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Authors: Lucía Solaz Frasquet

Tags: #Infantil y juvenil

Entre sombras (29 page)

BOOK: Entre sombras
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—Debe ser extraño perder el control sobre tu propio cuerpo —comentó la joven con suavidad cerrando con llave detrás de él.

Enstel, que todavía no había adquirido forma sólida, la rodeó con su energía, revirtiendo los daños producidos en los últimos días. Acacia se había sentido inmediatamente mejor desde que notara su presencia en la celda y ahora cerró los ojos y suspiró con deleite, permitiendo que la energía se extendiera por cada rincón de su ser, reparando sus tejidos y revitalizándola. Tocó la piel de su rostro, que había recuperado la tersura y ya no se sentía como si fuera de pergamino.

Había sido Enstel el que le había proporcionado la fuerza necesaria para ponerse en pie y esconder la expresión de su rostro mientras se comunicaba con él. No estaba segura de lograr ocultar el enorme alivio y alegría al saber que se encontraba bien.

—Gracias, mi cielo —susurró Acacia con una sonrisa feliz—. ¿Qué haría sin ti?

Entonces pareció recordar algo.

—¡Oh, Enstel, pero qué groseros estamos siendo! ¡Lord Crosswell todavía no te ha visto!

Acacia lo contempló mientras se manifestaba en todo su esplendor, el resplandor dorado vibrando potente a su alrededor. El rector, con expresión pasmada, apenas se atrevía a respirar.

—¿No es el ser más extraordinariamente hermoso del mundo? —preguntó la joven con voz soñadora.

—¡Un ángel! —balbuceó el rector cayendo de rodillas.

—A menudo he pensado en él en esos términos.

Enstel y Acacia entrelazaron sus miradas.

—Mis disculpas —dijo Acacia parpadeando después de un tiempo—. A pesar de los años que hemos pasado juntos, todavía tiene este efecto sobre mí. Es de una belleza hipnotizadora, ¿no es cierto? Mi madre, una débil mujer, lo invocó en un último acto de amor antes de morir. Fue Enstel, uno de los espíritus Tau que tanto ha deseado controlar, quien me salvó de sus esbirros trasladándome a Tavistock. A Tegen no le interesaba el conocimiento intelectual, el poder, la grandeza o la riqueza. Su motivación era el amor, lo único que realmente existe.

El rector los contempló sobrecogido.

—Enstel me pide que le informe que varios miembros de la Orden al tanto de sus actividades secretas se dirigen hacia aquí. También quiere que sepa que, aunque podría comunicarse directamente, ha decidido no hacerlo. Dice que si posa los ojos sobre usted no confía en poder mantener el control sobre sí mismo. Cree que debería estarme agradecido, porque solo mi voluntad le mantiene con vida.

Alexander Crosswell los miró como atontado.

—Hace tiempo que sé que estuvo detrás de la muerte de mis padres y de otros muchos. No conozco todos los detalles de las atrocidades que ha cometido en nombre de ese progreso que tanto reverencia y no quiero hacerlo. No me corresponde a mí juzgarle. Hasta hace poco pensaba de manera muy diferente y quería venganza. He aprendido mucho, a través de Iris y Eric, pero sobre todo gracias a Enstel, hasta alcanzar no el mero conocimiento intelectual, sino un saber profundo, un convencimiento interior que no necesita pruebas porque procede del corazón. Todo lo que existe está interconectado por poderosos lazos invisibles. No podría ser de otro modo pues todo procede de una única fuente. Y más allá de las apariencias, una parte de nosotros es eterna, divina y perfecta. Como seres humanos cometemos errores, pero eso no altera nuestra verdadera naturaleza. Es así como debo verle.

Acacia contempló al hombre unos momentos.

—No negaré que una parte de mí todavía se ve tentada por mi antiguo modo de ver el mundo y desea que sufra por sus crímenes, pero sé que la venganza es un malgasto de energía que solo sirve para crear más oscuridad. Mis padres le hubieran perdonado y yo también puedo hacerlo. Quizás usted mismo encuentre más difícil vivir con el sufrimiento que ha causado.

En ese momento se escuchó un gran estruendo.

—Deben ser los chicos de la Orden —comentó la joven girando la cabeza hacia la puerta—. Confío que los que están de nuestra parte.

Enstel asintió y extendió un escudo de energía a su alrededor para protegerla mientras echaban la puerta abajo.

—¡Acacia! —exclamó Michael Bowles intentando recuperar el equilibrio tras la embestida—. ¡Gracias a Dios que te hemos encontrado a tiempo!

Acacia miró el rostro ansioso del profesor, a quien no hubiera esperado encontrar en semejantes circunstancias. Al parecer, las sorpresas no habían dado a su fin. Lo seguían dos hombres vestidos de negro a los que no había visto nunca.

Entonces el doctor Bowles reparó en Enstel y enmudeció. Cuando consiguió despegar los ojos de él, descubrió al rector en la celda, todavía de rodillas y como si de repente hubiera envejecido veinte años.

—Vaya —murmuró tratando de recobrar la compostura—, veo que te has arreglado muy bien sin nosotros. Ya habrá tiempo después para preguntas. Ahora debemos encontrar a los demás. Weber tiene a Iris, Rachelle y Eric, pero no sé exactamente dónde.

Enstel se desvaneció y los dos hombres de negro salieron de la estancia seguidos de Acacia y el profesor Bowles.

Enstel, ve con ellos
.

Mi lugar está contigo
.

¿
Todavía nos encontramos en peligro
?

Prefiero continuar a tu lado
.

¿
Dónde están
?

Lo averiguaré
.

Llegaron a unas escaleras y al final del tramo Acacia se dio cuenta de que había estado encerrada bajo el mismísimo despacho del rector. La entrada se hallaba tan bien camuflada que había sido un milagro que hubieran dado con ella. El doctor Bowles la observó mientras se detenía a beber agua de una jarra.

—Están en la capilla de Merton College —anunció Acacia al terminar su segundo vaso.

—¿Cómo…? —empezó a preguntar el doctor Bowles. Entonces pareció cambiar de opinión—. No importa. Vayamos hacia allí.

31

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Acacia mientras salían al exterior y andaban con premura en dirección a Merton. Caía una suave llovizna y calculó que serían las dos o las tres de la tarde.

—El profesor Weber contactó con nosotros hace unos meses dándonos noticias sobre sus sospechas hacia el rector. Lo que él no sabía es que ya estábamos estudiando el caso y nos habíamos percatado de que la operación iba a ser incluso más complicada de lo que habíamos anticipado.

—¿Sois el departamento de asuntos internos de la Orden?

—Algo así —río Michael Bowles—. Señalar a un Gran Maestro como traidor a la Orden que ha jurado servir es la acusación más grave que uno pueda lanzar. Poco a poco la tela de araña fue revelándose, pero no podíamos actuar sin levantar sospechas. El profesor Weber se había protegido con tal cantidad de hechizos que nos llevó un tiempo empezar a ver a través de ellos. Fueron Iris y Eric los que señalaron que Weber estaba ocultándonos algo. Si no hubiera sido por ellos, hubiéramos tomado al rector como la verdadera amenaza, abriendo el camino para que Weber se convirtiera en el nuevo Gran Maestro.

—No sabía que pertenecías a la Orden.

—En Europa solo lo sabía Iris, desde que nos vimos en San Francisco hace unos días.

—Por aquí —exclamó Acacia señalándoles el camino a la capilla.

Encontraron la puerta cerrada. Mientras los hombres de negro estudiaban otros lugares de acceso, Acacia se concentró un momento y la puerta se abrió.

—Tenía entendido que ni siquiera te habías iniciado en la Orden —murmuró el doctor Bowles arqueando las cejas con admiración.

Acacia empujó la puerta y se introdujo en el interior del edificio medieval. A pesar de que el día era gris, las enormes vidrieras todavía dejaban pasar una buena cantidad de luz y había numerosos candelabros encendidos. Vio varios cuerpos tendidos sobre las baldosas multicolores. No los reconoció y no parecía haber rastros de sangre. Quizás solo estuvieran inconscientes, deseó.

Un ruido le hizo mirar al fondo de la capilla, donde vislumbró una escena caótica con varias sillas y candelabros por los suelos. Corrió hacia allí seguida del doctor Bowles y sus hombres. Eric estaba levantándose con esfuerzo y tendiéndole la mano a una pálida mujer de revueltos cabellos rubios. A pocos metros de distancia, Iris hacía un gesto con la mano extendida hacia el profesor Weber, quien se dirigía hacia la derecha del altar. Acacia se dio cuenta de que el poder de Iris no era suficiente para frenarlo.

Detenlo
, le pidió a Enstel.

El profesor Weber lanzó una exclamación de sorpresa y luchó por continuar moviéndose mientras Acacia y el resto del grupo se acercaban a él.

Eric giró la cabeza hacia ellos y la intensidad del alivio y el amor que reflejó su rostro al verla caldeó el corazón de Acacia.

—¿Estáis bien? —les preguntó.

Iris y Eric asintieron con rapidez. El joven ya se había puesto en pie y, aunque con rostro pálido, no parecía estar herido. La mujer rubia, todavía incapaz de levantarse, la miró con ojos hundidos. Iris se agachó a su lado para atenderla.

Acacia estudió al profesor Weber, que continuaba intentando recobrar el control sobre su cuerpo.

—No te molestes —le aconsejó—. Cuando más trates de vencerlo, más débil te encontrarás.

—¿Qué estás haciendo? ¿Acaso no sabes que Iris y Eric han traicionado la Orden y todo lo que representa? Te han engañado durante todos estos meses, haciéndote creer que había un elemento corrupto cuando en realidad son ellos los que quieren hacerse con el poder.

—Veo que has asistido a la misma escuela de manipulación que Lord Crosswell —respondió la joven.

—No seas ingenua, Acacia. Tú sabes bien que no te estoy mintiendo.

Acacia lo observó en silencio, considerando qué hacer.

—¿Qué es esta presencia que me impide moverme? ¡Solo un espíritu Tau sería capaz de tal cosa y no es posible que hayas logrado invocarlo!

—Tienes razón. No sabría cómo. Fue mi madre quien lo hizo. Enstel me está diciendo que tus acciones e intenciones son incluso más negras que las del rector…

Eric se aproximó a ella y se abrazaron breve e intensamente. Acacia miró a su alrededor. Los dos hombres vestidos de negro que acompañaban al doctor Bowles estaban estudiando los cuerpos diseminados por toda la capilla. La mujer rubia había logrado ponerse en pie, aunque su rostro todavía presentaba un tono cadavérico.

—¿Qué hacen? —preguntó Acacia.

—Asegurándose de que sus poderes están realmente neutralizados —respondió el doctor Bowles—. Iris, Rachelle y Eric han hecho un buen trabajo.

—¿Qué va a pasar con ellos?

—Tenemos pruebas suficientes para encarcelarlos a todos de por vida. Varios miembros de la Orden están ahora mismo desactivando a otros elementos que operaban desde Inglaterra. No contábamos con que el rector actuara con tanta rapidez y eso ha precipitado nuestros planes. Solemos ser mucho más organizados y efectivos.

—¿El doctor Muraki? —inquirió Acacia recordando la impresión que le había causado en cada uno de sus encuentros.

—Es uno de ellos, sí —admitió el doctor Bowles con pesar.

—¿Y la doctora Haynes?

—Será interrogada, pero en principio no forma parte de la lista de acusados formales. No creemos que sospechara nada.

—¿Serán juzgados dentro de la Orden?

—Los despojaremos de sus poderes, claro está, pero tendrán un juicio como cualquier criminal. Por imperfecto que sea, debemos acogernos al sistema de justicia.

—¿Cabe alguna posibilidad de que logren esquivarlo? ¿O que consigan recuperar sus habilidades? —preguntó Acacia.

—El rito de desposesión es irreversible y entre los miembros de la Orden contamos con suficientes policías, abogados y jueces que se encargarán de que la sentencia sea justa y se cumpla en su totalidad.

—Un juicio público hará que la existencia de la Orden salga a la luz —señaló Acacia.

—Eso no tiene ya importancia —le aseguró Michael Bowles—, aunque procuraremos que todo se desarrolle con la mayor discreción posible.

—¡Prefiero la muerte a enfrentarme a semejante ignominia! —gritó el profesor Weber fuera de sí—. Acacia, ¿es que no te das cuenta de que están jugando contigo?

La joven cerró los ojos y palideció, su rostro contrayéndose en una mueca involuntaria al contemplar algunas de las atrocidades que había llevado a cabo.

El profesor Weber cayó de rodillas.

—¡No, no, no! —gimió llevándose las manos a la cabeza—. ¡Estáis manipulando mi percepción! ¡Yo jamás fui responsable de tales actos!

—Este debe ser el mayor caso de autonegación que he visto jamás —comentó el doctor Bowles moviendo la cabeza.

—¡No lo comprendéis! —continuó el profesor Weber—. Vuestras mentes son tan pequeñas… no podéis ver que todo ha sido por el bien de la Orden. Lo estáis arruinando todo…

—Resulta devastador saber que personas con las que tanto hemos compartido han estado trabajando en el lado oscuro —murmuró la mujer rubia con un suave acento francés.

—Oh, Rachelle —respondió Iris pasándole un brazo consolador por los hombros—, no sabemos hasta qué punto han sido conscientes.

Acacia frunció el ceño, pensativa. La justicia humana y lo que proponía el doctor Bowles no le acababa de satisfacer.

—Si somos responsables de lo que percibimos en el mundo —dijo—, si lo que vemos fuera es un reflejo de lo que somos por dentro, si todo es Uno y no existe separación entre tú y yo, si todos nosotros somos almas divinas que procedemos de una misma energía creadora, entonces la oscuridad que vemos en ellos no deja de ser una proyección de la oscuridad que albergamos en nuestro interior.

Eric la contempló con una sonrisa rebosante de amor y admiración.

—Tienes toda la razón, querida —respondió Iris recuperando un poco el brillo de los ojos—. Si bien el mero castigo no contribuye a erradicar la ilusión de la dualidad, hay varias cosas que podemos hacer por nosotros mismos que les ayudará a aceptar las consecuencias de sus acciones y mostrarles el camino hacia la unidad.

—El miedo es la prisión. El amor es la salida —sonrió Rachelle con aprobación.

Michael Bowles iba a añadir algo cuando su teléfono móvil empezó a sonar.

—¡Fantástico! —exclamó después de escuchar un momento—. Traedlos a la capilla de Merton.

—¿Qué hacemos con el profesor Weber? —preguntó Acacia—. Enstel podría debilitarlo lo suficiente para que podáis despojarlo de sus poderes sin peligro. Yo no sé cómo hacerlo.

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