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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Histórico

Episodios de una guerra (41 page)

BOOK: Episodios de una guerra
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Pero su alegría, o al menos la alegría de los oficiales, estaba empañada por la amargura de la derrota, por la idea de que la Armada real había caído muy, muy bajo debido a la captura de tres de sus fragatas en tan corto tiempo y por el deseo de vengar a la
Guerrière
, la
Macedonian
y la
Java
. Stephen se dio cuenta de eso cuando Watt, el primer oficial, le llevó a la sala de oficiales. Ya estaban allí varios oficiales y le dieron una calurosa bienvenida, pero en cuanto terminaron las presentaciones y las obligatorias frases corteses, le pareció que estaba otra vez en la
Java
, ya que la atmósfera era muy parecida y los oficiales estaban más preocupados aún por la guerra norteamericana. Eso se debía a que la guerra era algo más próximo a ellos, mucho más próximo, y desde que había comenzado, ellos habían estado a punto de entablar un combate muchas veces. Sabían mucho más que Stephen sobre el enfrentamiento entre la
Constitution
y la
Java
porque habían oído los rumores que corrían por la Armada y conocían las actas del juicio en el cual un consejo de guerra había absuelto a Chads y a los oficiales supervivientes. No obstante, ignoraban algunos detalles y le hicieron muchas preguntas, como por ejemplo: ¿Qué tipo de balas usaron los norteamericanos? ¿Qué efecto tenían? ¿Había muchos desertores británicos en la
Constitution
? ¿A qué distancia hizo fuego? ¿Qué piensa de su artillería? ¿Varió el ritmo de sus andanadas al recibir el impacto de las balas enemigas? ¿Es cierto que los norteamericanos usan plomo en los cartuchos?

—Caballeros, lamento no saberlo, ya que estuve en la enfermería durante la batalla —contestó Stephen.

—Pero al menos habrá notado cuándo se partieron las ostas —dijo el señor Jack, el cirujano de la
Shannon—
. Sin duda, por algunas heridas se habrá dado cuenta de que se habían partido las ostas…

—El capitán presenta sus respetos al doctor Maturin y le ruega que le permita disfrutar de su compañía en la comida —dijo un ayudante del contramaestre que entró precipitadamente.

—Señor Cosnahan, me alegro de verle otra vez y de verle sobrio y saludable —dijo Stephen—. Presente mis respetos al capitán y dígale que me agradará mucho comer con él.

Mientras más alto era el rango de los miembros de la Armada, más tarde comían. Cosnahan había comido en la camareta de guardiamarinas y ya se había manchado la ropa de pudín antes que los oficiales se sentaran a comer el bacalao hervido y cuando aún la comida del capitán no era más que un olor agradable que salía de la cocina. Esta vez a Stephen se le había llenado la boca de saliva en vano. Se metió disimuladamente una galleta en el bolsillo y fue a ver a Diana.

Diana estaba peor que antes, pues la
Shannon
se encontraba de nuevo en el Atlántico, en la zona que le correspondía, y las olas eran mucho mayores allí. Tenía la cara verdosa y apenas tenía fuerzas. Estaba silenciosa e inmóvil la mayor parte del tiempo, pero de vez en cuando tenía convulsiones. Stephen ya la había desvestido, la había lavado y la había envuelto en mantas calientes, pero no podía hacer nada más por ella. Le arregló un poco las mantas, se sentó y estuvo mirándola atentamente durante un rato mientras daba pequeños mordiscos a la galleta. Luego bajó a la cabina que Falkiner, su antiguo compañero de tripulación, le había cedido, hojeó los documentos y los envolvió en un trozo de lienzo. Recordó que la noche anterior había tratado con rudeza a Jack e hizo todo cuanto pudo por tener un aspecto presentable y hacerle quedar bien delante del capitán. Y después de lavarse y arreglarse, se sentó en el coy de Falkiner con el reloj recién adquirido en la mano y se puso a pensar en Diana.

Tenía que pensar en muchas cosas, en los numerosos aspectos de aquella compleja relación y en el matrimonio, algo que desconocía por completo, pero apenas había empezado a reflexionar sobre los cambios físicos y mentales que producía el embarazo, a veces favorables y otras desfavorables, cuando las manecillas del reloj le indicaron que ya era hora de irse. Esa noche había dormido profundamente, aunque poco. Había recuperado las fuerzas, pero todavía le dolía la cabeza y le era difícil fijar la vista y leer durante mucho tiempo y le dolían mucho las costillas astilladas cuando hacía determinados movimientos. Sin embargo, ahora dominaba su mente, ya no tenía que luchar con una mente agotada, vacilante, incapaz de tomar una decisión, y a pesar de que no podía imaginarse cómo sería su relación con Diana, podía dejar a un lado su pena y su dolor por la pérdida de un profundo sentimiento.

En el camino volvió a encontrarse con Cosnahan, que iba a buscarle otra vez porque el capitán Aubrey no confiaba en la puntualidad de su cirujano. Pero por primera vez no merecía ningún reproche e incluso era digno de elogio y entró en la cabina con aire triunfante.

La comida fue muy buena y consistió en ostras, hipogloso, langosta, pavo y un pudín que gustó mucho a los marinos. Como ellos hablaron casi todo el tiempo de asuntos navales, Stephen tuvo tiempo de observar al capitán Broke. Le causó buena impresión. Era un hombre moreno que pesaba la mitad que Jack y era reservado, serio y melancólico, pero, al igual que Jack, tenía dotes de mando y determinación. Era obvio que ambos tenían una estrecha relación, aunque eso podía parecer paradójico porque eran muy diferentes y representaban a los dos tipos de marinos que había en la Armada, tipos característicos de diferentes siglos. Jack era bullicioso y bebedor, como los marinos del siglo XVIII, mientras que Broke era discreto, como los marinos de época más reciente, cada vez más numerosos en la Armada, a pesar del conservadurismo de ésta. Pero los dos eran marinos al fin y al cabo y respecto a los asuntos navales tenían las mismas ideas y los mismos objetivos. Jack Aubrey era un capitán a quien le gustaba entablar combates, un capitán siempre listo para navegar y realizar acciones violentas, y Broke también lo era e incluso parecía sufrir más por la derrota de la Armada real, si eso era posible. A Stephen no le cabía duda de que era un hombre de profundos sentimientos, aunque sólo los demostraba ocasionalmente. Eso se puso de manifiesto cuando habló con Jack de la
Chesapeake
, la única embarcación que la
Shannon
bloqueaba ahora, la que era el objeto de su deseo y su ambición. Habían terminado de hablar del armamento de la
Chesapeake
cuando Stephen volvió a prestarles atención. Jack ya había dado una amplia información sobre la fragata, incluidos un sinfín de detalles sobre las carronadas y un cálculo del número de hombres que integraban su tripulación, que, según él, eran aproximadamente cuatrocientos, y ahora hablaba del capitán.

—Lawrence es un tipo extraordinario y estoy seguro de que no le han ordenado quedarse en el puerto y de que está deseoso de entablar un combate contigo.

—Espero que así sea —dijo Broke, con un intenso brillo en los ojos—. He permanecido muchos días aquí esperándole, aunque tenemos muy poca agua. Antes de ordenar a la
Tenedos
que se fuera cogimos toda el agua que podía suministrarnos y a pesar de eso nos queda tan poca que desde la semana pasada tuvimos que reducir la ración de los tripulantes a la mitad. Me atormenta la idea de tener que alejarme de aquí porque él podría irse o enfrentarse a Parker. Le he mandado varios mensajes instándole a salir por mediación de algunos prisioneros que he transportado, pero parece que no los ha recibido. A veces incluso he pensado que era cobarde o que compartía la opinión de la mayoría de los habitantes de Nueva Inglaterra.

—¿Lawrence cobarde? Ni mucho menos —dijo Jack con énfasis.

—Me alegra oírlo —dijo Broke.

Siguió hablando de las opiniones de los ciudadanos de Boston. Había podido obtener mucha información porque había tenido frecuentes contactos con la costa y una parte de esa información confirmaba lo que Stephen ya sabía y otra parte era nueva para él.

—Según un hombre muy bien informado, el partido federalista desearía que ocurriera cualquier suceso que contribuyera a firmar la paz —continuó Broke—. Pero no sé qué es lo que ese hombre considera «cualquier suceso». A los ciudadanos no les importa hablar de su oposición a la guerra y de cuál es la opinión pública, pero no les gusta dar detalles que contribuyan a que su país sufra una derrota, pues supongo que, a pesar de que piensan que está mal gobernado, también piensan que resultará afectado. Ese hombre me informó que tienen un barco de vapor armado con seis cañones de nueve libras, pero no quiso decir nada sobre su velocidad ni sobre el alcance de sus cañones ni si era posible interceptarlo con las lanchas. Doctor Maturin, ¿oyó hablar usted de ese barco de vapor cuando estaba en tierra?

El doctor Maturin respondió que, lamentablemente, no había oído hablar de aquel barco y preguntó que si realmente llevaba una máquina de vapor y que cuál era su medio de propulsión.

—La máquina mueve unas enormes ruedas que están a cada lado, señor, unas ruedas que son similares a las de un molino —contestó Broke—. Si uno se encontrara con ese barco cuando la marea está baja o no sopla el viento, estaría en una difícil situación, pues puede navegar contra viento y marea y, además, cuando no sopla el viento.

—Si una máquina como ésa lleva un cañón de veinticuatro libras en la proa, puede hacer mucho daño aunque haya vientos flojos o calma chicha —dijo Jack.

Después hablaron de las ruedas de paletas, la propulsión a chorro, alabada por Benjamín Franklin, el vapor que Broke había visto en un canal de Escocia en tiempo de paz, los vapores que navegaban por el río Hudson, la conveniencia de utilizar esos barcos en la guerra y las probabilidades de incendiarse que tenían, la furiosa reacción del almirante Sawywer cuando le habían sugerido que utilizara uno como remolcador en el puerto de Halifax, la posibilidad de que dentro de poco tiempo los marineros se convirtieran en simples mecánicos a pesar de que el Almirantazgo odiaba aquella deplorable innovación, los defectos del Almirantazgo…

El capitán Broke era un hombre bien educado y a menudo intentaba que la conversación fuera general, aunque sin éxito. Stephen solía abstraerse y permanecer silencioso durante las comidas y tenía muchos más motivos para estar callado ahora, pues no sabía nada de náutica y estaba casi muerto de sueño. Había dormido profundamente aquella noche, pero poco, y ahora lo notaba y anhelaba estar acostado en el coy de su cabina.

Después de dar una cabezada tras acabar de comer el pudín, se espabiló y se dio cuenta de que el capitán Aubrey iba a cantar. Jack era la persona menos tímida del mundo y cantaba con la misma facilidad que estornudaba.

—Oí esta canción en el manicomio de Boston —dijo y vació su copa—. Dice así…

Entonces se recostó en la silla y su voz grave y melodiosa llenó la cabina:

¡Oh, paloma rabuda,

dime dónde está ella!

Ella era mi único amor

y me dejó, me dejó.

—¡Muy bien! —exclamó Broke.

Entonces se volvió hacia Stephen y, con una extraña sonrisa, dijo:

—Eso me recuerda el hermoso poema lesbio:

… quiferox bello tamen inter arma

sive iactatam religarat udo

litore navim…

—Es cierto, señor —dijo Stephen—. Y nada puede ser más apropiado para agradar a Baco y a Venus e incluso a las musas. Si no recuerdo mal, sigue así:

et Lycum nigris oculis nigroque

crime decorum.

—Pero si no me equivoco —continuó—, el joven de pelo negro del que habla el poema no es el tipo de persona que gusta al capitán Aubrey.

—Eso es cierto, señor, muy cierto —dijo Broke desconcertado—. No me acordaba… Hay pasajes de las obras de los antiguos que es mejor olvidar.

—Ja, ja! —exclamó Jack—. Sabía que no daría buen resultado hablarle en latín al doctor. He visto ganarle a todo un almirante con el ablativo absoluto.

Broke dejó escapar una risa forzada. Era evidente que no estaba acostumbrado a que le contradijeran, que le disgustaba todo lo que pudiera parecer una obscenidad y que, a diferencia de su primo, no tenía sentido del humor. Y como era mucho más serio y concienzudo que él, enseguida empezó a hablar de nuevo de los cañones y las armas ligeras con la gravedad que el tema requería. Luego describió el plan que había elaborado para adiestrar a los tripulantes de la
Shannon
en el manejo de las armas, un plan que seguían desde hacía más de cinco años. Los lunes los marineros hacían prácticas con los cañones largos, los martes con los giratorios, los miércoles con las armas ligeras, a la vez que los infantes de marina con los mosquetes, los jueves con las carroñadas, a la vez que los guardiamarinas con los cañones largos…

—¡Pero eso debe de costarte mucho, Philip! —exclamó Jack mientras pensaba en la cantidad de toneladas de pólvora de ocho guineas el barril que se gastaban y se dispersaban en forma de humo en la
Shannon
, medio quintal con cada andanada de los cañones, y además la que utilizaban las armas ligeras.

—Sí. El año pasado vendí el prado que estaba cerca de la vicaría, donde solíamos jugar a críquet con los hijos del vicario, ¿te acuerdas?

—¿No has capturado muchas presas?

—Hemos capturado bastantes durante esta misión, por lo menos una veintena, pero casi todas las he quemado. Precisamente el otro día entregué dos que eran antiguas embarcaciones nuestras, pero tuve que prescindir de un guardiamarina, un timonel y dos marineros de primera. Prefiero quemar las presas, pero esas dos las entregué porque eran de la base naval de Halifax.

—Eso es una heroicidad —dijo Jack impresionado—. Pero, ¿los tripulantes no se molestan por eso?

—En otro tiempo eso no sería aceptado, pero ahora es diferente. Después que perdimos la
Guerrière
les reuní en la proa y les dije que si mandábamos las presas a Halifax deberíamos mandar algunos marineros en ella y, por lo tanto, la tripulación de la fragata se reduciría y habría menos posibilidades de revancha, menos posibilidades de ganar cuando nos enfrentáramos a una de sus potentes fragatas. Son hombres razonables y saben que tenemos tan pocos barcos en Halifax que es difícil recuperar los tripulantes que enviamos con las presas si nuestra fragata no regresa allí y desean tomar la revancha tanto como yo, así que aceptaron. No murmuraron ni mostraron resentimiento, sino todo lo contrario. Saben que yo pierdo veinte veces más que ellos.

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