—¡Silver! —La voz de la doctora Yei retumbó en la habitación cuando se abrió la puerta.
Un segundo después, la voz grave de Van Atta.
—Silver, ¿qué sabes tú de todo esto?
—Oh, mierda —murmuró Leo entre dientes. Sus manos se cerraron en un puño de frustración.
Silver retrocedió, indignada, cuando comprendió.
—¡Usted…! —Sin embargo, casi se echó a reír. ¿Leo tan sutil y tramposo? Lo había subestimado. ¿Entonces los dos llevaban máscaras ante el mundo? Si era así, ¿qué territorios desconocidos se ocultaban detrás de su rostro cándido?
—Por favor, Silver, antes de que lleguen aquí… No podré ayudarte si…
Era demasiado tarde. Van Atta y Yei ya estaban en la habitación.
—Silver, ¿sabes adonde han ido Claire y Tony? —preguntó la doctora Yei, sin aliento. Leo se apartó en silencio, como si estuviera interesado en la fina estructura de los brotes de judías blancas.
—Por supuesto que lo sabe —replicó Van Atta, antes de que Silver pudiera responder—. Esas jovencitas son amigas íntimas. Te digo que…
—Ya sé —murmuró Yei.
Van Atta se acercó a Silver, furioso.
—Escúpelo, Silver, si sabes lo que te conviene.
Silver cerró los labios y levantó el mentón.
La doctora Yei hizo un gesto de disgusto a espaldas de su superior.
—Muy bien, Silver —comenzó, con calma—, no es momento de andar con juegos. Si, como sospechamos, Tony y Claire intentaron abandonar el Hábitat, podrían estar en serios problemas a esta altura, incluso sufrir peligro físico. Me alegra ver que quieres ser leal a tus amigos, pero te suplico que sea una lealtad responsable. Los amigos no permiten que sus amigos sufran.
Los ojos de Silver traslucían la duda. Abrió la boca y tomó aire como para hablar.
—¡Maldición! —gritó Van Atta—. No puedo perder mi tiempo hablando dulcemente con esta putita. Esa perra de la vicepresidenta, con esos ojos de víbora, está esperando allí arriba en este momento para que continúe el espectáculo. Ya ha empezado a hacer preguntas y si no recibe pronto las respuestas, ella misma vendrá a ver qué sucede. Ésa sí que juega duro. De todas las ocasiones en que podía tener un ataque de idiotez así, ésta era la peor. Tiene que ser algo deliberado. Nada de todo esto puede ser accidental.
Su rostro enfurecido estaba produciendo el efecto usual en Silver. Le temblaba el vientre y las lágrimas no derramadas nublaban su visión. Una vez había sentido que le daría todo, haría cualquier cosa, si tan sólo él se pudiera calmar, sonreír y bromear nuevamente.
Pero esta vez no
. Ese amor inicial que había sentido por él la había empezado a abandonar, poco a poco, y ahora le sorprendía darse cuenta de lo poco que quedaba. Una concha vacía podía ser rígida y fuerte…
—No pueden obligarme a decir nada —murmuró.
—Como yo pensaba —gritó Van Atta—. ¿Dónde está su
socialización total
ahora, doctora Yei?
—Si usted se abstuviera de enseñar a mis sujetos un comportamiento antisocial —dijo la doctora Yei entre dientes—, no tendría que enfrentarse a sus consecuencias.
—No sé a qué se está refiriendo. Yo soy un ejecutivo. Mi trabajo consiste en ser exigente. Por eso GalacTech me puso a cargo de esta estación. El control del comportamiento es responsabilidad de su departamento, Yei, o por lo menos eso es lo que usted argumentaba. Así que cumpla con su trabajo.
—
Formación
del comportamiento —lo corrigió la doctora Yei.
—¿Para qué diablos sirve todo eso si se desintegra en el preciso instante en que se complican las cosas? Yo quiero algo que funcione todo el tiempo. Si usted fuera ingeniero, nunca lograría cumplir las especificaciones de confiabilidad. ¿No es cierto, Leo?
Leo soltó un tallo de la planta de judías y sonrió. Le brillaban los ojos. Debía haber estado masticando su respuesta. Pero prefirió no contestar.
A Silver se le ocurrió un plan sencillo. Tan sencillo que seguramente podría llevarlo a cabo. Lo único que tenía que hacer era no hacer nada. No hacer nada. No decir nada. A la larga, la crisis pasaría. No podían lastimarla físicamente, después de todo. Era una propiedad valiosa de GalacTech. El resto era puro ruido. Se refugió en la seguridad que brinda el no saber nada. Su silencio era absoluto.
El silencio se volvió tan espeso como el aceite frío.
Silver sentía que el silencio casi le hacía atragantarse.
—De manera que —Van Atta se dirigía a ella—, así es como quieres jugar. Muy bien. Es tu elección. —Se dirigió a la doctora Yei—. ¿Tiene algo en la enfermería que sea parecido al pentotal fuerte, doctora?
—El pentotal fuerte sólo es legal en los departamentos de policía, señor Van Atta.
—¿No necesitan una orden judicial para usarlo? —preguntó Leo, sin dejar de mirar la hoja que tenía entre los dedos.
—Con los ciudadanos, Leo. Ella no es una ciudadana —dijo Van Atta señalando a Silver—. ¿Qué me dice, doctora?
—Para responder a su pregunta, señor Van Atta, no. Nuestra enfermería no almacena drogas ilegales.
—Yo no dije que fuera pentotal. Dije algo parecido —dijo Van Atta irritado—. Una especie de anestésico o algo así, para una emergencia.
—¿Estamos en una emergencia? —preguntó Leo, siempre con la hoja en la mano—. Pramod reemplazará a Tony y seguramente una de esas otras chicas con bebés puede tomar el lugar de Claire. ¿Por qué la vicepresidenta de Operaciones tendría que notar la diferencia?
—Si llegamos a tener que sacar a dos de nuestros trabajadores del pavimento terrestre… —Silver se estremeció ante este eco de su imagen aterradora— …o encontrarlos congelados, flotando en alguna parte ahí arriba, será extremadamente difícil esconder la realidad. No conoces a esa mujer, Leo. Tiene el mismo olfato especial de una comadreja para descubrir problemas.
—Entiendo —dijo Leo.
Van Atta volvió a dirigirse a Yei.
—¿Qué me dice, doctora? ¿O prefiere esperar hasta que alguien nos llame preguntándonos qué hacen con los cuerpos?
—La Thalacina-5 es bastante parecida al pentotal —murmuró la doctora Yei, a desgana—, en determinadas dosis. Sin embargo, la hará sentirse mal durante uno o dos días.
—Ésa es su elección. —Se dio vuelta hacia Silver—. Tu última posibilidad, Silver. Ya basta. Odio la deslealtad. ¿A dónde fueron? Dímelo o te espera la aguja, ahora mismo.
Su silencio había pasado a ser un sentimiento más humano. Valentía humana, activa y dolorosa.
—Si me hace eso —Silver murmuró con una dignidad desesperada—, hemos terminado.
Van Atta retrocedió, con una furia incontrolable.
—¿Terminado? ¿Tú y tus amiguitos conspirando para sabotear mi carrera al frente de la compañía y ahora me dices que hemos terminado? Maldición, sí que hemos terminado.
—Seguridad de la Compañía, Estación de Lanzaderas número Tres. Habla el capitán Bannerji —recitó George Bannerji en su micrófono—. ¿Puedo ayudarle en algo?
—¿Está usted a cargo aquí? —preguntó el hombre bien vestido que había aparecido en la pantalla. Era obvio que estaba trabajando bajo una fuerte emoción, porque respiraba entrecortadamente. Se le notaban los músculos de la mandíbula.
Bannerji sacó los pies del escritorio y se inclinó hacia adelante.
—¿Sí, señor?
—Mi nombre es Bruce Van Atta, director del Proyecto en el Hábitat. Verifique la impresión de mi voz o cualquier otra cosa que necesite hacer.
Bannerji se sentó erguido y marcó el código de verificación. Por un instante, apareció la palabra «correcto» sobre el rostro de Van Atta. Bannerji se sentó aún más erguido.
—Sí, señor, adelante.
Van Atta hizo una pausa, como si estuviera eligiendo las palabras, y habló lentamente, aunque la urgencia de pensamiento se veía reflejada en su rostro tenso.
—Tenemos un pequeño problema, capitán.
Luces de alarma y sirenas estallaron en la cabeza de Bannerji. Podía reconocer cuándo un comentario ocultaba algo.
—¿Ah, sí?
—Tres de nuestros sujetos experimentales escaparon del Hábitat. Interrogamos a su cómplice y creemos que escaparon en el vuelo B119 y ahora están por algún lugar en la Estación número Tres. Es de suma urgencia que sean capturados y devueltos lo antes posible.
Bannerji puso los ojos como platos. Por cuestiones de seguridad de la compañía, se ocultaba cualquier información sobre el Hábitat. Sin embargo, nadie que trabajara en Rodeo durante algún tiempo dejaba de enterarse que allí se llevaban a cabo ciertos experimentos genéticos. En general, a los nuevos empleados les llevaba más tiempo descubrir que todas esas historias de monstruos exóticos que contaban los más experimentados no eran más que una exageración, para burlarse de su credulidad. Hacía apenas un mes que Bannerji había sido transferido a Rodeo.
Las palabras del jefe del proyecto retumbaban en la cabeza de Bannerji.
Escaparon
.
Capturados
. Los criminales escapaban. Los animales peligrosos del zoológico escapaban, cuando sus cuidadores se descuidaban, y entonces un pobre policía tenía que salir a capturarlos. Ocasionalmente, ciertas armas biológicas escapaban. ¿Con qué tipo de cosas se enfrentaría?
—¿Cómo los reconoceremos, señor? ¿Se parecen a los seres humanos? —preguntó.
—No. —Van Atta alcanzó a percibir la sorpresa en el rostro de Bannerji, porque le contestó en forma irónica—. No tendrá ningún problema para reconocerlos, se lo aseguro, capitán. Y cuando los encuentre, llámeme de inmediato a mi línea privada. No quiero que esto se divulgue por todos los canales. Por amor de Dios, que todo se haga con la mayor calma. ¿Entiende?
Bannerji llegó a imaginar el pánico público.
—Sí, señor, entiendo perfectamente.
Su propio pánico era otra cosa. No cobraría el enorme salario que recibía si trabajar en Seguridad sólo consistiera en esos largos recreos y esas caminatas agradables por una propiedad completamente desierta. Siempre había sabido que llegaría el día en que tendría que ganarse su sueldo.
Van Atta asintió. Bannerji llamó por teléfono a su subordinado e hizo localizar a los hombres que tenía libres. Un jefe de Seguridad, que acababa de ser promovido, no podía jugar con algo que, aparentemente, estaba haciendo sudar a un ejecutivo.
Abrió el armario de las armas y sacó pistoleras para él y sus hombres. Puso una de las pistolas en la palma de la mano. Era algo tan pequeño. Parecía un juguete. Con disparos de este tipo de armas GalacTech no se estaba arriesgando a ninguna demanda legal.
Bannerji se detuvo un momento y luego volvió a su escritorio. Abrió un cajón. La pistola no registrada estaba dentro de su caja cerrada, con la pistolera de hombro enroscada a su alrededor, como una serpiente dormida. Una vez que Bannerji se la hubo ajustado y se puso encima el uniforme, se sintió mucho mejor. Se dio la vuelta, decidido, para saludar a sus oficiales, que se presentaban a trabajar.
Leo se detuvo fuera de las puertas de la enfermería del Hábitat para reunir valor. Se había sentido más tranquilo internamente cuando una llamada de Pramod lo había alejado del interrogatorio penoso al que estaban sometiendo a Silver. Pero ese alivio interno le hacía sentirse avergonzado. El problema de Pramod —las fluctuaciones de los niveles de potencia en su soldador indicaban la contaminación. gaseosa del cátodo emisor de electrones— lo había mantenido ocupado durante un tiempo, pero una vez que terminó la demostración de soldadura, la vergüenza lo había hecho regresar.
¿Qué es lo que vas a hacer por ella a estas horas?
su conciencia se burlaba de él.
¿Tranquilizarla brindándole tu apoyo moral, siempre que no te comprometa en nada inconveniente o desagradable?
¡Qué cómodo!
Sacudió la cabeza y oprimió el control de la puerta.
Flotó silenciosamente junto a la estación de control sin registrarse. Silver estaba en un cubículo privado, en la enfermería, en el extremo opuesto del módulo. La distancia había servido para atenuar los gritos y los llantos.
Se asomó a la ventana de observación. Silver estaba sola. Flotaba, en un área cerrada, contra la pared. Con la luz fluorescente, tenía el rostro verdoso, pálido y húmedo. Sus ojos parecían haber perdido ese color azul intenso. Con una de las manos superiores apretaba una bolsita arrugada, todavía sin usar, útil en caso de malestar espacial.
Él sí que se sentía mal. Miró por el corredor para estar seguro de que nadie lo observaba, tragó el nudo de rabia e impotencia que tenía atascado en la garganta y entró.
—Hola, Silver. —Leo comenzó a hablar, con una sonrisa débil—. ¿Cómo va? —Se maldijo en silencio por las sandeces que estaba diciendo.
Unos ojos borrosos lo encontraron y lo enfocaron sin comprender.
—Oh, Leo. Creo que me he quedado dormida… por un rato. He tenido unos sueños curiosos… todavía me siento mal.
La droga debía de estar disolviéndose. Su voz había perdido ese tono cansado que tenía durante el interrogatorio, unas horas antes. Ahora era más suave, firme y segura de sí.
—Esa porquería me hizo vomitar —agregó con cierta indignación—. Nunca antes había vomitado. Nunca. Y eso me hizo
vomitar
.
Leo había aprendido que en caída libre, el pequeño mundo de Silver, existían intensas inhibiciones sociales contra el vómito. Seguramente se habría sentido mucho menos molesta si la hubieran desnudado en público.
—No ha sido culpa tuya —se apresuró a decir Leo, para calmarla.
La muchacha sacudió la cabeza. Sus cabellos lacios habían perdido la aureola brillante de siempre.
—Debería haber… Pensé que podría… El Ninja Rojo nunca le contó sus secretos al enemigo y ellos lo drogaban y lo torturaban.
—¿Quién? —preguntó Leo, asombrado.
La voz de Silver se quebró en un sollozo.
—También descubrieron lo de nuestros libros. Esta vez van a encontrarlos todos… —Tenía las pestañas mojadas de lágrimas que no caían. Sólo se acumulaban hasta que se secaban. Cuando abrió los ojos para mirar a Leo en una toma de conciencia horrenda, dos o tres gotas cayeron por sus mejillas—. Y ahora el señor Van Atta piensa que Ti debía saber que Tony y Claire estaban en su nave. Dice que va a hacer que lo despidan. Encontrará a Tony y a Claire allí abajo… No sé que es lo que les va a hacer. Nunca había visto al señor Van Atta tan furioso.
Leo transformó su sonrisa en un gesto. Seguía intentando hablar con cordura.