Read Escuela de malhechores Online
Authors: Mark Walden
Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción
—Necesitaré cinco minutos —dijo Otto sacando de la mochila las adormideras que habían cogido camino del laboratorio.
—Tiene tres. Dese prisa —repuso Raven, que ya oía el inconfundible ruido viscoso de los tentáculos a poca distancia.
«Menos mal que yo trabajo mejor cuando estoy bajo presión», se dijo Otto mientras retiraba las carcasas de las adormideras. Estudió atentamente el mecanismo y vio que era más complicado de lo que había creído. Luego cogió una de las herramientas que había traído y se puso a trabajar a toda prisa.
En la zona residencial número siete la situación empezaba a ser crítica. Todos los estudiantes se encontraban encerrados con llave en sus habitaciones, cercados por los tentáculos, o, como Laura, Shelby y Nigel, agrupados en el descansillo superior, viendo con horror cómo la planta muíante trepaba lentamente hacia ellos.
—¿Cómo se acaba con ese bicho, Nigel? —preguntó Shelby.
Los tentáculos iban a caer sobre ellos en cuestión de segundos.
—No estoy seguro —contestó Nigel, desesperado—. El fuego le haría daño, pero probablemente acabaríamos incendiando el colegio. Además, esos tentáculos no son ramas secas, han brotado hace muy poco. Les costaría mucho arder.
—Bien, el fuego descartado. ¿Otra cosa? —preguntó Laura.
—El frío. Violeta es una planta tropical, detesta el frío —dijo débilmente Nigel.
Si Laura hubiera sido un personaje de cómic, habría aparecido una bombilla dibujada encima de su cabeza. Corrió hacia la alarma contra incendios de la pared y rompió el cristal con el codo. Sabía que, una vez desconectada la mente, el sistema automático contra incendios no se activaría, pero también sabía por anteriores conversaciones con Otto que había un plan alternativo para una situación como aquella. Por todos los descansillos se abrieron unas compuertas y aparecieron unos compartimentos secretos que contenían extintores.
—Agarra un extintor, Shelby —gritó mientras ella cogía uno.
Laura corrió hasta el punto de la pasarela por donde empezaban a asomar los primeros tentáculos y apretó la palanca del extintor. Al instante, una gélida nube de dióxido de carbono envolvió los tentáculos, que retrocedieron como si se hubieran quemado. Shelby disparó a su vez con su extintor repeliéndolos también del borde de la pasarela.
—¡Brand, eres un genio! —gritó con júbilo Shelby mientras otros alumnos, al ver lo que habían hecho las dos chicas, echaban mano de más extintores.
Pero Laura sabía que aquello solo sería un respiro momentáneo: el número de extintores que había en el descansillo era limitado y no durarían eternamente.
Otto volvió a ajustar la carcasa de la última adormidera y metió todas las armas en la mochila.
—Bueno, ya está, vámonos —dijo mientras corría por el laboratorio hacia donde estaba Raven.
Cuando llegó a su altura y se fijó en la expresión de los ojos de la mujer, se le heló la sangre en las venas.
—Me temo que hemos llegado tarde —dijo Raven en voz baja.
Otto miró al corredor y vio que la única ruta que conducía a la caverna hidropónica estaba bloqueada por una masa de tentáculos. Solo tenían que atravesar unos cuantos metros de aquella palpitante barricada verde, pero hubiera dado lo mismo que fueran varios kilómetros.
—¿A qué velocidad puede correr? —le preguntó Raven sin quitar los ojos de los tentáculos que se aproximaban a ellos.
—A bastante, sobre todo si me va la vida en ello —susurró Otto.
—No se separe de mí. Cuando yo diga: «¡Corra!», eche a correr y no mire atrás. ¿Entendido?
Otto asintió con la cabeza.
—Ha llegado la hora de la poda —dijo ella.
Se llevó las dos manos a los hombros, desenfundó las refulgentes catanas que llevaba a la espalda y avanzó hacia los tentáculos con paso firme y medido, seguida por Otto a un metro de distancia. Las espinosas lianas parecieron intuir su presencia y se elevaron en el aire cuando la mujer se aproximó a ellas. Raven siguió avanzando con las dos espadas desenvainadas, esperando el primer e inevitable ataque. No tuvo que aguardar mucho: de pronto, varios tentáculos se movieron hacia ella y hacia Otto, ávidos de nuevas presas. La reacción de Raven fue instantánea: las catanas surcaron el aire como un rayo y cortaron limpiamente todos los tentáculos que los atacaban. Estos cayeron al suelo muertos, produciendo un ruido viscoso. Luego, la mujer reemprendió la marcha, repeliendo cada uno de los siguientes ataques según se producían. Cuanto más se acercaban al corredor que llevaba a la caverna hidropónica, más deprisa se arremolinaban los tentáculos, hasta que las espadas que iban abriendo camino se convirtieron en poco más que dos vertiginosas manchas plateadas. Cuando solo les faltaban unos pocos metros para llegar, de las varias docenas de tentáculos que atacaban a Raven simultáneamente, uno la sorprendió con la guardia baja y le desgarró un muslo. Ella gimió de dolor, pero no aminoró su avance, sino que atacó con sus espadas más aprisa si cabía, abriéndose paso a sí misma y a Otto. Ya solo les faltaban dos metros para llegar al siguiente pasillo, que por fortuna parecía libre de aquellos monstruosos tentáculos. Por fin, Raven lanzó por última vez sus catanas y logró abrir un hueco para pasar.
—¡Corra! —gritó—. ¡Corra tanto como sea capaz! ¡No puedo frenarlos eternamente!
Su cara, su uniforme y sus dos armas estaban manchados de los jugos verdes que segregaban los tentáculos amputados. Otto sabía que no había tiempo para discutir. Saltó por la abertura que le había abierto Raven y se puso a correr por el pasillo. Varios tentáculos le siguieron arrastrándose por el suelo.
—¡Soy yo la que debe preocuparos, no él! —gritó Raven atacándoles con más virulencia aún.
Los tentáculos que seguían a Otto parecieron titubear un instante antes de retroceder y unirse a los que estaban atacando a Raven.
A pesar de las órdenes recibidas, Otto no pudo remediar mirar hacia atrás mientras corría por el pasillo. Alcanzó a distinguir la oscura figura que seguía lanzando mandobles a diestro y siniestro rodeada de tentáculos, hasta que, al fin, el muro verde se espesó y la perdió de vista.
—¡Se acabó! ¡No hay más! —gritó Shelby, lanzando el extintor vacío sobre los tentáculos.
Laura y ella habían luchado con toda su alma para mantenerlos a raya mientras sus últimos compañeros se encerraban en sus habitaciones, pero no había servido de mucho.
—¡Abrid! —gritó Laura, aporreando la última puerta del descansillo.
La puerta se entornó y en el hueco apareció la cara despavorida de Nigel.
—¿Se han ido? —chilló.
—Como no nos abras, seremos nosotras las que nos iremos, pero al más allá —le respondió Laura, furiosa.
—Bueno, bueno —contestó Nigel abriendo la puerta del todo.
—¡Date prisa, Shelby, tenemos que entrar! —gritó Laura.
Las dos chicas entraron corriendo y Nigel cerró tras ellas.
—¿Dónde está Franz? —preguntó Shelby mirando a su alrededor.
—Se ha encerrado en el cuarto de baño y no quiere salir —dijo Nigel.
—Y aquí me quedo —les llegó la voz apagada de Franz desde el otro lado.
—Aquí estaremos a salvo, ¿verdad? —preguntó Nigel mirando primero a una chica y luego a la otra.
La puerta de la habitación resonó con un estruendo y la gruesa plancha de metal se dobló un poco hacia dentro.
—Sí, sí. Como cosa de dos minutos —contestó Shelby.
Otto entró corriendo en la pasarela y se encontró una escena de caos total. Los tentáculos atacaban ahora desde todas partes mientras unos cuantos guardias luchaban para contenerlos con el último par de lanzallamas que les quedaban. Nero estaba apoyado contra la pared con los ojos cerrados, tenía el pecho envuelto en grandes vendajes empapados de sangre y la cara muy pálida. Agachados junto a él se encontraban Wing y el jefe de seguridad, que al ver aparecer a Otto levantaron la vista sorprendidos.
—¡Otto! —gritó Wing con una sonrisa—. ¿Estás bien? ¿Dónde está Raven?
—No ha conseguido llegar —dijo Otto en voz baja—. ¿Qué le ha pasado a Nero?
—Le alcanzaron y está herido. Hay que llevarle a la enfermería, pero el camino está bloqueado —Wing movió la cabeza en dirección a la horrible planta mutante que se alzaba en medio de la caverna. Había crecido mucho desde que Otto la había visto por última vez—. Tendría que ser yo el que estuviera así y no él. Intentó protegerme —Wing hablaba con desconsuelo. Era evidente que lo ocurrido le había conmocionado.
—Ya va siendo hora de acabar con esto —dijo Otto sacando la pareja de arpones de la mochila—. Sea como sea.
Se ajustó los arpones a la muñeca y se dirigió rápidamente a la barandilla que corría al borde de la pasarela. La escena que vio cuando bajó la mirada hacia la base de la caverna fue como una representación del infierno. Masas de tentáculos bullían en torno a la cabeza monstruosa de aquel engendro, que intentaba estirarse hasta la pasarela en su ansia por alcanzar los tentadores bocados a los que aún no conseguía llegar. Pero al ritmo en que crecía no seguirían mucho tiempo fuera de su alcance.
Otto se obligó a apartar la mirada de aquella bestia y estudió los puntos del techo de la caverna a los que tenía que llegar. La idea original había sido que Raven llevaría a cabo esa parte del plan, pero, por desgracia, eso ya no iba a ser posible. Trató de no pensar en cómo se había sacrificado para salvarle. Tenía que concentrarse en lo que había que hacer en aquel momento. Ni siquiera Wing podía ayudarle ahora. Con una muñeca rota no había forma de que pudiera manejar un arpón. Iba a tener que hacerlo él solo.
—Otto, tengo que decirte una cosa de Nero —dijo Wing precipitadamente.
—Ya me lo dirás cuando vuelva —contestó Otto, apuntando al techo con el arpón que tenía en la mano derecha.
Wing, ansioso por contarle lo que había visto, le miró, pero no había tiempo.
—Suerte —le dijo en voz baja, posando una mano en el hombro de su amigo.
—Yo no creo en la suerte —replicó Otto forzando una sonrisa.
Y, acto seguido, apretó el gatillo. El delgado cable salió disparado hacia arriba y se amarró firmemente en el techo rocoso. Otto respiró hondo y luego se columpió hacia el interior de la caverna.
El monstruo pareció intuir el repentino movimiento y dirigió la cabeza en dirección a Otto cuando se balanceaba por el aire. El chico sabía que tenía que mantener el cable que le unía al techo a una cierta longitud para no perder el impulso. Rogó al cielo para que aun así pudiera mantenerse más allá del alcance de la bestia. Cuando la cabeza del monstruo se lanzó hacia él, intentó concentrarse en los arcos que su cerebro estaba trazando en el espacio que tenía delante. En cuanto notó que el cable se tensaba, disparó el segundo arpón. Durante un instante, la cabeza hinchada de la bestia pareció confundida por aquella leve variación de la trayectoria original, pero de inmediato volvió a lanzarse hacia él.
«Concéntrate en el lugar adonde vas —se dijo Otto— y pase lo que pase no mires hacia abajo». Mantuvo el ritmo de sus balanceos, dirigiéndose al centro de la caverna. En ese momento no veía la cabeza del bicho: sabía que estaba detrás de él en alguna parte, pero no tenía idea de a qué distancia. Volvió a cambiar de cable y en ese preciso momento las babeantes mandíbulas se cerraron de golpe en el mismo lugar que había ocupado él hacía apenas medio segundo. Redujo un poco la longitud del cable con la esperanza de que eso le permitiera mantenerse lejos de los mordiscos de las mandíbulas. Dos balanceos más y habría alcanzado su objetivo. Pero la cabeza volvía a la carga, moviéndose a una velocidad de vértigo. Otto se retorció a la desesperada y logró alterar su curso lo suficiente para que las enormes fauces volvieran a cerrarse en el vacío. Entonces, un lado de la cabeza le golpeó con fuerza y se quedó colgado del extremo del cable, dando vueltas y momentáneamente desorientado. Disparó a ciegas hacia el centro de la caverna, confiando en que el arpón lo condujera a su destino. Sintió que el cable se tensaba y volvió a columpiarse de nuevo con todo el cuerpo dolorido por el golpe de refilón que le había asestado el monstruo.
Lanzó otro disparo y el arpón fue a parar al bosque de estalactitas que colgaban en el centro del techo de la caverna. Recogió cable y ascendió hacia la masiva formación rocosa, alejándose del alcance de las voraces quijadas de la bestia. Mientras subía sujeto al extremo del cable se giró para estudiar la forma de las rocas colgantes en busca del mejor sitio para plantar la sorpresa que tenía reservada a su enemigo. Descubrió entre las rocas un pequeño hueco cerca de lo que calculó que debía ser el punto más vulnerable de la formación y accionó los mandos del arpón para que lo subieran hasta él. Cuando se dirigía hacia el hueco, vio fugazmente la distante pasarela y se quedó horrorizado al ver que los tentáculos reptantes habían invadido totalmente la plataforma, obligando a Wing y a los guardias a retroceder hasta el corredor por el que había pasado él unos minutos antes. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral al recordar que no había forma de salir del corredor. Wing estaba atrapado entre los tentáculos que avanzaban desde la caverna y los que habían invadido el corredor. En su ansia por conseguir que el cable se enrollara a mayor velocidad, presionó con más fuerza el mando del arpón. Le parecía estar ascendiendo con una lentitud exasperante, pero al cabo de unos pocos segundos se encontraba ya a la altura de la fractura de la roca.
Mientras permanecía colgado del techo con un brazo, con el otro luchaba por sacar las adormideras que llevaba en la mochila. Colocó cuidadosamente la primera en el hueco de la roca, rogando al cielo que los cambios que había hecho funcionaran según lo previsto. Trabajando a toda prisa, logró sacar las otras tres adormideras y las situó unas junto a las otras en el reducido agujero. Luego hizo una pausa para mirar las cuatro armas. ¿Serían suficientes? Procuró no pensar en ello. Si las modificaciones que había hecho fallaban, ya era tarde para buscar una solución. Alargó una mano y apretó el gatillo de la primera adormidera. No pasó nada. Volvió a apretarlo. Seguía sin pasar nada. ¿Qué había hecho mal? Cuando empezaba a invadirle el pánico, oyó un ligero zumbido que fue aumentando gradualmente de volumen. ¡Funcionaba! Se apresuró a apretar los gatillos de las otras tres adormideras y luego accionó el botón del arpón para bajar de allí. Sabía que como mucho disponía de un minuto para escapar.
Por el rabillo del ojo captó un mínimo movimiento y de pronto sintió un dolor muy agudo en el talón. Miró hacia abajo y comprobó que un tentáculo muy delgado se le había enrollado en el pie izquierdo y se empezaba a tensar. Soltó un grito ahogado de dolor cuando el tentáculo tiró de su pierna y comenzó a arrastrarle hacia el monstruo, que aguardaba con la boca abierta unos veinte metros más abajo. En un intento de detener su descenso hacia una muerte segura, bloqueó el arpón que le sujetaba al techo. El mecanismo de la parte posterior del artefacto rechinó resistiéndose al tirón del tentáculo que le arrastraba de forma inexorable hacia abajo. Otto aulló de dolor. Sentía como si le estuvieran partiendo el cuerpo en dos. Apretó los dientes y, aferrando el arpón que tenía en la otra mano, apuntó al tentáculo. Si fallaba ese disparo, no tendría ocasión de hacer otro. Apretó el gatillo y la flecha plateada salió lanzada en dirección a la pegajosa liana que tenía enroscada en la pierna. Se produjo un estallido de babas verdes y, al instante, Otto sintió que su enemigo le soltaba y retrocedía hacia el suelo de la caverna. El muchacho pulsó el botón para soltar la flecha, rezando para que no se quedara enganchada entre la masa de tentáculos que bullía allá abajo. Contempló impotente cómo el cable se iba enrollando y sintió un inmenso alivio al ver que la punta plateada, cubierta por una fina capa de la sangre esmeralda del monstruo, volvía a su muñeca. Acto seguido, disparó de nuevo el arpón hacia un punto lejano del techo. Sabía que la longitud del cable le haría pasar peligrosamente cerca del suelo de la caverna, pero tenía que alejarse todo lo posible del centro.