En picado (22 page)

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Authors: Nick Hornby

BOOK: En picado
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El caso es que resultó que la opción no era ni mucho menos la más fácil. Joder! ¡Deberían intentar leer los escritos de esa gente que se ha suicidado! Empezamos con Virginia Woolf, y conseguí leer como dos páginas de ese libro sobre un faro, pero lo que leí me bastó para comprender por qué se había matado: se había matado porque no podía hacerse entender. No tienes más que leer una frase para verlo. Me sentí un poquito identificada con ella, porque hay veces que a mí también me pasa eso, pero su equivocación fue hacerlo público. Quiero decir que, en cierto modo, fue afortunada, porque dejó detrás de ella una especie de recuerdo, y así la gente como nosotros puede quizá aprender de sus problemas y demás, pero para ella no fue bueno. Y también tuvo mala suerte, si se piensa en ello, porque en aquel tiempo cualquiera podía publicar un libro porque no había mucha competencia. Entrabas en el despacho de un editor y decías: Verá, querría publicar esto, y él decía: Oh, perfecto. Mientras que hoy te dicen: No, querida, váyase. No va a entenderla nadie. Dedíquese al Pilates o a bailar salsa.

JJ era el único que pensaba que era brillante, así que tuve una agarrada con él por ese motivo, y él una agarrada conmigo porque a mí no me gustaba. Y va y dice: ¿Es porque tu papá lee libros? ¿Por eso vienes aquí como una lerda? Lo cual fue muy fácil de contestar, porque papá no lee libros (¡fallaste!), y así se lo hice saber. Y luego le digo: ¿Es porque no fuiste al instituto? ¿Por eso piensas que todos los libros son geniales, aunque sean una mierda? Porque hay gente que es así, ¿me equivoco? No tienes derecho a decir nada sobre los libros porque son libros, y los libros son, ya sabes, Dios. En fin, que lo que le dije no le gustó mucho, lo que indica que le di donde le dolía. Él dijo que podía ver perfectamente lo que iba a pasar con nuestro grupo de lectura, que yo lo iba a fastidiar por completo, y que cómo podía haber sido tan estúpido como para no haberse dado cuenta antes. Y yo le digo: No voy a fastidiar nada. Si un libro es una mierda, lo digo y ya está. Y él dice: Sí, pero es que vas a decir que todos son una mierda, ¿no?, porque te encanta llevar la puta contraria, perdón, Maureen. Y yo digo: Sí, y tú vas a decir que todos son geniales, porque te encanta dar coba. Y él dice: Son todos magníficos. Y siguió hablando de los autores que íbamos a tratar en el grupo —Sylvia Plath, Primo Levi, Hemingway—. Así que yo digo: Bien, ¿y para qué sirve entonces el grupo de lectura, si tú ya sabes de antemano que todos son estupendos? ¿Qué es lo que te hace gracia? Y él dice: Esto no es
Operación Triunfo
, tía. No tienes que votar por el mejor. Todos son buenos, y lo aceptamos como un hecho, y comentamos sus ideas. Y yo digo: Bien, si ella es el botón de muestra, yo no acepto que todos son estupendos; más bien todo lo contrario. Y JJ acabó agotado con la controversia, y entonces hubo una especie de momento tenso, y Martin tomó cartas en el asunto y decidimos no discutir de libros durante un tiempo; o sea, nunca más. Y fue entonces cuando decidimos tratar el tema del suicidio musical. Maureen no había oído hablar nunca de Kurt Cobain, ¿se lo pueden creer?

Yo pienso. Sé que nadie se lo cree, pero pienso. Lo que pasa es que mi manera de pensar es diferente de la de los demás. Antes de pensar, tengo que estar furiosa y puede que un poco violenta, lo cual entiendo que sea algo desagradable para todo el mundo, pero me importa una mierda. El caso es que aquella noche, en la cama, pensé en lo que había dicho JJ de que yo odiaba los libros porque mi padre leía. Y es cierto lo que dije, que no lee, no realmente, aunque por su trabajo tenga que fingir que lo hace.

Jen era lectora, ella sí. Adoraba sus libros, pero a mí me daban miedo. Me daban miedo cuando Jen aún estaba en casa, y me dan más miedo ahora. ¿Qué había en ellos? ¿Qué le decían a ella, cuando se sentía infeliz y sólo les escuchaba a ellos y a nadie más, ni a sus amigas, ni a su hermana, ni a nadie? Me levanté de la cama y fui a su habitación, que estaba exactamente igual que el día en que desapareció. (La gente siempre lo hace en las películas, y tú piensas: «Bueno, vale», como si no estuvieras deseando tener una habitación de invitados, o un sitio donde dejar tus porquerías. Y te entran ganas de entrar en ella y ponerla toda patas arriba.) Y ahí están sus libros:
La historia secreta, Catch—22, Matar un ruiseñor, El guardián entre el centeno, No logo, La campana de cristal
(que, mira qué coincidencia —o quizá no—, es uno de los libros que JJ quería que leyéramos),
Crimen y castigo, 1984, Good Places To Go When You Want To Disappear...
[26]
Parecía una broma, este último.

No creo que fuera a ser nunca una buena lectora, porque la inteligente era mi hermana, no yo, pero estoy segura de que habría llegado a ser mejor en esto si no me hubiera quitado todas las ganas al desaparecer. No era la primera vez que había entrado en su cuarto, y no sería la última, lo sabía,
y
los libros seguían allí quietos, mirándome, y lo que más odio es saber que alguno de ellos podría ser capaz de hacer que comprendiera. No me refiero a encontrar alguna frase que ella hubiera subrayado y que me diera una clave sobre dónde estaba, aunque miré a ver si la encontraba, hace algún tiempo. Anduve hojeando sus libros, por si veía algún signo de admiración al lado de Gales, o un redondel alrededor de Texas. Quiero decir que si leo todo lo que a ella le encantaba, y todo lo que le llamaba la atención en aquellos meses últimos, podría hacerme una idea de por dónde andaba entonces su cabeza. No sé ni siquiera si estos libros son serios, tristes o de miedo. Y ustedes pensarán que tengo ganas de averiguarlo, ¿no?, teniendo en cuenta lo que la quería y demás. Pero no. No puedo. No puedo porque soy demasiado vaga, demasiado estúpida, y ni siquiera soy capaz de hacer el esfuerzo porque algo me lo impide. Ahí están, pues, mirándome, día tras día, y un día sé que los pondré todos en un gran montón y les prenderé fuego.

Así que no, no soy una gran lectora.

JJ

Nuestro programa cultural lo llevaba yo solo sobre las espaldas, porque ninguno de los otros tres sabía nada de nada. Maureen sacaba libros de la biblioteca aproximadamente cada dos semanas, pero no leía cosas de las que pudiéramos hablar, si saben a lo que me refiero, a menos que quisiéramos hablar de si la enfermera debía casarse con el chico malo rico o con el chico bueno pobre. Y Martin no era un gran aficionado a la literatura. Dijo que había leído un montón de libros en la cárcel, pero la mayoría biografías de personajes que habían superado grandes adversidades, como Nelson Mandela y ese tipo de gente. Me da la sensación de que Nelson Mandela no habría tenido a Martin Sharp por un hermano del alma. Cuando mirabas detenidamente a sus vidas, te dabas cuenta de que habían dado con sus huesos en la cárcel por motivos muy diferentes. Y créanme, seguro que no quieren saber lo que Jess pensaba de los libros. Lo considerarían ofensivo.

Sin embargo, no se había equivocado mucho conmigo. ¿Cómo iba a equivocarse? Me he pasado la vida con gente que no lee —mis amigos, mi hermana, la mayoría del grupo, sobre todo los de la sección rítmica—, y eso, al cabo de un tiempo, te convierte en una persona que siempre está a la defensiva. ¿Cuántas veces tienen que llamarte marica para que al final te vengas abajo? No es que me importe que me llamen marica y bla, bla, bla, y que algunos de mis mejores amigos bla, bla, bla..., pero para mí ser marica es que te gusten los tíos, no que te guste Don DeLillo, que es un tío, de acuerdo, pero lo que te gusta de él son sus libros, no su culo. ¿Por qué la lectura saca tanto de quicio a la gente? Cierto que puedo ser bastante antisocial cuando estábamos en la carretera, pero si me pasaba hora tras hora jugando a la Gameboy nadie se metía conmigo en lo más mínimo. En mi círculo social, volarles la cabeza a unos putos monstruos del espacio es socialmente más aceptable que la
Pastoral americana
.

Eddie era el peor. Era como si estuviéramos casados, y mi forma de decirle todas las noches que tenía dolor de cabeza era sencillamente coger un libro. Y, como en los matrimonios, cuanto más tiempo estábamos juntos peor nos iba. Sabíamos que no íbamos a conseguirlo —como grupo, y quizá ni como amigos—, y por tanto los dos estábamos aterrorizados. Y el hecho de que yo leyera hacía que el pánico de Eddie fuera aún mayor, porque supongo que tenía la idea absurda de que mis lecturas me iban a ayudar a encontrar una especie de carrera nueva. Como si fuera así como funcionan las cosas en la vida. «Eh, muchacho, ¿te gusta Updike? Pues tienes que ser un tipo estupendo. Te voy a ofrecer un empleo de cien mil dólares al año en nuestra agencia de publicidad.» Nos pasamos todos aquellos años hablando de las cosas que teníamos en común, y los últimos meses dándonos cuenta de todas las que nos diferenciaban, y eso nos rompió el corazón.

Lo que acabo de contar no es más que una forma larga de explicar por qué me había sacado de quicio Jess. Había dejado un grupo lleno de analfabetos agresivos, y como me llamo JJ que no me iba a meter en otro. Cuando eres infeliz, supongo que todas las cosas del mundo —leer, comer, dormir— llevan ocultas en su interior algo que te hace aún más infeliz.

Y, no sé muy bien por qué, pensé que la música iba a ser más fácil, lo cual, teniendo en cuenta que soy músico, no era demasiado brillante precisamente. Sólo he invertido un tanto en libros, pero tenía toda mi vida invertida en música. Pensé que no podía equivocarme con Nick Drake, especialmente en una sala llena de gente que estaba con la depre. ¿No le han oído ustedes...? Tío, es como si lograra la más pura esencia de toda la melancolía de este mundo, de todos los infortunios y todos los sueños rotos a los que has debido renunciar, y la vertiera en un diminuto frasco y lo tapara. Y cuando empieza a tocar y a cantar, es como si destapara el frasco y tú pudieras percibir su aroma. Te sientes pegado al asiento, como si estuvieras ante un muro de ruido, pero no lo estás, porque es quietud, y silencio, y no quieres ni respirar para no espantar el prodigio. Y le escuchábamos en casa de Maureen, porque en Starbucks no te dejan poner tu propia música, y en casa de Maureen estaba también el sonido de la respiración de Matty, que era como un extraño instrumento más. Así que estaba allí sentado, pensando: tío, esto va a cambiar la vida de esta gente
para siempre
.

Y al final de la primera canción, Jess empezó a meterse los dedos hasta la garganta y a hacer muecas.

—Qué tío más soso —dijo—. Es como, no sé, como un
poeta
o algo parecido. —Esto quería ser un insulto: estaba pasando mi tiempo con alguien que pensaba que los poetas eran criaturas que podías encontrar habitando tu intestino grueso.

—A mí me da igual —dijo Martin—. Si estuviera en un bar y él se pusiera a tocar, no me marcharía.

—Yo sí —dijo Jess.

Me pregunté si sería posible arrearles un buen puñetazo a los dos a un tiempo, pero rechacé la idea porque la cosa se acabaría muy rápido, y no les haría el suficiente daño. Lo que me habría gustado era seguir dándoles golpes cuando estuvieran en el suelo, lo que significa que me ocuparía primero de uno y luego de otro. Es la furia de la música, parecida a la furia de la carretera, pero mucho más justa. Cuando se apodera de ti la furia de la carretera, una pequeñísima parte de tu persona sabe que estás siendo un imbécil, pero cuando la que lo hace es la furia de la música, lo que estás haciendo es ejecutar la voluntad de Dios, y Dios quiere ver a esa gente muerta.

Y entonces sucedió algo muy extraño (si es que puede llamarse extraña a una honda respuesta a
Five Leaves Left
).

—¿Es que no tenéis oído o qué? —dijo Maureen repentinamente—. ¿Es que no oís lo infeliz que es, y lo bellas que son sus canciones?

La miramos, y luego Jess me miró a mí.

—Ja, ja —dijo Jess—. Te gusta algo que le gusta a Maureen. —Entonó como un niño pequeño: naná-na-nana, naná-na-nana...

—No te hagas más tonta de lo que eres, Jess —dijo Maureen—. Porque ya eres bastante tonta así. —Estaba que echaba chispas. También se había apoderado de ella la furia de la música—. Escúchale un momento, y deja de decir memeces.

Jess vio que lo decía muy en serio, y se calló, y escuchamos el resto del álbum en silencio, y si te fijabas bien en Maureen veías que los ojos le brillaban un poco.

—¿Cuándo murió?

—En 1974. A los veintiséis años.

—Veintiséis años... —Se quedó calláda durante un momento, pensando, y yo albergué la esperanza de que lo estuviera sintiendo por él y su familia. La alternativa era que lo estuviera envidiando por haberse ahorrado un montón de años innecesarios. A uno le gusta que las personas respondan, pero las personas a veces exageran.

—La gente no quiere escucharle, ¿verdad? —dijo.

Nadie dijo nada, porque nadie estaba seguro de qué estaba rumiando.

—Así es como me siento yo, todos los días, y la gente no quiere enterarse. Quieren pensar que siento lo que te hace sentir Tom Jones. O aquella chica australiana que salía en
Neighbours
. Pero yo me siento así, y nadie toca lo que siento en la radio, porque la gente que está triste no encaja en nada.

Nunca habíamos oído hablar así a Maureen; ni siquiera sabíamos que podía hacerlo, y ni Jess quiso interrumpirla.

—Es extraño, porque la gente piensa que es Matty el que me impide encajar en el mundo. Pero Matty no está tan mal. Me hace trabajar duro, pero... Es la forma en que Matty me hace sentir que me impide encajar en nada. Siempre calculas mal el peso de las cosas. Siempre tienes que adivinar si las cosas son pesadas o ligeras, sobre todo las cosas de dentro, y lo calculas mal, y eso desconcierta a la gente. Y estoy cansada de ello.

Y así, de pronto, Maureen era como mi chica, porque lo había «pillado», y porque sentía la furia de la música, y quise decirle lo que más le convenía en aquel momento. Y dije:

—Necesita unas vacaciones.

Lo dije porque quería mostrarme amable y solidario, pero de pronto me acordé del Tony Cósmico, y caí en la cuenta de que ahora el Tony Cósmico tenía el dinero necesario.

—Oye, ¿qué tal si...? ¿Por qué no? —dije—. Llevemos a Maureen de vacaciones a alguna parte.

Martin se echó a reír.

—Sí, claro —dijo Jess—. ¿Qué somos? ¿Voluntarios de un asilo de ancianos o algo así?

—Maureen no es vieja —dije—. ¿Cuántos años tiene, Maureen?

—Cincuenta y uno —dijo Maureen.

—Bueno, pues no de un asilo de ancianos, entonces. De un asilo de aburridos.

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