En picado (33 page)

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Authors: Nick Hornby

BOOK: En picado
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Toppers' House. A veces lo que necesitas es dar a las cosas un pequeño meneo. Pensar, por ejemplo, que quizá alguien ha vuelto para recoger sus pendientes, y tu sitio en el mundo empieza a parecerte un lugar donde podrías vivir durante un tiempo.

Pero estoy hablando del señor y la señora Crichton, no de Jess. Jess no sabía nada de la teoría de los pendientes, y Jess era la que necesitaba que su mundo pareciera diferente. Era la que había estado en lo alto del edificio conmigo. El señor y la señora Crichton tenían sus trabajos y sus amigos y todo lo demás, y podría parecer que no necesitaban ninguna historia sobre los pendientes. Podría pensarse que las historias sobre pendientes eran una pérdida de tiempo para ellos.

Podría decirse todo eso, pero no sería verdad. Necesitaban esas historias (podías verlo en su cara). Sólo conozco a una persona en el mundo que no necesita historias para seguir adelante, y esa persona es Matty. (Y puede que hasta él las necesite. No tengo la menor idea de lo que pasa en su cabeza. Siga hablándole, me dicen, y eso hago, y quién sabe si utiliza algo de lo que le digo...) Ya hay otras formas de morir sin que tú tengas que matarte. Puedes dejar que mueran partes de tu ser. La madre de Jess había dejado que se le muriera la cara, y ahora veía cómo volvía a la vida.

JESS

El primer tren que llegó iba en dirección sur; lo cogí y me bajé en London Bridge, y me fui a dar un paseo. Si me hubieran visto allí apoyada contra el muro y mirando el agua, habrían pensado: Oh, está pensando. Pero no estaba pensando. O sea, que había palabras en mi cabeza, sí, pero que hubiera palabras en mi cabeza no quería decir que estuviera pensando, lo mismo que si tienes el bolsillo lleno de peniques no quiere decir que seas rico. Las palabras que tenía en la cabeza eran más o menos:

Cojones, cabrón, puta, mierda, joder, gilipollas, y me daban vueltas en la cabeza muy muy rápido, demasiado rápido para que pudiera formar una frase con ellas. Y eso no es pensar, ¿no?

Así que estuve mirando el agua durante un rato, y luego fui a un puesto que había al lado del puente y compré tabaco y papel y cerillas. Y volví a donde había estado antes y me senté y me lié unos pitillos, por hacer algo, más que nada. No sé por qué no fumo más, la verdad. Se me olvida, creo. Si alguien como yo se olvida de fumar, ¿qué oportunidad le queda al tabaco? Mírenme a mí. Apostarían un buen dinero a que fumo como un carretero. Y no. Propósito de Año Nuevo: fumar más. Tiene que ser mucho mejor para una que tirarse de edificios.

Bueno, pues allí estaba yo sentada en el suelo, con la espalda contra el muro, liándome pitillos, cuando vi a aquel profesor de la facultad. Es un tipo bastante mayor, uno de esos estudiantes de arte que han andado por ahí dando la vara desde los años sesenta. Enseña tipografía y todo eso, y fui a sus clases un par de veces, hasta que me harté de puro aburrimiento. No me disgusta, el tal Colin. No lleva coleta gris ni chaqueta vaquera gastada. Y nunca quiso ser nuestro amigo, lo que seguramente quiere decir que tiene sus propias amistades. No se puede decir lo mismo de muchos de ellos.

Si he de contar las cosas como son, tendré que decir que él me vio a mí antes que yo a él, porque cuando levanté la vista del pitillo que estaba liando él ya estaba viniendo hacia mí. Y, para ser absolutamente sincera, debería decir también que algunas de las cosas que estaban pasándome por la cabeza, o sea, los tacos mentales y demás, no fueron totalmente mentales, si saben a lo que me refiero. La mayoría era mental, pero, como eran montones y montones, algunas me estaban saliendo por la boca. Era como si fluyeran hacia fuera, como si los tacos fueran saliendo de un grifo y cayendo en un cubo (= mi cabeza), y no me hubiera molestado en cerrar el grifo cuando el cubo ya estaba lleno.

Para mí, fueron así las cosas. A él le parecería que estaba allí sentada en la acera liándome un pitillo y jurando en arameo, y ésa no es una estampa muy bonita, ¿no? Se acercó, y se agachó para estar a mi altura, y se puso a hablarme en voz baja. Y me dijo: Jess, ¿te acuerdas de mí?

Lo había visto unos dos meses antes, así que por supuesto que me acordaba. Y dije: No, y me eché a reír, y lo dije queriendo hacer una broma, pero no debió de salirme de ese modo, porque él va y dice, con la misma voz susurrante: Soy Colin Wearing, y te daba clase en la facultad de arte. Y yo digo: Sí, sí. Y él dice: No, de veras, soy Colin. Y entonces me doy cuenta de que se ha pensado que mi «sí, sí», ha sido un «ya, ya», pero no es así, no ha sido ese tipo de «sí, sí». Lo que he querido decir con esos dos síes es que antes he estado bromeando, pero lo único que he conseguido ha sido empeorarlo. Ha hecho que parezca que creía que me estaba mintiendo y no era Colin Wearing, lo cual hubiera sido una cosa de locos. Así que toda la conversación está enfocada de forma equivocada. Es como un carrito del supermercado con una rueda torcida, porque aunque pienso que tendría que ser muy fácil expresarme, cada vez que digo algo la conversación se va para otra parte.

Y él dice: ¿Qué haces aquí sentada en el suelo? Y le digo que he tenido una bronca con la cabrona de mi madre por unos pendientes, y él dice: ¿Y ahora no puedes ir a casa? Y le digo que puedo ir si quiero. Puedo coger la línea Northern y volver a Angel y luego coger el autobús. Pero que no quiero. Y él dice: Bueno, no creo que debas estar aquí sentada. ¿Hay algún sitio donde puedas ir? Y entonces me doy cuenta de que piensa que me he vuelto loca o algo parecido, así que me levanto rápidamente, lo que a él le hace sobresaltarse, y voy y le suelto una sarta de insultos y me largo.

Y entonces me puse a pensar (algo muy diferente a soltar tacos mentalmente). Y lo primero que pensé fue que sería facilísimo para mí ser una chiflada. No estoy diciendo que fuera a resultarme fácil llevar esa vida, no quiero decir eso. Lo que quiero decir es que tengo un montón de cosas en común con alguna de esa gente que vemos sentada en las aceras liándose pitillos. Algunos de ellos parecen odiar a todo el mundo, y yo odiaba a casi todo el mundo en ese momento. Deben de haber mandado al cuerno a su familia y amigos, y yo he hecho algo parecido. ¿Y quién sabe si Jen es hoy una chiflada? Quizá lo llevemos en los genes, aunque el hecho de que mi padre sea ministro-subsecretario puede ser uno de esos casos en que se salta una generación.

No sabía adonde podrían llevarme estos pensamientos, pero de pronto vi que mi problema era mayor de lo que pensaba. Sé que suena estúpido, después de haber estado pensando en matarme, pero había sido por diversión, y si me hubiera tirado de aquella azotea también habría sido por diversión. ¿Y si a pesar de todo tenía un futuro en este planeta? ¿Qué? ¿A cuánta gente iba a poder abandonar, y de cuántos sitios podría escaparme antes de verme un día sentada junto al río y jurando en arameo no mental sino realmente? No muchas más, la verdad.

Así que lo que tenía que hacer era volver —a Starbucks, o a casa, o a algún sitio— a cualquier parte que no fuera «adelante». Si vas andando hacia alguna parte, y te topas con un muro de ladrillo, tienes que volver sobre tus pasos.

Pero entonces parece que encontré una forma de pasar por encima del muro. O que encontré un pequeño agujero en él por el que pude colarme, o algo así. Me encontré con un tipo con un perro precioso y me fui a la cama con él.

JJ

Así que estaba allí en la acera y le dije a Ed que me soltara un puñetazo si eso le iba a hacer sentirse mejor.

—No quiero pegarte a menos que me pegues tú —dijo.

Había un tipo vendiendo esa revista de la gente sin hogar, y se había puesto a observarnos.

—Pégale —me dijo.

—Tú calla la puta boca —dijo Ed.

—Sólo intentaba que empezarais —dijo el tipo sin hogar.

—Cruzaste el jodido Atlántico porque JJ tenía problemas —le dijo Lizzie a Ed—. Y ahora mírate. Tenéis una conversación, y ya te entran ganas de romperle la cara.

—Las cosas han de ir como han de ir —dijo Ed.

—¿Es lo mismo que «Un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer», porque eso no tiene el menor sentido para nosotros? —dijo Lizzie. Estaba apoyada contra el escaparate de una tienda benéfica de cosas de segunda mano, haciendo como que estaba aburrida, pero yo sabía que no lo estaba. Estaba furiosa, pero no quería que se le notara.

—JJ está de mi parte —dijo Ed—. Así que nos da exactamente igual que no tenga sentido para vosotros. Él sí lo entiende.

—No, no lo entiendo —dije—. Lizzie tiene razón. ¿Por qué has volado hasta este continente para arrearme un guantazo?

—¿No será algo como lo de Butch Cassidy y Sundance Kid? —dijo Lizzie—. Queréis acostaros y no podéis, porque sois demasiado estrechos.

Esto le hizo una gracia terrible al tipo sin hogar, que se echó a reír como una hiena.

—¿Habéis leído la crítica de
Dos hombres y un destino
de Pauline Kael? Dios, le pareció una mierda —dijo el tipo sin hogar.

Lizzie y Ed no tenían ni puta idea de quién era Pauline Kael
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, pero yo tenía dos o tres libros con sus críticas. Solía tenerlos en el retrete, porque eran geniales para echarles una ojeada cuando estabas en el trono. El caso es que no era el nombre que yo esperaba oír de aquel tipo en particular y en aquel momento concreto. Me quedé mirándole.

—Oh, sé quién es Pauline Kael —dijo el tipo—. No nací sin hogar, ¿sabes?

—Yo no..., yo no quiero acostarme con él —dijo Ed—. Lo que quiero es darle una hostia. Pero antes tiene que darme una él.

—¿Ves? —dijo Lizzie—. Erotismo homo, con una pizca de sadomasoquismo. Venga, dale un beso y acabemos de una vez.

—Bésale —le dijo a Ed el tipo sin hogar—. Bésale o pégale. Pero haz algo, por el amor de Dios.

Las orejas de Ed no podían estar más rojas, así que me pregunté si debían ponerse a arder y luego volverse negras. Al menos podría decir que había visto algo nuevo.

—¿Es que quieres que me mate? —le dije a Lizzie.

—¿Por qué no os juntáis de nuevo? —dijo Lizzie—. Al menos tendréis todo eso de compartir el micro y todos esos grandes sustitutos eléctricos del pene.

—Oh, ¿así que por eso no querías que JJ estuviera en el grupo, eh? Tenías celos —dijo Ed.

—¿Quién ha dicho que no quería que estuviera en el grupo? —le preguntó Lizzie.

—Eso —dije yo—. Lo entendiste justamente al revés. No llegó a tales profundidades. Me dejó precisamente porque no estaba en ningún grupo. No estaba interesada en seguir conmigo a menos que llegara a ser una estrella del rock y ganara una fortuna.

—¿Eso es lo que piensas que quería? —dijo Lizzie.

De repente vi toda mi vida delante de mis ojos. Toda ella había sido un terrible malentendido, que ahora estaba a punto de aclararse, con mucha risa y muchas lágrimas. Lizzie nunca quiso romper conmigo. Ed nunca quiso romper conmigo. Había salido a la calle a que me partieran la cara, y en lugar de ello iba a conseguir todo lo que había querido siempre.

—No va a haber una pelea, ¿verdad? —dijo el tipo sin hogar con tristeza.

—A menos que te rompamos la crisma a ti —dijo Ed.

—Dejadme oír el final de la historia —dijo el tipo sin hogar—. No volváis dentro. Quedaos aquí. Nunca consigo oír el puto final de ninguna historia.

Iba a ser un final feliz, lo veía venir. Y lo iba a ser para los cuatro que estábamos allí. En el primer concierto que diéramos cuando volviéramos a tocar juntos podríamos dedicar una canción al Tipo sin Hogar. Oye, hasta podría ser nuestro encargado del equipo en las giras. Además, podría hacer uno de los brindis de la boda.

—Todo el mundo debería volver con todo el mundo —dije, y lo decía en serio. Era mi discurso final—. Todo grupo que se ha separado, toda pareja... Y hay demasiada infelicidad en el mundo sin necesidad de que la gente se separe cada diez segundos.

Ed me miró como si estuviera viendo a un loco.

—No estás hablando en serio —dijo Lizzie.

Quizá juzgué mal el ánimo que flotaba en el aire y el momento. El mundo estaba preparado para mi gran discurso final.

—Naaada... —dije—. Tranquilos. Ya sabéis. Era sólo... una idea. Una teoría en la que estoy trabajando. Aún no he solucionado sus puntos flojos.

—Miradle la cara —dijo el tipo sin hogar—. Oh, habla en serio, de veras.

—¿Y cómo funcionaría la cosa si de unos grupos nacieran otros? —dijo Ed—. Como..., no sé, si Nirvana volviera a juntarse..., los Foo Fighters tendrían que separarse. Y serían muy infelices.

—No todos ellos —puntualicé.

—¿Y qué me dices de los segundos matrimonios? Hay montones de segundos matrimonios felices.

—No habría existido Clash. Porque Joe Strummer habría tenido que quedarse en su primer grupo.

—¿Y quién fue tu primera novia?

—¡Kathy Gorecki! —dijo Ed—. Ja!

—Pues seguirías con ella —dijo Lizzie.

—Sí, claro —me encogí de hombros—. Era estupenda. No habrías llevado una mala vida con ella.

—¡Pero nunca te dejaba hacer nada! —dijo Ed—. Ni siquiera meterle la mano debajo del sostén.

—Seguro que ya lo habrías conseguido. Llevaríais quince años juntos.

—Oh, tío —dijo Ed, con el tono de voz que normalmente empleábamos cuando Maureen había dicho algo desgarrador—. No puedo pegarte.

Recorrimos un trecho de la calle y entramos en un pub, y Ed me invitó a una Guinness, y Lizzie compró un paquete de cigarrillos en la máquina y lo puso encima de la mesa para que lo compartiéramos, y estuvimos allí sentados, y Ed y Lizzie me miraban como si estuvieran esperando a que recuperara el resuello.

—No sabía que te sintieras tan mal —dijo Ed al cabo de un rato.

—¿Y lo del suicidio? ¿No bastaba para hacerse una idea?

—Sí. Me enteré que quisiste matarte. Pero no sabía que te sintieras tan mal como para querer arreglar las cosas con Lizzie y el grupo. Eso indica una infelicidad completamente diferente, mucho mayor que la que pueda llevarte al suicidio.

Lizzie intentó no reírse, y el esfuerzo hizo que soltara algo como un bufido extraño, y yo di un largo trago a mi Guinness.

Y de pronto, durante apenas un momento, me sentí bien. Ayudaba el hecho de que me encantara la Guinness fría; y también que amaba de verdad a Ed y a Lizzie. O que los hubiera amado en el pasado, o amado más o menos, o amado y odiado al mismo tiempo, o lo que sea. Y quizá por primera vez en los últimos meses reconocí algo llanamente, algo que sabía que había estado oculto en mis entrañas, o en algún punto de la nuca (o en alguna parte que me permitía fingir que no lo notaba). Y lo que reconocí fue lo siguiente: que había querido matarme no porque odiara vivir, sino porque me encantaba la vida. Y lo cierto del asunto es que, en mi opinión, un buen montón de gente que piensa en quitarse la vida siente igual que yo. Creo que así es como se sentían Maureen y Jess y Martin. Aman la vida, pero se les ha jodido todo en ella, y por eso me encontré con ellos y por eso seguimos todos en este planeta. Nos subimos a aquella azotea porque no podíamos encontrar el camino de regreso a la vida, y al vernos excluidos de ella de tal manera... Es que la vida te destruye, tío. Así que es como un acto de desesperación, no un acto de nihilismo. Es una eutanasia, no un asesinato. No sé por qué se me ocurrió de pronto en ese momento. Quizá porque estaba en un pub con gente a la que amaba, bebiéndome una Guinness, y sé que ya lo he dicho antes, pero me encanta la Guinness, como me encanta todo tipo de bebidas con alcohol (como es justo que así sea, pues es una de las glorias de la creación divina). Y acabábamos de montar aquella estúpida escena en la acera, y hasta aquello me parecía que había estado bien, porque a veces son este tipo de momentos —los realmente complicados, los momentos realmente
absorbentes
— los que te hacen darte cuenta de que hasta en los malos tiempos hay cosas que te hacen sentirte vivo. Y además está la música, y las chicas, y las drogas, y la gente sin hogar que ha leído a Pauline Kael, y pedales hawaianos, y patatas fritas inglesas de sabores, y que aún no he leído
Vida y aventuras de Martin Chuzzlewit
, y... El mundo está lleno de montones de cosas.

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