Espacio revelación (74 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Espacio revelación
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—¿Pero qué hay debajo? —preguntó Pascale—. No obtuvimos una visión clara la noche que fuimos atacados, pero dudo que descansen sobre un lecho de roca, que sólo haya un planeta rocoso bajo esa fachada mecanizada.

—Pronto lo sabremos —respondió Volyova, apretando los labios.

La simplicidad de sus espías resultaba risible. Eran más toscos que los robots que Sylveste y Calvin habían utilizado en su trabajo inicial con el Capitán. Todo formaba parte de su filosofía de impedir que Cerberus conociera una tecnología más sofisticada de lo que era absolutamente necesario para la tarea que tenían entre manos. La cabeza de puente podía fabricar hordas de zánganos, un despilfarro que compensaba su falta generalizada de inteligencia. Cada uno de ellos era del tamaño de un puño y estaba equipado con las extremidades suficientes para moverse de forma independiente y los ojos necesarios para justificar su existencia. Carecían de inteligencia: ni siquiera tenían sistemas simples dotados de unos miles de neuronas o cerebros que habrían hecho que el insecto medio pareciera precozmente craneal. En cambio, estaban provistos de pequeñas cánulas que formaban por extrusión fibra óptica envainada. Todas las órdenes que enviaba el arma a los zánganos y toda la información que transmitían éstos de vuelta pasaba por el cable, que garantizaba una privacidad cuántica.

—Creo que encontraremos otra capa de automatización —dijo Sylveste—. Puede que incluso otra capa de defensas. Tiene que haber algo que merezca la pena proteger.

—¿En serio lo crees? —preguntó Khouri, que le había estado apuntando con su espeluznante rifle de plasma desde que había sido convocada la reunión—. ¿Acaso no eres culpable de haber hecho conjeturas injustificadas? Sigues hablando como si allí hubiera algo valioso que nuestros aceitosos dedos no deberían tocar y como si ésa fuera la única razón por la que esta allí el camuflaje: para mantenernos alejados. ¿Pero y si no es así? ¿Y si allí hay algo malo?

—Puede que tenga razón —dijo Pascale.

—No deberías dar por sentado que hay alguna posibilidad que no he considerado —respondió él, sin apenas importarle si quedaba claro que se estaba dirigiendo a Khouri o su esposa.

—No me atrevería a hacer algo así —respondió Khouri.

Noventa minutos después de que el primer espía desenrollara su cable y hubiera descendido desde la abertura hasta la cámara que había debajo de la corteza, Sylveste tuvo la primera visión de lo que les esperaba. Al principio no tenía ni idea de qué estaba viendo. Las gigantescas formas serpentinas (heridas y, por lo que sabía, muertas) se alzaron sobre los zánganos como si fueran las extremidades imbricadas y enredadas de dioses caídos. Era imposible saber la multitud de funciones que realizaban aquellas inmensas máquinas, aunque el bienestar de la corteza superior parecía ser primordial y, posiblemente, las armas moleculares iniciaban su actividad en el interior, antes de ser lanzadas contra sus atacantes. La corteza en sí era una especie de máquina, una máquina limitada por el hecho de parecer un planeta, pero las serpientes no tenían dichas limitaciones.

Estaba menos oscuro de lo que había esperado, a pesar de que no se filtraba ninguna luz por la herida, que estaba bloqueada por el arma invasora. Las serpientes parecían irradiar un resplandor plateado, como las entrañas de alguna criatura fosforescente de las profundidades del mar, resplandeciente por las bacterias bioluminosas. Era imposible adivinar la función de esta luz, si es que la tenía. Quizá era un subproducto inevitable de las nanotécnicas amarantinas. En todo caso, podía verse durante decenas de kilómetros, hasta el punto en el que el techo de la corteza superior se curvaba hasta reunirse con el horizonte en el que se enrollaban las serpientes. Objetos con la forma nudosa y enraizada del tronco de un árbol sujetaban el techo a intervalos irregulares. Era como mirar las profundidades de un bosque arbóreo a la luz de la luna: no puedes ver el cielo y apenas eres capaz de ver el suelo de lo espesa que es la vegetación. Las raíces de los troncos se enredaban entre sí hasta formar una matriz de raíces entrelazadas de color grafito. Eso era el suelo.

—Me pregunto qué encontraremos debajo —dijo Sylveste.

Volyova pensó seriamente en el infanticidio. No había otra salida: al negar a la cabeza de puente la información que necesitaba para seguir desarrollando antitoxinas contra la maquinaria desplegada por Cerberus, la estaba enviando a una muerte lenta. Si la nave no realizaba las actualizaciones necesarias, las plantillas del arma molecular que había en el núcleo de la cabeza de puente no podrían revisarse. Permanecerían congeladas y el arma sólo podría generar esporas de dos siglos de antigüedad, sería incapaz de evitar los implacables y estúpidos avances que estaban desarrollando las defensas alienígenas. Su maravillosa y brutal creación sería digerida por completo; se extendería suavemente por la matriz de la superficie, donde sus restos servirían a otra función completamente distinta durante infinitos millones de años.

Pero tenía que hacerlo.

Khouri tenía razón. La única oportunidad que les quedaba era sabotear la cabeza de puente. Ni siquiera podían destruir el arma, puesto que la caché estaba bajo la jurisdicción de Ladrón de Sol y éste impediría cualquier intento que efectuaran por conseguirlo. Por lo tanto, sólo podían acabar con el arma forzándola a un prolongado ayuno de conocimientos.

Era una crueldad.

Aunque ninguno de sus compañeros podía verlo, la pantalla de su brazalete palpitaba sin cesar, pues la cabeza de puente estaba solicitando el envío de datos adicionales. El arma había advertido la omisión hacía una hora, al no recibir la actualización prevista. La primera pesquisa había sido simplemente técnica: una comprobación para ver si la señal de comunicación seguía activada. Después, el arma había empezado a solicitarlo con mayor urgencia, adoptado tonos de educada insistencia. Cada minuto que pasaba se había ido mostrando menos diplomática y en estos momentos parecía tener el equivalente de una rabieta en una máquina.

El arma aún no había sufrido ningún daño, pues los sistemas de Cerberus no habían excedido sus capacidades de represalia, pero estaba muy inquieta y había empezado a informarle de los minutos que le quedaban según los niveles de progreso actuales. No eran muchos. En algo menos de dos horas Cerberus lograría igualarla y, después, su destino sería simplemente una cuestión del tamaño de las fuerzas opuestas. Con una certeza matemática, Cerberus ganaría.

Date prisa en morir
, pensó Volyova.

Pero mientras esta súplica pasaba por su mente, ocurrió algo imposible.

La escasa compostura que le quedaba desapareció de repente de su rostro.

—¿Qué ocurre? —preguntó Khouri—. Parece que hayas visto…

—Y lo he visto —respondió—. Es decir, un fantasma. Se llama Ladrón de Sol.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Sylveste.

Levantó la mirada del brazalete, relajando la mandíbula.

—Acaba de restablecer las transmisiones con la cabeza de puente. —Sus ojos volvieron a posarse en el brazalete, como si esperara que, fuera lo que fuera lo que acababa de ver, hubiera sido un espejismo. Sin embargo, su expresión reveló que el presagio adverso que había leído seguía estando allí.

—En primer lugar, ¿podrías decirme qué era lo que tenía que ser restablecido? —preguntó Sylveste—. Me encantaría que me lo dijeras.

Khouri cerró con fuerza el puño alrededor del cálido revestimiento de cuero del rifle de plasma. Antes le incomodaba la situación, pero ahora sentía un terror constante.

—El arma carece de protocolos para reconocer su obsolescencia —explicó. Entonces pareció estremecerse, como si estuviera abandonando su cuerpo un espíritu que la hubiera poseído—. Lo que quiero decir es que hay cosas que no podemos permitir que sepa el arma hasta que llegue el momento oportuno… —Se interrumpió y miró ansiosa a su alrededor, a sus compañeros de tripulación, sin saber si lo que decía tenía algún sentido—. No podemos permitir que sepa cómo desarrollar sus defensas antes de que llegue el momento de llevar a cabo esa evolución. La sincronización de las actualizaciones es crucial…

—Intentabais matarla de hambre —dijo Sylveste. Hegazi, que estaba sentado junto a él, guardó silencio, pero mostró su conformidad asintiendo de un modo apenas perceptible, como un déspota dictando sentencia.

—No, yo…

—No te disculpes —insistió—. Si yo quisiera lo mismo que tú, es decir, sabotear esta operación, estoy seguro de que habría hecho algo similar. La sincronización ha sido impecable: has esperado hasta tener la satisfacción de ver que tu juguete funcionaba.

—Serás cabrón —dijo Khouri, escupiendo en el proceso—. Eres un cabrón egoísta e intolerante.

—Felicidades —dijo Sylveste—. Si sigues haciendo progresos, pronto podrás decir palabras de seis sílabas. ¿Pero mientras tanto te importaría apuntar con ese desagradable hardware algo que no fuera mi cara?

—Será un placer —respondió ella, sin mover para nada el rifle—. Se me acaba de ocurrir una región anatómica perfecta.

Hegazi se volvió hacia el otro miembro del Triunvirato presente.

—¿Te importaría explicarme qué está ocurriendo?

—Ladrón de Sol debe de tener el control de los sistemas de comunicación de la nave —respondió Volyova—. Ésa es la única posibilidad; no podría haber anulado mi orden de detener las transmisiones de ninguna otra forma. —Mientras decía esto, movió la cabeza hacia los lados—. Pero eso es imposible. Sabemos que está encerrado en la artillería… y no hay ningún vínculo físico entre la artillería y las comunicaciones.

—Ahora debe de haberlo —dijo Khouri.

—Pero si lo hay… —Puso los ojos en blanco: brillantes medias lunas contra la oscuridad del puente—. No hay barreras lógicas entre las comunicaciones y el resto de la nave. Si es cierto que Ladrón de Sol ha llegado tan lejos, ya no hay nada que no pueda controlar.

Durante un prolongado momento nadie habló. Era como si todos, incluso Sylveste, necesitaran tiempo para ajustarse a la gravedad de la situación. Khouri intentó leer en su rostro, pero era imposible adivinar cuánto de todo esto aceptaba. Seguía sospechando que Sylveste lo veía todo como una fantasía paranoica que ella había tramado desde su propio subconsciente. Una paranoia que, de algún modo, había logrado contagiar a Volyova y después a Pascale.

Quizá una parte de él seguía negándose a creer la verdad, a pesar de las pruebas.

¿Pero qué pruebas había? Aparte de la señal restablecida (y todo lo que ello implicaba) no había nada que sugiriera que Ladrón de Sol había conseguido escapar de la artillería. Pero si lo había hecho…

—Tú —dijo Volyova, rompiendo el silencio. Estaba apuntando con la pistola a Hegazi—. Tú,
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. Estoy segura de que tienes algo que ver en todo esto, ¿me equivoco? Sajaki está fuera de combate y Sylveste carece de los conocimientos necesarios… así que has tenido que ser tú.

—No estoy seguro de saber a qué te refieres.

—Estás ayudando a Ladrón de Sol. Lo hiciste tú, ¿verdad?

—Relájate, Triunviro.

Khouri se preguntó hacía donde debería estar apuntando el rifle de plasma. Sylveste parecía tan sorprendido como Hegazi por el repentino giro del interrogatorio de Volyova.

—Escucha —dijo Khouri—. El simple hecho de que le haya estado lamiendo el culo a Sajaki desde que subí a bordo no significa que haya hecho nada tan estúpido.

—Gracias —respondió Hegazi—. Creo…

—No estás libre de sospecha —sentenció Volyova—. Todavía no. Khouri tiene razón; hacer lo que hiciste habría sido una tremenda estupidez. Sin embargo, eso no te exime de haberlo hecho. Dispones de los conocimientos necesarios… y también eres quimérico. Es posible que Ladrón de Sol esté dentro de ti y, en ese caso, me temo que es demasiado peligroso tenerte aquí.

Asintió a Khouri.

—Khouri, llévalo a una de las esclusas.

—Vas a matarme —dijo Hegazi, mientras Khouri lo empujaba con el cañón del rifle de plasma para que avanzara por el inundado pasillo. Las ratas-conserje escapaban a su paso—. Eso es lo que vas a hacer, ¿verdad? Vas a deshacerte de mí.

—Sólo quiere que estés en algún lugar desde el que no puedas hacer ningún daño —respondió la mujer, que no estaba de humor para mantener una prolongada conversación con su prisionero.

—Sea lo que sea lo que Volyova crea, yo no lo he hecho. Lamento tener que admitirlo, pero carezco de los conocimientos necesarios.

Hagazi empezaba a cargarla, pero tenía la impresión de que sólo se callaría si le contestaba.

—No estoy segura de que lo hicieras —respondió—. Al fin y al cabo, tendrías que haber efectuado los preparativos necesarios antes de saber que Volyova iba a sabotear el arma. Sé que no puedes haberlo hecho después, pues no te has movido del puente en ningún momento.

Habían llegado a la esclusa más próxima. Era una unidad pequeña, sólo lo bastante grande para dar cabida a un hombre. Como prácticamente todo lo que había en esta parte de la nave, los controles de la puerta estaban cubiertos de mugre, corrosión y extraños brotes fúngicos. Milagrosamente, seguían funcionando.

—¿Y si no me crees capaz de haberlo hecho, por qué estás haciendo esto? —preguntó Hegazi, mientras la puerta se abría y ella lo obligaba a acceder al húmedo y penumbroso interior.

—Porque no me gustas —respondió. Dicho esto, cerró la puerta tras él.

Treinta

Cerberus/Hades, Heliopausa de Delta Pavonis, 2566

—No puedes seguir adelante con esto, Dan —dijo Pascale, cuando por fin estuvieron solos en su camarote—. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo?

Estaba cansado; todos lo estaban, pero tenía tantas cosas en la cabeza que lo último que le apetecía ahora era dormir. Sin embargo, si la cabeza de puente sobrevivía el tiempo suficiente para que él pudiera acceder a Cerberus y seguir adelante con sus planes, ésta sería su última oportunidad de dormir durante las próximas horas… o los próximos días. Cuando llegara al mundo alienígena tendría que rendir al máximo. Pero era evidente que Pascale estaba haciendo todo lo posible por disuadirlo.

—Ya es demasiado tarde —respondió con hastío—. Ya hemos anunciado nuestra presencia; hemos herido a Cerberus. El planeta sabe que estamos aquí y tiene ciertos conocimientos de nuestra naturaleza. El hecho de que baje a la superficie no supondrá diferencia alguna, excepto que aprenderé mucho más de lo que los rechinantes robots espía de Volyova podrán enseñarme jamás.

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