—¿Qué quieres decir? —preguntó Sylveste, que estaba sorprendido, muy a su pesar, de la existencia de la habitación-araña—. Creía que habías realizado una referencia cruzada del retrovirus y los cultivos que habían funcionado en pequeñas muestras de la plaga.
—Lo hice y, como ya te he dicho, eran idénticos. Eso sólo nos deja una posibilidad.
El silencio se demoró en el aire, hasta que Pascale Sylveste lo rompió.
—Tiene que haber sido vacunado. Eso es lo que ha ocurrido, ¿verdad? Alguien robó el cultivo del retrovirus y lo mutó, eliminando su letalidad, su capacidad de reproducirse… y después lo inyectó en la Plaga de Fusión.
—Eso es lo único que explicaría lo ocurrido —añadió Volyova.
—Y crees que fue Sajaki, ¿verdad? —preguntó Khouri, dirigiéndose a Sylveste.
El hombre asintió.
—Calvin había anticipado que el Triunviro intentaría arruinar la operación.
—Creo que no os comprendo —comentó Khouri—. Si el Capitán ha sido vacunado, supongo que habrá sido por su bien.
—En este caso, no. Además, no es el Capitán quien ha sido vacunado, sino la plaga que reside en él —explicó Volyova—. Siempre hemos sabido que la Plaga de Fusión es hiper-adaptable. Nos resulta tan difícil combatirla porque acaba apropiándose de cada arma molecular que le lanzamos: la asfixia y la reprocesa hasta incluirla en su ofensiva. Esta vez teníamos la esperanza de jugar con ventaja, pues el retrovirus era extraordinariamente potente y había muchas posibilidades de que superara sus formas de corrupción habituales. Sin embargo, lo que ha ocurrido es que la plaga ha podido ver a su enemigo antes de que éste se mostrara en su forma activa. Ha tenido la oportunidad de conocer el contraveneno antes de que éste fuera una amenaza para ella. Cuando Calvin se lo administró, ya conocía todos sus trucos; ya había encontrado la forma de desarmarlo y persuadirlo para que se uniera a ella sin gastar ninguna energía en el proceso. Por eso el Capitán se está extendiendo tan rápido.
—¿Y quién puede haber hecho eso? —preguntó Khouri—. Pensaba que tú eras la única persona de la nave que tenía los conocimientos necesarios para hacer algo así.
Sylveste asintió.
—A pesar de que sigo creyendo que Sajaki intenta sabotear la operación, me parece que esto no es obra suya.
—Estoy de acuerdo contigo —dijo Volyova—. Sajaki carece de los conocimientos necesarios para hacer algo semejante.
—¿Y qué hay del otro hombre? —preguntó Pascale—. El quimérico.
—¿Hegazi? —Volyova movió la cabeza hacia los lados—. Puedes olvidarte de él. Podría convertirse en un problema si alguno de nosotros hiciera algún movimiento en contra del Triunvirato, pero esto tampoco entra dentro de sus posibilidades. No. Tal y como yo lo veo, sólo hay tres personas en esta nave que podrían haberlo hecho, y yo soy una de ellas.
—¿Quiénes son las otras dos? —preguntó Sylveste.
—Calvin es una de ellas —respondió—. Y eso retira toda sospecha de él.
—¿Y la otra?
—Ese es otro problema: la única persona que podría haber hecho eso con un cibervirus es la misma a la que estamos intentando curar.
—¿El Capitán? —preguntó Sylveste.
—En teoría, podría haberlo hecho. —Volyova soltó una risita—. Si no estuviera ya muerto.
Khouri se preguntó cómo reaccionaría Sylveste ante aquella información, pero no parecía sorprendido.
—No importa quién haya sido. Si no lo ha hecho el propio Sajaki, ha sido alguien actuando en su nombre. —Se volvió hacia Volyova—. Asumo que esto te ha convencido.
Asintió con la cabeza.
—Por desgracia, sí. ¿Qué significa esto para ti y para Calvin?
—¿Qué significa para nosotros? —repitió Sylveste, al parecer sorprendido por la pregunta—. No significa absolutamente nada. En primer lugar, yo nunca le prometí a nadie que podría curar al Capitán. Le dije a Sajaki que considerara que era una labor imposible, y no estaba exagerando. Calvin estaba de acuerdo conmigo. Para serte sincero, ni siquiera estoy seguro de que Sajaki haya saboteado la operación. Aunque tu retrovirus no hubiera mutado, dudo que le hubiera causado demasiados problemas a la plaga. Por lo tanto, no creo que haya cambiado nada. Calvin y yo seguiremos fingiendo curar al Capitán y en algún momento quedará claro que nunca lo conseguiremos. No dejaremos que Sajaki sepa que nos hemos dado cuenta de su sabotaje, pues no deseamos tener una confrontación con ese hombre, especialmente ahora que está a punto de iniciarse el ataque contra Cerberus. —Sylveste sonrió con placidez—. Y no creo que Sajaki se disguste demasiado al saber que todos nuestros esfuerzos han sido en vano.
—Estás diciendo que no va a cambiar nada, ¿verdad? —Khouri miró a los demás en busca de apoyo, pero sus expresiones eran inescrutables—. Yo no lo creo.
—El Capitán no le importa en absoluto —dijo Pascale—. ¿No os dais cuenta? Sólo está haciendo esto para mantener su parte del trato con Sajaki. Cerberus es lo único que le importa. Siempre ha sido como un imán para Dan.
Hablaba como si su marido no estuviera presente.
—Sí —dijo Volyova—. De hecho, me alegra que hayas sacado este tema, porque Khouri y yo tenemos que hablar con vosotros de cierto asunto. Está relacionado con Cerberus.
—¿Qué sabrás tú de Cerberus? —preguntó Sylveste, en tono burlón.
—Demasiado —respondió Khouri—. Demasiado.
Empezó por donde tenía más sentido empezar, por el principio: por su reanimación en Yellowstone y su trabajo como asesina en el Juego de Sombras, sin olvidar cómo la había reclutado la Mademoiselle y lo difícil que le había resultado rechazar su oferta.
—¿Quién era esa mujer? —preguntó Sylveste, cuando hubo acabado con los preliminares—. ¿Y qué quería que hicieras?
—Ya llegaremos a eso —dijo Volyova—. Sé paciente.
Khouri continuó, repitiendo la historia que le había contado a Volyova hacía relativamente poco tiempo, aunque ahora tenía la impresión de que había transcurrido una eternidad. Cómo se había infiltrado en la nave y cómo había sido engañada por Volyova, que necesitaba un nuevo Oficial de Artillería y no le importaba que el candidato se ofreciera voluntario o no para ese trabajo. Cómo la Mademoiselle había permanecido en su cabeza durante todo ese tiempo, revelándole sólo aquella información que necesitaba en cada momento concreto. Como Volyova la había interconectado a la artillería y cómo la Mademoiselle había detectado algo escondido en ella: una entidad de software que se hacía llamar Ladrón de Sol.
Pascale miró a Sylveste.
—Ese nombre —comentó—. Significa… algo. Juraría que lo he oído antes. ¿No lo recuerdas?
Sylveste la miró pero no dijo nada.
—Esa cosa —continuó Khouri—, fuera lo que fuera, ya había intentado salir de la artillería en la cabeza del último idiota que fue reclutado por Volyova. Lo volvió loco.
—No sé qué tiene que ver todo eso conmigo —dijo Sylveste.
—La Mademoiselle descubrió que esa cosa había entrado en la artillería en un momento concreto —explicó Khouri.
—Muy bien, continúa.
—Y ese momento fue durante tu anterior visita a la nave.
Hacía tiempo que Khouri se preguntaba qué podría hacer callar a Sylveste o, al menos, borrar la pretenciosa sonrisa de superioridad de su rostro. Ahora lo supo… y descubrió que ese logro había sido uno de los pequeños e inesperados placeres de la vida.
—¿Qué significa eso? —preguntó Sylveste, rompiendo el hechizo con admirable autocontrol.
—Significa lo que crees que significa, aunque no quieres aceptarlo. —Las palabras salieron disparadas por su boca—. Sea lo que sea, lo trajiste contigo.
—Es una especie de parásito neuronal —explicó Volyova, asumiendo la carga de Khouri—. Llegó a bordo contigo y se instaló en la nave. Puede que se encontrara en tus implantes o, quizá, en tu mente. Es posible que no requiriera de ningún hardware.
—Esto es ridículo —espetó, en un tono que no resultó convincente.
—Si no eras consciente de su existencia —continuó Volyova—, es posible que hayas cargado con él durante años… quizá, desde que regresaste.
—¿Desde que regresé de dónde?
—De la Mortaja de Lascaille —dijo Khouri y, por segunda vez, sus palabras parecieron azotar a Sylveste como ráfagas de lluvia invernal—. Hemos comprobado las fechas y encajan. Fuera lo que fuera, entró en ti en la Mortaja y permaneció contigo hasta que llegaste aquí. De hecho, puede que nunca te abandonara, sino que se dividiera para introducirse en la nave.
Sylveste se levantó e indicó a su esposa que hiciera lo mismo.
—No pienso quedarme para seguir escuchando semejante locura.
—Creo que deberías hacerlo —dijo Khouri—. Aún no te hemos hablado de la Mademoiselle ni de lo que quiere que haga.
Él se limitó a mirarla, envenenado. Su rostro reflejaba indignación. Entonces, quizá un minuto después, regresó a su asiento y dejó que prosiguieran con las explicaciones.
Cerberus/Hades, Heliopausa de Delta Pavonis, 2566
—Lo lamento —dijo Sylveste—. Pero creo que es imposible curar a este hombre.
Sus únicos compañeros, excepto el Capitán, eran los dos miembros varones del Triunvirato.
El más cercano, Sajaki, estaba de pie delante del Capitán, con los brazos cruzados y la cabeza inclinada, como si estuviera contemplando una pintura al fresco desafiantemente moderna. Hegazi se mantenía a una distancia respetuosa de la plaga, a unos tres o cuatro metros de los vigorosos brotes del Capitán. Se esforzaba con todas sus fuerzas en parecer indiferente, pero en la escasa extensión de su rostro que era visible estaba escrito el miedo como si de un tatuaje se tratara.
—¿Está muerto? —preguntó Sajaki.
—No, no —se apresuró en responder Sylveste—. En absoluto. Lo único que sucede es que todas nuestras terapias han fracasado y nuestra mejor opción no ha conseguido curarlo, sino que ha empeorado aún más su estado.
—¿Vuestra mejor opción? —repitió Hegazi, cuya voz resonó en las paredes.
—La antitoxina de Ilia Volyova. —Sylveste sabía que ahora tenía que moverse con sumo cuidado, que Sajaki no debía darse cuenta de que habían descubierto su sabotaje—. Por alguna razón que ignoramos, no funcionó del modo que ella había previsto. No culpo a Volyova: era imposible que pudiera predecir cómo iba a reaccionar el cuerpo principal de la plaga si todo el trabajo lo había realizado sobre muestras diminutas.
—Por supuesto —dijo Sajaki… y con esta breve declamación, Sylveste decidió que el odio que sentía por aquel hombre era tan irrevocable como la muerte. Pero también sabía que Sajaki era un hombre con quien podía trabajar y que, por mucho que lo despreciara, nada que hubiera ocurrido en aquel lugar supondría ninguna diferencia en el ataque contra Cerberus. De hecho, así era mejor; mucho mejor. Ahora que Sylveste estaba seguro de que Sajaki no tenía ningún deseo de ver curado a su Capitán (y que más bien deseaba lo contrario), no había nada que le impidiera centrar toda su atención en el inminente ataque. Puede que tuviera que soportar la presencia de Calvin en su cabeza durante más tiempo, hasta que la charada llegara a su fin, pero eso era un precio pequeño que pagar y se sentía capacitado para la tarea. Además, casi agradecía la intrusión de Calvin. Estaban ocurriendo tantas cosas y había tanto que asimilar que se alegraba de que hubiera una segunda mente parasitando la suya, recabando patrones y forjando conclusiones.
—Es un maldito embustero —susurró Calvin—. Antes tenía mis dudas, pero ahora lo sé con certeza. Espero que la plaga consuma cada átomo de la nave y se lleve a Sajaki consigo. Es lo único que se merece.
—Eso no significa que hayamos perdido la esperanza —dijo Sylveste a Sajaki—. Si nos das tu permiso, Cal y yo seguiremos intentando…
—Haced todo lo que podáis —respondió.
—¿Vas a permitir que continúen? —preguntó Hegazi—. ¿Después de lo que han estado a punto de hacerle?
—¿Tienes algún problema? —preguntó Sylveste, sintiendo que aquella conversación estaba tan ritualizada como una plegaria y sus conclusiones igual de predeterminadas—. Si no asumimos riesgos…
—Sylveste tiene razón —dijo Sajaki—. ¿Quién sabe si el Capitán responderá a la más inocente de las intervenciones? La plaga es una entidad viva. No obedece a ningún conjunto de reglas lógicas, de modo que cada acción que realizamos supone cierto riesgo, incluso algo tan inocuo como efectuar un barrido con un campo magnético: podría ser un estímulo para que pasara a una nueva fase de crecimiento o podría destruirla en cuestión de segundos. Dudo que el Capitán lograra sobrevivir a cualquiera de estos dos escenarios.
—En ese caso —replicó Hegazi—, podríamos desistir ahora mismo.
—No —respondió Sajaki, tan calmado que Sylveste temió por el bienestar del otro Triunviro—. Eso no significa que debamos desistir. Significa que necesitamos un nuevo paradigma, algo que vaya más allá de la intervención quirúrgica. Aquí tenemos al mejor cibernetista que ha existido desde la Transiluminación, nadie domina mejor que Ilia Volyova las armas moleculares y los sistemas médicos que tenemos a bordo de la nave son tan avanzados como cualquier otro existente. Sólo hemos fracasado porque estamos tratando con algo más fuerte, más rápido y más adaptable de lo que somos capaces de imaginar. Lo que siempre hemos sospechado es cierto: la Plaga de Fusión tiene un origen alienígena. Ésa es la razón por la que siempre nos vencerá… a no ser que continuemos luchando contra ella a nuestro modo, no al suyo.
Esta obra ha llegado a su epílogo
, pensó Sylveste.
—¿Qué tipo de paradigma nuevo tienes en mente?
—La única respuesta lógica —dijo Sajaki, como si lo que estaba a punto de revelar fuera obvio—. La única medicina eficaz contra una enfermedad alienígena es una medicina alienígena. Y eso es lo que tenemos que buscar, cueste lo que cueste y por muy lejos que nos lleve.
—Una medicina alienígena —repitió Hegazi, como si se estuviera probando la frase para comprobar la talla. Quizá imaginaba que la escucharía con bastante frecuencia en el futuro—. ¿Y qué tipo de medicina alienígena tienes en mente?
—Primero probaremos con los Malabaristas de Formas —respondió Sajaki. Parecía ausente, como si estuviera pensando en voz alta creyendo que estaba a solas—. Y si no pueden curarlo, buscaremos más lejos. —De repente, su atención volvió a centrarse en Sylveste—. Los visitamos una vez, ¿sabes? El Capitán y yo. No eres la única persona que ha probado la salmuera de su océano.