Error humano (18 page)

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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Humor, Relato

BOOK: Error humano
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»Para mí, las tres cosas más difíciles que hay para un actor son: una, llorar, porque casi nunca lo hago en la vida real. Puede que me vengan lágrimas a los ojos, pero no lloro. Otra es reírse histéricamente, como cuando dicen: “No puede parar de reír”. Y la tercera es cuando te dan una sorpresa o te asustan, las situaciones tipo: “¡Caray, qué susto me has dado!”. Uno tiene que retrotraerse a cosas del tipo: “¿Qué pasa cuando alguien me da un susto?”. Oh, tal vez después del shock inicial te tiemblan las manos, tardas un minuto en volver a respirar con normalidad... Así que te esfuerzas en llegar a esa situación.

»Para llorar, suelo usar la presión que me da el miedo a hacerlo, y la idea de que si no puedo llorar voy a fracasar. Voy a fallarme a mí misma. Voy a fallarle al director. Y voy a fracasar en la película. La gente tiene fe en que yo produzca cosas. La frustración de no poder llorar es lo que hace que salgan las lágrimas.

Dice:

—Estaba haciendo
Asesinos natos
con Oliver Stone y había una escena con Woody Harrelson en lo alto de una colina en la que estábamos teniendo una discusión. A mí me había venido la regla aquella mañana y no había dormido muy bien. Había dormido una hora más o menos, y a eso se le sumaba el dolor de la cosa femenina, y estábamos discutiendo, y entonces el director cortó.

»Y Woody dice: “¿Quieres repetirla? Yo quiero hacer otra toma”.

»Y Oliver dice: “Sí. ¿Tú qué dices, Juliette? ¿Quieres repetirla?”.

»Y yo digo: “¿Para qué? Si es una mierda. ¿Qué sentido tiene? Doy asco. Ni siquiera sé por qué me dedico a esto. ¡Nunca voy a mejorar! ¡Es una mierda! ¡Es horrible!”.

»Y ellos se me quedan mirando, y Oliver me lleva aparte y me dice: “Juliette, nadie quiere oír que das asco. A nadie le importa que pienses que das asco”. Y aquella fue la última vez que hice algo así. Fue un momento crucial. Lo que hizo Oliver estuvo muy bien. Consiguió que dejara de cometer aquellas estupideces.

Sigue leyendo:

—«¿Alguna vez te has enamorado de un animal hasta el punto de desear que pudiera hablar como tus amigos humanos? (Porque yo podría enamorarme de mis gatos y desear que fuéramos de la misma especie para poder relacionarnos entre nosotros)».

En una fiesta en Westwood, la actriz y guionista Marissa Ribisi mira cómo Juliette y Steve comen pollo y dice:

—Quedan genial juntos. Son como un par de colegas.

Cuando se marchan de la fiesta, bajo la luna llena, cogen sendas galletas de la fortuna y les sale el mismo mensaje: «Se abren ante ti las avenidas de la buena suerte».

Volviendo de la fiesta, Juliette dice:

—Lo único que yo había pensado para la boda era que tuviéramos buenas vistas. Y nos casamos al aire libre sobre un acantilado. Era la primera vez que yo lo veía a él vestido con traje y estaba elegantísimo. El paisaje que tenía ante mí... Yo tenía que recorrer un caminillo que salía de un túnel (porque había un parque, luego un túnel y por fin el acantilado), y a medida que me acercaba lo único que veía era la silueta de un hombre con el sol de fondo. Fue increíble.

Ella dice:

—Yo no paraba de pensar: «¿Tengo que subirme el velo o dejármelo bajado? ¿Velo subido? ¿Velo bajado?». Me encantaba la idea del velo porque dentro del velo una está como en un sueño. Y así es como son los días de boda.

Steve dice:

—Yo no tenía zapatos. No tuve tiempo nada más que de comprar un traje, así que no tenía zapatos para ponerme. Y al final tuve que coger prestados los zapatos de un amigo. Nos los cambiamos en el mismo acantilado. Para las fotos.

Como el vídeo de la sala de estar se ha estropeado, están viendo los vídeos de skateboard de Steve en el televisor del dormitorio, y Juliette dice:

—La primera vez que vi sus vídeos de skateboard se me llenaron los ojos de lágrimas. En primer lugar, la música es preciosa, fue él quien eligió personalmente la música y el piano. Me resulta increíblemente estética la forma en que flota y salta y desafía el universo físico. Porque se supone que eso no se puede hacer. No se puede coger un objeto con ruedas y saltar desde una estructura. Es un desafío. Fue la primera vez que una pareja mía me dejaba así de sobrecogida.

En el piso de arriba, mirando una foto enmarcada de Marilyn Monroe, Juliette dice:

—La gente ha reducido a Marilyn a un símbolo sexual, pero la razón de que tuviera tanto poder fue que alegraba a la gente. Estaba llena de gozo. Cuando sonreía en una foto era como una mezcla de varias cosas. Tenía cuerpo de mujer, una hermosa forma de mujer, pero también tenía aquel resplandor de amor infantil, aquella especie de luz infantil que hacía que la gente también se iluminara. Creo que eso era lo que tenía de especial.

»En la cienciología hay una palabra para eso. Lo que es común a todos los niños es que emiten... que son capaces de alegrar, de transmitir su gozo, eso se llama “theta”. Es lo que es innato a un espíritu. Por eso en cienciología el espíritu se llama “thetán”, y lo que emite es el theta. Es lo que yo llamaría magia.

Leyendo la lista de preguntas que le queda de un romance acabado hace tiempo, me dice:

—«¿Crees que todos somos potencialmente afines a Jesucristo?».

Y dice:

—«¿Tienes esperanzas para la humanidad? Y en caso de que no, ¿cómo eres capaz de seguir honestamente con tu vida siendo consciente de esa falta de esperanza?».

Y hace hincapié:

—Para estas preguntas no hay una respuesta correcta.

POSDATA: A medio camino de casa de Juliette, el hombre que me estaba llevando en coche recibió una llamada. Al parecer, la tarjeta de crédito de la revista no autorizaba el pago y la persona encargada de avisar al chófer le dijo que «obtuviera el pago del pasajero». La cuenta por medio día de ser llevado en coche eran unos setecientos dólares. La semana anterior, un hotel me había contado la misma historia sobre la tarjeta de crédito de otra revista y habían acabado cargándolo tanto a mi tarjeta de crédito como a la de la revista. Yo estaba muy receloso de que intentaran cobrarme en los dos sitios y dije que ni hablar. El chófer me llamó ladrón. Yo le dije que me dejara bajarme en el siguiente semáforo. Él bloqueó las portezuelas y dijo que no, y además mi bolsa seguía en el maletero. Me puse a llamar a la revista de Nueva York, pero para entonces todo el mundo se había ido a su casa. Nos pasamos las dos horas siguientes conduciendo por Hollywood Hills con las portezuelas bloqueadas y el conductor gritándome que yo era el responsable. Que era un ladrón y que no debería usar un servicio que no podía pagar.

Y yo diciéndole que la revista era la que había hecho todos los arreglos. Y todo el tiempo llamando a la revista, y al mismo tiempo pensando: «¡Hala, estoy secuestrado en una limusina! ¡Cómo mola!».

Al final llamé al 911 y dije que me habían secuestrado. Un minuto más tarde el conductor nos tiró a mí y a mi bolsa a la alcantarilla de delante de la casa de Juliette.

Nunca le conté a ella lo que me había pasado. Me limité a levantarme y llamar al timbre. Es probable que ella y Steve sigan pensando que siempre estoy igual de tembloroso y de sudado.

Resultó que a la tarjeta de la revista no le pasaba nada...

¿Por qué no cede?

(Why Isn’t He Budging)

—Yo [Andrew Sullivan] nací en mil novecientos sesenta y tres en un pueblecito muy, pero muy pequeño del sur de Inglaterra, crecí en otro pueblecito no muy lejano en el sur de Inglaterra, gané una beca para ir a Oxford, me licencié, y gané otra beca para cursar el posgrado en Harvard en mil novecientos ochenta y cuatro. Hice un máster en administración pública en la Kennedy School y me di cuenta de que no podía soportar aquella clase de análisis regresivo de las reformas del estado del bienestar, así que me pasé a la filosofía, sobre todo a la filosofía política, y pasé los años siguientes haciendo un doctorado en ciencias políticas, sobre todo teoría política. Mientras hacía el doctorado tuve un empleo que consistía en ir a Washington y hacer de becario en el
New Republic,
después ese empleo se convirtió en hacer de ayudante de jefe de redacción y por fin acabé como jefe de redacción del
New Republic,
creo que en mil novecientos noventa y uno. Y eso estuve haciendo hasta mil novecientos noventa y cinco, hasta que puse fin a todo aquello y acabé poniendo un poco de orden en mi vida.

—Yo tenía... Odiaba mi vida familiar. La odiaba. Sentía una hostilidad muy visceral hacia las circunstancias en las que me había tocado crecer, y creo que me distancié de ellos siendo muy joven... Lo pasaba muy mal cuando mis padres se peleaban. Aquello me horrorizaba y me dejó traumatizado... Hasta cierto punto uno se acostumbra a ello. Mi madre era increíblemente franca y directa, y todo resultaba muy... crudo. Mi padre siempre estaba dando portazos y chillando y gritando y emborrachándose y jugando al rugby, y mi madre siempre estaba quejándose y chillando. O sea, aquello no paraba nunca, y creo que una parte de mí simplemente se distanció de todo aquello y empezó a verlo como un espectador deportivo, pero otra parte de mí también estaba extremadamente traumatizada por ello. Pero, bueno, estés traumatizado o no, la familia es el lugar al que perteneces. Aunque sea un trauma horrible, eso es lo que te dicen los psicólogos, y yo creo que tiene mucho sentido. Aunque sea una profunda infelicidad, es tu infelicidad.

—Bueno, tal vez de eso se deduzca que uno busca relaciones que reproduzcan todo aquello...

—Hice la confirmación en la catedral de Arundel, en Sussex. Yo soy de Sussex. Mi familia no. Ellos vienen de alguna ciénaga perdida en Irlanda. Pero Sussex es un condado católico muy inglés y muchos mártires ingleses vienen de allí y eso fue parte de mi identidad de niño.

—El santo de mi confirmación fue santo Tomás Moro... Yo era un chico católico inglés, y supongo que eso me servía para afirmar una identidad muy concreta y una resistencia a Inglaterra y a toda su pompa anticatólica, además del hecho de que Moro siempre me ha fascinado. Es un hombre terriblemente fascinante por todas las razones obvias, por su intento de estar en el mundo y no estarlo. De estar metido hasta el cuello en la política y todavía más metido en su vida espiritual. En él se dan cita toda clase de cuestiones acerca de qué es la integridad y qué es la lealtad.

—La única área que me interesa de veras es la santidad. Me interesa saber qué son los santos. Porque son... no sé qué son, y la verdad es que debería saberlo. Creo que todos deberíamos tener un mejor entendimiento de en qué consiste todo eso, un ser humano que es un ser humano y sin embargo es de alguna forma sagrado, alguien que está en contacto con algo de forma más profunda que el resto de la gente... Y hay varios santos que me fascinan en mayor o menor medida y sobre los cuales me gustaría averiguar más cosas. Uno es san Francisco. Otro es san Juan el Amado...

—Hay algo atractivo en la figura que aguanta a solas, y estoy seguro de que yo me proyecto en eso en cierta medida. En quien resiste y no cede. Uno se pregunta: «¿Por qué no cede? ¿Qué está pasando? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?».

—Antes envidiaba a la gente que era seropositiva. Porque sentía que vivían de una forma más intensa que yo todavía no había podido alcanzar. Aquí es donde entra la santidad. La misma definición de
santo
es alguien que vive como si fuera a morir esa misma noche. Un santo está tan en contacto con la realidad, que es por supuesto nuestra mortalidad, que es capaz de vivir con un nivel distinto de intensidad... Me encontré a mí mismo enamorándome de gente seropositiva... Estoy pensando en un par de personas que creo que tuvieron formas notables de tratar con su enfermedad y de vivir con ella y a quienes la enfermedad les hizo brillar incluso en la hora de su muerte. Todo eso tiene algo especialmente atractivo, igual que nos atraen los mártires y nos fascinan los terroristas suicidas... Ninguna de esa gente quería estar en la situación en la que estaban, pero la estupidez y lo efímero les causaban cierta impaciencia.

—Sin entrar en detalles, acabo de tener una relación muy, muy, muy breve y tempestuosa con alguien con quien me topé en San Francisco. Simplemente me topé con él un sábado por la noche... Nuestra última comunicación fue un e-mail realmente imperioso y agresivo, y luego lo vi y hablé con él y no nos levantamos la voz ni nada. Estuvimos hablando y mis amigos señalaron que se habían dado cuenta de dos cosas. Una es que era obvio que estábamos enfadados, pero también que nuestra relación tenía una intensidad increíble.

»Entre nosotros dos simplemente había algo que soltaba chispas cuando estábamos juntos. Y supongo que eso me gusta. Impide que me aburra.

—Estar casado no quiere decir que uno esté menos solo. Creo que si no se anda con cuidado una relación puede ser la forma más intensa de estar solo... La amistad es lo que realmente resuelve y mitiga la soledad sin comprometer al yo de la forma en que lo compromete el amor, el amor romántico. Y Moro no estaba completamente solo. Tenía a su hija, que estaba muy unida a él, y tenía algunos amigos maravillosos.

—Esa es una pregunta importante: «¿Por qué estás solo?». O sea, todos estamos solos. La soledad es... es la vida. Lo que importa es la calidad de nuestra soledad. El hecho de que sea o no una soledad de calidad. Yo soy una persona solitaria. Siempre lo he sido, desde niño. Supongo que me resulta difícil... me cuesta mucho dejar entrar a alguien.

—Alguien me dijo una vez: «Para la gente hetero eres gay. Para los ingleses eres católico. Católico irlandés. Para los americanos vienes a ser inglés. Para la institución académica eres un periodista. Para los periodistas eres una especie de académico. No paras de desmarcarte de todos los equipos».

—Podría ser una reacción defensiva. O sea, los republicanos no quieren saber nada de mí. Los demócratas tampoco. La gente de derechas me contempla con mucho recelo. También la gente de izquierdas... Me gusta pensar que intento pensar y escribir para mí mismo, y a veces eso quiere decir que cabreas a la gente de forma habitual. La soledad es el ambiente natural para los escritores. Y repito que no es como mis modelos... como Orwell, que fue un héroe para muchos grupos de gente, pero mira, era un tipo muy encerrado en sí mismo. Desconfío mucho de tomarle afecto a la gente.

—Es terrible, en cuanto siento que todo el mundo se muestra de acuerdo conmigo, quiero cambiar de opinión. Soy así... y esta es probablemente la razón de que no se me diera muy bien la parte de ser jefe de redacción relacionada con la gestión: porque me sentía literalmente más cómodo enfrentado a toda mi plantilla que intentando amablemente unirlos. O incluso con mis lectores [del
New Republic
], siempre pongo, siempre he intentado poner nerviosa a la gente.

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