Ender el xenocida (65 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Ender el xenocida
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—Pero ellos la crearon.

—Sí, pero no sé cómo. Al contrario que Grego, no puedo apartarme por completo de mi ciencia por un capricho metafísico y crear cosas según mi deseo. Estoy atascada con las leyes de la naturaleza tal como son aquí y ahora, y no hay ninguna regla que me permita crearla.

—Entonces sabemos adónde necesitamos ir, pero no podemos llegar desde aquí.

—Hasta anoche no sabía lo suficiente para imaginar si podríamos diseñar esta nueva recolada o no, y por tanto no tenía ninguna forma de saber que podríamos hacerlo. Suponía que si podía diseñarse, podía crearse. Estaba dispuesta a hacerlo, dispuesta a actuar en el momento en que Quara cediera. Todo lo que hemos conseguido es saber, por fin, por completo, que no puede hacerse. Quara tenía razón. Descubrimos lo suficiente para matar todos los virus de la descolada en Lusitania. Pero no somos capaces de crear la recolada que podría reemplazarla y mantener funcionando la vida aquí.

—Y si usamos la bacteria viricida…

—Todos los pequeninos del mundo estarían donde está ahora Plantador dentro de una semana o dos. Y toda la historia y los pájaros y las enredaderas y todo… Tierra calcinada. Una atrocidad. Quara tenía razón.

Ela volvió a echarse a llorar.

—Sólo estás cansada.

Era Quara, despierta ahora y con un aspecto terrible. El sueño no la había refrescado.

Ela, por su parte, no pudo contestar a su hermana.

Quara parecía estar pensando en decir algo cruel, del estilo de «ya te lo advertí». Pero lo pensó mejor, se acercó y colocó una mano sobre el hombro de Ela.

—Estás cansada, Ela. Necesitas dormir.

—Sí.

—Pero vamos a decírselo primero a Plantador.

—A decirle adiós.

—Sí, a eso me refería.

Se dirigieron al laboratorio que contenía la habitación esterilizada de Plantador. Los investigadores pequeninos estaban otra vez despiertos: todos se habían unido a la vigilia de las últimas horas de Plantador. Miro estaba dentro con él, y en esta ocasión no le pidieron que saliera, aunque Ender sabía que tanto Ela como Quara ansiaban acompañar al pequenino. En cambio, ambas le hablaron a través de los altavoces, explicándole lo que habían descubierto. Tener el éxito casi al alcance de la mano era peor, a su modo, que el completo fracaso, porque podía conducir fácilmente a la destrucción de todos los pequeninos, si los humanos de Lusitania se sentían suficientemente desesperados.

—No la usaréis —susurró Plantador.

Los micrófonos, pese a su alto grado de sensibilidad, apenas recogían su voz.

—Nosotros no —dijo Quara—. Pero no somos las únicas personas que hay aquí.

—No la usaréis. Yo soy el único que morirá así.

Sus últimas palabras carecieron de voz. Leyeron sus labios más tarde, en la holograbación, para asegurarse de lo que había dicho. Y, tras estas palabras, tras haber oído sus despedidas, Plantador murió.

En el momento en que las máquinas de seguimiento confirmaban su muerte, los pequeninos del equipo investigador se abalanzaron hacia la sala esterilizada. Querían que la descolada los acompañase. Apartaron bruscamente a Miro de en medio, y se pusieron a trabajar, inyectando el virus en cada parte del cuerpo de Plantador, cientos de inyecciones en unos momentos. Obviamente, se habían estado preparando para esto. Respetarían el sacrificio de Plantador en vida, pero ahora que estaba muerto, su honor satisfecho, no tenían ningún reparo en intentar salvarle para la tercera vida si era posible.

Lo llevaron al terreno despejado donde se encontraba Humano y Raíz, y lo colocaron en un punto ya marcado, formando un triángulo equilátero con los dos jóvenes padres-árbol. Allí desmembraron su cuerpo y lo abrieron. En cuestión de horas empezó a crecer un árbol, y experimentaron la breve esperanza de que fuera un padre-árbol. Pero los hermanos, expertos en reconocer a un joven padre-árbol, sólo tardaron unos cuantos días más en declarar que el esfuerzo había sido en vano. Había vida que contenía sus genes, sí, pero los recuerdos, la voluntad, la persona que era Plantador se había perdido. El árbol era mudo: no habría ninguna mente que se uniera al cónclave perpetuo de los padres-árbol. Plantador había decidido liberarse de la descolada, aunque eso significara perder la tercera vida que era el regalo de la descolada a todos los que la poseían. Había tenido éxito y, al perder, ganó.

También había tenido éxito en otra cosa. Los pequeninos se apartaron de la costumbre normal de olvidar rápidamente el nombre de los hermanos-árbol. Aunque ninguna pequeña madre se arrastraría jamás por su corteza, el hermano-árbol que había crecido de este cadáver sería conocido por el nombre de Plantador y tratado con respeto, como si fuera un padre-árbol, como si fuera una persona. Aún más, su historia fue narrada una y otra vez por toda Lusitania, dondequiera que vivían los pequeninos. Plantador había demostrado que los pequeninos eran inteligentes incluso sin la descolada. Fue un noble sacrificio, y pronunciar el nombre de Plantador significaba un recordatorio para todos los pequeninos de su libertad fundamental del virus que los había esclavizado. Pero la muerte de Plantador no detuvo los preparativos pequeninos para colonizar otros mundos.

La gente de Guerrero tenía ahora la mayoría, y a medida que se extendían los rumores de que los humanos poseían una bacteria capaz de matar toda la descolada, su urgencia fue aún mayor. «Deprisa —apremiaban a la reina colmena—. Deprisa, para que podamos liberarnos de este mundo antes de que los humanos decidan matarnos a todos.»

—Creo que puedo hacerlo —dijo Jane—. Si la nave es pequeña y simple, la carga casi nula, la tripulación lo más reducida posible, podré contener la pauta en mi mente. Si el viaje es breve y la estancia en el Espacio muy corta. En cuanto a contener la localización del principio y el final, es fácil, un juego de niños; puedo hacerlo con la precisión de un milímetro, de menos. Si durmiera, podría hacerlo dormida. Así que no hay necesidad de que soporte aceleraciones o tenga sistemas para albergar vida de forma continuada. La nave puede ser simple. Un entorno sellado, sitios donde sentarse, luz, calor. Si en efecto podemos llegar allí y puedo mantenerlo todo junto y traerlo de vuelta, no estaremos en el espacio el tiempo suficiente para consumir el oxígeno de una habitación pequeña.

Todos estaban reunidos en el espacio del obispo para escucharla: toda la familia Ribeira, la de Jakt y Valentine, los investigadores pequeninos, varios sacerdotes y Filhos, y tal vez una docena más de líderes de la colonia humana. El obispo había insistido en celebrar la reunión en su despacho.

—Porque es suficientemente grande —arguyó—, y porque si vais a salir a cazar como Nimrod ante el Señor, si vais a enviar una nave como Babel al cielo en busca del rostro de Dios, entonces quiero estar presente para rezar a Dios para que se apiade de vosotros.

—¿Cuánto queda de tu capacidad? —le preguntó Ender a Jane.

—No mucha. Todos los ordenadores de los Cien Mundos se frenarán mientras lo hacemos, ya que usaré su memoria para contener la pauta.

—Lo pregunto porque queremos intentar ejecutar un experimento mientras estemos allí fuera.

—No andes con medias tintas, Ender —dijo Ela—. Queremos realizar un milagro mientras estemos allí. Si llegamos al Exterior, eso significará que probablemente Grego y Olhado tienen razón en cómo es. Y eso implica que las reglas serán diferentes. Las cosas pueden ser creadas sólo comprendiendo su pauta. Por eso quiero ir. Existe la posibilidad de que, mientras estoy allí, sea capaz de crearlo. Puede que consiga traer un virus que no pueda crearse en el espacio real. ¿Me llevarás? ¿Puedes contenerme allí el tiempo suficiente para crear el virus?

—¿Cuánto tiempo es eso? —preguntó Jane.

—Debería ser instantáneo —dijo Grego—. En el momento en que lleguemos, cualquiera que sean las pautas completas que contengamos en nuestras mentes deberían ser creadas en un período de tiempo demasiado breve para que los humanos lo advirtamos. El tiempo real hará falta para analizar si, de hecho, tiene el virus que quería. Tal vez cinco minutos.

—Sí —respondió Jane—. Si puedo hacer todo esto, podré hacerlo durante cinco minutos.

—El resto de la tripulación —intervino Ender.

—El resto de la tripulación seréis Miro y tú —respondió Jane—. Y nadie más.

Grego protestó con fuerza, pero no fue el único.

—Soy piloto —alegó Jakt.

—Yo soy la única piloto de esta nave —dijo Jane.

—Olhado y yo lo ideamos —objetó Grego.

—Ender y Miro vendrán conmigo porque no puede hacerse con margen de seguridad sin ellos. Habito dentro de Ender: donde él va, me lleva consigo. Miro, por otro lado, está tan unido a mí que tal vez forma parte de la pauta que soy yo misma. Quiero que venga porque acaso no esté entera sin él. Nadie más. No puedo contener a nadie más en la pauta. Ela será la única, aparte de ellos dos.

—Entonces ésa es la tripulación —zanjó Ender.

—Sin discusión —añadió el alcalde Kovano.

—¿Construirá la nave la reina colmena? —preguntó Jane.

—Lo hará —contestó Ender.

—Entonces tengo que pedir un favor más. Ela, si puedo darte esos cinco minutos, ¿puedes contener también en tu mente la pauta de otro virus?

—¿El virus para Sendero? —preguntó ella.

—Se lo debemos, si es posible, por la ayuda que nos han prestado.

—Creo que sí —respondió Ela—, o al menos las diferencias entre ese virus y la descolada normal. Eso es posiblemente todo lo que puedo contener: las diferencias.

—¿Y cuándo sucederá todo esto? —preguntó el alcalde.

—En cuanto la reina colmena construya la nave —dijo Jane—. Nos quedan sólo cuarenta y ocho días antes de que los Cien Mundos desconecten sus ansibles. Ahora sabemos que sobreviviré a ese hecho, pero me dejará lisiada. Me costará reaprender todos mis recuerdos perdidos, si es que puedo hacerlo alguna vez. Hasta que eso suceda, no podré contener la pauta de una nave para que vaya al Exterior.

—La reina colmena puede mandar construir una nave tan simple como ésta mucho antes de esa fecha —dijo Ender—. En una nave tan pequeña no hay posibilidad de enviar a todas las personas y pequeninos de Lusitania antes de que llegue la flota, y mucho menos antes de que el corte del ansible impida a Jane hacer volar esa nave. Pero habrá tiempo de llevar nuevas comunidades de pequeninos libres de la descolada, un hermano, una esposa, muchas pequeñas madres embarazadas, a una docena de planetas y establecerlos allí. Tiempo para introducir a nuevas reinas en sus crisálidas, fertilizadas ya para poner sus primeros centenares de huevos, y llevarlas también a una docena de nuevos mundos. Si todo esto funciona, si no nos quedamos como unos idiotas sentados en una caja de cartón deseando poder volar, entonces volveremos con paz para este mundo, libres del peligro de la descolada, y con la dispersión segura de la herencia genética de las otras especies de raman que hay aquí. Hace una semana, parecía imposible. Ahora hay esperanza.

—Gragas a deus —rezó el obispo.

Quara se echó a reír.

Todos la miraron.

—Lo siento —dijo—. Estaba pensando…, oí una oración, no hace muchas semanas. Una oración a Os Venerados, mi abuelo Gusto y mi abuela Cida. Pedían que, si no había una manera de resolver los problemas imposibles que nos acechan, que intercedieran ante Dios para que abriera un camino.

—No es una mala súplica —comentó el obispo—. Y tal vez Dios ha respondido a ella.

—Lo sé —respondió Quara—. Eso es lo que estaba pensando. ¿Y si todo este asunto del Inspacio y el Expacio no hubiera sido real antes? ¿Y si sólo se hizo verdad debido a esa oración?

—¿Y qué? —preguntó el obispo.

—Bueno, ¿no les parecería gracioso?

Por lo visto, nadie compartía su opinión.

VIAJE

‹De modo que los humanos tienen ya lista su nave, y en cambio la que habéis estado construyendo para nosotros está todavía incompleta.›

‹La que ellos querían era una caja con una puerta. Ninguna propulsión, ningún soporte vital, ningún espacio para carga. La vuestra y la nuestra son mucho más complicadas. No nos hemos retrasado, y pronto estarán listas.›

‹La verdad es que no me quejo. Quería que se prepara primero la nave de Ender. Es la que contiene auténtica esperanza.›

‹Para nosotros también. Estamos de acuerdo con Ender y su pueblo en que la descolada nunca debe ser asesinada aquí en Lusitania, a menos que pueda crearse de algún modo la recolada. Para cuando enviemos nuevas reinas a otros mundos, mataremos la descolada de la nave que las lleve, para que no haya ninguna posibilidad de contaminar nuestro nuevo hogar. Para que podamos vivir sin temor a ser destruidos por ese varelse artificial.›

‹Lo que hagáis con vuestra nave no nos importa.›

‹Con suerte, nada de esto importará. Su nueva nave encontrará su camino al exterior, regresará con la recolada, nos liberará a todos, y entonces la nueva nave nos enviará a tantos mundos como deseemos.›

‹¿Funcionará la caja que has hecho para ellos?›

‹Sabemos que el lugar a donde se dirigen es real: nosotras traemos de allí nuestras propias esencias. Y el puente que construimos, lo que Ender llamo Jane, es una pauta como nunca hemos visto antes. Si puede hacerse, ella podrá. Nosotros nunca lo conseguimos.›

‹¿Os marcharéis si funciona la nueva nave?›

‹Crearemos reinas-hermanas que llevarán consigo mis recuerdos a otros mundos. Pero nosotros nos quedaremos aquí. Este lugar donde salí de mi crisálida es mi hogar para siempre.›

‹Entonces estás tan enraizada aquí como yo.›

‹Paro eso están las hijas. Para ir donde nosotras nunca iremos, para llevar nuestra memoria a lugares que nunca veremos.›

‹Pero nosotros veremos. ¿No? Dijiste que la conexión filótica permanecería.›

‹Pensábamos en el viaje a través del tiempo. Vivimos mucho tiempo, nosotras las colmenas, vosotros los árboles. Pero nuestras hijas y sus hijos nos sobrevivirán. Nada cambia eso.›

Qing-jao los escuchó mientras le exponían la decisión.

—¿Por qué debería importarme lo que decidáis? —dijo cuando terminaron—. Los dioses se reirán de vosotros.

Su padre sacudió la cabeza.

—No lo harán, hija mía, Gloriosamente Brillante. Los dioses no se preocupan más por Sendero que por cualquier otro mundo. La gente de Lusitania está a punto de crear un virus que puede liberarnos a todos. No más rituales, no más cesión al desorden de nuestros cerebros. Por eso vuelvo a preguntártelo: si es posible, ¿debemos hacerlo? Causaría desorden aquí. Wang-mu y yo hemos planeado cómo actuaremos, cómo anunciaremos lo que estamos haciendo para que el pueblo comprenda, para que haya una oportunidad de que los agraciados no sean masacrados y renuncien amablemente a sus privilegios.

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