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Authors: Gore Vidal

Tags: #Histórico, Aventuras

En busca del rey

BOOK: En busca del rey
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En busca del rey recrea uno de los episodios más misteriosos e interesantes de la Tercera Cruzada, e incluso de toda la Edad Media. Capturado por el archiduque Leopoldo, el rey Ricardo Corazón de León cifra todas sus esperanzas en el trovador Blondel para recuperar la libertad y regresar a Inglaterra. Intensa novela de viaje y aventuras, que explora al mismo tiempo los sentimientos de amistad y fidelidad.

Gore Vidal es un clásico vivo de la letras en lengua inglesa y uno de los autores más admirados en el campo de la novela histórica. El aire de epopeya que impregna la novela la dota además de un encanto que rara vez se encuentra en nuestros tiempos.

Gore Vidal

En busca del rey

Una leyenda del siglo XII

ePUB v1.0

Joselín.
15.05.12

Título original:
A Search for the King

Gore Vidal, 1950

Traducción: Juan Carlos Gardmi

Editor original: Joselín. (v1.0)

ePub base v2.0

Para Dot

y

para Louise Nicholl
NOTA

En la casa de mi abuelo, en Washington, había un enorme desván revestido de anaqueles con varios millares de volúmenes: historia constitucional, derecho, actualidades, religión, ejemplares del
Congressional Record
(por entonces él era senador) y, en el rincón nordeste, unos cien libros que mi abuelo me permitía considerar de mi propiedad. Casi todos mis libros eran ediciones de cuentos de hadas del siglo
XIX
, unos pocos textos de historia y una terrible (y prohibida) historia fotográfica de la Primera Guerra Mundial. Desde que tuve cinco años y aprendí a leer, hasta los diez o los once, cuando me mudé, leí cuanto pude, me estropeé la vista y atiborré mi memoria con toda suerte de fantasmas que ya no puedo identificar, personajes y acontecimientos que continúan rondándome con su insistente anonimato. Pero hay una historia que siempre he recordado con claridad. Creo que formaba parte de
El libro de la sabiduría
, y a menudo la releía y reflexionaba en torno a ella. Finalmente, en el otoño de 1947 decidí reelaborarla en un libro.

La búsqueda del rey Ricardo por parte de Blondel fue una invención de la
Crónica de Reims
, un texto del siglo
XIII
. Como suele suceder, los hechos no tuvieron nada que ver con el presente relato. Según todas las versiones, Ricardo fue capturado por el austríaco Leopoldo, descubierto por una comisión inglesa constituida al efecto, juzgado por una corte y devuelto a su país después de pagar el primer plazo de un generoso rescate. Blondel, un poeta cortesano entrado en años, nunca figuró en este delicado manejo político. Pero ya que siete siglos han preferido creer una historia diferente, hice caso omiso de los hechos y me puse del lado de la tradición, pues no son comunes las historias acerca de la amistad: el tema más popular siempre ha sido el amor tempestuoso. Ésta es, pues, una narración picaresca y legendaria, que ha sido repetida durante siglos y que siempre me ha deleitado, tanto al recordarla como ahora al escribirla.

G.V.

Nueva York

Septiembre de 1949

I

LA CAPTURA

(Otoño de 1192)

1

l cielo estaba blanco ahora. Al alba había empezado a soplar el viento y, al alba, tres bajeles pequeños atracaron en Zara. El viento rasgó la niebla matinal del mar Adriático, aclarando el cielo.

Blonijel de Néel se rascó y contempló el mar, evocando con un estremecimiento las borrascas y los naufragios, Palestina, y, recientemente, Corfú. Bostezó, estirándose hasta que sus hombros crujieron confortablemente: pensó qué agradable sería descansar unas semanas en un castillo acogedor y cambiar sus piojos sarracenos por piojos europeos. Tal vez, ahora que estaba de vuelta en tierra, escribiría una balada acerca del mar: deidades marinas, borrascas, infieles, cruzados. Empezó a canturrear quedamente mientras se paseaba de un extremo al otro del muelle.

El puerto de Zara era pequeño, más oriental que europeo, con callejas angostas y tortuosas y figuras con única y tez morena que parloteaban y regateaban. Más allá de la ciudad pudo distinguir unos cerros bajos, boscosos y oscuros. Entre la ciudad y los cerros había campos cultivados, pero para alguien habituado a la campiña francesa esta tierra resultaba extraña, incluso montaraz, y, en algunos lugares, desolada. La ciudad en si misma carecía de atractivos. A Blondel le gustaban las ciudades y le gustaba el campo, pero los puertos pequeños, los pueblos pequeños y los castillos intrascendentes lo aburrían. Además, los pueblos pequeños eran peligrosos. Por supuesto que ahora las cosas estaban mejor que en los días previos a la primera cruzada, cuando acostumbraban apedrear a los extraños por sistema. Los ejércitos, sin embargo, habían alterado la situación. Ahora las gentes estaban habituadas a las compañías de hombres que marchaban del oeste al este y que más tarde regresaban del este al oeste, llenos de cicatrices y casi nunca más ricos.

Marinos del lugar los observaban desde la orilla; no se molestaban, sin embargo, en acercarse al borde del muelle donde estaban descargando los tres bajeles. Sólo había dos embarcaciones más en el puerto, un par de pesqueros.

Ahora estaban descargando los caballos. Las bestias estaban nerviosas: los palafreneros los calmaban, los empujaban y acariciaban para que subieran al muelle. Vio cómo desembarcaban el suyo, ya ensillado. El animal dio un respingo y Blondel rogó que su viola no sufriera ningún daño. Era su instrumento favorito, y lo traía consigo desde Francia. Era la misma viola que había tocado la noche de la caída de San Juan de Acre.

Un palafrenero le trajo el caballo; Blondel montó y se dirigió al extremo más atestado del muelle. Los cascos hacían un ruido hueco y profundo en la madera mientras cabalgaba entre esa multitud de hombres y caballos. Estaban ordenando el equipaje y los lugartenientes de rey, Baudoin de Bethune y Guillermo de l'Etoug, vociferaban órdenes. En medio de una confusión de palafreneros, caballeros y escuderos, estaba el rey Ricardo. Fruncía el ceño, hablaba apresuradamente y, para sorpresa de Blondel, vestía una larga y parda túnica de monje.

—Bueno, veo que por lo menos alguien ha recuperado su caballo —dijo Ricardo con irritación—. El mío parece que lo han perdido. —Pedía el caballo a gritos, colérico como de costumbre; Blondel, que en el curso de esos tres años lo había conocido mejor que ningún otro hombre, a veces lo encontraba temible. Lo observó mientras se apartaba de los ojos el pelo largo y abundante; a los treinta y cuatro años Ricardo estaba encaneciendo y profundos surcos se curvaban bajo las comisuras de su boca pequeña, en parte disimulados por una barba corta. Era un hombre vanidoso y bien parecido; pero, pese a ser vanidoso, las caras feas le disgustaban y siempre se rodeaba de gente bien parecida.

—¿Ese es tu disfraz, señor? —preguntó Blondel.

Ricardo asintió pensativamente, mientras observaba el desembarco de los caballos.

—Algún disfraz tengo que llevar en Austria.

Ricardo, que aborrecía el mar, había decidido de pronto en Corfú que atravesar el Mediterráneo y luego bordear la costa de Francia les llevaría mucho tiempo, y había preferido viajar por tierra.

—Pero con esto todo el mundo se enterará de que estás en Austria —dijo Blondel, mirando la multitud de caballeros y servidores, equipajes y caballos.

Ricardo sonrió.

—Seré un mercader que regresa de Oriente. Nos dividiremos en dos grupos. El más grande va con el equipaje y el más pequeño va conmigo. Baudom, Guillermo y tú vendréis conmigo; viajaremos sin estorbos…

Se les acercó Baudoin de Bethune, un joven de pelo rojo y oscuro que había sido amigo de Ricardo cuando éste era duque de Aquitania, antes de acceder al trono. Baudoin había estado en Chinon, recordó Blondel, a la muerte del rey Enrique, y como ex favorito detestaba a Blondel, quien lo detestaba a su vez, pues pese a haber pasado casi toda la vida entre nobles, a veces Blondel se sentía incómodo con ellos, y en secreto temía su hostilidad. Por supuesto que ahora era un trovador famoso y el favorito de Ricardo, y solían tratarlo con respeto, pero había unos pocos, Baudoin entre ellos, que lo detestaban y continuamente le recordaban, a través de indirectas, que sólo era el hijo de un labriego de Artois.

Baudóin anunció que todo el equipaje estaba descargado, y que los hombres esperaban órdenes. El rey echó un vistazo al muelle, pasando revista a los treinta o cuarenta hombres que habían de regresar con él, en su mayoría, al igual que él, normandos y no ingleses. Blondel lo observaba, como de costumbre, con afecto y ansiedad: tal como los marineros suelen observar la superficie del océano.

Ricardo estaba de un buen humor. Se volvió hacia ellos, y estaba a punto de hablarles cuando se acercó un hombre vestido con una librea desconocida. Los miró a los tres, obviamente sin saber a quién dirigirse. Finalmente interpeló a Baudoin, el más ricamente vestido de los tres. Hablaba en latín, un latín defectuoso, pensó Blondel, quien había aprendido la lengua universal de un sacerdote de Artois.

—Vengo en representación del señor de Zara, a quien le gustaría conocer tu identidad y el motivo de tu visita.

Baudoin empezó a hablar, pero luego decidió no hacerlo y se volvió hacia el rey, quien empleó su voz más política y persuasiva:

—Dile al señor de Zara que soy un mercader de Normandía y que vuelvo de un viaje, ay, infortunado por Oriente. Algunos de estos gentilhombres que ahora me escoltan lucharon en la batalla de Acre. Se unieron a mí en Corfú y para protección mutua hemos resuelto volver juntos a Normandía, por tierra. Preséntale nuestros respetuosos saludos a mi señor de Zara y solicítale que por esta noche nos permita alojarnos en sus posadas, sin duda hospitalarias.

El hombre hizo una reverencia y se alejó con lentitud, mirando a su alrededor con curiosidad.

—Vamos —dijo entonces Ricardo—. Me dicen que hay una posada al otro lado del pueblo, en las afueras. Pasaremos el día aprovisionándonos y partiremos mañana.

Era bueno volver a montar, pensó Blondel: bambolearse por encima del suelo, rítmica y naturalmente, y no zarandearse de modo brusco de un lado al otro como en el mar. Palpó la alforja izquierda: la viola seguía intacta. Esto lo alegró y empezó a canturrear una de sus canciones.

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