Escuela de malhechores (24 page)

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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: Escuela de malhechores
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De pronto oyó un ruido procedente del exterior. ¡En la cúpula había alguien más! Acudió a la pantalla del ordenador, que afortunadamente funcionaba, y navegó por las numerosas imágenes que le ofrecían las cámaras de seguridad distribuidas por la cúpula. Al principio, no vio señales de ningún intruso, pero sus ojos se dilataron por la sorpresa cuando apareció la imagen del pequeño laboratorio que había prestado a Nigel.

En la pantalla, el laboratorio de Nigel estaba en ruinas. Sobre el banco de trabajo se hallaban los restos de un enorme tanque de agua, cuyos pedazos se habían desparramado por toda la estancia. La puerta del laboratorio colgaba de sus goznes, como si alguien la hubiera abierto a golpes desde dentro. Entonces se oyó otro estruendo en el interior de la cúpula y el ordenador de la señorita González pitó con insistencia. La profesora leyó inmediatamente la nueva pantalla que acababa de abrirse. Las tuberías que distribuían la hormona de crecimiento que ella misma había diseñado para las plantas de la cúpula habían sufrido una pérdida catastrófica de presión: alguien debía haber roto los tanques. Cogió la caja negra que tenía sobre la mesa y pidió línea con la oficina de seguridad. Dos segundos después apareció el jefe en la pantalla.

—Sí, señorita González, ¿qué pasa? —preguntó la voz áspera del jefe de seguridad.

—La verdad es que es algo embarazoso, pero estoy encerrada en mi laboratorio y sospecho que hay vándalos sueltos dentro de la cúpula. ¿Podría enviarme ayuda?

—Por supuesto, señorita. Ahora mismo le mando una patrulla. Esta noche está pasando de todo.

—¿Por qué lo dice?

—Por nada en realidad. Parece como si todo estuviera lleno de geniecillos traviesos. No sé cuántos sistemas secundarios se han cerrado. Le he preguntado a la mente qué pasa, pero me dice que le está costando aislar la causa de los problemas —contestó el jefe.

Eso explicaría el mal funcionamiento del sistema de alimentación, así como el de la puerta del laboratorio, se dijo para sus adentros la señorita González. Desde el exterior le llegó un estrépito mayor que los anteriores y comprobó alarmada que las cámaras de algunos puntos de la cúpula estaban empezando a fallar.

—Por favor, mande pronto esa patrulla —pidió, sintiendo por primera vez una punzada de miedo—. Alguien está echando esto abajo.

Otto se asomó por el recodo. No parecía que hubiera ningún guardia en el breve corredor que conducía a las puertas de acero que sellaban el fondeadero submarino y por primera vez aquella noche se permitió pensar que todo iba a salir bien. Los planos mostraban varios amarraderos para embarcaciones y tenía la esperanza de que entre ellas hubiera al menos un submarino. Hizo por señas un ademán a los otros para que le siguieran y se dirigió hacia las puertas. Cuando se acercaban ya al final del corredor vio un aparato adosado a la pared que a primera vista parecía unos prismáticos. Pero al instante comprendió que era un escáner de retina.

—Mente, ¿nos puedes abrir esta puerta? —preguntó, mientras los demás le rodeaban.

—No puedo inutilizar a distancia los cerrojos de máxima seguridad. Eso requiere la autorización de alguno de los miembros más antiguos del consejo —explicó la mente.

—Laura, saca las herramientas, tendremos que hacer saltar la cerradura —dijo Otto mirando más de cerca el objeto que había montado en la pared. Estaba seguro de que si conseguía acceder al mecanismo, entre los dos podrían desbaratar el sistema.

—No tenemos tiempo para eso —dijo Shelby angustiada, mirando el reloj.

—Pues habrá que darse prisa —replicó Otto cogiendo un destornillador que le ofrecía Laura.

—Es posible que yo tenga una solución más eficaz —dijo la mente con toda calma.

La cabeza reducida de la mente creció hasta alcanzar el tamaño de una cabeza humana normal y luego cerró sus ojos vacíos. Cuando los abrió de nuevo, en sus cuencas blancas habían aparecido unos ojos humanos de un realismo escalofriante. Era una visión perturbadora.

—Por favor, levánteme hasta ponerme frente al escáner —ordenó.

Laura elevó la placa hasta situarla al mismo nivel que el escáner de retina. Se oyó un pitido y una voz mecánica surgió del aparato.

—Acceso concedido, señor Pike.

—Fantástico —dijo Laura, sonriendo—. ¿Cómo lo ha hecho?

—Tengo los ojos de mi padre, señorita Brand —contestó la mente, sonriendo.

Se oyó un silbido y luego el ruido de invisibles cerrojos y puertas que se abrían. Entonces, la alegría de Otto se convirtió en horror y a su espalda se oyó una exclamación de Shelby. Allí no había ninguna dársena para submarinos. La habitación que tenían delante era una gran caja de cemento sin puerta ni salida de ninguna clase. Y sentado en el centro, en un gran butacón de cuero, estaba el doctor Nero mirándolos con una sonrisa siniestra.

—Vamos, señor Malpense. ¿No pensaría en serio que iba a ser tan fácil?

Capítulo 14

O
tto se quedó petrificado y sintió que la cabeza le daba vueltas. Todos sus esfuerzos habían sido inútiles. Wing se volvió hacia el corredor, pero se topó con una mujer de pelo negro que de pie ante ellos les impedía la fuga. Tenía una catana en cada mano y era evidente que no dudaría en utilizarlas si era necesario. Pero no consiguió intimidar a Wing, que se puso en guardia frente a la misteriosa mujer de negro.

—No —dijo ella, haciendo girar las espadas e introduciéndolas en las fundas que tenía cruzadas a la espalda.

Wing no contestó y siguió avanzando hacia ella sin bajar la guardia.

—Qué chico más tonto —dijo la mujer y dio un paso hacia él.

Más tarde, los otros jurarían que ni siquiera la habían visto moverse. Lo único que vieron fue una imagen borrosa y luego a Wing retrocediendo con un aullido de dolor.

—Te acabo de romper la muñeca izquierda. Inténtalo otra vez y te romperé la otra —dijo con calma.

Wing, jadeando, se sujetó el brazo herido. Otto no le había visto nunca tan asustado. La mujer volvió a avanzar, obligando al conmocionado grupo a entrar en la habitación.

—Gracias, Raven. Me parece que ahora nuestros huéspedes nos dedican su plena atención —Nero se puso en pie y se acercó a ellos—. A juzgar por sus caras, yo diría que les sorprende verme. Yo, en cambio, les puedo asegurar que no me ha sorprendido lo más mínimo verles a ustedes. El plan que tenían era muy ingenioso. Ha sido entretenidísimo seguir sus pasos. Casi lamento poner fin a sus actividades nocturnas, pero, según dicen, todo lo bueno se acaba.

Otto le miró furibundo. Su susto inicial había dejado paso a la ira. Nero había estado jugando con ellos, permitiéndoles creer que iban a poder escapar, pero sabiendo siempre que sus esfuerzos eran vanos. Para él eran poco más que un interesante experimento.

—Señorita Brand, me parece que tiene usted algo que me pertenece —Nero extendió la mano y Laura, que se había puesto pálida, le entregó la placa de la mente—. Gracias. Supresión mente, autoriza Nero omega negro.

La cabeza de la mente desapareció y Nero depositó cuidadosamente la placa en la silla que tenía detrás.

—Me temo que el señor Pike tendrá que introducir algunas modificaciones conductuales en nuestra errabunda ayudante digital. Hemos de asegurarnos su obediencia en el futuro.

Laura estaba destrozada. No solo los habían descubierto, sino que al parecer habían condenado a la mente a una lobotomía digital. Nero paseaba arriba y abajo por delante de ellos, observándolos con atención uno a uno.

—Solo voy a hacerles una pregunta. ¿Adonde querían ir exactamente? ¿Qué tierra prometida había tras los muros de este colegio del que tanto ansiaban escapar? Señorita Trinity, ¿quería usted volver a su vida de ratera de abalorios chillones? Una forma lastimosa de desaprovechar un talento tan considerable como el suyo, por cierto. Y usted, señor Fanchú, ¿qué pensaba que haría su padre a su regreso? ¿Abrirle los brazos, quizá? ¿O despacharle de nuevo aquí, al lugar que había elegido para usted?

Shelby y Wing parecían hundidos. Otto supuso que, en realidad, ninguno de los dos había pensado mucho en lo que el futuro guardaba para ellos. Habían estado demasiado ocupados resolviendo las dificultades inmediatas que presentaba su plan de fuga.

—A mí mis padres no me mandaron aquí —dijo Laura, furiosa—. Ustedes me secuestraron y me retienen contra mi voluntad. Le aseguro que ellos quieren que vuelva a su lado.

—¿Usted cree, señorita Brand? —Nero la miró directamente a los ojos—. Pues parecían muy deseosos de enviarla aquí cuando comprendieron cuál era la alternativa. Su intrusión en una red militar no pasó tan inadvertida como tal vez creyó usted. El hecho es que, si no estuviera aquí, se pasaría los próximos veinte años en una prisión de alta seguridad por lo que hizo. Es más, los agentes de la ley se disponían a detenerla cuando mi grupo operativo la capturó. Ante la alternativa de que sufriera usted tan desagradable suerte o viviera protegida y educada en HIVE, sus padres decidieron con mucha rapidez. Nos la trajimos con su bendición.

Mientras Nero seguía hablando, la expresión de Laura pasó de la indignación al horror.

—A lo mejor —continuó Nero—, prefiere usted pasar el resto de su vida huyendo del Servicio de Inteligencia Militar, sabiendo que si alguna vez la encuentran, la encerrarán y tirarán la llave. Si, por el contrario, decide terminar su educación en HIVE, yo personalmente me ocuparé de que la búsqueda de Laura Brand se abandone para siempre. La elección es suya.

Dejando a Laura confusa y entristecida, Nero reanudó su paseo y se detuvo delante de Otto.

—¿Y usted, señor Malpense, el cerebro de esta pequeña excursión? ¿Qué vamos a hacer con usted? Parece ansiar desesperadamente volver a su vida anterior, pero de nuevo le pregunto por qué. ¿Estaría dispuesto a renunciar a todo lo que HIVE puede ofrecerle para tener la oportunidad de volver a un orfanato de mala muerte y, sin duda, a una vida de delincuencia? La verdad es que su resistencia a iniciar aquí una nueva vida es lo que más trabajo me cuesta comprender.

A pesar de su ira y de su frustración, Otto tenía que reconocer que las palabras de Nero eran exactamente el eco de las que él tanto había intentado acallar dentro de su cabeza. ¿Acaso tenía un lugar adonde volver?

—Pero su plan era ingenioso, la verdad. Me sorprendió su tenacidad y he de reconocer que no había previsto su habilidad para convencer a la mente para que se uniera a ustedes. Pero no me entienda mal, nunca dudé de que llegaría hasta aquí. A fin de cuentas, le habíamos proporcionado la motivación adecuada. Qué imprudencia la del profesor al dejar los planos del complejo encima de la mesa, sobre todo sabiendo que uno de sus estudiantes poseía una extraordinaria memoria fotográfica. Fue una lástima que, por casualidad, esos planos incluyeran un inexistente fondeadero submarino. Y digo yo, ¿cómo fue posible un error tan monumental?

—Podíamos haber paralizado HIVE. ¿Por qué nos lo habrían permitido? —preguntó Otto mirando a Nero a los ojos. Incluso en aquel momento se negaba a dejarse intimidar por el hombre que tenía delante.

—Ah, se refiere a su PEM. Sí, habría sido catastrófico que lo hubieran accionado. O, digamos, que hubieran intentado accionarlo. El profesor Pike me dijo que habría funcionado a la perfección. Por eso mismo, ayer, mientras estaban ustedes en clase, lo cambié por una réplica no operativa. De modo que esta institución en ningún momento ha corrido peligro.

Otto tuvo que reconocerlo. Por primera vez en su vida, otra persona había sido más lista que él y la sensación no resultaba nada agradable.

—Les he permitido llegar hasta aquí por una razón: quiero que todos comprendan la inutilidad de intentar abandonar HIVE sin permiso. Pero sabía perfectamente que sería inútil decírselo, que tendrían que comprobarlo ustedes mismos. Cada equis años, un grupo de estudiantes intenta huir de una u otra manera y el resultado es siempre el mismo. Espero que ninguno de ustedes pase por alto esta lección —Nero volvió a sonreír—. Raven, ¿tiene la bondad de acompañar a la señorita Trinity y a la señorita Brand a su habitación? Yo acompañaré a los señores Fanchú y Malpense, pero tendremos que ir antes a la enfermería para que hagan algo con esa muñeca —señaló a Wing, que seguía apretando el brazo contra su pecho para protegerlo—. Les sugiero que vayan haciéndose a la idea de que no van a ir a ninguna parte. HIVE es ahora su hogar, de modo que cuanto antes lo acepten, mejor.

La señorita González miró nerviosa por la ventana de su despacho. Todas las luces de la cúpula se habían apagado y la única cámara que seguía funcionando era la del rincón en que ahora estaba ella. Desde el exterior seguían llegando de vez en cuando ruidos estrepitosos y en un momento le había parecido ver algo que se movía entre el tupido follaje, pero a oscuras era muy difícil distinguir nada con claridad.

De pronto, unos arañazos en la puerta la sobresaltaron. Retrocedió despacio mientras el ruido aumentaba y la puerta comenzaba a abrirse centímetro a centímetro. De improviso, se encendió una luz brillante que la cegó momentáneamente.

—¿Señorita González? —un guardia de seguridad con una linterna y la adormidera desenfundada la miraba con gesto nervioso—. Señorita González, siento que hayamos tardado tanto en llegar, pero todas las puertas de la cúpula estaban atrancadas y tener que forzarlas nos ha retrasado bastante.

—No se preocupe —repuso ella—. Menos mal que están aquí, porque estoy segura de que ahí fuera hay alguien —señaló la ventana oscurecida que daba al interior de la cúpula—. Y debe haber más de una persona por el ruido que han estado haciendo.

—Sean quienes sean los encontraremos, señorita —replicó el guardia.

En ese momento, la profesora advirtió que en el oscuro corredor que se abría por detrás del guardia había varios miembros más del servicio de seguridad.

—Pues si no les importa, les dejo a ustedes a cargo de esto y yo me retiro a mis habitaciones.

—Desde luego, señorita, ya le informaremos de lo que encontremos.

El guardia se echó a un lado para dejarle sitio. Al pasar junto a los demás guardias para dirigirse a la salida de la cúpula, la profesora los saludó a todos con una cortés inclinación de cabeza. Mientras se alejaba, los oyó hablar entre sí.

—Desde luego, hay más de uno… Los detectores de movimiento se han vuelto locos.

—Déjame ver… Algo está fallando aquí, parece como si fuera todo un escuadrón. Venga, vamos a echar un vistazo.

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