No había otras denuncias contra él, y tendría que haberlas si era el mismo hombre al que se refería la mujer en cuestión. Alex y Peder, impacientes, habían descartado su propuesta de seguir aquella nueva pista, y le habían pedido que «focalizara escenarios concretos y realistas» en lugar de inventárselos.

Fredrika sonrió con resquemor. Escenarios inventados. ¿De dónde habían sacado aquello?

Con la ayuda de Mats localizó la llamada. La mujer había telefoneado desde una cabina en el centro de la ciudad de Jönköping. Allí morían todas las pistas, en Jönköping. Fredrika se apresuró a comprobar si Gabriel Sebastiansson tenía contactos en aquella zona, pero no encontró ninguno.

Para ella estaba claro que la llamada no tenía nada que ver con Gabriel Sebastiansson. La cuestión era si tomarla en consideración o no. En el fondo, Ellen estaba en lo cierto: siempre llamaba un montón de gente rara cuando la policía pedía ayuda.

Fredrika frunció el ceño. Tal vez Alex tuviera razón y careciera de sensibilidad para la profesión. Por otra parte… Respiró hondo. Por otra parte… considerándolo todo, sus razonamientos no distaban tanto de lo que Alex y Peder definían como «trabajo policial».

Porque si se tenían en cuenta tanto la mujer con el perro del andén de Flemingsberg como la del aviso telefónico que le dio la pista a Ellen, a Fredrika sólo le quedaba su instinto. Y eso los chicos debían entenderlo.

Instinto. La sola mención de esa palabra le daba grima.

Se llevó una mano al pecho mientras con la otra anotaba otra tarea que hacer al día siguiente. «Ir a la estación de Flemingsberg.»

Le sonaron las tripas.

«Diálogo», pensó Fredrika. En aquellos momentos no había nadie con quien hablar aparte de su estómago.

22

Aquella tarde, al salir del trabajo, Peder Rydh estaba relajado. Incluso se sentía bien. Y por eso mismo no pensaba estropear la noche yéndose a casa con su malhumorada esposa. Se iría a tomar una cerveza con sus compañeros.

Siempre habían sabido que Gabriel Sebastiansson era quien se había llevado a la niña, pero ahora que lo habían confirmado podían olvidarse del «¿quién?» y centrarse en el «¿dónde?». ¿Dónde estaba la niña?

Peder se echó a reír cuando pensó en Fredrika, lanzándose sobre cualquier pista que surgiera en la investigación. No era lo que se dice un perro de caza, sino más bien un pequeño y cansado doguillo, con las patas demasiado cortas y el hocico demasiado alto. Peder se echó a reír de nuevo. Un doguillo, eso es justo lo que era. Y los doguillos no podían jugar con los perros grandes como Peder y Alex.

Sin saber cómo, había llegado al bar, al que entró con la espalda bien erguida.

Pia Nordh estaba allí. Vio que algunos de los chicos la habían reconocido y lo miraban sonriendo. Él les devolvió la sonrisa.
No comments, guys.

A diferencia de Ylva, a Peder le gustaba confiar en el destino, pues muchas veces lo había hecho muy feliz; en cambio, ella siempre quería planificar todo tanto como fuera posible. Tomarse la vida como venía no era su fuerte.

En realidad, Peder sabía que aquélla era la razón por la que se enamoraron. Era divertido y a la vez un reto vivir junto a alguien con una estructura mental completamente distinta.

Claro que también había el reverso de la moneda.

El destino seguía su propio camino y no se podía ignorar.

En verdad, resultaba irónico que fuera precisamente el destino el que en gran parte había arruinado sus vidas. A Peder le disgustaba pensar en ello, especialmente cuando bebía cerveza y estaba borracho, pero en realidad era exactamente así. Sus vidas estaban en gran parte arruinadas, y era culpa del destino.

Cuando la ginecóloga hizo la ecografía, tanto Ylva como Peder se quedaron mudos al saber que esperaban mellizos.

—Pero no hay mellizos en ninguna de las dos familias —había balbuceado Ylva.

La ginecóloga se lo explicó. Los mellizos, fruto de dos óvulos fecundados, podían deberse a una predisposición hereditaria. Sin embargo, los gemelos, concebidos de un solo óvulo, solían ser fruto del azar.

Peder encontró una tremenda fuerza interior en aquel concepto. Hijos de la casualidad. Sin embargo, no fue hasta mucho más tarde que se dio cuenta de que fue entonces cuando Ylva había comenzado a romperse, cuando oyó la palabra por primera vez.

—No era lo que habíamos pensado —repetía una y otra vez durante el embarazo—. No debía ser así.

Peder recordaba haberse sorprendido, porque nunca había tenido una idea clara de cómo «debía» ser.

Uno de los chicos del grupo interrumpió sus pensamientos al darle unas palmaditas en la espalda.

—¿Os va bien en el grupo de Recht? —preguntó con unos ojos que reflejaban con claridad su envidia.

Peder disfrutaba. Al infierno sus oscuros pensamientos, aquí había energía.

—Va todo viento en popa —respondió, satisfecho—. Alex es un profesional, un maestro en su trabajo.

Los compañeros asintieron en señal de respeto y Peder sintió que casi se sonrojaba. ¿Quién habría pensado que tras unos años en Orden Público estaría allí ahora refiriéndose al mismísimo Alex Recht como «Alex»?

—Te han ido bien las cosas, Peder —comentó el compañero—. ¡Enhorabuena, tío!

Peder abrió condescendiente los brazos para agradecer la felicitación.

—Invito a la próxima ronda —dijo en voz alta, y enseguida otros compañeros se acercaron a él.

Todos empezaron a hacerle preguntas. Los muchachos estaban muy interesados en cómo funcionaban las cosas en el grupo de Recht. Él disfrutaba tanto con aquella atención que no se preocupó de hacer hincapié en los aspectos negativos de su nuevo trabajo, por ejemplo, la falta de recursos y el hecho de tener que pedir personal de un lado y de otro. Además, trabajaba solo mucho más menudo que antes. Y Alex Recht no siempre estaba a la altura de su fama.

Al cabo de un rato se enzarzaron en una discusión sobre los otros colaboradores del exclusivo grupo. La conversación se deslizó hacia Fredrika Bergman casi de inmediato.

—Bueno —empezó a decir uno de los compañeros de Peder, de la policía de Södermalm—, en nuestro grupo también tenemos empleado a un civil. Y no he trabajado nunca con alguien menos capaz. Se pasa el día hablando de bases de datos y estructuras, y dibujando figuritas y líneas. Mucho ruido y pocas nueces, así de simple.

Peder se bebió deprisa la cerveza que había empezado y asintió con la cabeza.

—¡Es la puta verdad! —gritó—. Como si no tuvieran instinto para darse cuenta de lo que es relevante. Van a por todas las bolas al mismo tiempo y así es imposible trabajar.

Otro compañero miró a Peder de reojo con la vista turbia y sonrió de lado.

—Por lo menos esa Fredrika es agradable de mirar.

Peder le devolvió la sonrisa.

—Bueno —dijo—, no me gusta admitirlo pero… sí, alegra la vista.

En todas las caras de los allí reunidos se dibujó una sonrisa de entusiasmo y enseguida el grupo pidió otra ronda de cervezas.

Ya eran las once cuando Peder, discretamente, consiguió abandonar el bar en compañía de Pia Nordh. La cabeza le daba vueltas a causa del alcohol y la falta de sueño, pero el instinto no podía malinterpretarse: aquélla era otra de las contadas ocasiones que surgen en la vida de un hombre en las que tiene todo el derecho a acostarse con otra mujer que no sea la suya.

Cuando Pia, al cabo de un rato, cerró la puerta de su piso, en su cuerpo apenas quedaba espacio para los remordimientos de conciencia. Sólo alcohol y placer. Un placer enorme que disfrutó con todos los honores.

23

Teodora Sebastiansson pertenecía a una época que había terminado mucho tiempo atrás, algo de lo que era consciente y que le complacía. A veces, casi se sentía fuera de lugar en el presente.

Su madre nunca había usado medias tintas para explicarle en qué consistía la vida: había que estudiar, casarse y perpetuarse. Esto último, en palabras llanas, significaba reproducirse. Formación, marido e hijos, la santísima trinidad de las mujeres. No había lugar en los límites estrictos de aquella trinidad para una carrera profesional y tampoco hacía falta, ya que se esperaba que el marido mantuviera a su mujer. Si se estudiaba era exclusivamente con la intención de poder conversar con la gente culta.

Tal y como le había indicado a Fredrika Bergman, Teodora era de la firme opinión que su hijo habría podido encontrar un partido mucho mejor que Sara. Teodora había esperado pacientemente entre candilejas y tenía la esperanza de que su hijo cambiara de opinión y abandonara a su mujer mientras todavía hubiera una posibilidad. Para su indignación, aquello nunca ocurrió; por el contrario, fue Sara la que hizo abuela a Teodora.

Dado que había sido educada en una de las escuelas más severas de la vida, no había puesto objeción alguna a los intentos desesperados y probos de su hijo por dominar a su mujer. En realidad, y al contrario de lo que le había explicado a Fredrika Bergman, sabía muy bien cómo era la vida de su hijo junto a Sara y los episodios turbulentos que a veces sacudían su relación. Teodora no podía hacer otra cosa que lamentar la incapacidad de Sara para complacer a su marido. Ciertamente,
ciertamente
, Sara nunca había intentado disimular quién era, y Teodora se había dado cuenta de que el principal motivo de su hijo para casarse con ella fue una tardía rebeldía contra sus pobres padres. A pesar de todo, Teodora había dejado muy claro de qué parte estaba cuando su nuera había acudido a la policía. Ésta ya no se conformaba con la vida de lujo que Gabriel le ofrecía.

Era una tontería, una soberana tontería que Sara creyera que una buena madre como Teodora, en según qué circunstancias, traicionaría a su hijo o a su nieta. Sobre todo debía pensar en Lilian, se dijo a sí misma cuando levantó el auricular y llamó a dos viejos amigos de su marido que le debían a la familia Sebastiansson grandes favores y sumas de dinero.

Lo más fácil fue salvar a Gabriel con una coartada que necesitaba y se merecía. Lo difícil fue enseñarle el camino para el futuro. Tras la segunda época turbulenta de su matrimonio y la segunda denuncia a la policía, Teodora mantuvo una seria conversación con su hijo: no le importaba la forma que tuviera de modelar a Sara, pero la policía no debía verse implicada. Era vergonzoso para la familia y, a la larga, sería difícil lavar su nombre una y otra vez. En especial porque su violencia en los enfrentamientos dejaba huellas claras, y ella no tenía el suficiente sentido común como para callarse y solucionar aquellos temas en familia.

Después de que un juez dictara una orden de alejamiento y le prohibieran a Gabriel visitar a su mujer por haberla llamado un centenar de veces durante una noche, Teodora se hartó. O Gabriel trataba de recuperar a Sara, lo que no consideraba una buena idea, o dejaba de intentar hacer de ella una buena persona y solicitaba el divorcio. El divorcio y la custodia total de su hija.

Teodora no sabía exactamente qué había ocurrido, pero de repente su hijo y Sara volvieron a vivir juntos. Aunque no duró mucho. Ella seguía complicando las cosas y pronto se produjo una nueva separación.

Y ahora Sara había conseguido con un ingenio incomprensible perder a la única nieta de Teodora. Le temblaba todo el cuerpo. Por lo visto, aquella mujer no tenía límites para destrozar la vida de la familia Sebastiansson. Teodora, que también era madre, había visto cómo trataba Sara a su hija. Sin mano dura y sin atención maternal. Si le devolvían la niña a su madre, Teodora lucharía con todas sus fuerzas para que su hijo se ocupara de su educación. Finalmente, Sara tendría un enemigo a quien no podría derribar ni con denuncias ni con amenazas. Así aprendería lo que ocurría cuando una preparaba su propia caída e intentaba llevarse consigo a la niña para convertirla en una desgraciada.

Debido a sus sentimientos hacia su nuera y su nieta, no había tenido ningún reparo en mentir en favor de su hijo, tanto el día anterior como en la conversación que había mantenido esa misma mañana con Fredrika Bergman. Era lamentable que su hijo no la hubiera informado de que se cogía vacaciones, ya que eso la había impedido preparar las mentiras que debía decir.

Suspiró.

—Volverán —dijo él.

Teodora dio un respingo ante el repentino sonido de la voz masculina.

—Querido, me has asustado.

Gabriel atravesó el umbral de la biblioteca de su padre, donde Teodora había permanecido sentada desde que Fredrika Bergman abandonó la casa. Teodora se levantó y fue despacio hacia él.

—Debo saberlo, Gabriel —dijo en voz baja y con firmeza—. Debo saber la verdad. ¿Tienes algo que ver con la desaparición de Lilian?

Gabriel Sebastiansson apartó la mirada de su madre y miró por la ventana.

—Creo que va a haber tormenta —comentó con voz ronca.

24

Antes, cuando Nora era mucho más joven, la oscuridad había sido su enemiga. Ahora que era una persona adulta, lo llevaba mejor. La oscuridad era su compañera y cada tarde y cada noche le daba la bienvenida. Ocurría lo mismo con el silencio: le daba la bienvenida porque lo necesitaba.

Al cobijo de la oscuridad y el silencio, Nora preparaba precipitadamente una maleta con ropa. Como era habitual en verano, el cielo no acababa de ennegrecer, pero a ella el azul marino y sedoso ya le bastaban. El suelo crujía bajo sus pies descalzos mientras se movía por la habitación. El sonido la asustaba. El sonido molestaba al silencio y el silencio no quería ser molestado. No ahora. No cuando ella tenía que concentrarse. En realidad, esta vez era fácil hacer el equipaje. No necesitaba llevárselo todo, ya que sólo estaría fuera unas semanas.

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