Espacio revelación (86 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Espacio revelación
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Tardó tantas horas en llegar hasta allí que empezó a dudar de que sus estimaciones iniciales sobre el diámetro de la sala hubieran sido precisas. La tasa aparente de giro de la joya se redujo a cero y las paredes de la sala empezaron a girar vertiginosamente. Entonces supo que debía de estar cerca, aunque la joya no parecía mucho más grande que la primera vez que la había visto. Estaba en movimiento constante y parecía el calidoscopio de un niño, con sus patrones simétricos y siempre cambiantes mostrados por destellos de luz de colores, en tres (y posiblemente más) dimensiones. De vez en cuando, el objeto desechaba agujas o púas que se acercaban de forma amenazadora hacia él, obligándolo a retroceder, pero logró mantenerse en su posición e incluso acercarse un poco más en los momentos en que la joya parecía adoptar una fase de transformación de bajo nivel. Sylveste tenía la impresión de que su supervivencia no dependía de observar atentamente las lecturas de su traje. De haberlo hecho, habría sido un ingenuo.

—¿Qué crees que es? —preguntó Calvin, en voz tan baja que casi se fundió con sus pensamientos.

—Esperaba que tuvieras alguna sugerencia.

—Lo siento; sólo tengo ligeras ideas. Demasiadas para una vida.

Volyova navegaba a la deriva por el espacio.

No había muerto cuando el
Melancolía
explotó, pero tampoco había podido llegar a tiempo a la habitación-araña. Lo que había hecho había sido ponerse el casco justo antes de que la nave se fundiera, como el ala de una polilla en una vela. La bordeadora lumínica no le había disparado mientras caía entre los escombros. La había ignorado, al igual que había ignorado a la habitación-araña.

No podía morir. No era su estilo. Y aunque sabía que sus posibilidades de supervivencia eran estadísticamente insignificantes y que lo que estaba haciendo carecía por completo de lógica, tenía que prolongar las horas que le quedaban. Comprobó sus reservas de aire y energía y vio que no eran buenas; en absoluto. Había cogido el traje precipitadamente, pensando que sólo lo utilizaría para llegar a la lanzadera desde el hangar. Ni siquiera había tenido la presencia de ánimo necesaria para conectarlo, durante el vuelo, a uno de los módulos de recarga que había a bordo de la nave. Eso le habría proporcionado unos días, no las horas de que ahora disponía. Sin embargo, no estaba dispuesta a poner fin a su vida de forma inmediata. Sabía que las reservas durarían más si dormía cuando su conciencia no fuera necesaria… asumiendo, por supuesto, que volviera a serlo en alguna ocasión.

Programó el traje para que navegara a la deriva, ordenándole que la alertara sólo si ocurría algo interesante o si surgía alguna amenaza. Y como había despertado, era obvio que estaba ocurriendo algo.

Le preguntó al traje de qué se trataba.

El traje se lo dijo.

—Mierda —dijo Ilia Volyova.

El radar del
Infinito
acababa de efectuar un barrido sobre ella. El mismo radar que Ladrón de Sol había utilizado contra la lanzadera antes de activar el arma de rayos gamma. Lo había hecho con una intensidad que sugería que la nave estaba en sus inmediaciones, a unos miles de kilómetros de distancia… y ésa era una distancia insignificante cuando se trataba de atacar a un objetivo tan grande, indefenso, estático y conspicuo como era ella en estos momentos.

Deseaba que la nave tuviera la amabilidad de acabar con ella con cierta rapidez, sobre todo porque había muchas posibilidades de que el sistema que utilizara para acabar con su vida fuera uno de los que ella misma había diseñado.

Maldijo por enésima vez su ingenuidad.

Volyova activó la capa binocular del traje y empezó a barrer el campo estelar desde el que se había proyectado el radar. Al principio sólo vio oscuridad y estrellas… y después la nave, diminuta como un trozo de carbón, pero aproximándose a cada segundo que pasaba.

—No es amarantina, ¿verdad? Estamos de acuerdo en eso.

—¿Te refieres a la joya?

—O lo que sea. Y tampoco creo que fueran ellos los responsables de esa luz.

—No, tampoco es obra suya. —Sylveste se dio cuenta de que agradecía profundamente la presencia de Calvin, aunque fuera ilusoria, aunque gran parte de ella fuera un engaño—. Sean lo que sean esas cosas, sea cual sea la relación que mantienen entre sí, los amarantinos sólo las encontraron.

—Creo que tienes razón.

—Puede que ni siquiera entendieran de qué se trataba; sin embargo, por alguna razón, decidieron que tenían que encerrarlas; que tenían que esconderlas del resto del universo.

—¿Envidia?

—Quizá. Pero eso no explica las advertencias que recibimos mientras veníamos hacia aquí. Quizá las encerraron para hacer un favor al resto de la Creación, porque no podían destruirlas ni llevarlas a otro lugar.

—Quienquiera que las dejó aquí en un principio, alrededor de una estrella de neutrones, debía de querer llamar la atención de alguien, ¿no crees? —preguntó Sylveste.

—¿Cómo si fuera un cepo?

—Las estrellas de neutrones son bastante comunes, pero siguen siendo exóticas, sobre todo desde el punto de vista de una cultura que acaba de empezar a volar por el espacio. Era obvio que los amarantinos se sentirían atraídos hacia este lugar, por pura curiosidad.

—¿Y no fueron los últimos, verdad?

—No, creo que no —Sylveste dejó escapar el aliento—. ¿Crees que deberíamos regresar mientras todavía podamos?

—Racionalmente, sí. ¿Te sirve eso como respuesta?

Avanzaron un poco más.

—Acércate antes a la luz —dijo Calvin, minutos después—. Quiero verla más de cerca. Sé que te parecerá una estupidez, pero tengo la impresión de que es más extraña que el otro objeto. Si hubiera alguna cosa que querría ver de cerca antes de morir, creo que sería esa luz.

—Eso mismo es lo que siento yo —comentó Sylveste.

Ya estaba haciendo lo que le había sugerido, como si fuera una decisión propia. Calvin tenía razón: en la rareza de aquella luz había algo más profundo, más insondable, más antiguo. No había sido capaz de expresar con palabras dicha sensación, ni siquiera de aceptarla, pero ahora que había sido revelada, le parecía correcta. Tenían que ir hacia la luz.

Tenía una textura plateada; un corte de diamante en el tejido de la realidad, intenso y calmado a la vez. Al acercarse, la joya que orbitaba a su alrededor (ahora inmóvil) pareció menguar. Un suave resplandor nacarado rodeaba su traje. Sylveste tenía la impresión de que la luz debería herirle en los ojos, pero no sentía más que cierta calidez y una especie de conocimiento que se intensificaba lentamente. Poco a poco perdió de vista el resto de la sala y la joya, hasta que quedó envuelto en una ventisca de plata y blancor. No había peligros ni amenazas; sólo sentía resignación… y era una resignación jubilosa, rebosante de inminencia. Lentamente, de forma mágica, el traje pareció volverse transparente y la luminiscencia plateada se extendió por él hasta llegar a su piel, y entonces siguió adelante, adentrándose en su carne y sus huesos.

La verdad es que no era esto lo que había esperado.

Más tarde, cuando recuperó el sentido (o descendió hasta él, pues tenía la impresión de que en el intervalo había estado en algún lugar situado más arriba), sólo había comprensión.

Se encontraba de nuevo en la sala, a cierta distancia de la luz blanca, a cuyo alrededor seguía orbitando la joya.

Y entonces lo supo.

—Bien —dijo Calvin. En la tranquilidad reinante, su voz fue tan inesperada y estuvo tan fuera de lugar como un toque de trompeta—. Menudo viaje, ¿verdad?

—¿Has… experimentado eso?

—Por decirlo de algún modo. Ha sido la cosa más extraña que he sentido jamás. ¿Eso responde a tu pregunta?

Por supuesto. No había ninguna necesidad de seguir insistiendo. Estaba completamente convencido de que Calvin había compartido sus sentimientos y que, por un instante, sus pensamientos (y más cosas) se habían fundido y habían fluido de forma indivisible, junto con un trillón más. Y también estaba seguro de que comprendía perfectamente lo ocurrido, pues en el aquel momento de sabiduría compartida, todas sus preguntas habían sido respondidas.

—Hemos sido leídos, ¿verdad? Esa luz es un mecanismo de escáner; una máquina que extrae información. —Estas palabras le habían parecido absolutamente razonables antes de pronunciarlas, pero al decirlas en voz alta tuvo la impresión de haberlas expresado de forma muy pobre, degradando al objeto debido a la tosquedad del lenguaje. En ese lugar había adquirido miles de conocimientos, pero su vocabulario no se había ampliado lo suficiente para poder transmitirlos. Además, dichos conocimientos parecían estar desvaneciéndose, del mismo modo que las cualidades mágicas de un sueño se marchitan segundos después de despertar. Sin embargo, necesitaba expresarlos en voz alta, tenía que cristalizar lo que sentía y dejar que la memoria del traje lo registrara para la posteridad—. Por un momento pensé que nos estaban convirtiendo en información… y que estábamos unidos a cualquier otro dato conocido, a todos los pensamientos pensados, o al menos, capturados alguna vez por esa luz.

—Yo he sentido lo mismo —dijo Calvin.

Sylveste se preguntó si su padre compartía su creciente amnesia, el lento desvanecimiento de aquella experiencia.

—¿Estábamos en Hades, verdad? —Sylveste sintió que sus pensamientos corrían en bandada hacia las puertas de la expresión, desesperados por ser vocalizados antes de evaporarse—. Esa cosa no es una estrella de neutrones. Puede que antaño lo fuera, pero ya no lo es. Se ha transformado; se ha convertido en un…

—Un ordenador —Calvin acabó la frase—. Eso es Hades: un ordenador fabricado con materia nuclear; una estrella consagrada a procesar información, a almacenarla. Y esa luz es un portal que permite acceder a ella, una forma de entrar en la matriz computacional. Durante un instante creí que realmente estábamos dentro.

Pero era mucho más extraño que todo eso.

Antiguamente, una estrella con una masa unas treinta o cuarenta veces más pesada que la del sol de la Tierra había llegado al fin de su vida de combustión nuclear. Tras millones de años de gasto energético disoluto, la estrella explotó en supernova y, en su centro, la tremenda presión gravitacional contrajo la masa en su radio de Schwarzschild hasta que formó un agujero negro. Los agujeros negros reciben este nombre porque nada, ni siquiera la luz, puede escapar de su radio crítico. La materia y la luz caían en el agujero negro, proporcionándole una masa y una fuerza de atracción mayores y creando un círculo vicioso.

Entonces surgió una cultura que encontró un uso para dicho objeto. Conocía una técnica por la que un agujero negro podía transformarse en algo mucho más exótico, mucho más paradójico. Primero esperó a que el universo fuera considerablemente más antiguo que cuando se formó el agujero negro, hasta que la población estelar predominante estuvo formada por enanas rojas muy antiguas, estrellas que apenas eran lo bastante masivas para prender sus propios fuegos de fusión. Después llevó en rebaño a estas enanas hasta un disco de acreción que rodeaba al agujero negro y, lentamente, permitió que el disco lo alimentara, lloviendo polvo y gas estelar sobre su horizonte de sucesos.

Sylveste comprendía todo esto, o al menos intentaba engañarse a sí mismo pensando que lo comprendía; sin embargo, lo sucedido a continuación le resultaba mucho más difícil de entender, pues era como un Koan del budismo que se contradecía a sí mismo. Lo único que había entendido era que, una vez dentro del horizonte de sucesos, las partículas continuaron cayendo en trayectorias concretas, en órbitas concretas que las hacían girar alrededor del núcleo de densidad infinita que era la singularidad del centro del agujero negro. Al caer a lo largo de estas líneas, el tiempo y el espacio empezaron a mezclarse, hasta que fue imposible separarlos adecuadamente. Además, había una serie de trayectorias en las que intercambiaban por completo sus posiciones, en las que una línea de espacio se convertía en una de tiempo. Y un subgrupo de éstas permitía que la materia se sumergiera en el pasado, en un tiempo anterior de la historia del agujero negro.

—Estoy accediendo a artículos del siglo xx —murmuró Calvin, que al parecer era capaz de seguir sus pensamientos—. Este efecto ya se conocía… ya se había predicho en aquel entonces. Parecía derivar de las matemáticas que describían a los agujeros negros. Pero nadie sabía con qué seriedad tomárselo.

—Quienquiera que diseñara Hades, no tuvo tantas dudas.

—Eso parece.

Lo que ocurrió fue que la luz, la energía y el flujo de partículas reptaron por estas trayectorias especiales, adentrándose más profundamente en el pasado con cada nueva órbita trazada alrededor de la singularidad. Nada de esto fue «evidente» para el universo exterior, pues quedaba oculto tras la impenetrable barrera del horizonte de sucesos, de modo que no había ninguna violación explícita de la causalidad. Según las matemáticas a las que Calvin había accedido, no podía haberla, pues dichas trayectorias nunca regresaban al espacio exterior. Sin embargo, sí que lo hacían. Las matemáticas habían pasado por alto un caso excepcional: un diminuto subconjunto del subconjunto del subconjunto de trayectorias transportaba cuantos al nacimiento del agujero negro cuando éste se desplomó en la detonación a supernova de su estrella progenitora.

En aquel instante, la minúscula presión exterior ejercida por las partículas que llegaban del futuro ayudó a demorar la caída gravitacional.

Dicha demora ni siquiera era mensurable (apenas más larga que la menor de las subdivisiones teóricas de tiempo subdividido), pero existía. Y por muy pequeña que fuera, bastaba para que las ondas de choque causal se propagaran por el futuro.

Estas ondas de choque causal se unieron a las partículas entrantes y establecieron una red de interferencia causal, una ola detenida que se extendía de forma simétrica entre el pasado y el futuro.

Atrapado en la red, el objeto desplomado ya no estaba seguro de ser un agujero negro. Las condiciones iniciales siempre habían sido dudosas y, quizá, dichos enredos podrían haberse evitado si se hubiera mantenido suspendido sobre su radio de Schwarzschild, si hubiera adoptado una configuración estable de quarks extraños y neutrones degenerados.

Fluctuaba de forma indeterminada entre ambos estados. La indeterminación se cristalizó y lo que quedó atrás fue algo único en el universo, aunque en otros lugares estaban teniendo lugar transformaciones y paradojas similares en otros agujeros negros.

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