—No estoy segura de comprender ese comentario.
—¿Realmente crees que desea que curemos al Capitán?
Parecía que acabaran de abofetearla.
—¿Por qué no iba a querer?
—Ha tenido mucho tiempo para acostumbrarse a estar al mando. Ese Triunvirato vuestro es una farsa: Sajaki es vuestro capitán en todo, excepto en el nombre, y Hegazi y tú lo sabéis perfectamente. No va a renunciar a eso sin luchar.
Volyova respondió demasiado rápido para parecer convincente.
—Si estuviera en tu lugar, me concentraría en el trabajo que tenéis entre manos y dejaría de preocuparme de los deseos del Triunviro. Tened en cuenta que él os ha traído hasta aquí. Ha viajado años-luz para conseguir vuestros servicios. En mi opinión, eso no lo haría un hombre que no deseara ver curado a su Capitán.
—Se asegurará de que no lo logremos —explicó Calvin—. Y durante el transcurso de nuestro fracaso, encontrará otro centelleo de esperanza, descubrirá que algo o alguien puede curar a vuestro Capitán… y antes de que os deis cuenta, os encontraréis inmersos en otra búsqueda centenaria.
—Si eso es cierto —respondió ella lentamente, como si temiera que la estuvieran arrastrando hacia una trampa—, ¿por qué no lo ha matado ya? Eso salvaguardaría su posición.
—Porque entonces tendría que encontraros alguna utilidad.
—¿Alguna utilidad?
—Piénsalo bien. —Calvin soltó las herramientas médicas y se apartó del Capitán, del mismo modo que se prepararía un actor para situarse debajo del foco e iniciar su soliloquio—. Esta búsqueda para curar al Capitán es el único dios al que sois capaces de servir. Puede que durante un tiempo fuera un medio para llegar a un fin… pero ese fin nunca llegó y al cabo de un tiempo dejó de importar. A bordo tenéis armas; sé todo sobre ellas, incluso de aquellas de las que no os gusta hablar. Por ahora, lo único que os interesa es el poder de negociación que tienen cuando necesitáis a alguien como yo, alguien que pueda curar al Capitán. —Sylveste se alegró cuando Calvin guardó silencio durante unos segundos para coger aliento y lubricarse la boca—. Si Sajaki se convirtiera de pronto en el Capitán, ¿qué haría a continuación? Seguiríais teniendo las armas, ¿pero contra quién las utilizaríais? Tendríais que inventaros un nuevo enemigo y es muy posible que éste no tuviera nada que vosotros quisierais puesto que, al fin y al cabo, sois vosotros quienes tenéis la nave. ¿Qué más podríais necesitar? ¿Enemigos ideológicos? Difícil, pues no he visto que mantengáis un vínculo ideológico con nada, excepto, quizá, con vuestra propia supervivencia. No; creo que en el fondo Sajaki sabe qué ocurriría. Sabe que si se convirtiera en el Capitán, tarde o temprano tendríais que utilizar esas armas sólo porque existen. Y no me refiero al tipo de intervención minimalista que llevasteis a cabo en Resurgam, sino que tendríais que llegar hasta el final. Utilizar todos y cada uno de esos horrores.
A Sylveste le impresionó la rapidez con la que respondió Volyova.
—En ese caso, deberíamos mostrar nuestra gratitud al Triunviro Sajaki, ¿no crees? Al no matar al Capitán, nos está manteniendo apartados del borde. —Hablaba como si estuviera recitando el alegato del abogado del diablo, pronunciándolo en voz alta sólo para iluminar mejor sus herejías.
—Sí —respondió Calvin, dudoso—. Supongo que tienes razón.
—No creo nada de eso —dijo Volyova, con repentina ira—. Y si fueras uno de los nuestros, el simple hecho de tener tales pensamientos sería una traición.
—Puedes hacer lo que quieras, pero nosotros ya hemos visto pruebas de que Sajaki desea sabotear la operación.
Durante unos instantes, en su rostro apareció una expresión de curiosidad que se borró con la misma rapidez.
—No me interesan tus paranoias, Calvin… asumiendo que sea contigo con quien estoy hablado. Tengo una obligación con Dan, que es llevarlo a Cerberus. Y tengo una obligación contigo, que es ayudarte en la operación. Cualquier otro tema de discusión es superfluo.
—¿Debo asumir que tienes el retrovirus?
Volyova se llevó una mano al bolsillo y sacó el frasco.
—Funcionó con las muestras de la plaga que pude aislar y cultivar. Si funciona o no contra esto, es una cuestión completamente distinta.
Sylveste sintió que sus manos se estiraban hacia delante para coger el frasco que ella le lanzó. El diminuto autoclave le hizo pensar, fugazmente, en el que había llevado el día de su boda.
—Es un placer hacer negocios contigo —dijo Calvin.
Volyova abandonó a Calvin o a Dan (pues en ningún momento había estado completamente segura de con quién había estado hablando) tras haberle dado instrucciones explícitas relativas a la administración del contraveneno. Tenía la impresión de que su relación con él había sido la misma que mantendría un farmacéutico con un cirujano: había elaborado un suero que funcionaba en el laboratorio y podía ofrecer amplias directrices relativas al modo en que debía ser administrado, pero no podía intervenir en las decisiones finales, en las verdaderas cuestiones a vida o muerte. Éstas quedaban a discreción del cirujano, y la verdad es que ella no tenía ningún deseo de intervenir. Al fin y al cabo, si el modo de administración no hubiera sido tan crítico, no habría habido ninguna necesidad de traer a Sylveste a bordo. Además, su retrovirus sólo era un elemento del tratamiento… aunque puede que fuera el decisivo.
Llevó el ascensor de vuelta al puente, intentando con todas sus fuerzas no pensar en lo que Calvin (¿seguro que había sido él?) le había dicho sobre Sajaki. Era difícil: había demasiada lógica interna, demasiada razón en sus palabras. ¿Y qué debía pensar del supuesto sabotaje contra el proceso de curación? Había estado a punto de hacerle algunas preguntas, pero le había dado demasiado miedo oír algo que no pudiera refutar. Como había dicho, y en cierto sentido era verdad, el simple hecho de pensar algo así era una traición.
Pero en varios aspectos, ya lo había traicionado.
Era obvio que Sajaki empezaba a dudar de ella. Disentir con él sobre si debía o no barrer la mente de Khouri era una cosa, pero manipular la máquina de barrido para que le informara cuando se pusiera en marcha era algo completamente distinto que no sugería una moderada preocupación profesional por su recluta, sino paranoia, miedo y un creciente odio. Por suerte, había llegado a tiempo. El barrido no le había causado ningún daño permanente y era poco probable que Sajaki hubiera podido analizar en detalle el volumen neuronal suficiente para extraer algo más que confusas impresiones, en vez de recuerdos incriminatorios.
Ahora, Sajaki será más cauteloso
, pensó. No les haría ningún bien perder a su Oficial de Artillería en estos momentos, ¿pero qué ocurriría si dirigía sus sospechas hacia la propia Volyova? ¿Y si la sometía a un barrido? No tendría ningún escrúpulo en hacer algo así… o sólo uno, pues destruiría por completo cualquier sensación de igualdad que pudiera haber entre ellos. De todos modos, Volyova carecía de implantes que pudieran ser dañados y, en cierto sentido, a medida que el trabajo a bordo del
Lorean
se iba automatizando, su periodo de máxima utilidad había terminado.
Consultó su brazalete. La astillita que había retirado de la cabeza de Khouri le estaba causando más quebraderos de cabeza de los que había creído posibles. Ya había identificado, más o menos, la composición y el patrón de tensión, y le había pedido a la nave que comparara la muestra con algo que tuviera en su memoria. Cada vez estaba más segura de que era obra de Manoukhian, porque era obvio que aquella astilla no procedía de Borde del Firmamento. La nave seguía buscando, sumergiéndose en lo más profundo de su memoria. En estos momentos estaba trabajando con datos tecnológicos de hacía aproximadamente dos siglos. Era absurdo buscar en algo tan antiguo, ¿pero por qué iba a detenerse ahora? En cuestión de horas, la nave habría llegado a los datos de la época en la que se fundó la colonia, a los escasos registros que sobrevivían de la era amerikana. De este modo, al menos podría decirle a Khouri que la búsqueda había sido exhaustiva… aunque inútil.
Entró en el puente, sola.
La gigantesca sala estaba a oscuras, excepto por el resplandor que emitía la esfera de proyección, que mostraba un diagrama del binario Pavonis-Hades. No había ningún otro tripulante (de los pocos que quedaban con vida, pensó) y ninguno de los muertos estaba siendo evocado desde la posteridad archivística para compartir sus opiniones en idiomas que casi nadie conocía ya. Se alegraba de estar a solas. No tenía ningún deseo de hablar con Sajaki y no apreciaba demasiado la compañía de Hegazi. Ni siquiera le apetecía charlar con Khouri, pues el simple hecho de estar con ella suscitaría demasiadas preguntas y la obligaría a pensar en asuntos de los que no quería preocuparse. Aunque sólo fuera durante unos minutos, Volyova podría estar sola, en su elemento, y olvidar todo aquello que amenazaba con transformar el orden en caos.
Podría estar con sus hermosas armas.
El transfigurado
Lorean
había descendido a una órbita aún más baja sin provocar ninguna respuesta por parte de Cerberus; ahora se encontraba a tan sólo diez mil kilómetros de la superficie del planeta. Aunque para los demás era simplemente «el arma de Volyova”, ella había decidido llamar “cabeza de puente» a aquel enorme objeto cónico, pues ésa era su función. Medía cuatro mil metros de largo, prácticamente lo mismo que la bordeadora lumínica que lo había dado a luz, y en él había pocas partes sólidas: incluso las paredes presentaban poros rellenos de cibervirus militares, similares en estructura al contraveneno que estaban a punto de utilizar contra el Capitán. En el interior de las cavernas de las paredes descansaban armas energéticas y de fuego de mayor tamaño. El conjunto estaba enfundado en varios metros de hiperdiamante que sería eliminado, a modo de sacrificio, durante el impacto. Las ondas de choque recorrerían con rapidez la cabeza de puente cuando ésta golpeara la superficie, pero las fronteras de cristal piezoeléctrico absorberían la energía de estas ondas de choque y la redirigirían hacia los sistemas armamentísticos. La velocidad del impacto sería relativamente lenta: menos de un kilómetro por segundo, puesto que la cabeza de puente desaceleraría masivamente justo antes de perforar la corteza y la corteza se habría debilitado de antemano. Aparte de los cañones frontales de la cabeza de puente, Volyova desplegaría todo el armamento caché que osara utilizar.
Interrogó al arma a través de su brazalete. No era la más fascinante de las conversaciones: la persona que la controlaba era rudimentaria, pero no podía esperar nada más de algo que apenas tenía unos días de vida. En cierto sentido, era mejor que el objeto tuviera la inteligencia de una paloma, pues de otro modo empezaría a pensar en cosas que no le incumbían. Además, como se recordó a sí misma, la cabeza de puente no podría disfrutar durante demasiado tiempo de su percepción.
Los números que danzaban en la esfera le indicaron que la cabeza de puente estaba totalmente preparada. Tenía que confiar en lo que le decían los sistemas porque, en muchos sentidos, el arma le resultaba desconocida. Había bosquejado sus requisitos básicos, pero el trabajo de rastreo había sido realizado por programas de diseño autónomos que no habían condescendido en informarle de todos y cada uno de los problemas técnicos y soluciones encontrados a lo largo del camino. De todos modos, por muy profunda que fuera su ignorancia sobre la cabeza de puente, una madre logra crear un hijo sin conocer la ubicación exacta de cada arteria y cada nervio, o la bioquímica precisa de su metabolismo, y no por ello el bebé deja de ser su creación… ni su hijo.
Un hijo que estaba destinado a una muerte precoz e ignominiosa, pero en absoluto absurda.
El brazalete pitó. Lo miró, suponiendo que sería un chorro de información técnica de la cabeza de puente, una breve actualización relativa a algún cambio de última hora efectuado durante el vuelo y ejecutado por los sistemas replicantes que aún funcionaban en su núcleo.
Pero no tenía nada que ver con eso.
Era la nave, anunciándole que había encontrado una equivalencia para la astilla. Había tenido que examinar archivos técnicos de más de dos siglos de antigüedad, pero finalmente había encontrado una equivalencia. Y aparte del patrón de la tensión (que debía de haberse producido después de su creación), la coincidencia era absoluta, dentro del margen de error.
Volyova seguía estando sola en el puente.
—Muéstralo en pantalla —dijo.
En la esfera apareció una imagen de la astilla. Al instante se sucedieron una serie de ampliaciones, empezando por una imagen de microscopio electrónico en escala de grises que mostraba la atormentada estructura cristalina de la astilla y finalizando por una imagen ATM de brillantes colores con una resolución de escala atómica. En ventanas separadas aparecieron diagramas cristalográficos realizados mediante rayos-X y espectrógrafos de masa, que competan por su atención con montones de informes de datos técnicos. Volyova no prestó atención a dichos resultados; le resultaban completamente familiares porque ella misma había realizado la mayoría de los cálculos.
Esperó mientras el conjunto de la imagen se desplazaba hacia un lado a la vez que cobraba vida un conjunto muy similar de gráficos que se desplegaron alrededor de una astilla de un material de aspecto similar e idéntico en resolución atómica, pero carente de marcas de tensión. La composición, el índice isotópico y las propiedades de la cuadrícula eran idénticas: montones de fullerenos, unidos en alótropos estructurales, que enfilaban una matriz sorprendentemente compleja de capas metálicas superpuestas y aleaciones insólitas. Picos de itrio y escandio, con una relación completa de elementos transuránicos estables en trazas, añadían supuestamente alguna resistencia misteriosa a las propiedades del fragmento. Volyova consideraba que había sustancias aún más extrañas a bordo de la nave, pues ella misma había sintetizado algunas. La astilla era inusual, pero no le cabía duda de que se trataba de tecnología humana. De hecho, los filamentos tubulares eran una firma Demarquista habitual y los transuránicos estables habían estado muy en boga en los siglos xxivy xxv.
La astilla era muy similar al tipo de material con el que se habría construido el casco de una nave espacial de aquella era.
Y eso mismo era lo que parecía creer la nave. ¿Qué hacía Khouri con un trozo de casco enterrado en la cabeza? ¿Qué tipo de mensaje estaba intentando transmitirle Manoukhian? Quizá estaba equivocada y aquello no era obra de ese hombre, sino sólo un accidente. A no ser que se tratara de una nave espacial muy específica…