Espacio revelación (41 page)

Read Espacio revelación Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Espacio revelación
13.52Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Sabía que tenía que tratarse de algún lugar del exterior de Cuvier.

—Sí, y por lo que me han dicho, Cuvier ha sido atacado. —Decidió no contarle que era muy probable que la superficie de la ciudad fuera inhabitable. No tenía por qué saberlo todavía, pues era el único lugar que había conocido bien—. No estoy seguro de quién está al mando: ignoro si son personas leales a tu padre o un grupo de Inundacionistas rivales. Tal y como lo cuenta Sluka, tu padre no la recibió exactamente con los brazos abiertos cuando se hizo con el control de Cuvier. Al parecer, en su interior había el odio suficiente para preparar su asesinato.

—Es imposible guardar rencor durante tanto tiempo.

—Y esa es la razón por la que, posiblemente, Sluka no es la persona más estable de este planeta. De hecho, creo que capturarnos no estaba en sus planes, y ahora que nos tiene, no está segura de qué debe hacer. Es obvio que somos demasiado valiosos para que se deshaga de nosotros, pero mientras tanto… —se interrumpió—. De todos modos, algo está a punto de cambiar. El hombre que me arregló los ojos me dijo que había rumores sobre una visita.

—¿Quién?

—Eso mismo le pregunté yo, pero no me dijo nada más.

—Resulta tentador especular, ¿verdad?

—Si hay algo que podría cambiar las cosas en Resurgam sería la llegada de los Ultras.

—Es un poco pronto para que regrese Remilliod.

Sylveste asintió.

—Si realmente se está acercando una nave, puedes apostar lo que quieras a que no se trata de Remilliod. ¿Pero quién más querría comerciar con nosotros?

—Puede que no vengan a comerciar.

Puede que fuera un signo de arrogancia, pero Volyova no era físicamente capaz de permitir que nadie realizara su trabajo, por muy absurda que fuera la alternativa. Estaba satisfecha (si ésa era la palabra) de dejar que Khouri se sentara en la artillería e hiciera todo lo posible por destruir el arma-caché; también estaba deseosa de admitir que utilizar a Khouri era la única opción lógica de que disponían… pero eso no significaba que estuviera preparada para sentarse tranquilamente a esperar los resultados. Volyova se conocía perfectamente. Lo que necesitaba, lo que deseaba, era alguna forma de atacar el problema desde otro ángulo.


Svinoi
. —Por mucho que lo intentaba, la respuesta se negaba a llegar a su mente. Cada vez que creía haber encontrado una solución, una forma de impedir el avance del arma, otra parte de su mente ya se había adelantado y había encontrado un obstáculo que se interponía en la cadena lógica. En cierto sentido, que fuera capaz de criticar sus propias soluciones en cuanto aparecían en su mente, incluso antes de que fuera consciente de ellas, era un testimonio de la fluidez de su pensamiento. Pero también tenía la enloquecedora sensación de que estaba haciendo todo lo posible por sabotear sus propias oportunidades de éxito.

Y ahora tenía que ocuparse de esta aberración.

Lo llamaba así porque esa palabra contenía la mezcla de incomprensión y fastidio que sentía cada vez que se obligaba a sí misma a pensar en aquel asunto: qué estaba sucediendo en el interior de la cabeza de Khouri. Y ahora que Khouri estaba inmersa en el abstracto paisaje mental del espacio artillería, la aberración necesariamente incluía la propia artillería y, por extensión, a Volyova, puesto que era su obra. Estaba controlando la situación de cerca, mediante las lecturas neuronales de su brazalete. No cabía duda de que en la cabeza de aquella mujer se estaba librando una batalla… una batalla que extendía vacilantes e inquietantes zarcillos por el espacio artillería.

Volyova sabía que, de alguna forma, todo aquello tenía que estar relacionado: los problemas de la artillería, la locura de Nagorny, el asunto de Ladrón de Sol y, ahora, la auto-activación del arma-caché. La aberración, la guerra que se estaba librando en la cabeza de Khouri también encajaba en todo aquello. Sin embargo, no le servía de nada saber que existía una solución o, al menos, una imagen unificadora que lo explicara.

Quizá, lo más inquietante de todo era que, incluso en un momento como éste, una parte de su mente seguía dándole vueltas a aquel problema y le impedía centrarse en el asunto más urgente que tenía entre manos. Volyova tenía la impresión de que su cerebro era una sala llena de alumnos precoces: todos ellos brillantes y, si lo desearan, capaces de los conocimientos más apabullantes. Sin embargo, muchos no le prestaban atención y miraban absortos por la ventana, ignorando sus protestas para que se centraran en el presente, porque consideraban que sus propias obsesiones intelectuales eran más atractivas que el tedioso curriculum que pretendía darles.

Un pensamiento se abrió paso por su mente: un recuerdo. Hacía referencia a una serie de cortafuegos que había instalado en la nave hacía más de cuatro décadas. Los había creado con la intención de implementarlos como contramedida final para combatir la invasión de virus subversivos. Nunca se le había ocurrido pensar que alguna vez los necesitaría… y menos aún en una circunstancia como ésta.

De todos modos, los recordaba.

—Volyova —dijo por el brazalete, intentando recordar las órdenes necesarias—. Acceso a los protocolos contra-insurgencia; gravedad lambda-plus; máxima coordinación de respuesta rápida para batalla y contraanálisis, supresión-denegación autónoma completa, parámetros predeterminados Armagedón para situación de nivel crítico nueve, desvío de seguridad rojo-uno-alfa, activación a todos los niveles de todos los privilegios del Triunvirato; anulación de todos los privilegios no-Triunvirato —intentó recuperar el aliento, deseando que la retahila de conjuros le hubiera abierto suficientes puertas de las que conducían al corazón de la matriz operacional de la nave—. Recupera y activa la codificación ejecutable de Parálisis.

Entonces, murmurando para sus adentros, añadió:

—¡Y hazlo ya!

Parálisis era el programa que iniciaba el sellado de los cortafuegos que había instalado. Ella misma lo había escrito, pero hacía tanto tiempo de ello que apenas recordaba qué hacía ni a qué parte de la nave podía afectar. Era arriesgado, puesto que quería inmovilizar lo suficiente para molestar al arma-caché, pero no tanto como para obstaculizar sus propios intentos de detenerla.


Svinoi, svinoi, svinoi

Por el brazalete discurrían mensajes de error. Le estaban informando, de forma muy servicial, que los diversos sistemas a los que Parálisis había intentado acceder y desactivar ya no eran de su incumbencia; que estaban fuera de los límites de interferencia del programa. Al menos, en su mayoría… sobre todo los que se encontraban a mayor profundidad. Si Parálisis hubiera funcionado correctamente, habría tenido el mismo efecto en la nave que un golpe en la cabeza de un ser humano: se habría producido un bloqueo masivo de todos los sistemas no esenciales y un colapso general que habría desembocado en un estado de inmovilidad recuperativa. Habría causado un daño real, pero sólo a nivel superficial, de modo que antes de que los demás tripulantes de la nave despertaran, Volyova habría tenido tiempo de arreglarlo, disimularlo o preparar una mentira. Pero Parálisis había funcionado de modo diferente: sí se comparaba con las dolencias humanas, lo que había sufrido la nave era algo similar a un episodio de parálisis leve a nivel epidérmico… y parcial. Y eso no tenía nada que ver con lo que Volyova había planeado.

Pero tendría que haber inmovilizado las armas autónomas del casco, aquellas que no dependían directamente de la artillería y que habían destruido a la lanzadera. Ahora podría repetir esa misma táctica. Era consciente de que el arma-caché había continuado su avance, de que ya no existía la opción de obstaculizar su movimiento; sin embargo, si lograba enviar otra lanzadera al espacio, puede que tuviera alguna posibilidad.

Un segundo después su optimismo desapareció, dejando tan sólo deprimentes migajas de abatimiento. Era posible que Parálisis hubiera sido diseñada para funcionar de este modo… o quizá, en los cuarenta años que habían transcurrido, los diversos sistemas de la nave se habían interconectado y Parálisis había destruido ciertas secciones que Volyova nunca había pretendido que tocara. Fuera como fuera, las lanzaderas no estaban operativas, habían quedado aisladas por los cortafuegos. Intentó activarlas con las órdenes de desvío habituales del Triunvirato, pero ninguna de ellas funcionó. No le sorprendía: Parálisis había dispuesto diversos cortes físicos en el sistema de mando, unos abismos que ningún tipo de software podría cruzar jamás. Para poder utilizar las lanzaderas, Volyova tendría que reiniciar físicamente todos esos cortes… y para hacerlo, tendría que encontrar el mapa de las instalaciones que había trazado cuatro décadas antes. Y eso supondría, como mínimo, varios días de trabajo.

Pero sólo disponía de unos minutos.

Sentía que se estaba hundiendo, pero no en un foso de desesperación, sino en un pozo sin fondo gravitacional. Cuando ya se encontraba en las profundidades de su estómago, cuando ya habían transcurrido varios minutos preciosos, recordó algo. Algo tan obvio que tendría que haberlo recordado mucho antes.

Voyova empezó a correr.

Khouri se encontró de nuevo en la artillería.

Una rápida comprobación de los relojes de posición confirmaron lo que Fazil le había prometido: que lo que acababa de vivir no había transcurrido en tiempo real. Debía de ser algún truco: a pesar de que la experiencia apenas había durado una fracción de segundo, realmente se sentía como si hubiera permanecido una hora en la tienda-burbuja. Sabía que aquello no había sucedido, pero le resulta imposible aceptarlo. Además, tampoco podía relajarse, pues la situación a la que debía enfrentarse no había perdido ni un ápice de urgencia.

El arma-caché ya debía de estar prácticamente lista para detonar, puesto que la nave había dejado de detectar sus emisiones gravitacionales. Quizá, ya tendría que haber explotado. ¿Era posible que la Mademoiselle hubiera cambiado de idea? ¿Acaso era importante para ella que Khouri estuviera de su lado? Posiblemente, porque si el arma fallaba, Khouri sería su única alternativa.

—Desiste —dijo la Mademoiselle—. Desiste, Khouri. ¡A estas alturas ya tendrías que haberte dado cuenta de que Ladrón de Sol es un alienígena! ¡Lo estás ayudando!

En esos momentos, el esfuerzo mental necesario para subvocalizar era demasiado para ella.

—Sí, estoy lista para creer que es alienígena… ¿pero eso en qué te convierte a ti?

—Khouri, no tenemos tiempo para esto.

—Lo siento, pero me parece que es un momento tan bueno como cualquier otro para discutirlo. —Mientras comunicaba sus pensamientos, Khouri proseguía con su batalla, aunque una parte de ella, la que estaba influida por lo que había visto en sus recuerdos, le imploraba que renunciara, que dejara que la Mademoiselle asumiera el control total del arma-caché—. Me hiciste creer que Ladrón de Sol era algo que Sylveste había traído tras su visita a los Amortajados.

—Eso no es cierto. Viste los hechos y corriste hacia la única conclusión lógica.

—Lo que hice no importa. —Khouri empezaba a recuperar la energía, pero seguía siendo insuficiente para mantener el equilibrio—. Desde el principio intentaste volverme en contra de Ladrón de Sol. Puede que tus esfuerzos estén justificados, que realmente sea un cabrón, pero exijo conocer la respuesta. ¿Cómo es posible que lo sepas? Sólo podrías saber algo así si también tú fueras una alienígena.

—Asumiendo, de momento, que ése fuera el caso…

Algo nuevo captó la atención de Khouri. A pesar de la gravedad de la batalla que se estaba librando, este nuevo objeto era lo bastante importante para permitir que, durante unos instantes, una parte de su mente consciente evaluara la situación.

Algo más se estaba uniendo a la refriega.

El recién llegado no se encontraba en el espacio artillería, no era otra entidad cibernética, sino un objeto físico, uno que no había estado presente en el campo de batalla o que, al menos, había pasado desapercibido hasta ahora. En el momento en que Khouri lo detectó se encontraba muy cerca de la bordeadora lumínica, peligrosamente cerca… tanto que parecía estar físicamente unido a ella, como un parásito.

Era del tamaño de una nave diminuta: apenas medía diez metros de un extremo a otro y parecía un torpedo rechoncho y estriado del que salían ocho patas articuladas. Estaba caminando por el casco de la nave… y lo más sorprendente era que no había sido atacado por las mismas defensas que habían destruido a la lanzadera.

—Ilia —jadeó Khouri—. Ilia, no estarás pensando… —Y entonces, un momento después—. Oh mierda. Lo estás pensando, ¿verdad?

—Menuda estupidez —dijo la Mademoiselle.

La habitación-araña se había separado del casco, extendiendo cada una de sus ocho patas de forma simultánea. Como la nave seguía desacelerando, la habitación-araña parecía caer hacia delante a una velocidad creciente. Por lo general, debería haber activado sus pinzas en ese punto para restablecer el contacto con la nave, pero Volyova debía de haber deshabilitado esa función, porque siguió cayendo hasta que sus propulsores se activaron. Aunque Khouri percibía la escena por diferentes rutas y en algunos modos no accesibles para alguien que careciera de los implantes del espacio artillería, un pequeño aspecto de esa corriente sensorial se centraba en datos ópticos, transmitidos por las cámaras externas de la nave. A través de dicho canal vio que los propulsores adoptaban un tono violeta candente y lanzaban chorros por unas pequeñas aberturas que había alrededor de la parte central de la habitación-araña, donde el cuerpo en forma de torpedo estaba unido al torreón del que brotaban las extremidades. El resplandor iluminó las patas, difuminando su contorno en rápidos destellos mientras la sala ajustaba su caída, la negaba y empezaba a ganar altura una vez más. Pero Volyova no utilizó los propulsores para acercarse a la nave, sino que después de vagabundear durante unos segundos la habitación descendió lateralmente, acelerando hacia el arma.

—Ilia… realmente no creo que…

—Confía en mí —respondió la voz de la Triunviro, irrumpiendo en el espacio artillería como si estuviera hablando desde algún punto del universo, no desde unos kilómetros de distancia—. Tengo lo que, caritativamente, podrías considerar un plan. O al menos, una opción para morir luchando.

—Creo que no me ha gustado la última parte.

—A mí tampoco, por si te lo estabas preguntando —Volyova hizo una pausa—. Por cierto, Khouri, cuando todo esto acabe… asumiendo que ambas sobrevivamos, y reconozco que no es algo que podamos garantizar en estos instantes, creo que deberíamos tener una pequeña charla.

Other books

Grave Concerns by Rebecca Tope
The Great Leader by Jim Harrison
The 3 Mistakes Of My Life by Chetan Bhagat
The House of Vandekar by Evelyn Anthony
Pinocchio by Carlo Collodi
Promises to Keep by Ann Tatlock
The Outcast Dead by Elly Griffiths
Spelled by Betsy Schow