Ender el xenocida (68 page)

Read Ender el xenocida Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Ender el xenocida
6.55Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Nos adora a ambos. En su mente retorcida, ella es la perfección moral que nunca podrá conseguir. Y yo soy el poder y el genio que siempre ha estado fuera del alcance del pobrecito niño Andrew. Fue muy modesto por su parte, ¿verdad? Durante todos estos años ha llevado a sus superiores dentro de su mente.

La joven Val cogió la mano de Quara.

—Lo peor que podrías hacer en tu vida es ayudar a la gente que amas a hacer algo que en tu corazón consideras un lamentable error.

Quara se echó a llorar.

Pero no era Quara quien preocupaba a Ender. Sabía que era lo bastante fuerte para mantener las contradicciones morales de sus propias acciones y seguir cuerda. Su ambivalencia hacia sus propias acciones probablemente la debilitaría, la volvería menos segura de que su juicio era absolutamente correcto y que todos los que no estaban de acuerdo con ella se equivocaban irremisiblemente. En cualquier caso, al final de este asunto emergería más completa y compasiva, y más decente de lo que fue antes, en su acalorada juventud. Y tal vez la suave caricia de la joven Val, junto con sus palabras, que definían exactamente lo que Quara sentía, la ayudarían a sanar más pronto.

Lo que preocupaba a Ender era la admiración con la que Grego contemplaba a Peter. Más que nadie, Grego debería saber adónde podían conducir las palabras de Peter. Sin embargo aquí estaba, adorando a la pesadilla ambulante de Ender. «Debo conseguir que Peter salga de aquí —pensó Ender—, o tendrá más discípulos en Lusitania de los que tuvo Grego…, y los usará con más efectividad y, a la vez, el efecto será más mortífero.»

Ender abrigaba pocas esperanzas de que Peter resultara ser igual que el Peter real, que se convirtió en un hegemón fuerte y digno. Este Peter, después de todo, no era un ser humano completo de carne y hueso, lleno de ambigüedad y sorpresa. Más bien, Ender había creado la caricatura del mal atractivo que habitaba en los más profundos recovecos de su mente inconsciente. No había ninguna sorpresa en este tema. Mientras se preparaban para salvar a Lusitania de la descolada, Ender les había traído un nuevo peligro, potencialmente igual de destructivo. Pero no tan difícil de matar.

Reprimió una vez más la idea, aunque se le había ocurrido una docena de veces desde que advirtió que Peter estaba sentado a su izquierda en la nave. «Yo lo he creado. No es real, sólo mi pesadilla. Si lo mato, no sería asesinato, ¿verdad? Sería el equivalente moral de…, ¿de qué? ¿De despertarse? He impuesto mi pesadilla al mundo y, si lo matara, el mundo despertaría para encontrar que la pesadilla ha desaparecido, nada más.»

Si se hubiera tratado sólo de Peter, Ender se habría convencido para asesinarlo, o al menos eso creía. Pero era la joven Val quien se lo impedía. Frágil, bella de espíritu… Si Peter podía morir, también podía hacerlo ella. Si él debía morir, entonces tal vez ella tendría que morir también: tenía tan poco derecho como él a existir, era igual de limitada, distorsionada y poco natural en su creación. Pero Ender nunca podría hacerlo. Ella debía ser protegida, no dañada. Y si uno de ellos era lo bastante real como para seguir con vida, también lo era el otro. Si dañar a la joven Val sería asesinato, también lo sería dañar a Peter. Habían sido producidos en el mismo acto de creación.

«Mis hijos —pensó Ender con amargura—. Mis queridos retoños, que salieron completamente formados de mi cabeza como Atenea de la mente de Zeus. Pero lo que yo tengo aquí no se parece a Atenea. Más bien son Diana y Hades. La virgen cazadora y el señor de los infiernos.»

—Será mejor que nos vayamos —aconsejó Peter—. Antes de que Andrew se convenza de que tiene que matarme.

Ender sonrió tristemente. Eso era lo peor: Peter y la joven Val parecían haber cobrado vida sabiendo más acerca de su mente que él mismo. Esperaba que con el tiempo ese conocimiento íntimo se desvaneciera. Pero mientras tanto, la humillación aumentaba por la forma en que Peter le pinchaba revelando pensamientos que nadie más habría imaginado. Y la joven Val… Ender sabía por la forma en que a veces lo miraba que también ella lo sabía. Ya no tenía secretos.

—Iré a casa contigo —le dijo Val a Quara.

—No —respondió Quara—. He hecho lo que he hecho. Me quedaré aquí para ver a Cristal hasta el final de su prueba.

—No queremos perder nuestra oportunidad de sufrir abiertamente —se mofó Peter.

—Cállate, Peter —ordenó Ender.

Peter sonrió.

—Oh, vamos. Sabes que Quara está saboreando todo esto. Es su forma de convertirse en la estrella del programa: todo el mundo se muestra cuidadoso y amable con ella cuando deberían aclamar a Ela por lo que ha conseguido. Robar protagonismo es una cosa muy fea, Quara…, justo tu especialidad.

Quara podría haber respondido, si las palabras de Peter no hubieran sido tan ultrajantes y si no hubieran contenido un germen de verdad que la dejó confusa. En cambio, fue la joven Val quien dirigió a Peter una mirada fría.

—Cállate, Peter —dijo.

Las mismas palabras que había dicho Ender, sólo que cuando las pronunciaba la joven Val, funcionaban. Peter le sonrió, y le hizo un guiño conspirador, como diciendo, «te dejaré seguir con tu jueguecito, Val, pero no creas que estás engañando a todo el mundo haciéndote la dulce». Pero no dijo nada más y se marcharon, dejando a Grego en su celda..

El alcalde Kovano se reunió con ellos fuera.

—Un gran día en la historia de la humanidad —dijo—. Y por pura casualidad yo aparezco en todas las fotos.

Todos se echaron a reír, sobre todo Peter, que había desarrollado una rápida y cómoda amistad con Kovano.

—No es ninguna casualidad —dijo—. Mucha gente en tu posición se habría dejado llevar por el pánico y lo habría estropeado todo. Hace falta una mente abierta y mucho valor para permitir que las cosas se movieran como lo hicieron.

Ender apenas pudo contener la risa con el descarado halago de Peter. Pero los halagos nunca son tan evidentes para quien los recibe. Desde luego, Kovano dio un golpecito a Peter en el brazo y lo negó todo, pero Ender comprendió que le encantaba oír aquello, y que Peter se había ganado ya más influencia con Kovano que él mismo. «¿No se da cuenta toda esta gente de la forma tan cínica en que Peter se los está ganando?»

El único que veía a Peter con algo parecido al temor y la repulsión de Ender era el obispo, pero en su caso eran prejuicios teológicos, no sabiduría, lo que le impedía caer en el engaño. Horas después de regresar del Exterior, el obispo llamó a Miro y le instó a que aceptara el bautismo.

—Dios ha realizado un gran milagro con tu curación —le dijo—, pero la forma en que se ha hecho…, cambiar un cuerpo por otro, en vez de sanar directamente el antiguo…, nos deja en la peligrosa posición de que tu espíritu habita un cuerpo que no ha sido bautizado. Y ya que el bautismo se ejecuta sobre la carne, temo que puedas no estar santificado.

A Miro no le interesaban demasiado las ideas del obispo en lo concerniente a milagros (no consideraba que Dios tuviera mucho que ver con su curación), pero la completa restauración de su fuerza, su habla y su libertad lo regocijaban tanto que probablemente habría accedido a cualquier cosa. El bautismo se celebraría la semana siguiente, durante los primeros servicios en la nueva capilla.

Pero el ansia que el obispo sentía por bautizar a Miro no se reflejaba en su actitud hacia Peter y la joven Val.

—Es absurdo considerar a esos monstruos como personas. No es posible que tengan alma —declaró—. Peter es un eco de alguien que ya vivió y murió, con sus propios pecados y arrepentimientos, con el curso de su vida ya medido y su lugar en el cielo o el infierno ya asignado. Y en cuanto a esa… muchacha, a esa burla de la gracia femenina, no puede ser quien afirma, porque el lugar ya está ocupado por una mujer viva. No puede haber bautismo para los engaños de Satán. Al crearlos, Andrew Wiggin ha construido su propia Torre de Babel, intentando alcanzar el cielo para ocupar el lugar de Dios. No puede recibir el perdón hasta que los devuelva al infierno y los deje allí.

¿Imaginaba el obispo Peregrino por un momento que eso era exactamente lo que él ansiaba hacer? Pero Jane se mostró inflexible cuando Ender le sugirió la idea.

—Eso sería una tontería —dijo—. Para empezar, ¿por qué crees que irían? Y en segundo lugar, ¿qué te hace pensar que no crearías simplemente otros dos más? ¿No has oído la historia del aprendiz de brujo? Llevarlos de vuelta sería como volver a cortar las escobas por la mitad otra vez… y acabarías con más escobas. No empeoremos las cosas.

Y aquí se encontraban, caminando juntos hacia el laboratorio: Peter, con el alcalde Kovano completamente en el bolsillo. La joven Val, que se había ganado igualmente a Quara, aunque su propósito era altruista en vez de explotador. Y Ender, su creador, furioso, humillado y asustado.

«Yo los creé, por tanto soy responsable de todo lo que hagan. Y a la larga, los dos causarán terribles daños. Peter, porque hacer daño es su naturaleza, al menos tal como lo concebí en las pautas de mi mente. Y la joven Val, a pesar de su bondad innata, porque su propia existencia es una profunda ofensa a mi hermana Valentine.»

—No dejes que Peter te engañe —susurró Jane en su oído.

—La gente cree que me pertenece —subvocalizó Ender—. Suponen que debe ser inofensivo porque yo lo soy. Pero no tengo control sobre él.

—Creo que lo saben.

—Tengo que sacarlo de aquí.

—Estoy trabajando en eso —le aseguró Jane.

—Tal vez debería cogerlos y enviarlos a algún planeta desierto.

—¿Conoces la obra de Shakespeare, La Tempestad?

—Caliban y Ariel, ¿eso es lo que son?

—Ya que no puedo matarlos, los exiliaré.

—Estoy trabajando en ello —repitió Jane—. Después de todo, son parte de ti, ¿no? ¿Parte de la pauta de tu mente? ¿Y si puedo usarlos a ellos en tu lugar, para permitirme ir al Exterior? Entonces tendríamos tres naves, y no sólo una.

—Dos —dijo Ender—. Yo nunca volveré al Exterior.

—¿Ni siquiera durante un microsegundo? ¿Si te llevo y te traigo de nuevo? No hay ninguna necesidad de quedarse allí.

—La causa no fue que nos quedáramos —se lamentó Ender—. Peter y la joven Val aparecieron instantáneamente. Si regreso al Exterior, volveré a crearlos.

—Muy bien. Dos naves, entonces. Una con Peter, otra con la joven Val. Déjame que lo calcule, si puedo. No podemos hacer sólo un trayecto y abandonar para siempre el viaje más rápido que la luz.

—Sí que podemos. Conseguimos la recolada. Miro se procuró un cuerpo sano. Con eso basta, crearemos todo lo demás nosotros solos.

—Te equivocas —dijo Jane—. Todavía tenemos que transportar a los pequeninos y a las reinas colmenas fuera de este planeta antes de que llegue la flota. Todavía tenemos que llevar a Sendero el virus transformacional, para liberar a esa gente.

—No volveré al Exterior.

—¿Aunque no pueda usar a Peter y a la joven Val para transportar mi aiua? ¿Dejarías que los pequeninos y la reina colmena acabaran destruidos porque temes a tu propia mente inconsciente?

—No comprendes lo peligroso que es Peter.

—Tal vez no. Pero sí comprendo lo peligroso que es el Pequeño Doctor. Y si no estuvieras tan envuelto en tu propia miseria, Ender, sabrías que, aunque acabemos con quinientos Peters y Vals, tenemos que usar esta nave para llevar a los pequeninos y a la reina colmena a otros mundos.

Ender sabía que Jane tenía razón. Lo había sabido desde el principio. Sin embargo, eso no significaba que estuviera preparado para admitirlo.

—Sigue trabajando para ver si puedes hacerlo con Peter y la joven Val —subvocalizó—. Pero que Dios nos ayude si Peter puede crear cosas cuando vaya al Exterior.

—Dudo que pueda. No es tan listo como cree.

—Sí lo es. Y si lo dudas, es que no eres tan lista como piensas.

Ela no fue la única que se preparó para la prueba final de Cristal yendo a visitar a Plantador. Su árbol mudo todavía no era más que un retoño, apenas un contrapunto a los gruesos troncos de Raíz y Humano. Pero los pequeninos se habían congregado alrededor de ese retoño. Y, como Ela, lo habían hecho para rezar. Era una oración extraña y silenciosa. Los sacerdotes pequeninos no ofrecían ninguna pompa, ninguna ceremonia. Simplemente, se arrodillaron con los demás y murmuraron en varias lenguas. Algunos rezaban en el lenguaje de los hermanos, algunos en el de los árboles. Ela supuso que lo que oía en boca de las esposas congregadas allí era su propia lengua, aunque podría ser también el lenguaje sagrado que usaban para hablar al árbol-madre. Y también había idiomas humanos surgiendo de labios pequeninos: stark y portugués por igual, e incluso latín eclesiástico en boca de los sacerdotes pequeninos. Prácticamente era una Babel, y sin embargo Ela sintió una gran unidad. Rezaban ante la tumba del mártir, todo lo que quedaba de él, por la vida del hermano que seguía sus pasos.

Si Cristal moría completamente hoy, sólo repetiría el sacrificio de Plantador. Y si pasaba a la tercera vida, sería una vida que debería al ejemplo y el valor de Plantador.

Como fue Ela quien trajo la recolada del Exterior, los pequeninos la honraron dejándola unos instantes a solas ante el tronco del árbol de Plantador. Abrazó el fino tronco, deseando que hubiera más vida en él. ¿Estaba perdido ahora el aiua de Plantador, deambulando en la ausencia del lugar del Exterior? ¿O lo había tomado Dios con su propia alma y lo había llevado al cielo, donde Plantador estaba ahora reunido con los santos?

«Plantador, ruega por nosotros. Intercede por nosotros. Como mis venerados abuelos llevaron mi plegaria al Padre, ve ahora a Cristo y suplícale que se apiade de todos tus hermanos y hermanas. Que la recolada lleve a Cristal a la tercera vida, para que podamos, en buena fe, esparcirla por todo el mundo y reemplace a la asesina descolada. Entonces el león podrá yacer con el cordero, y podrá haber paz en este lugar.»

Sin embargo, no por primera vez, Ela tuvo sus dudas. Estaba segura de que su acción era la adecuada; no sentía ninguno de los resquemores de Quara referentes a destruir la descolada en toda Lusitania.

Pero no estaba segura de que debieran haber basado la recolada en las muestras más antiguas de la descolada que habían recolectado. Si de hecho la descolada había causado la reciente beligerancia en los pequeninos, su ansia por esparcirse a nuevos lugares, entonces podría considerar que estaba devolviendo a los pequeninos a su anterior condición «natural». Pero esa condición era producto de la descolada como equilibradora gaialógica, y sólo parecía natural porque era el estado en que los pequeninos se encontraban cuando llegaron los humanos. Podía considerar también que ella misma estaba causando una modificación conductual de toda una especie, al eliminar a conveniencia su agresividad para que hubiera menos conflictos con los humanos en el futuro. «Y ahora los estoy convirtiendo en buenos cristianos, les guste o no. Y el hecho de que Raíz y Humano lo aprueben no me quita ningún peso de encima, si a la larga causa daño a los pequeninos. Oh, Señor, perdóname por hacer de Dios en las vidas de estos hijos Tuyos. Cuando el alma de Plantador vaya a verte para interceder por nosotros, concédele lo que pide en nuestro favor, pero solo si es Tu voluntad que su especie sea alterada así. Ayúdanos a hacer el bien, pero te ruego que nos detengas si causáramos daños involuntariamente. En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.»

Other books

Devilish Details by Emery, Lynn
Lillian and Dash by Sam Toperoff
The Lost Truth by T.K. Chapin
Warrior of the West by M. K. Hume
Seaweed on the Street by Stanley Evans
The Listening Walls by Margaret Millar